martes, 31 de diciembre de 2013

¡Venga el 2014!

 “Mi absurda lista de propósitos para el 2014”

Querido Dios, ¡hasta aquí llegamos! 
Se nos acabó el 2013 y, primero que nada, te quiero dar las gracias por tantas bendiciones (aunque en su momento, la verdad, parecieron espinosas).
Gracias por el rechazo e insultos que recibí (ya entendí lo que Tú sientes).
Gracias por la falta de gratitud y el rechazo que viví (¿no te cansas de dar, Señor? ¡Ahora Te admiro más!).
Gracias porque mi corazón empezó a fallar (y aprendí a no tomar el regalo de la salud a la ligera).
Gracias por la depresión (y porque la mano de mi esposo siempre estuvo ahí, y obvio, ¡tú también!).
Gracias porque tuvimos que deshacernos de propiedades y no cambiamos el auto (vaya que me recordaste sobre las prioridades).
Gracias por el cansancio que no me dejó salir de la cama tan temprano (tuvimos más tiempo para conversar).
Gracias porque permitiste que extrañara tanto a mi hijo (en la distancia, sigue confirmando y trabajando sobre su vocación).
Gracias por el dinero que no alcanzó (ahora sí podemos decir, como esposos, “en la riqueza y en la pobreza”).
Gracias por las guerras (esta época de paz, reencuentros y restauración en mi familia, me sabe bien. ¡Promesa cumplida!).
Gracias por la incertidumbre y los temores (créeme, no tengo duda de que ¡ese bebé y la salud de mi hija son un milagro!).

Y, ahora, mi lista de peticiones para el 2014:
Empezando como la canción, te pido por salud abundante. . . ¡Olvídalo, Señor! Creo que es mi responsabilidad cuidar de ella, así que mejor te pido para que devuelvas a Manny la salud perdida. ¡Él necesita mucho más que yo de Tu ayuda!
Sobre el dinero, ¿qué tal un incremento en el presupuesto? Pero. . . pensándolo bien, mejor te pido que pongas en mí un corazón generoso para compartir lo que ahora tengo. La verdad, ¡tenemos mucho más de lo que necesitamos! Y, en este momento, nuestro amigo Manny necesita mucho más de esos recursos para conservar la vida.
Aunque, en el amor, no tiene caso que te pida que me des más. Vaya que lo recibo a manos llenas de mi esposo, mis hijos, mis padres, mis hermanos y hasta de mis amigos. Creo que, mejor, mi solicitud es que viva el amor como tú lo haces: Amando cuando el otro parece no merecerlo; amando a quien me hiere, y amar perdonándolo todo.
¿Qué pedirte para este año que inicia, entonces, Señor Dios?

¡Ya sé! Que estés ahí para consolarme, que escuches mis quejas con paciencia, que me alegres con el simple pensamiento de que me amas y que, no importa lo que tengas preparado en el 2014, ¡TE SIGA SINTIENDO MUY CERCA DE MÍ!
GRACIAS POR TODO Y ¡VENGA EL 2014, MI DIOS! (pero contigo)
Nuria

miércoles, 25 de diciembre de 2013

“Lecciones, confesiones y reflexiones: Dios tiene razón”. . . 7

No hace mucho tiempo, mi visión de la vejez se levantaba como un telón gris y amenazante. El declive de las capacidades y la enfermedad de mis padres, me nublaban el optimismo.
Ahora, aunque el tiempo sigue haciendo su labor día a día, las tempestades han pasado y, contra mi pronóstico, encuentro que muchas cosas lucen mejor que antes. Mis temores sobre derrumbes y destrucción han quedado sepultados bajo una realidad inesperadamente dulce: Mis padres, aunque caminan más lento y descubren un nuevo achaque por semana, se aman y procuran el bienestar del otro con más dulzura.

La vejez, ahora entiendo, es un gran regalo para quienes han sabido anclar su matrimonio con votos de fidelidad, apoyo y amor. Cuando veo que el uno baja la velocidad del paso para acompañar al otro, o se cuida de dar tentación con lo que come, si ello daña al compañero, me convenzo de que la bendición de la mutua compañía es el premio y gran regalo por mantenerse firmes en la decisión de amar.
Ayer, con una cena sencilla, festejamos los 57 años de matrimonio de mis padres. Celebramos la unión que ha logrado sobrevivir a las nuevas tendencias que se empeñan en convencer al ser humano de correr tras sus propios intereses, anteponer su realización profesional –a costa de lo que sea –, y borrar del vocabulario la palabra “sacrificio”.
Gracias a que ellos mantuvieron firme el timón durante las tormentas, nosotros, sus hijos, y sus nietos, siempre tenemos un lugar adonde volver para recibir el abrazo y cobijo familiar.
Alguien al felicitarlos, con mucho tino, los llamó “especie en extinción” y comparto su opinión pues, día a día, los matrimonios sucumben en gran número y se rehúsan a buscar el secreto que ha mantenido juntas a las parejas como la de mis padres.
A Dios no le gusta el divorcio, me recordó una amiga, y ahora entiendo por qué. Si Él sólo procura nuestro bien y sabe de los pesares de la vejez, ¿no será por eso que nos quiere bendecir a través del cuidado de nuestro compañero, durante el invierno?
Gracias a mis padres, hoy veo la belleza de la vejez y espero poder deleitarme de esa complicidad que, sólo en los matrimonios viejos, se puede disfrutar.

¡Dios les conceda muchos años más, amados padres, juntos y continuando siendo para el otro, una bendición!  

martes, 24 de diciembre de 2013

Lecciones, confesiones y reflexiones: Revolución. . . 8

Todo iniciaba el día de la revolución que, por la cercanía en el calendario, coincidía con la conmemoración de la Revolución Mexicana.
Siendo un día de asueto, resultaba la fecha perfecta para dedicarnos sin prisas a la decoración de la casa. Esa mañana, bien abrigados, llegábamos temprano al parque destinado a la reserva de árboles de Navidad. Tras una selección cuidadosa, elegíamos al que viajaría sobre el techo del auto y que sería la figura central de la temporada. Y, teniendo un corazón musical, mi hijo era el encargado de asegurar una ambientación navideña “non-stop”.
A partir de ese día, lo mismo nos topábamos con él bajando la escalera, con un gorro de Santa Claus bien calado, saltando y cantando, que tumbado bajo el arbolito para mirar las luces como quien disfruta de ver las estrellas.
El revoloteo en el corazón de mi pequeño, era una incesante revolución de cantos navideños y regocijo por tener a la familia unida. Y la instalación del nacimiento era la oportunidad perfecta para sus preguntas: ¿Por qué había Navidad? ¿Para qué había nacido Jesús? ¿Por qué Santa Claus traía juguetes? Y por mucho tiempo, no faltó la duda a resolver, ¿quién venía primero? ¿Los reyes Magos o Santa Claus? 

La Navidad, gracias a ese chiquillo que parecía infectado de un espíritu frenético de gozo, fue por muchos años la época más linda de mi casa. Fue como un preludio de lo que, muchos años más tarde, entendería como la razón más feliz para celebrar: El nacimiento del niño Dios.
Hoy, la casa luce una decoración navideña. Mis nietos pasaron por aquí vertiendo su entusiasmo colgando esferas y preparando el nacimiento. Yo aprovecho para escuchar música que habla del amor, la paz y la Navidad. Sin embargo, nada vibra con aquel entusiasmo ni parece tener la magia extraordinaria de aquel niño. No escucho los saltitos ni la vocecita tarareando los villancicos. El pequeño portavoz de la alegría navideña está lejos, muy lejos y sólo me queda el recuerdo, uno que al rescatarlo en mi memoria, me hace sonreír.
Cierro los ojos e imagino aquellas noches en familia. Se dibuja en mi mente el árbol sembrado de regalos. Las luces matizan la imagen de mis recuerdos y puedo sentir el amor que fluía entre nosotros. 
Y entiendo, finalmente, que aquel niño que amaba tanto la Navidad, era como la campanilla feliz que nos recordaba y transmitía el verdadero espíritu de la celebración: 
El amor de Aquel que nació para darnos paz, unión y salvación a la humanidad.


¡Que el recuerdo de la llegada del Verdadero Amor, inspire a sus corazones!

domingo, 22 de diciembre de 2013

Lecciones, confesiones y reflexiones: “Hacia arriba y hacia abajo”. . .10

¿Cuándo o porqué, siendo niños, tomamos la conciencia de las diferencias e intentamos situarnos en la escala donde, a los menos favorecidos les llamamos “pobres” y a los que mucho tienen, “ricos”?
A veces, creo yo, es el tamaño de la casa o la frecuencia con la que estrenamos auto. Aunque, cuando asistes a una escuela donde todas llevamos uniforme y llegamos al cole a pie, tales diferencias quedan veladas y acaso se vislumbran en las etiquetas con las que nuestras madres marcaban los libros o en el diseño de la mochila.
Pero, por alguna razón, a mis nietos les llegó la hora y me tocó escuchar un par de vocecitas declarar: “Gramma, es que somos pobres”.
Además del desatino de semejante aseveración, la conmoción me hizo fruncir el ceño y traté de adivinar la razón de sus conjeturas. Siendo difícil puntualizar lo que nutrió su idea, me concentré en orientar su atención a la vida que los rodeaba.
Haciendo una lista de lo más obvio, desde la familia y el cobijo de sus afectos hasta la comida, vestido y juguetes, fueron contestando que nada de eso les faltaba. Pero comprendí que, más allá de las palabras, era importante que ante sus ojos se mostrara una evidencia refulgente de realidad.
Así que, como todos los años, propusimos a los niños una actividad para ejercitarlos en el importante hábito de dar y despertar la generosidad de sus corazones.
Una vez decoradas las cajas y rellenas de dulces, enfilamos hacia una comunidad cercana para entregar los obsequios a los niños, y otros tantos para los adultos. Como era de esperar, cuando mis nietos terminaron de entregar las golosinas, aún seguían apareciendo nuevos rostros que esperaban un regalo. Con ojos sorprendidos y un timbre de ansiedad en la voz, mi nieta exclamó -¡Ya no tenemos más, Gramma!
En cuclillas, junto a ella, le hablé de que casi siempre sucede así pues es imposible remediar y dar a todos los necesitados. Sus ojitos, con un destello de lágrimas, aceptó la explicación asintiendo con la cabeza. Entonces, ante nosotros, la imagen que necesitaba para sembrar un punto de realidad se presentó como el ejemplo perfecto.
¿Qué ven, mis niños? Una casa, respondieron con cierta duda, pues sobre el piso de tierra se levantaba una construcción improvisada con láminas de asbesto y algunos pollos caminaban con libertad a la sombra de los tendederos con ropa. 
¿Aún piensan que son pobres?, pregunté y ambos negaron con la cabeza, escondiendo el rostro entre mis brazos.
¿Qué ocurriría si, con más frecuencia, en lugar de mirar hacia arriba, miráramos a quienes están debajo? ¿Seríamos más felices y más agradecidos?

No lo sé. Por si acaso. . . nuestra familia tomó la lección.

viernes, 20 de diciembre de 2013

"Lecciones inesperadas"

¿Cómo reacciono ante un cambio de planes?
La pregunta me asalta cuando el anuncio de que los planes dos personitas, que son muy importantes para, mí serán alterados.
Mi respuesta, confieso, me señala como inflexible y hasta testaruda. El tiempo que me toma en razonar y aplacar los primeros impulsos de mis emociones, no siempre es corto. Y, nuevamente, antes de alcanzar a levantar el dedo para apuntar al que originó los cambios, cuatro dedos me señalan.
Resoplo al verme reflejada en esa misma situación.
Meses atrás, con mucho entusiasmo, echamos a volar ideas sobre el tiempo que viviríamos con nuestro hijo durante la Navidad y las vacaciones de fin de año. Intercambiando ideas, configuramos un programa que incluía un recorrido por Turquía y paseos en las montañas de Andorra con amigos muy queridos. El viaje resultaba fascinante y ¡sería el primero con nuestro hijo, ya un adulto joven!
Pero Dios tiene la manía de ponernos a prueba y observanos cuando debemos tomar decisiones que requieren de una revisión de prioridades y valores.

¿Pero no es acaso la promesa a mi hijo una obligación que exige cumplimiento?, dije a Dios. Fallarle como padres, con un cambio intempestivo, ¿no es un mal principio para enseñarle el valor de la palabra?
Contando el final, me di cuenta de que lo que aprendí (no hace mucho) y que Dios insiste como una máxima sobre “amar al prójimo como a ti mismo”, confirmó ser la regla a aplicar en este, como en muchos otros casos.
Al poner en la balanza, por un lado el amor a un prójimo y su necesidad de ayuda, y por el otro nuestro viaje familiar, no hubo mucho que pensar. Nuestro prójimo, su salud y su vida, por mucho, pesaron con toda su realidad, en el platillo, y nos indicaron lo que debíamos hacer.
Hoy, a mis amados, les toca vivir la misma lección. Parece que es una lección anticipada hasta que recuerdo que, las mejores enseñanzas y las que más recordamos, se dan en la niñez. Y que el amor, sin importar nuestra edad, es un aprendizaje atemporal y siempre necesario.

Mi corazón, turbado hace apenas unos minutos, recobró el descanso y la paz. 
Cierro los ojos y hablo con mi Dios, no para pedirle que cambie la circunstancia y abra una forma para que los planes resurjan intactos, sino para darle las gracias por utilizar estas lecciones en esas dos personitas y que lo haga pronto pues, los frutos de esa capacidad de entender que el amor está por sobre todo, también serán tempranos.

jueves, 19 de diciembre de 2013

"Desnudez: Fantasmas" (Segunda parte)

Hace tiempo. . . mucho, mucho tiempo, vivió una niña que aprendió con el engaño lo más difícil de ser mujer en un mundo caído. Así comprendió que la confianza se entrega sólo a algunos y que, fuera de los muros del hogar, la maldad andaba suelta. Aunque el dañó tardó años en recibir nombre y ser parte de su vocabulario, el daño fue inmediato y la cicatriz creció para cubrir la herida, atrapándola como una gran coraza que la protegiera del mundo.
Junto con ella, la armadura creció pegada a su piel y, sin darse cuenta, continuó por la vida, aislada y tiritando de soledad.
Dentro del capullo, la niña generó su propia idea del mundo de afuera y lo llamó “amenaza” y “maldad”. Y aunque la niña dejó de serlo, sus ojos olvidaron la natural curiosidad de otear entre la humanidad para encontrar a la gente buena.

Desconfiada y revestida de indiferencia, sobrevivió el abandono del mundo mientras su necesidad de cercanía fermentaba en su alma. Hasta que un buen día, su conciencia creció y creció, abriéndole los ojos para descubrir a la gente bondadosa, los caminos luminosos y las manos sinceras que también habitaban en el mundo.
¡Cuánto tiempo perdido!, se lamentó. Pero una Voz en su interior le aseguró que aún había destino por vivir.
Fue entonces cuando la mujer, sin olvidarse de la sabia cautela, bajó los puentes de su alcázar e invitó a entrar a quienes sólo había intuido desde dentro. Reconociendo su propia fortaleza, se miró al espejo y la imagen ya no le reflejó a la niña indefensa. Su corazón se llenó de esperanza y su espíritu de valor al sentir su brío y sus ganas de correrse en la aventura de vivir.

Llegó el tiempo de renombrar a aquel evento, pensó, y en lugar de herida, lo llamó experiencia. Y sobre la lápida de la niña, con gratitud, posó una flor que le susurró la despedida.

viernes, 13 de diciembre de 2013

“Viviendo hasta hart-ARTE”

Ayer recordé lo que era una mañana frustrante. . . con un buen final.
A pesar de mí empeño, el desayuno que religiosa y pausadamente tomó la encargada de atención al público, en las oficinas del glorioso Instituto Mexicano del Seguro social, logró trastocar mi agenda. A cuatro minutos de llegar a mi siguiente cita, ya con 5 de retraso, recibí la llamada que cancelaba la entrevista de la que habría de nacer un reportaje.
Resistiéndome a la idea de invertir tiempo en el tráfico desquiciado, invertí en el peaje (por segunda vez en el día) para transitar a “otro nivel” por el segundo piso del periférico. Aún consternada por las cancelaciones y retrasos, pasé de largo la salida para volver a casa. Los ojos se me inundaron con lágrimas de frustración y el sol puso sus reflejos sobre ellas. Sólo entonces me di cuenta de algo: ¡Era una mañana soleada y hermosa!
Limpiándome las mejillas húmedas, miré a mí alrededor y descubrí un paisaje urbano nítido en sus contornos rectos y de alturas disímbolas. ¡Qué bonita es mi ciudad!
Ya enfilada hacia el sur e inspirada por la vista, recordé cuánto había pospuesto la visita al Museo de Dolores Olmedo, para echar un vistazo a los impresionistas que visitaban mi país. Cobijados dentro de la arquitectura de la antigua hacienda de La Noria, seguro no extrañarían los jardines de Tullerías y yo no echaría de menos el ambiente parisino.
Entre las salas concurridas (pero no abarrotadas) me topé con un pintor cuyo nombre había quedado velado y confundido con el pensador suizo, Jean Jaque Rousseau, y extraviada su obra, entre los demás impresionistas.

No fueron sólo sus trazos básicos y casi infantiles los que hicieron que me detuviera frente a “El carro del tío Junier”. También, casi de contrabando, mi experiencia se completó al escuchar algo de la vida de Henri Rousseau. Y entre imágenes e historias, mi vida se entrelazó con la suya con la fluidez de las cartas que se integran al ser barajadas por las manos del croupier.
La imagen del pintor, también llamado “El Aduanero”, apareció en mi mente, rodeada de papeles, datos y precisiones para controlar el ir y venir de los productos de los mercaderes. Un artista trabajando en la oficina de aduanas. Pero, ¿acaso no muchos vivimos prisioneros del oficio que nos da sustento? 
Yo sí, Henri, y puedo imaginar tus ansias para correr hacia tu pasión, al final del día.
Esquivando la cacería de los ojos recelosos del guía, un maestro de historia del arte que se resistía a compartir su información con aquellos que no pertenecíamos a su grupo, y dando la espalda a la imagen que miraban las alumnas, también me enteré de que les había “tomado el pelo” a muchos que admiraban su obra. 
Rousseau les aseguró haber estado en lugares que retrataba en su pintura cuando, en realidad, jamás puso un pie fuera de su país, y fue su capacidad para construir verdades alrededor de elementos (plantas conocidas en el jardín botánico, por ejemplo), la que dio vida a obras comprendidas en lugares exóticos y exuberantes. 
¿Por qué será que las mentes limitadas a la realidad, no pueden entender que la imaginación tiene el poder de traspasar cualquier frontera, Henri?
La anécdota y el recelo del envidioso guía me hicieron atragantarme con una silenciosa carcajada.
Para redondear la personalidad de este funcionario, de apariencia formal y espíritu bromista, supe que, contrario a Matisse, siempre esforzado por recibir el reconocimiento de sus colegas, para Henri no existía la necesidad de ser avalado o reconocido por autoridad alguna en el ambiente artístico de su época.
Henri, seguro de su pasión y vocación, pintaba con la técnica que sus ojos filtraban a través de su alma y la hacía fluir hasta su pincel y lienzo. Sin la preocupación de las corrientes pictóricas y técnicas, él plasmó la propia y la disfrutó en toda su autenticidad. ¿A quién le gustaría su estilo? ¡Poco importaba! Le gustaba a él. 
¿Verdad que en el arte, Henri, como en el alma, todos somos distintos y únicos? ¡Anhelo tu libertad, Henri Rousseau!
Ayer, gracias a que perdí una entrevista, una salida en la carretera y “el tiempo”, encontré a un nuevo amigo que vivió más de cien años atrás. Uno que me hizo recordar: lo valioso de vivir la pasión y no dejarse atrapar por la sordidez de la obligación; la fascinante experiencia de escapar de la realidad para crear sin fronteras; y sobre todo, proteger de las formas y tendencias la genialidad creativa que sólo puede vivir en la libertad del alma.

Gracias por los infortunios matutinos y ¡gusto en conocerte, Henri Rousseau!

sábado, 7 de diciembre de 2013

"Por ejemplo"

Madiba (Nelson Mandela) muere a los 95 años y los medios de comunicación, redes sociales y conversaciones de café se llenan de comentarios de alabanza y tristeza por la pérdida.
Entonces se presentan, para quienes no han conocido su historia hasta ese día, las palabras: injusticia, represión, racismo, segregación y abuso. Junto a ellas, la labor de Mandela toma la dimensión suficiente para que el reconocimiento se filtre en cada pésame.
El legado del hombre y del líder quedan en la memoria de la humanidad; la gente se estremece al escuchar de sus 20 años de cautiverio y aplaude su valor para abandera lo que, en su momento, se entendía como una causa perdida.
Y aunque hace tiempo que me convencí que nunca alcanzaré a entender a la humanidad, la observo y oteo en su reflejo para encontrar lo que debo cambiar en mí e imitar lo digno de seguir. 

Trato de imaginar la vida de Madiba y los que le rodearon durante sus años en prisión. ¿Cuántos lo habrán abandonado, cuando el tiempo en la cárcel se sumaba, al considerar su vida como un fracaso? ¿Quiénes habrán unido esfuerzos a su propuesta, cuando el temor arrastró al anonimato y a la cobardía a quienes no creyeron en su causa? ¿Cuántas veces se habrá sentido solo, olvidado y cansado de ver su clamor de esperanza y cambio, ignorado?
Estoy convencida que “las causas perdidas” refuerzan el letargo de las masas, incapaces de ver más allá de su derrota anticipada y ciegos a la visión de gente extraordinaria. Pero cuando esas causas se convierten en cambios milagrosos que traen ejemplo y beneficio a los más necesitados, esas mismas masas indolentes son las primeras en sumarse al coro de elogios, ensalzando los titánicos esfuerzos del ignoto líder.
Me pregunto, ¿a qué grupo habría yo unido mis esfuerzos, de haber estado hombro con hombro con Mandela? ¿A la de los visionarios que vencieron el temor y el desánimo de los que los rodeaban, o al de aquellos espectadores miedosos y conformistas?
Con ejemplos como el de Mandela, casi todos podemos reconocer lo bueno, valioso y digno de alabar. Podemos enlistar lo que lo hizo diferente: Su entrega, su sacrificio, su renunciación, su visión, su esperanza, su convicción y su amor al prójimo desconocido. Todos lo reconoceríamos por su ejemplo.
Hoy me doy cuenta que, día a día, la disyuntiva sobre lo que podemos ser y a que grupo pertenecer, se siguen presentando a todos nosotros. A todas las escalas, los retos para sumarnos a un imposible siguen invitándonos. Y descubro que también nos acecha la inercia del egoísmo, hablándonos al oído, para convencernos que, esa causa, no nos pertenece.
Además de aplaudir y honrar a un hombre excepcional, quiero recordarlo. Y cuando sea mi turno de levantarme, dejando el cómodo asiento de mi bienestar individual, quiero traerlo a mi memoria y tomar prestada su visión impávida para imitarle.


¿Cuántos Mandelas nacerán de la poda de su muerte?

martes, 3 de diciembre de 2013

"I IMAGINED"

During a school play, I heard a young boy who played the Devil saying: “To understand the other´s suffering, all you need is a little bit of imagination”.
So, that night, I closed my eyes and IMAGINED:
I IMAGINED that I had spent months with unbearable joint pain and fatigue on my whole body. That constant cramps, reminded me that little by little, my body was dying poisoned and that my kidneys, pretty soon, would stop functioning forever.
I IMAGINED that hunger had woken me up and I struggled deciding between, to go for food or use the left energy I had to keep myself alive.
I IMAGINED hearing the house´s emptiness echoes reminding me that, for my children´s good, I had to send the away so they could receive the provision I could not give them.

I IMAGINED that I dreamed with my kids´ laughter when we could still play and have fun together at the swimming pool; just to wake up knowing it was time to spend a long day plugged to the dialysis machine to keep myself alive.
I IMAGINED that, one day, God started answering my prayers and I saw people going on my help; some making the weirdest plans or sending out thousands of mails asking for help to have a transplant done to me.
I IMAGINED that my heart was overflowing of gratitude to people that responded to my cry and, also, cried as I saw some others ignoring it because they thought, mine was a distant cause and had to do nothing with their life.

I opened my eyes and found an unexpected reality. The blessings surrounding me were glowing in a way I never saw before, and I thank them from the bottom of my soul. But also, others´ needs changed their color and now had a human shape with faces, tears and voice.


Then I remembered God´s words saying: “So whoever knows the right thing to do and fails to do it, for him it is sin. . .” and I knew there was no way back.

"IMAGINANDO"

En la sala de un teatro escolar, escuché  decir al joven que personificaba al diablo de la obra: Para entender el dolor del otro, sólo hace falta un poco de imaginación”.
Así que, esa noche, cerré los ojos e IMAGINÉ:
IMAGINÉ que llevaba meses de soportar el dolor de las articulaciones y la fatiga de cada parte de mi cuerpo. Que los calambres constantes me recordaban que, poco a poco, mi cuerpo estaba muriendo envenenado y mis riñones, muy pronto, dejarían de funcionar para siempre.
IMAGINÉ que el hambre me despertaba y, en mi interior, me debatía entre ir por alimento o gastar la poca energía del día en esforzarme por sentirme vivo.

IMAGINÉ que el eco de la casa vacía me recordaba que, por el bien de mis dos hijos, los enviaba a un país lejano donde pudieran recibir la provisión que yo no podía darles.
IMAGINÉ que soñaba con las risas me mis niños, cuando aún podíamos jugar y reír juntos en la piscina; sólo para despertar sabiendo que era el momento de pasar un largo rato enchufado a la máquina de diálisis que me mantenía con vida.
IMAGINÉ que, un día, Dios comenzaba a responder a mi oración y veía gente movilizándose para ir en mi ayuda; algunos haciendo propuestas descabelladas o enviando mil mensajes pidiendo ayuda para hacerme un trasplante.
IMAGINÉ que el corazón me rebozaba de gratitud al ver que gente desconocida respondía a mi clamor y, también, lloraba al percibir que otros la ignoraban, pensando que era una causa ajena y lejana a su realidad.

Abrí los ojos y encontré una realidad inesperada. Las bendiciones que me rodeaban parecían haberse revestido de una luz que antes no vi en ellas, y las agradecí desde lo más sentido de mi alma. Pero, también, la necesidad de otros cambió de tono y tomó una forma humana, con rostro, lágrimas y voz.

Entonces recordé las palabras de Dios, diciendo: “A aquel, pues, que sabe hacer lo bueno y no lo hace, le es pecado. . .” y supe que no había marcha atrás.