miércoles, 2 de noviembre de 2011

"Mi jardín"

“¡Déjalo ir!”, leí en la pantalla.
Simple consejo para una situación algo más enredada de lo que yo estaba lista para contar. El encuentro, o ¿debería llamarlo “desencuentro”?, una hora atrás sólo me había dejado una laja a la altura del cuello y un dolor de estómago que simulaba hambre, pero con ardor.
“¿Sirvió de algo?”, volvió a preguntar mi interlocutor desde la computadora.
Sí y no, pensé. Sí, porque pude denunciar lo que, a mis ojos, es injusto. No, porque nada logré al decirlo.
La sensación de vacío ardoroso abajo del esternón me recordó que necesitaba un remedio. Una caminata bajo el sol y un vaso de fruta parecían la mejor opción, tal vez la única, en ese momento.
Hoy, como todo día de muertos, mucha más gente circula por el pueblo. Unas llevan flores, otras canastas y otras, simplemente, caminan acompañando a los que tienen clara la intención de su visita al cementerio.
¿Cómo tratar de convencerlos de que los muertos, muertos están? Sus rostros y sus pasos me revelaron su determinación de hacer honor a quienes, seguramente, ya son desechos de gusanos.
“Déjalo ir”, volví a escuchar.
¡Tiene razón!, pensé. Nunca lograré convencer a alguien cuando ni siquiera puedo obligarlo a escucharme. Ahora que lo escribo, suena tan necio como mi afán de intentar hablar a quien ya ha decidido, de antemano, que hacer lo que hace, está bien.
Las frutas mezcladas trajeron alivio  a mi cuerpo y mis pasos por el adoquín una sensación de descanso. Debía volver a mi jardín, disfrutar el espacio donde mis convicciones son resguardadas por sus muros. Mi mente, ahora, tenía la tarea de comprender que, fuera de ellos, cada quién vive y rige su jardín. Y, aunque no esté de acuerdo y me duela, los de los otros, ¡no son mi jardín!
Algún día, esa persona por la que levanto armas, también tendrá su espacio y sus fronteras. Será entonces que, sólo por invitación, yo cruce sus portales y comparta su vivir.
A mis cincuenta y uno, sigo siendo una ermitaña que busca la paz y que sigue aprendiendo a encontrarla, ésta vez, dentro de su propio jardín.

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