martes, 31 de mayo de 2011

"La gran Mentira"

Una jornada de trabajo sin contratiempos en Puebla y, con la motivación en alto, la convierte en productiva. La llegada de su segunda hija está próxima y, como ahora ya sabe, pronto las necesidades serán mayores. Termina el día y es momento de tomar la carretera de regreso. Pronto estará en casa para abrazar a su esposa y jugar con su hijita a pensar en nombres graciosos para su hermanita. El cansancio lo apura, ya es hora. . .
Ella se alegra de haber dejado la oficina. Los pies le duelen y el vientre parece haber crecido en las últimas horas. Si su bebé está lista para nacer, ella también lo está para  tenerla en sus brazos y no cargándola con la cintura que ya la está matando. ¡Qué bueno que aún es joven y fuerte para poder trabajar hasta tan avanzado el embarazo!
Una llamada bastó para desarticular su mundo. Se esforzaba por creer el anuncio: su esposo y los tripulantes del taxi contra el que se había estrellado en el último tramo de carretera para entrar a la ciudad, habían fallecido instantáneamente.
“Instantáneamente”. . . ¿Era con un instante inesperado que la vida de su hijita y la bebé por nacer tenían que cambiar? ¿Por error, ese instante, había alcanzado a su esposo para poner fin a su vida? ¿Quién le podía explicar por qué ese “instante” le había tocado a ella?
¿Qué se hace cuando te conviertes en viuda y aún tienes pendiente la fiesta de bienvenida para tu nena por nacer? ¿Qué es lo correcto. . . cancelar la vida y sus alegrías para llorar al amor perdido?
El repentino giro la ha dejado desorientada, perdida, con una hija en una mano y otra en el vientre a punto de nacer. . .a sus 28 años.
¿Qué será de la joven viuda y madre, Margarita?
A los cincuenta y un años, lloro por Margarita y por sus nenas, lloro por la gente que, teniendo vida, no la atesora y lloro porque a veces, por una razón que no sé explicar y por creer la gran mentira de “tener la vida segura” la dilapido absurdamente y olvido que, cada segundo, es un tesoro. ¡Gracias Señor porque, yo y los míos, estamos vivos!

domingo, 29 de mayo de 2011

"Ciencia"

Ver aparecer en la pantalla una foto que alguien, cinco segundos antes, tomó a cientos de kilómetros de donde yo estoy, ¡me sigue maravillando! Igualmente me deja pasmada ver jugar a mi nieto con una computadora que, hace treinta años, habría convertido en una máquina de desecho al enorme procesador que ocupaba toda una habitación de la UNAM. Y, ni que decir de la tecnología médica que, afortunadamente para mi alergia, ahora me ofrece un pequeño aspirador del tamaño de la palma de mi mano que me devuelve la capacidad de respirar libremente en menos de 15 minutos.
La ciencia, es por mucho, una rama del conocimiento humano que ha logrado avances inimaginables. Lo que ha cambiado en nuestra forma de vivir, en la mayoría de los casos, tiene que ver con sus aportaciones maravillosas. ¡Un bravo por los científicos!
Nosotros, los seres humanos, disfrutamos de infinidad de beneficios pero, tantas cosas han cambiado alrededor y, ¿qué tanto ha cambiado el hombre en sí mismo?
Probablemente ha alcanzado mayor longevidad y los jóvenes, en promedio, también desarrollan mayor estatura. Aún sí, por  más que pienso, lo que el ser humano acarrea dentro de sí no es tan espectacular.
Reviso y me sigo topando con la misma tendencia al egoísmo y hasta me atrevería a pensar que se ha agudizado; tampoco ha variado mucho su propensión a salir de los problemas a través de la mentira, los conflictos interpersonales y las envidias; y ni qué decir de su incapacidad para sujetar la lengua aplicando un poco de prudencia.
Tal vez, debería invertir el orden: Sujetar la lengua, mentir, pelear y el egoísmo, porque, ¿no es la lengua la que impulsa a las otras tres?
A los cincuenta y uno, me gustaría ver que el hombre se esmerara en buscar su desarrollo interno con el mismo ahínco con el que busca la supremacía científica pero. . . mientras lo veo, continuaré ensayando para el control de mi propia lengua.  

sábado, 28 de mayo de 2011

"Cajones"

Siempre he tenido la teoría de que los cajones y los clósets revelan mucho de nosotros. Por ejemplo, el buen anfitrión hará espacio en algunos gabinetes para que el invitado pueda acomodar su ropa y accesorios personales. Y, el ama de casa ordenada, habrá clasificado los objetos en la cocina de manera que cualquiera pueda encontrarlos sin problema.
A fin de cuentas, además de nuestra persona, nuestros espacios se convierten en una extensión de nosotros y el uso que le damos es nuestro reflejo fiel. Al menos, hasta ahora, es lo que yo he observado.
Pero también me he encontrado que nuestro espacio también incluye otras dimensiones y también delatan mucho de nuestra forma de vivir.
A mi alrededor, observo que la gente se está quedando sin lugar en el cajón del tiempo. Poco a poco han ido acumulando tantas actividades y pendientes ahí dentro que las relaciones interpersonales van quedando fuera. . . ¡Ya no caben!
Pero, también he descubierto que muchos hombres y mujeres de buena voluntad meten la relación matrimonial sin antes escombrar el cajón que, irremediablemente, termina retacado y asfixiando su contenido. . . incluyendo el matrimonio.
¿Por qué un soltero se empeña en refundir una relación tan importante si no está dispuesto a sacar al golf, el dominó, el internet o las parrandas con amigos? ¿Acaso es la inercia de querer “tener lo mismo que los demás” lo que los lleva a tan ilógica decisión? O, ¿qué sentido tiene que una mujer agregue un hijo a la gaveta si, su único pensamiento cuando éste entra al cajón es, querer que el tiempo en donde le requiere mucha atención pase lo más rápidamente posible para volver a sacarlo?
Creo que la lógica tradicional o el sentido común no me ayudan mucho para responder a mis preguntas. ¿Será que la vida de nuestra época no encuentra tampoco un lugar, ni para la lógica ni para el sentido común?
A mis cincuenta y uno, aunque me empeño en comprender no entiendo, así que. . . mejor dedico mi tiempo ¡a revisar mis propios cajones!

viernes, 27 de mayo de 2011

"Pistas"

Las últimas horas del día terminaron de trenzar mis emociones y, creo, una eclipsa a las otras.
¡Mañana será un gran día! Por primera vez, dos de los Gran daneses de mi hija competirán en el extranjero y marcará el inicio de sus carreras en pistas internacionales. Aunque no sé si las pistas estarán en el interior de algún centro de convenciones o en los jardines de algún lugar acondicionado para el evento, seguro tendrá para los ganadores una alfombra roja en donde posarán para recibir sus galardones. ¡Que emocionante pensar en su debut!
Esta mañana, muy temprano, la caminata que es parte de la terapia de Lorenzo también fue especial pues, para evitar que se dañen los dedos de sus patas posteriores que aún necesitan mucha rehabilitación, busqué un suelo más suave y encontré un circuito marcado por el paso de la gente cubierto con una capa de tierra suave.
Makaryo e Isis, en el extranjero, caminarán sobre una alfombra roja mientras que Lorenzo, mi bello Lorenzo, camina sobre una alfombra muy distinta. ¡El corazón se hace pequeño en mi pecho y lágrimas invaden mis ojos!
A decir verdad, aún me duele pensar en el futuro de Lorenzo, ese que ya no existe y, aunque en el fondo estoy muy agradecida porque vive sin dolor. . . o mejor dicho, ¡porque vive!, en momentos como éste, no puedo ignorar esos sentimientos de nostalgia y de dolor que afloran. Y confieso que, ni siquiera intento ocultarlos.
¡Mañana será un gran día!, me digo, mientras comienzo a soñar con el futuro de las próximas horas. Dos ejemplares caminaran en alfombras rojas y lucirán, no sólo lo que genéticamente es parte de su cuerpo, sino el trabajo y amor que mi hija ha puesto por meses; y, Lorenzo, sobre la alfombra de tierra, volverá a mostrar, una vez más, la belleza de su valentía y coraje, esperando como único galardón: una caricia.
A los cincuenta y uno, vivo siguiendo las pistas, no sólo las rojas y aterciopeladas sino las “pistas” que un perro de ojos azules sigue dándome para ayudarme a descubrir lo valioso e importante en esta vida.

jueves, 26 de mayo de 2011

"Superficie"

Sentadas en un café, mi hija y yo observábamos a Lorenzo a través de la ventana quien, por reglas de restaurante, no podía acompañarnos adentro. Mientras el enorme “güero” miraba, sentado, a la gente pasar, nosotras conversábamos y tomábamos el desayuno.
Por un momento, la cercanía de un grupo de personas llamó nuestra atención y nos dimos cuenta de que una mujer mayor acompañada de la que parecía su hija, se había quedado frente a Lorenzo para hablarle y acariciarlo. La mujer, con cabello completamente blanco, pasó su mano sobre la enorme cabeza mientras él entrecerraba los ojos, complacido. “¡Pero mira que ojos tan azules tienes, precioso!”, le dijo. La voz dulce y sincera me llenó de ternura. Lorenzo no hizo el menor intento por ponerse en pie deleitándose con los cariños de aquella desconocida y mi hija, a su solicitud, le entregó una tarjeta informándole que habría camadas de Lorenzo para el fin de año. Al escuchar el anuncio, la señora sonrió y guardó la tarjeta con la información en su bolso.
Hoy, dos días después, fue mi turno de hacer la caminata de rehabilitación con Lorenzo. A casi 40 días de la cirugía, ya logra caminar 30 minutos de corrido a  pesar de que sus patas traseras aún están en proceso para recuperar la masa muscular perdida y la habilidad para coordinarlas normalmente. Por su enorme tamaño y sus ojos azules, poca gente puede resistir la tentación de mirarlo. Sólo que, a diferencia de la mujer que lo acarició días atrás, lo ven andar con un garbo extraño y no se acercan con la misma actitud abierta que aquella desconocida. Siendo el mismísimo perro, la gente ve la impronta, sólo la superficie y de ahí juzga que decide no acercarse. Confieso que me genera un poco de tristeza. Y me hace pensar en que, muchas veces, la gente hace lo mismo con aquellas personas que, por un incidente o de nacimiento, son distintas. ¿Acaso no las marginamos y hasta evitamos la mirada en nuestro afán de querer ignorar su existencia? ¿No es injusto que las clasifiquemos o descartemos sin muchos remordimientos?
A mis cincuenta y uno, sigo encontrando en Lorenzo al maestro que me recuerda: “Mira con los ojos del corazón y ¡busca en la gente más allá de la superficie para encontrar su verdadero valor! y, si te es posible, prodígales una caricia que les recuerde que, su valía, no está en la superficie”.

martes, 24 de mayo de 2011

"Economía"

El amanecer de hoy se ha empatado con los sentimientos de mi corazón. Una brisa fría y nubes que impiden que el sol vista el ambiente de claro son el reflejo exacto de mi ánimo: gris. Entre sorbo y sorbo de café, trato de entender mi desazón y encuentro que la escasez tiene que ver con ella.
Es curioso cómo, al estar en un extremo u otro del péndulo de la economía, reaccionamos de forma tan distinta. Por un lado tenemos la abundancia y en su opuesto la escasez. Raro, ¡la abundancia encierra una ironía! En lugar de potencializar nuestra capacidad de apreciar el recurso, pronto llega la costumbre y caemos en el letargo de la indiferencia. Mientras que, en la escasez, a medida que se agudiza, nos tornamos receptivos y atesoramos aún más lo poco del recurso que nos queda.
He visto el efecto muchas veces y con todo tipo de recursos: materiales, humanos y emocionales.
Recuerdo mujeres jóvenes que, tras años de espera, van anhelando más y más encontrar al compañero. Cuando lo encuentran, su compañía es apreciada en cada instante. Pero, cuando esa compañía es abundante ya en el matrimonio, olvidan su valía y un dejo de indiferencia comienza a desdeñarla.
Otro ejemplo: El estudiante sin recursos que, tras mucho esfuerzo, logra su primer auto y al pasar el tiempo escalando hasta una economía más holgada, termina por dejar de disfrutar sus lujosas pertenencias y sus logros.
Pero, tal vez, mis memorias más tristes son haber vivido junto a mis seres queridos en tiempos de escasez de alegría y ausencia de sonrisas. Atrapados por la depresión y perdida la capacidad de disfrutar, sus ojos y sus rostros se convirtieron en lápidas frías. ¡Qué dolor más grande y que impotencia el no poder transformar sus lágrimas en sonrisas!
Recordando esos tiempos, descubro por qué se ha nublado mi corazón. Es tiempo de escasez de sonrisas en la vida de mi madre y veo que, por torpeza, no he disfrutado de sus tiempos de abundancia y carcajadas.
Ayer, antes de despedirnos, un par de risas reaparecieron cuando festejó una broma. ¡Qué hermoso es su rostro cuando ríe!
A los cincuenta y uno, quisiera tener la sabiduría fresca para valorar cada momento de alegría en los tiempos en que abundan para que, en la escasez, su recuerdo me llene de esperanza.

lunes, 23 de mayo de 2011

"Ajustes"

¡El tamborileo de las manecillas del reloj taladra mi conciencia! Miro la agenda y me doy cuenta que voy retrasada por casi media hora. Pongo los ojos en blanco y suspiro. ¿Por qué la semana tiene que incluir los lunes? Esa manía de arrastrar al presente los pendientes no atendidos la semana anterior es una monserga.
Vuelvo a repasar la hoja del día y, del listado de pendientes, no desapareció ninguno a pesar de mi inconformidad. Cierro la libreta, me yergo en el asiento y ataco el teclado con prisas y un poco de furia. Como bajo una oleada tibia mis dedos se apaciguan y escribo bajo el influjo de la inspiración. Las letras caen en la pantalla como una lluvia rítmica, agitada de vez en vez por algún viento de emoción. Mi alma comienza a respirar y mi corazón sonríe. ¡Que dicha volar en la libertad del escribir y pensar y soñar y crear. . .!
¡La lista! El recuerdo del inoportuno listado me interrumpe y, con desidia, reabro el insufrible libro. Mi dedo pasa de un renglón a otro y sin misericordia, señalo al que servirá de holocausto: “Ir al súper”.” La pasión, a veces, exige sacrificios para poder sobrevivir a la rutina diaria”, le digo entre dientes a mi conciencia, quien no parece convencida.
A mis cincuenta y uno, me rehúso a dejar morir a la pasión y me resisto a quedar atrapada entre los barrotes de la realidad demasiado concreta y rutinaria. 

domingo, 22 de mayo de 2011

"Migajas"

Un vistazo por la casa y me recuerda la película “Tornado”. No hay almohada que corresponda a la habitación en que se encuentra ni recámara que mantenga su decoración original. El desfile de toallas de todos los colores parece pasarela y los juguetes parecen multiplicarse por todos lados.
Éste, por más increíble que parezca, es el saldo de tan sólo un fin de semana en familia. Marido, hijos, nietos y una joven amiga visitante convirtieron al nido en un agitado ir y venir de objetos, gustos, necesidades y conversaciones. Las situaciones más cómicas ocurren cuando nuestros caracteres y vidas se encuentran. E igualmente, por qué no decirlo, es también cuando tenemos oportunidad de ensayar la tolerancia, la gracia y la consideración por los otros.
Después de dos días, sólo bastan cinco minutos para que los sonidos que rebotan de los muros se conviertan en murmullos. Despedidas, salir de maletas y bendiciones dan final a nuestro tiempo, juntos. El silencio comienza a apropiarse del hogar y el palpitar de la rutina se torna nuevamente lento.
Minutos después de terminar mi recorrido por cada espacio, me tumbo en el sillón y siento el peso de la ausencia de los míos a la mitad del pecho. Para concluir la restauración del orden, paso la mano sobre la piel del sillón para acomodar el cojín y. . . ¿Qué es esto? Topo con pequeños objetos que cosquillean mis dedos: ¡Migajas!
Mis labios se convierten en sonrisa mientras sostengo los residuos que, como mágicos recordatorios, me hablan de las últimas horas de mi vida. Camino hacia la cocina y disfruto el tacto con las moronas que, dentro de mi puño, se convierten en semillas de ilusión por el próximo encuentro.
A los cincuenta y uno, encuentro que, lo que antes era reguero y motivo de queja, hoy se ha convertido en la belleza de mi hogar y razón de mis anhelos.

jueves, 19 de mayo de 2011

"Proyectos"

Al parecer el desempleo está teniendo su parte buena: la creatividad. Y es que, en todos mis ambientes, veo surgir cada vez más gente que se aventura al auto-empleo e inician la construcción de sus propios negocios, muchos de ellos, surgidos de los sueños arrumbados en el pasado.
Eso hace que me surja la duda sobre mis decisiones profesionales y miras al futuro. Después de casi 30 años de ser parte de la población económicamente activa, casi como un lujo y por primera vez, mi vida gira esencialmente en torno a mi familia y mis tiempos para escribir. Y, repito, ¡reconozco que es un lujo que mi esposo, por amor, me está permitiendo disfrutar!
De cualquier forma, por momentos, me pregunto cuál es mi proyecto de vida ahora. Y mi respuesta surge tras horas de meditarlo: mi proyecto es apoyar a los míos en sus proyectos personales. Al revisar mis días encuentro que mis horas se llenan de actividades que se unen a los esfuerzos, ya sea de mi esposo o de mis hijos, para alcanzar sus metas. Y confieso que, al concretarlos, una dicha por ser copartícipe me invade.
Es curioso encontrar que muchos libros hablan del rescate de los proyectos personales en la etapa en la que me encuentro pues, ahora que lo miro con conciencia, mi familia ha sido desde siempre mi proyecto más importante y personal. Aunque conservo uno, el escribir, la razón de mi verdadero y más íntimo placer siguen siendo los míos: mi esposo, mis hijos y mis nietos.
A mis cincuenta y uno, que gratificante es redescubrir que la inversión de mis días ha sido en lo mejor que pude elegir: ¡mi hermosa familia!

miércoles, 18 de mayo de 2011

"Giros"

El patinaje artístico sobre hielo es, en mi opinión, uno de los deportes más bellos y a la vez uno de los más ingratos. Horas y horas de entrenamiento para una competencia pueden terminar con los sueños en 90 segundos si el patinador, ese día, no tiene un buen equilibrio emocional o alguna de las cuchillas es mal afilada. Las razones para fallar son muchas y la consecuencia igual de dramáticas: perder el equilibrio, olvidar la rutina o terminar en el hielo frente a cientos de miradas. Y, en mucho, me parece que la vida es muy parecida.
En el caso de un hijo, por ejemplo, cuya rutina en la pista de la vida está llena de disciplina, aprendizaje y belleza, hasta que un buen día se desconcentra, olvida sus rutinas o se descuida y termina tristemente tendido en el hielo frío escuchando las voces coreando ¡Ah, tan bien que iba!
Pero, al igual que en el patinaje, deberíamos enseñar a nuestros hijos que, sin importar lo sucedido, deben levantarse con el mentón en alto, aunque a veces haya lágrimas escurriendo en sus mejillas y retomar la presentación hasta concluirla.
Aunque se dice fácil la realidad es que no es así. Después de la caída puede suceder que el patinador genere temor a intentar nuevamente un salto o un giro aun cuando antes ya lo tuviera dominado. El miedo es irracional y se imprime en su conciencia por el trauma del error en público.
Y siendo honesta, me cuestiono: ¿Cuántas veces he renunciado a aventurarme por esos miedos surgidos en caídas pasadas? Temor a relacionarme y ser lastimada, a  iniciar un nuevo proyecto y fracasar, a iniciar una conversación y ser ignorada. ¡La lista puede es tan larga y la consecuencia tan limitante!
A mis cincuenta y uno, me gusta recordar el ejemplo que mis hijos patinadores me daban cuando se levantaban una y otra vez después de las caídas en el hielo, y retomar yo ahora el valor para intentar nuevos giros, saltos y movimientos.

viernes, 13 de mayo de 2011

"Tiempo"

Una nueva etapa ha comenzado en muchos ambientes de mi entorno después de los múltiples y variados eventos ocurridos recientemente. El regreso de mi hijo a casa, la instalación de la Toscana (nuestra casa fuera de la ciudad), la reapertura en la vida profesional de mi hija, la convivencia cotidiana con mis nietos ahora que puedo vivir cerca de ellos, las nuevas miras profesionales de mi esposo y, por supuesto, la recuperación de las cirugías de mi hija y de Lorenzo, también han abierto una época.
Pero, parece ser, que el instructivo y maestro sigue siendo Lorenzo. Cada uno de nosotros, en nuestro nuevo ciclo, parecemos empatar algún aspecto de nuestra vida con la del bello Gran  Danés.
Ahora que ha iniciado su etapa de recuperación, no puedo evitar disfrutar al verlo resistirse entrar a la piscina. El primer día, totalmente ajeno a lo que estaba por venir, el perro entró a la casa a paso lento por la debilidad de sus cuartos traseros pero confiado. Fue hasta que comprendió nuestra intención de echarlo al estanque que, con sus mermadas fuerzas, reculó hasta que fue inevitable quedar dentro para experimentar su primera clase de natación.
A pesar de su disgusto, fue un espectáculo ver aquel enorme cuerpo blanco flotando mientras movía con tesón las cuatro patas para alcanzar la orilla y huir del agua. ¡Que placer fue verlo, vivo y tan hermoso! ¿Acaso es Lorenzo el mismo perro que vi echado en el cuartito aullando de dolor de día y de noche por tantos días sobreviviendo al riesgo de ser sacrificado?, me pregunté.
Pronto comprendí que, por el dolor y la presión de la circunstancia, había olvidado algo importante: el poder del tiempo. Porque, ¿No es con el tiempo que cierran las heridas? ¿Acaso no es también el tiempo el que trae aceptación al corazón que ha perdido algo o alguien? ¿No es el tiempo el que trae nuevas esperanzas, prepara el camino para nuevos proyectos y corona de sabiduría a quienes le dan tiempo al tiempo? 
Lorenzo, por algún tiempo, seguirá caminando con sus patas traseras tambaleantes y, durante ese tiempo, tendrá que esforzarse en su terapia acuática, sus caminatas y ejercicios. Pero, no dudo ni un momento, llegará el tiempo en que lo veremos corretear junto a los otros perros y, también el tiempo, habrá borrado casi por completo el amargo sabor del recuerdo de aquellos momentos de angustia y dolor para dibujar en el nuevo tiempo la felicidad del porvenir.
A los cincuenta y uno, recuerdo que los mejores proyectos, los mejores logros, las mejores relaciones, las mejores curaciones y todo tiempo mejor se forjan. . . a través del tiempo.

"Abrazos"

El concierto en Re mayor de Mozart, como suave brisa, musicalizó el horizonte frente a mí que, como el descorrer del telón del último acto, me señalaba con la cortina de rayos amarillos y rosados que traspasaban la nube el final de mi celebración del día de las madres.
Inesperadamente, la agenda marcada esa mañana, dio un giro y las sorpresas en secuencia fueron ocurriendo. La invitación de mi hijo para ir juntos a comprar los obsequios y así tener tiempo de conversar, iluminó mi día. Y, en una celebración improvisada, compartimos un pollo al tamarindo que se convirtió en un manjar por su compañía que culminó con un abrazo que envolvió las palabras más dulces que madre alguna puede escuchar: “Te quiero, mamá”.
Alegre por el tiempo con él, disfruté el recorrido de hora y media en el tráfico hasta casa de mi madre. A pesar de su mejoría, pude ver la fragilidad en sus ojos verdes que más amor me inspiraron por ella. En un espacio de intimidad pudimos conversar y, como es imposible que deje de ser mi mamá, fue ella la que me apuró para seguir adelante con mi plan sorpresa: ¡Tomar carretera para felicitar y festejar con mi hija! Nuevamente, con un abrazo, terminó la celebración con mi mami y continué mi camino.
En la carretera despejada y solitaria saboreé mis recuerdos, tan frescos, que no habían perdido su sabor a presente. Haciendo sonar los violines al ritmo que Mozart diseñara hace cientos de años, manejé sin prisas hasta mi nueva patria chica: Tequisquiapan. El plan de la sorpresa seguía el curso planeado con mi sobrina y cómplice. Entre mensajes de ida y vuelta, el momento de hacer la aparición en la cena organizada por mis sobrinos y donde mi hija era también invitada especial, llegó.
¡Nada como una carita con el gesto mezclado de sorpresa y gusto! Al verme,  mi hija me regaló el abrazo que confirmó su gusto por estar juntas y, tras ella, se agregaron los abrazos de mis nietos, sobrinos y hermanas.
Una deliciosa pasta, pescado al tamarindo y manzana al horno, todo preparado por mis sobrinos, completó el banquete de abrazos que recibí en ese día especial.
A mis cincuenta y uno, aún me emociona ver cómo, en lo que pulso la última tecla, mi corazón puede encontrar nuevos caminos para encontrarme con increíbles sorpresas. 

martes, 10 de mayo de 2011

¡CELEBRACIONES!

Hoy es día de la madre y amanecí entre suspiros y café, flotando en la nostalgia del pasado y las ausencias del presente. ¡Qué extraña celebración de madres será el día de hoy! Tras el saludo del despertador, la voz de mi esposo que está en el extranjero me felicitó por el día y, gracias a la tecnología, recibo muestras de cariño que me han llenado los ojos de lágrimas. La agenda del día no tiene nada especial, así que, el descansar será mi celebración.
Esta ausencia de festejo me hace pensar en el preludio de lo que, la mayoría de las mamás, viven al paso de los años: un nido vacío y callado. Aunque es la ley de la vida, reiteran muchos, no deja de ser una paradoja que así ocurra.
En el caso de mi mami, por ejemplo, que parió a 8 hijos, ¿cuántas tardes no ha pasado acariciando en solitario sus recuerdos de una casa desordenada y ruidosa? Y, aunque han llegado los nietos a reemplazarnos con sus borucas, sé que su corazón aún añora las mesas con la limonada derramada y los pleitos entre nosotros por ganar la última tortilla.
Y, es por ella que hoy estoy lejos de mi hija, quien merece una celebración especial por todo el esfuerzo diario de criar sola a sus dos pequeños hijos. Mi corazón se entristece por no ser capaz de estar en muchos lugares al mismo tiempo. Las decisiones, incluso para las celebraciones, pueden ser difíciles.
Mi mami, que ya se ha vuelto una persona mayor y ahora está enferma y estar con mi hijo en este día, son las razones para no estar con mi hija, aunque mi corazón añora estar a su lado para alabar su valor y sus sacrificios. Otra vez, mis ojos están goteando y empiezo a creer que, finalmente, puedo entender el corazón de mi mami. ¿Cómo logra vivir el anhelo de estar con cada uno de nosotros, sus 8 hijos?
Me convenzo que, ser madre, es el ministerio con más retos que Dios dio a ser humano alguno. La maternidad es una labor que exige, a veces, sacrificar las aspiraciones personales y profesionales; dejar belleza y salud por las faenas extras de la crianza; poner, no sólo una vez, sino muchas, la otra mejilla cuando la rebeldía es parte del crecimiento de los hijos; amar hasta el punto de aprender a callar para dejar que los hijos aprendan con sus errores y sufrir a su lado su dolor; y, todo, para llegar a un final en donde sólo los recuerdos nos acompañen a celebrar en el día de las madres.
Al releer el párrafo que acabo de escribir, me parece que es un trabajo injusto y, sin embargo, me doy cuenta de que al entregar, amar y sacrificar tanto de nuestra vida, se cumple lo que Jesús mismo dijo: “Porque es más bendecido aquel que da, que el que recibe”. ¡Verdad absoluta!
Así que, declaro a todo pulmón que, ¡no cambiaría por nada el privilegio de ser mamá! Y, ahora, a celebrar que, al final del día todas podemos decir que ¡DIOS BENDICE A TODAS LAS MADRES POR EL PRIVILEGIO DE SERLO!

domingo, 8 de mayo de 2011

"A los pits"

Esta mañana, a pesar del ligero bronceado que me dejaron unos cuantos días de playa, el espejo me envió un aviso de alerta: ¡Mantenimiento urgente!
Resulta curioso ver cómo, mientras las emergencias y situaciones familiares ocurrieron, mi cuerpo soportó la presión emocional intensa y las jornadas de horas extras sin rechistar, pero, al momento en que mi vida comienza a sentir el primer viento de normalidad, ha encendido los focos rojos y amarillos para exigir atención inmediata.
Por el momento, he decidido, cualquier posibilidad de posar para una cámara queda pospuesta hasta nuevo aviso. En el primer renglón de mi agenda aparece escrito “cita en la estética para masaje y facial”, en el segundo, “llamar a la manicurista” y en el tercero, “café con mi amiga Reyna y desayuno con Donna”.
Aunque parezca superficial, la realidad es que es un acto de bondad y gratitud a este cuerpo que, a decir verdad, los últimos meses ha recibido muy poco cuidado y sí mucha carga extra.
Así que, ¡inicia la temporada de “egoísmo, egocentrismo y auto apapacho”! Las solicitudes de cualquier miembro de mi familia, notifico oportunamente, favor de pasar a la siguiente ventanilla.
Porque, a los cincuenta y uno, ¡todavía me gusta los mimos, los masajes, el cafecito y lucir muy bien!

sábado, 7 de mayo de 2011

"Cerca o lejos"

Aunque no tengo ningún conocimiento formal en el arte de la fotografía es algo que disfruto hacer. Algunos de mis placeres “especiales” incluyen comprar cámaras, software para edición de imágenes y armar videos que muestren la vida de la gente. También, me gusta capturar aquellas escenas que incluyen pasajes, obras de artes, edificios, puertas o esculturas. Las puertas y las fachadas, en particular, me invitan a soñar tratando de adivinar lo que los muros podrían contarme de sus moradores e imaginar lo que, al cruzar la puerta, podría llegar a encontrar.
Pero, han sido las esculturas las que, muchas veces al momento de editar, me han hecho pensar en cuán diferentes se ven las cosas cuando aplicamos el “zoom”. La forma en que la figura escultórica se despliega en un principio nos imprime alguna sensación: nos alegra, nos acongoja, nos atrapa o nos agrede, y conforme a eso, tomamos la decisión de que nos gusta o no nos gusta. Es cuando nos detenemos a verla de cerca que los detalles se revelan.  Vemos si tiene uniones, rellenos o alguna imperfección y, todo eso, nos habla de la verdadera forma de trabajar del escultor. Entonces, ya no sólo tenemos una sensación sino una opinión más concreta de su creador y la obra misma.
Lo mismo sucede cuando aplicamos el “zoom” a la vida de la gente. Tal vez, antes de eso, su impronta, su manera de moverse o hasta de hablar definirá lo que sentimos en su compañía. Pero, cuando comenzamos a mirar su existencia más de cerca, vemos los defectos, los errores de su pasado, sus inconsistencias y tal vez, descubramos que lo que veíamos en ella “a lo lejos” no era del todo precisa con la realidad de la persona.
¿Qué hacer cuando nos encontramos con la otra realidad de la gente que esa nueva vista a detalle nos devela?
A los cincuenta y uno, he llegado a la conclusión de que, al igual que esas obras de arte, todas las personas tienen un lado hermoso que mostrar, artísticamente fabricado para vivir en la sociedad, y que las imperfecciones que se ocultan a la distancia son, esencialmente, su verdadera belleza.

viernes, 6 de mayo de 2011

"Me gusta"

Supongo que nada tendría de original el hablar de las redes sociales como el fenómeno que ha cambiado el concepto de comunicación e intercambio de nuestra era. Es algo que, de la noche a la mañana se menciona, igual en los cursos de marketing que en las conferencias de escritores. No hay un entorno que haya ignorado el nacimiento de esta fórmula nueva de relacionarse.
Pero, finalmente, la experiencia de cada quién es tan única como únicos somos los seres humanos. A mí, hace unos días, un comentario me llevó a largos momentos de masticación y rumiar intelectual. Un amigo de mi hija escribió lo siguiente, siete horas después de haber subido un comentario: Como mi comentario no recibió ni siquiera un “Me gusta”, he vuelto a subirlo al muro y yo mismo le he dado uno. El hombre, ¡se sintió ignorado en algo que consideró digno de compartir!
En un principio me hizo reír y después comprendí algo: todos seguimos necesitando confirmar que, lo que nos pasa, es de interés para alguien en el mundo. Un bebé repite la gracia recién aprendida para mirar con ojos complacidos las risas de su mami. El prometido se afeita y usa la loción que sabe que su novia notará. La abuela prepara la sopa de fideos especialmente para el nieto que la visita para asegurarse que el muchacho sepa del gusto de tenerlo cerca. La mujer que recoge los juguetes de los chicos espera que el esposo alabe la pulcritud de su hogar.
La necesidad de que alguien diga “Me gusta” refiriéndose a su vida, su familia, sus sentimientos o pensamientos ha sido satisfecha con muchas otras experiencias y ahora se añade la opción de las redes sociales.
Aunque para muchos resulte absurdo o hasta cómico que compartamos nuestra vida a través de una pantalla, yo lo encuentro casi natural. Tal vez la diferencia está en que, por internet, vamos rebasando nuestras fronteras físicas alcanzando a aquellos que, por tiempo o geografía, no podemos disfrutar.
A mis cincuenta y uno, me está tocando vivir el surgimiento de la cultura social cibernética, que no sólo me resulta atractiva sino, además, me hace evidente la bondad de aquellos seres humanos que invierten algo de su tiempo en “saber” de otros y, a veces, hasta regalan con aún mayor generosidad un “Me gusta” para recordarles que han escuchado su mensaje.

"Encuentro"

Pasaba de todo un poco. Los ojos, de por sí grandes, de mi nieta se tornaron enormes como luceros de noche sin luna. La imagen del mar la hipnotizó y, a la vez, la amedrentó. Mi nieto, aunque ya tenía alguna experiencia en la playa, corrió a preguntarme: ¿Gramma, de donde sale el mar? La inocencia de su pregunta me llenó de ternura. Mi hija, acompañada por sus primos que se han convertido en sus dos hermanitos menores, tomaba fotos con el entusiasmo de quien por primera vez contempla el océano.

El viento que soplaba sin cesar, logró llevar a mi nietecita hasta mis brazos pues la arena en su piel tenía el efecto de dardos de cerbatana mientras mi nieto se atrincheraba bajo la carpa más alejada del reventar de las olas.
La tarde no prometía mucho para los chiquitines y los mayores parecían estar dispuestos a terminarla pronto. Pero, como sucede frecuentemente, un pequeño evento dio un giro a la convivencia. Mi nieto, sorprendido por una ola, terminó bañado de cabeza a pies haciéndonos reír.  Y, a pesar de sus temores iniciales, el chapuzón lo animó a tomar unos pasos para acercarse al mar. La pequeña, imitando el valor de su hermano, comenzó a corretear entre el jolgorio de los demás que comenzaron a juguetear con las olas tratando de evitar que los alcanzara. Del juego con el agua siguieron las guerritas con arena húmeda y, en unos minutos, la playa entintada con el dorado atardecer se estremecía entre las risas de chicos y grandes.
Mis cuerpo no sólo se llenaba de aire de mar, también se rejuvenecía por el sonar de aquellas risas retozando entre el vaivén acuático. Ante mis ojos vi desaparecer la frontera de las edades de los míos por la magia de la felicidad compartida. No había más adultos, niños o adolescentes sino sólo un puñado de seres radiantes de alegría.
A mis cincuenta y uno, puedo sentir como el gozar de mis amados aligera mis huesos y me devuelve el brío de los tiempos en que, lograr saltar sobre una ola, lo justificaba todo.

miércoles, 4 de mayo de 2011

"Regalo"

Nueve horas conduciendo  entre carreteras y calles de la ciudad congestionadas me hicieron reflexionar en el tiempo y lo distinta que puede ser su percepción.
Cuando escucho a mi nieta cantar cuatro canciones al hilo, me doy cuenta de que el tiempo ha volado. Al revisar mis objetivos del año, comienzo a dudar si he tenido un buen manejo de mi tiempo y organización. Si recuerdo las noches en que Lorenzo gemía de dolor con una vértebra fracturada, el correr de los minutos parecía eterno.
Mi percepción del tiempo, parece ser, es determinado por mi vivencia presente aunque también he escuchado la preocupación de un joven que tiene la impresión de que, por iniciar la carrera después que sus coterráneos, ha gastado anticipadamente su futuro al “perder” el tiempo. O la mujer que a sus treinta años comienza a pensar que el plazo se ha cumplido y vive frustrada por no haber encontrado al hombre de sus sueños.
Las semanas que pasé al lado de mi suegra mientras luchaba con el cáncer que, finalmente, le ganó la partida, las recuerdo como un tiempo que todos tratábamos de alargar saturándolo de visitas, atenciones y conversaciones buscando su compañía. Y tampoco he olvidado cuando, a mis 23 años y tras un fracaso que me rebasaba, pensaba que mi vida ya no tenía un futuro y que cualquier sueño quedaba cancelado. ¡Mi tiempo se había agotado! Ahora, mis cabellos cambian de tono por el efecto del tiempo y, todo lo que tengo, será mío sólo por un plazo.
En los términos más estrictos, el tiempo es exacto e inamovible  y, a nivel humano, es un recurso que para nosotros como seres finitos es limitado. Si además, como en mi  caso, creo que es a Dios a quien le pertenece, ¿de dónde me ha nacido la fantasía de que puedo controlarlo?
A mis cincuenta y un años, sigo sin comprender como, el tiempo, es unas veces mi amo y otras veces mi verdugo o, es aliado o enemigo pero, a pesar de todo y sin lugar a duda, es y ha sido ¡un gran regalo!

lunes, 2 de mayo de 2011

"¿Qué dijo?

Mi hijo, aunque poca gente me lo crea, de pequeño era un verdadero parlanchín. Cuando se sentía en confianza, podía hablar con la misma velocidad y constancia que una pianola automática. Andaba a mí alrededor, preguntando o relatando, sin importarle que yo estuviera caminando o haciendo algo más.
Pero recuerdo un día en especial en que, por un momento, la voz del pequeño quedó atrás y yo me detuve al sentir que se había rezagado. Con rostro contrariado me miró y me dijo: “Debías decir que sí, no que no”.  El niño, aunque tenía mi compañía, se había dado cuenta de que no tenía mi atención y, al poner una trampa en su pregunta, confirmó que lo ignoraba.  ¡Yo lo había herido! A pesar de mis disculpas, él calló y continuamos el trayecto en silencio que no logré romper a pesar de insistirle con preguntas para que continuara charlando.
Por mucho tiempo pensé en cuantas veces había hecho lo mismo y él lo había percibido. ¿Cuántas veces lo habría herido al mandarle un mensaje de “lo que dices no es tan importante como para prestarte atención”?
La triste experiencia que viví con mi hijo me hizo más consciente sobre lo que respondo con mis actitudes o con mi falta de atención plena para con la gente que me aborda. Aunque no siempre lo logro, lucho para convertirme en una buena “oidora” y refrenar mi impulso natural de interrumpir o rebatir con mis propios argumentos a mis interlocutores, especialmente, a los niños. Y, no sólo trato de escuchar atentamente a las palabras. También intento recibir el mensaje que la gente me está enviando con sus actitudes, su cuerpo y sus ademanes.
Empiezo a pensar que, el arte de escuchar, ha entrado en desuso. Miro a mi alrededor y percibo gente que, indiferente a la presencia de otros a su alrededor, se ocupa de sus llamadas o sus mensajes de texto; mamás que, desde la mesa de un café, eventualmente voltean a checar que sus hijos estén entretenidos frente a la pantalla del juego. Y las imágenes son variadas pero la esencia es la misma: vivimos ignorándonos unos a otros.
A los cincuenta y uno puedo asegurar, sin temor a equivocarme, que nuestras relaciones y nuestra vida podrían enriquecerse en mucho si, como antaño, nuevamente practicáramos el arte de escuchar y conversar con los demás.