jueves, 31 de octubre de 2013

“Erase una vez. . .mi vida: Tomando té”

Hace mucho. . . ¡pero mucho tiempo! Antes de los teléfonos celulares, el Facebook y el correo electrónico, las parejas sólo contaban con tres opciones para conocerse: Por carta, por teléfono o. . . ¡Invitando a la chica a salir!
Así fue como muchos hombres se convirtieron en héroes al superar el miedo a la temida respuesta: ¡No, gracias! Ellos debían armarse de valor y preparar el terreno con pequeños detalles que fueran dando indicios a la chica sobre su interés en ella. La creatividad era parte de la relación y se llamaba “cortejo”.
He de confesar que mi chico no fue el más romántico ni creativo, pero si fue el más considerado.
Nuestra primera cita ocurrió en el último lugar que él hubiera elegido.

En una esquina de la calle de Florencia (cuando la zona Rosa aún era congruente con su nombre y no había cambiado su tono a rojo), se dio cita el primer encuentro. Era una pequeña casa donde el menú principal era el té y en el aire flotaba música suave (¿o habrá sido el revolotear de mariposas en nuestros estómagos?). Las mesas redondas, con tan sólo dos sillas cada una, sugerían que se regían por aquel dicho que asegura que “lo que se dice entre dos, no se dice entre tres”. Los asientos, dispuestos uno frente al otro, confirmaban que las miradas estaban destinadas a tenerse una frente a otra.
Así fue que, envueltos en un aroma de té de menta, comenzamos el juego de preguntar sin hacerlo y dar las pinceladas sobre el lienzo donde pintaríamos el retrato del otro en nuestra memoria. Las ganas de conocernos hicieron que el tiempo se alargara y más de una taza fue servida en nuestra mesa.
Hoy, cuando miro a las parejas que viviendo las ansias de conocerse, se saltan esos pasajes del galanteo y viven sus prisas corriendo hacia una anticipada intimidad, siento pena pues se están perdiendo de momentos mágicos y, más allá, están haciendo a un lado los tiempos clave en el verdadero arte de aprender quién es realmente el otro. La conversación pasa a ser secundaria y le dejan la labor a la piel, tan limitada en su percepción.
Cuando preparo una taza de seductores aromas, mi mente regresa  a ese rincón de la ciudad y mi piel se eriza al recordar la mano de mi amado que, aprovechando el momento para acercarme la taza, travieso, se atrevió a rozar la mía.
¿El fin de la historia? Simple y trascendental:

TE tomo como esposo hasta que la muerte nos separe"

lunes, 28 de octubre de 2013

"El lado luminoso"

Abro el clóset y una cascada de recuerdos se mezclan con los aromas de tu vida. La habitación se inunda de tu presencia. Entre los papeles apilados descubro tus ojos atentos y a la caza de la inspiración de sueños y relatos. No hay espacio en mi ser que quede sin vibrar ante la sensación de que estás por cruzar el umbral y arroparme en un abrazo. ¡Cuánto te extraño!
Me siento sobre la cama, miro el muro frente a tu escritorio, estampado de recordatorios y frases que te has inventado para que no se esfumen tus hallazgos de sabiduría. Aspiro hondo y mi corazón se alegra al sentir los recuerdos avivados en la flama del orgullo de ser tu madre.
Pienso en tus amigos, ahora sí, de muchos años. Te has sabido ganar su cariño, su respeto y has sembrado en ellos el deseo de permanencia junto a ti. Traigo a la memoria a tus maestros, muchos de ellos compartiendo esa satisfacción por guiar tus eternos deseos de conocer, aprender y crecer. ¡Cuánto aplaudo tu férreo compromiso!

Recorro con los ojos tu espacio y siento el ondear de la bandera blanca con la que te abres paso por la vida. La paz, la conciliación y el respeto están inscritos en ella. ¡Cuánta gente como tú, amante del prójimo y la armonía, hacen falta en nuestro mundo!
Me levanto y camino hacia la puerta, resistiéndome a dejar esa compañía que me prodigan cada una de tus cosas: Partituras, libros, música y un sinfín de escritos. Entonces, como por asalto, se filtra el viento en la ventana, entretejiéndose en mis rizos, y una sonrisa aflora de mis labios. Es como si tu mano traviesa volviera a alborotarlos y te dispusieras a correr a mi habitación para, simulando un vuelo, echarte de barriga sobre mi cama. ¿Cuándo empezaste con aquella travesura? No lo recuerdo, pero lo mejor está en que no has dejado de desordenarme la melena y te sigues deleitando en desbaratar el cubrecama para tenderte cual gatito y esperar a que rasque tu espalda y acaricie tus cabellos.
Después de tantos días de lluvia y cielo encapotado, al sentirte cerca en mi memoria, me deleito al pensarte y mirar, con ojos quietos y sonrientes, el lado luminoso de la luna.


“Honra a tu padre y a tu madre, para que disfrutes de una larga vida en la tierra que te da el Señor tu Dios”. –Honra en mi hijo tu promesa, Señor.

miércoles, 23 de octubre de 2013

"Si tan sólo. . ."

Si tan sólo pudiera remontar el viento, trepada en las alas de las nubes y convertirme en cenizas al llegar al sol.
Si tan sólo pudiera sacarme el corazón y dejarlo mecerse entre las olas para curar su cansancio.
Si tan sólo pudiera llevar mi alma hasta el remoto día cuando la felicidad se enseñoreaba.
Si tan sólo pudiera desgarrar los dolores, hacerlos filamentos de escarcha y dejarlos secar al calor de las sonrisas.
Si tan sólo pudiera filtrarme en ese tronco y colarme en sus raíces para volverme a la tierra.

Si tan sólo pudiera. . . pero no puedo y me encorvo en el diminuto espacio dentro de mi cuerpo, atrapada en mi presente, destinada a vivir lo que no quiero.

lunes, 21 de octubre de 2013

"Puros cuentos"

Cuando niños, casi todos hemos escuchado el tradicional cuento de Caperucita Roja y el lobo. Hoy, casi por puro ocio, releí la tan conocida historia y encontré que, retirando los betunes infantiles, entraña enseñanzas útiles a estas alturas de mi vida.
Comencé por la madre y su instrucción a Caperucita de llevar víveres a la abuela enferma, cruzando el bosque con sus consabidos riesgos (¿o le habría hecho recomendaciones antes de enviarla?)

La madre, motivada por una buena intención, decide tomar el riesgo y envía a la inocente hacia el trayecto donde sabe habita el lobo y “otros” extraños. Su consejo es: “no te apartes del camino y no hables con extraños”. Y todo el asunto me pone a pensar.
¿Era el verdadero riesgo que ella hablara con extraños? El andar por el camino, a fin de cuentas, era la opción que más posibilidades daba para que se topara con otros transeúntes y, hablar con el lobo, ¿era el verdadero riesgo, conociendo la naturaleza carnívora de la bestia?
La vaguedad en las advertencias maternas me parece no sólo insulsa, sino casi tan infantil como la niña misma. Y, un poco más allá, irresponsable.
Entonces imagino una típica escena actual donde una madre despide a su hija para ir de campamento, a una excursión o una visita: “Pórtate bien, te cuidas”. ¡Más imprecisiones y advertencias inútiles! ¿Acaso no es obligación del adulto señalar los riesgos específicos a los que puede enfrentarse la criatura? En cambio, encapsulamos la experiencia y deseos de bienestar en la inútil frase “te cuidas”. Si además, evaluando la circunstancia de riesgo, encontramos que la niña no sería capaz de maniobrar con las posibles dificultades, ¿no es osado e irresponsable someterla a tales peligros?
Tal vez, de todos los personajes del cuento, la madre es quien más reproche me merece. No sólo es de señalarle que “sus buenas intenciones” no eran suficiente razón para poner en riesgo a su hija, sino que la lógica más elemental no es parte de su forma de advertirla sobre los peligros.
A lo largo del cuento, cada personaje actúa como su rol le exige, menos ella. Y en el diario vivir, descubro que muchos de nosotros nos justificamos con nuestras buenas intenciones, ponemos en riesgo a terceros por nuestra falta de lógica; somos imprecisos en nuestras advertencias y, al final, parece que otros tienen responsabilidad de nuestras decisiones.

¿Es en verdad un cuento para niños?

viernes, 18 de octubre de 2013

"La cueva"

Mi alma está llagada y mi cuerpo exhausto. ¿Cómo pueden diez años pesar tanto? Si fui contando los años, uno a uno, ¿por qué hoy parece que han duplicado su peso sobre mis espaldas? Mi corazón se queja dando puntapiés a su ritmo y se rebela. ¡Ya no quiero seguir!, me grita, y yo lo tranquilizo con la pastillita blanca y diminuta. ¡Pobre corazón! Retoma el ritmo a fuerza de químicos que le marcan el paso, pero nada espabila su pesar.
Los puentes de mi vida se van derrumbando, uno a uno, coartando los caminos que marcaban mi futuro. La rutina de risas y juegos se esfumó, dejando sólo los recuerdos de risas de niños y fantasías.
El puente de la esperanza, que empiezo a intuir como la imagen ilusoria de mis anhelos, ya no existe. El devastador rencor, con sus aguas de pasado, lo han destruido y el espacio hacia un futuro de paz, amistad y reconciliación parece infranqueable. Sólo un milagro podría levantar de nuevo esos peldaños. ¿Acaso tiene sentido seguir esperando ese milagro? La desolación me responde que no.
Por eso he decidido irme a la cueva. Necesito esos muros estrechos con que sólo la soledad puede abrigarme. Necesito acallar los insultos con los que se han sembrado mis recuerdos. Es imperante, para seguir viviendo, dejar de ser blanco de los ataques de quien se supone habría de amarme y respetarme. Debo, si quiero lograr echar fuera el impulso natural de odiar a quien tanto me ha herido, alejarme y resguardar mi espíritu en el hueco de la cueva, como un nuevo útero que me permita volver a nacer con fuerzas renovadas de perdón.
Puedo entrar en ese espacio y alejarme pues tengo la certeza de la presencia de quienes me esperarán afuera. Sé que puedo contar con la mano firme y tibia de mi compañero, la mirada de mi hijo, el consuelo de mi hermana y mi hermano, mis dos ángeles guardianes, y el hombro de mi amiga. Estaré en soledad, y sin embargo, siempre sentiré su compañía.
Estoy lista para seguir escuchando el eco de reclamos, sordos e ignorantes a mis penas y la decepción de mi alma. Pero lucharé por dejar de escuchar a sus exigencias y condenaciones.
Reconozco mi limitación humana, mis errores, mi participación en los fracasos pero, ¿eso me condena a ser el blanco eterno de la frustración ajena?
Preparo mi morada que, aún no sé, me alojará un día, una semana y. . . ¡qué sé yo de tiempos, sanidad y respuestas! Sólo sé que debo entrar en esa cueva pronto y hablar con Él, el único que tiene las respuestas sobre el tiempo por venir. Él escuchará mi queja: ¡Señor, estoy cansada!

Escucho pisadas y una caricia de aromas despierta mis sentidos. Abro los ojos. Un rayo se cuela entre las persianas y me entrega el mensaje: 
Quédate quieta y reconoce que Yo soy Dios”.

Respiro, casi sonrío. Estoy viva y me pongo en pie. . . ¡Sigo de pie, Señor!

lunes, 14 de octubre de 2013

"Lunes"

Lunes. Jalo la sábana sobre mi cabeza y la convierto en una barrera infranqueable que no permita el asalto de la realidad. Suspiro. La bota de un hombre se posa sobre mi pecho y mi corazón se queja, no puede palpitar. Pero el intruso, llamado tristeza, reclama su territorio y aprieta con más fuerza, machacando mi respiración.
Algo zumba y lo atrapo con la mano para arrojarlo contra el muro. Me detengo. No tengo las agallas de enfrentarme al despertador, ¿cómo entonces espero poder hacerlo con el mundo?
Me envuelvo con la tela, mi única aliada, y giro para esconderme bajo la almohada. Dentro de mi mente, aprovechando la maniobra, mis recuerdos comienzan a caer como canicas bajando la escalera.
Ahí están ellos. Sonrío.
Mis brazos se llenan con ese bulto sonriente y calientito. Rozo con mi dedo su mejilla. ¡Es hermoso!
Dos vocecitas me sacan del ambiente de ensueño que el bebé lleva consigo. Es hora de jugar, anuncian. Mi atención vive el suave jaloneo de sus juegos. Un libro, los colores, pequeñas piezas ensambladas, la pantalla con sus retos y deseo, por enésima vez, partirme en tres para no perderme un segundo de su vida, su compañía.
La puerta se abre y aprieto los ojos para no ser descubierta soñando. Los pasos del guardián de mi tristeza se detienen junto a la cama. El aroma del café que ha traído quiere convencerme de intentarlo. Espero a quedar a solas para moverme. No quiero testigos si es que fracaso en mi propósito.
Retiro las mantas y mi cabello alborotado se convierte en el retrato de mis sentimientos de añoranza y pena. Bajo un pie. Luego el otro. El frío del piso y de la realidad, espabilan mi conciencia. Abro los ojos y me doy cuenta de que, su ausencia, es tan fría como ese piso.

Miro a la ventana y compruebo mi sospecha. Mi ánimo ha pintado el cielo con nubes grises y soledad. Avecina una tormenta, sorda, como de lágrimas escurriendo en las mejillas.

viernes, 11 de octubre de 2013

"Erase una vez. . . mi vida: Cambiando mi destino"

A los 13, toda niña tiene una pasión y un hobby. En una escuela con sólo mujeres y comandada por monjas, las opciones eran un poco limitadas en lo referente al sexo opuesto. Así que muchas vertían las inquietudes juveniles en imágenes de artistas con las que decoraban sus carpetas o compartían las portadas de cantantes con las compañeras de clase. ¡Obras de arte en las que invertían sus talentos y su pasión!
En mi caso, como buen patito feo, mis alcances eran más tímidos. ¿Cómo pretender siquiera la idea de pronunciar el gusto por un joven galán, aunque fuera de papel? ¿Quién podría fijarse en alguien con cabello tan rizado, ojos tan pequeños y plana como un burro de planchar?
Pero, todos necesitan una pasión y un hobby, y no fui la excepción. Mi pasión, entonces, fue la música y mi hobby soñar en una vida llena de conciertos, yo interpretando el violín. Sí, hubo un tiempo en el que estudiaba, simultáneamente, el acordeón, el piano y el violín. Pero era el violín, por su dificultad caprichosa y su sonido melancólico el que me encendía la pasión por un futuro musical.
Lo estudiaba encerrada en la habitación y con rigurosa sordina pues, en lo que aprendía a tensar y hacer fluir el arco sobre las cuerdas, los chirridos desquiciaban la calma de mi casa. Aun así, no cejaba en el intento de dominar el complejo instrumento hasta que. . . me llené de inseguridad y cambié mi destino.
Bastaba con estar justo a mi prima, con sus uñas bien manicuradas y barnizadas, para que mi futuro se desvaneciera entre las dudas. Cuando nuestras madres nos pedían pararnos unas junto a otras, y comparaban la evolución de nuestros cuerpos, mi alma se deprimía y mi espíritu salía corriendo. ¿Cuándo dejaría de ser el pato feo? ¿Tenía caso tener un sueño de ser apreciada y amada, con semejante físico?
Así que, un día, tuve que tomar una decisión. ¿O me cortaba las uñas al ras para poder continuar mi conquista sobre el violín o las dejaba largas para comenzar a cambiar la imagen deslavada que lucía? Y mi inseguridad ganó. . . dejé el violín, de un día para otro, encerrado en el estuche negro que también guardó mi sueños de concertista.

Ayer, con uñas alargadas, esmaltadas de negro y destellando un decorado dorado, recordé esos tiempos y apliqué mi experiencia para cambiar mi destino. ¡Las corté al filo de la carne y con eso cambié mi destino!
Esa decisión tan simple, abrió el futuro inmediato, los siguientes minutos incluso, a una vida distinta. Con soltura y ligereza, mis dedos pudieron pasear por el tecleado a la velocidad de mis pensamientos y pude completar la historia que aún colgaba sólo de mi imaginación. Tal vez, a pesar del estorbo de las uñas largas, de haberlas dejado en su longitud original, hubiera podido completar la tarea pero. . . ¿cuántas ideas habrían perdido su rumbo mientras corregía el tropezar de teclas con mis dedos estorbados por las uñas? ¿Habría fluido la inspiración con el mismo ritmo de haberme tenido que volver en el camino, reescribiéndola, una y otra vez?

Después de lamentar el recuerdo de aquel sueño frustrado, creo que aprendí la lección. 
Hoy pienso que, muchas veces, son las pequeñas decisiones las que dan un rumbo totalmente distinto a nuestra vida: Un perdón no otorgado, un rencor guardado, una palabra de aliento a tiempo,  una disculpa al niño ofendido, un silencio respetando un reencuentro, una segunda mejilla para que el otro descargue la ira, una respuesta amable, unas uñas cortas, un “te quiero” o un “siempre estaré contigo”. . . todas esas pequeñas decisiones son importantes, pues sin saberlo nosotros, pueden cambiar nuestro destino.

martes, 8 de octubre de 2013

"Papeles"

Estoy convencida de que la vida es como una interminable obra de teatro, donde cada uno de nosotros elige un papel y lo desempeña en los diferentes actos. Cada circunstancia, un acto, nos da la oportunidad de seleccionar el rol que queremos interpretar.
Así encontramos a los protagonistas de la historia de nuestras vidas:
Está el villano que, aunque parezca mentira, no es tan fácil de identificar pues en nuestra sociedad, con la confusión de valores, ya no estamos seguros que es el bien y el mal, como tampoco podemos saber si la actuación va en uno u otro sentido. ¿No es el caso de quien asesina a un bebé, abortando? ¿Víctima o villana?

La víctima, el personaje al que todos podríamos señalar como el sufriente en la circunstancia, también tiene sus ventajas. El poder que ejerce sobre los que la rodean, mostrando sus reclamos y sus dolores, a veces compite con el líder del reparto. Tal vez, en el caso de los niños, este rol sea el más genuino pues ¿quién no ha visto a un niño siendo usado por sus padres como arma o moneda de cambio, sin que nadie levante la voz por ellos o luche por sus derechos? A los niños, casi por definición,  en una situación de crisis de adultos, les toca llevar el penoso rol de víctimas.
El más popular y el más reñido de los papeles es, sin duda, el de juez y le sigue el de verdugo, aunque nadie lo quiere reconocer.
Para quien se queda con el personaje del juez, una estela de reconocimiento secreto se extiende a sus espaldas. A él, con el mérito de tener pecados y errores más “pequeños” (en su propia opinión, por cierto) que el juzgado, se le concede el derecho de señalar al culpable y dictar sentencia. “Tú sí mereces perdón. . . tú no. . .”, dicta el juez y la consecuencia se impone por la aplicación de su criterio de selección.
Quien ejerce el rol del verdugo, en muchas ocasiones, se mezcla con el de la víctima. ¿Acaso no han visto a una ex esposa crucificar al padre de sus hijos, borrándolo de su vida,por las heridas que ella sufrió, olvidando su participación en esos pleitos y no asumiendo sus propias culpas? Ella, cual verdugo, corta la cabeza y se levanta en el pedestal de la víctima, papel que en realidad es natural para los hijos.
Los héroes. . . los héroes en estos días son poco populares. A riesgo de ser llamados entrometidos, la mayoría opta por jugar el papel de relleno, fuera del protagonismo y quedarse con la tranquilidad del que observa y no busca problemas. ¡Suficientes tiene ya con los suyos!, es su excusa. Así es como, los caudillos de antes, van quedando en el olvido y la obra de nuestra vida transcurre con historias de injusticia, sin la esperanza de que alguien luche por las verdaderas víctimas. Pero. . . así es la vida.

Ahora te pregunto, ¿qué papel juegas tú en la historia de tu vida?

lunes, 7 de octubre de 2013

"Humedad"

Un vistazo al techo del comedor y la pesadumbre me aplasta el ánimo.
¡Otra vez, la humedad ha arruinado el aplanado y la pintura! Como burbujas a punto de reventar, el agua acumulada abulta el esmalte que hace menos de un año aplicaron y es obvio, inminente, que el yeso caerá en cualquier momento. ¡Cuánto esfuerzo y dinero desperdiciados! ¡Qué poco me duró el gusto de ver el espacio decorado y perfecto!
Pasada la contrariedad del hallazgo, me propongo a hacer un plan para la reparación y recuerdo. . .
El origen de la humedad, que quise ignorar, está en la tina de hidromasaje del baño de la planta alta. Una gota constante que, al verla diminuta, resolví ignorar. El arreglo quedó pospuesto por considerar que el daño no pasaría de un pequeño charco que a nadie incomodaría. ¿Cómo iba yo a imaginar que, al paso de pocos meses, la avería se extendería y se trasminaría hasta la planta baja? Pero la consecuencia ya es parte de la realidad y me resigno a lo que viene.
Ahora tendré que lidiar con el polvo que invadirá toda la estancia cuando, para ventilar y secar la zona, retiren el yeso del aplanado. También me ha anunciado el plomero que le tomará algunos días romper parte del muro del baño y será necesario cambiar las tuberías afectadas. ¡Más escombros y desorden! Tendrá que cortar el flujo del agua por un par de días y el agujero en el comedor, probablemente, deberá permanecer como parte de la “decoración” por algunas semanas hasta que haya secado completamente ¡Tiempo! No hay otra solución más que dejar que el tiempo haga su parte.

El porvenir, reconozco con desgano, no se me antoja y puedo imaginar todas las incomodidades que están por delante. Las molestias postergadas están cobrando factura con intereses.
Entonces pienso en las “otras averías” y viene a mi mente la queja que alguien cercano pronunció hace unos días: “¡Otra vez! Parece que no es posible vivir en paz más de dos o tres meses”. Los desperfectos en las relaciones familiares, al igual que la gotera y la humedad en el techo, están exigiendo atención. También han sido postergadas las reparaciones e irremediablemente, esta vez, se requiere de romper, cambiar y dejar secar antes de recubrir las zonas dañadas con yeso, sellador y pintura. No tiene caso pintar y repintar, aunque lo haga con el esmalte de mejor calidad, si por dentro persiste el daño.
Esa reparación de relaciones, al igual que el techo, es impostergable y necesaria. Y, a decir verdad, sé que tampoco será placentera.
Me esfuerzo por hacerme a la idea de que tendré que trabajar ambas cosas y me repito que, en la vida, no todo lo que hacemos es grato. Hay temas que se atienden porque son necesarios.

Así que, ¡manos a la obra! Y que el tiempo haga su parte.

viernes, 4 de octubre de 2013

"Sonidos y silencios"

Decía mi padre que la música, para serlo, debía incluir tanto sonidos como silencios. Y esto, traducido a la convivencia, implicaba presencias y ausencias para dar un espacio sano a las relaciones.
Por mucho tiempo, su comentario me parecía desatinado pues pensaba en que la única forma de asegurar al otro –nuestro compañero o seres amados– que estábamos para apoyarlo, era con nuestra presencia física.
Ahora, a mis cincuenta y tres años, comienzo a entender la necesidad y beneficio de la ausencia.
Con varias décadas de vida, comprendo que nuestra ausencia le da tiempo a la otra persona de recapacitar y pensar, sin la interferencia de nuestra opinión.

Otras veces, cuando nos ausentamos, dejamos el espacio libre para que nuevas compañías enriquezcan la vida de nuestro ser amado. Y en el peor de los casos, al no estar, le regalamos una forma de revalorar la relación y recapitular sobre lo que ella trae a la vida de ambos. Sólo entonces puede re-direccionarse, si es que ha perdido el rumbo y recobra sentido cuando lo ha perdido. La distancia puede ser la oportunidad de convertirse en una mejor relación.
La música de mi vida, hoy, incluye silencios que implican ausencias  de gente importante para mí. A veces, esos silencios son dolorosos y la añoranza malluga mi ánimo. Pero, a pesar de todo, he aprendido a valorarlas y hasta agradecerlas, convencida de que una vez superadas, el vínculo estará más pulido en verdad y autenticidad.

Es difícil no estar junto a quien hace que nuestra vida tenga más sentido pero, el sacrificio de dejarlos ir lejos y no disfrutar de su presencia, tarde o temprano. . . sé que traerá su recompensa.

jueves, 3 de octubre de 2013

"Diez minutos"

Llegó la hora de apagar la luz y ajustar el despertador para el día siguiente.
Repaso mentalmente los preparativos para la jornada escolar: Uniforme, lonchera, mochilas, ropa y chamarras, ingredientes para el desayuno y maleta para clase de natación. Terminado el recuento, vuelvo al despertador y repienso la hora que habré de fijar. ¡Seis y cuarto! –concluyo, presionando las teclas de los números  y. . . dudo.
Al día siguiente, en cuarenta y cinco minutos, con un poco de apuro, estaría bañada, vestida,  maquillada y el cabello arreglado; prepararía los desayunos y el lunch del día. A las siete en punto, con el fondo de la Suite no. 3 de Vivaldi, iría a la habitación a despertar a mi nieto para iniciar con el desayuno, vestirlo, peinarlo y asearse los dientes. Aun así, el tiempo no me cuadra y no me gustan, ni en el pensamiento, las prisas.
Recapitulo las escenas y resto diez minutos al horario inicial. Seis con cinco a.m.  Sonrío ante la convicción de que todo será mejor.

Retomo mis pensamientos hasta el momento de ir a la habitación a oscuras, donde mis dos nietos respiran suavemente mientras aún duermen. Tomo a mi nieto entre mis brazos y lo acuno en mi pecho. Camino hasta mi habitación, susurrándole al oído: Buenos días, mi dulce niño. Te amo con todo mi corazón. . . Dios te bendice, mi pequeño.
Me siento sobre la cama y lo arrullo. Él comienza a abrir los ojos y me sonríe cuando le pregunto cómo ha dormido. –Bien, Gramma– responde. Acaricio su cabello y lo beso. Él, como un minino, se arrebuja y cierra los ojos otra vez, sin dejar de sonreír. – ¿Estás listo para el desayuno? Y, con el gesto más dulce del mundo, asiente y se deja abrazar y besar aún más.
Acomodo las almohadas como respaldo y lo siento frente a mí. Ajusto la charola con su comida favorita cuando, al fin, sus ojos se terminan de abrir. Tomados de las manos, hacemos una pequeña oración para agradecer a Dios y, ya totalmente despierto, alterna cada bocado con mucha conversación.

Diez minutos. Es el tiempo de un ritual, calmo y gentil, con el que decido iniciar el día de mi amado nieto. Diez minutos que restaré a mi sueño para invertirlo en el mejor proyecto de mi vida: Su felicidad.

martes, 1 de octubre de 2013

"Cuando hablaba de él"

Su nombre era Salvador. Aparentemente serio pero risueño al estar entre amigos. Fue muy buen padre y un esposo cooperativo y servicial. Me gustaba observar cómo se transformaba en un joven relajiento cuando bailaba “Sergio el bailador”, pero más me gustaba cuando hablaba de él.
Sus ojos se rasgaban y el corazón irradiaba un orgullo que le hacía brillar los ojos cuando, a la memoria, venían recuerdos de la infancia su hijo y, con una sonrisa agregaba: ¡Ese Chavas, siempre ha sido un tragón!
Entonces las anécdotas comenzaban a ventilarse. Fue así que me enteré de que, como premio por el primer lugar en la escuela, siendo aún un niño pequeño, su Chava había pedido un pollo rostizado ¡para él solito! Y se añadía el comentario sobre el libro de Macario, el primero que su hijo había leído por recomendación suya.
También supe de la rutina entre padre e hijo donde, acompañado de una pandilla de amigos, lo llevaba a las desiertas calles de Vista Hermosa para que los chicos se deslizaran en patineta y avalancha. Ahí entraba el hijo a completar la historia, recordando cómo sus amigos les preguntaban si su papá también podía ser su papá. El recuerdo le hacía surgir una satisfacción que lo hacía sonreír.
El tiempo de su cambio a Puebla, donde padre e hijo vivieron solos en la nueva ciudad, parecía ser su mayor tesoro. El hijo aún sentía gratitud por la generosidad de su padre quien, teniendo sólo un auto disponible, se lo dejaba para que fuera a la universidad mientras su padre se iba a pie. Como descubrieron el mejor lugar para comer “guajolotas” y otras delicias poblanas, redondeaban la historia.
Fue con esas anécdotas que comprendí el origen de las mejores cualidades de Chava, a quien yo llamo Gordito y que ha sido mi compañero y esposo por casi treinta años.
Hoy, es un hombre adulto. Esposo, padre de dos hijos y abuelo de tres hermosos nietos y, al igual que Salvador, su padre, yo me deleito en hablar del hombre excepcional en que se ha convertido.
Un día, cuando nuestros nietos crezcan, escucharán las historias de su abuelo, un hombre ejemplar, de mi propia voz. Sabrán de su entrega a la familia, de sus diarios sacrificios para ser el mejor proveedor; de la paciencia infinita para compartir tiempo y juegos con sus hijos y nietos, a pesar del cansancio; del optimismo inagotable y la fe en Dios que lo levantaba en los tiempos difíciles; pero sobre todo, sabrán del hombre cariñoso, fiel y servicial que ha sido para mí, su afortunada esposa.
Dios bendiga a ese hombre, mi esposo, en el día que celebramos un años más de vida.


¡FELIZ CUMPLEAÑOS, GORDITO!