jueves, 29 de marzo de 2012

"Sollozos"

Tres segundos sin movimiento y, sin pensarlo, surgen de ningún lado sollozos y lágrimas.
¿De dónde han salido tantos lamentos? ¿Qué es esta tristeza que me ancla a mitad del pasillo y no me deja avanzar?
Respiro hondo y, cerrando los ojos, busco el origen. ¡Son ellos! Ahora reconozco sus voces y sus quejas apelan a mis razones. La larga lista de ellas se yergue altanera y confirman que sólo usaron su derecho a tomar mi tiempo, mi vida.
Suspiro. Tal vez estén en lo cierto. Las razones para invertir mi tiempo fueron ineludibles y, mi vida les perteneció. Pero, ahora, los que no viven por ninguna razón, porque no la necesitan, buscan las migajas de tiempo que requieren para sobrevivir.
Cada personaje de mi mundo, aquellos que viven en mi mente y se nutre de mis ideas, se mira lánguidos y desfallecientes. Los hilos de la novela que los mueve parecen corroídos por el olvido y se asfixian al vivir en el lugar sin espacio ni tiempo.
Cómo quisiera poder explicar al mundo, al que todos llaman “real”, que el mío, el que sólo yo necesito que exista, se está desvaneciendo moribundo por mi olvido.
Si tan sólo pudiera levar anclas y extender velas para navegar hacia él. Encontrarme con mis personajes y escribir un poco, aunque fuera sólo un poquito, de su futuro, sus emociones y sus dramas.
Un día, tal vez mañana, iré a su encuentro para llenar páginas con sus vidas, sus historias.

martes, 27 de marzo de 2012

"Aposhcaguada"

Si no se entiende lo que escribo, no hay problema porque, confieso, tuve que revisar en internet la palabra “Aposhcaguar” antes de usarla.
La realidad es que, desde el amanecer, me siento así, aposhcaguada. No sé si esa humedad en el alma me venga de tantas lágrimas guardadas o, simplemente, de las que anoche derramé entre sueños. Y, peor aún, ni siquiera puedo recordar el sueño sino sólo esa sensación de tristeza, como de tarde de domingo en mi infancia.
Hoy, el sol, por más que brilló, no logró escampar las nubes de los recuerdos ni calentar mi ánimo para ponerlo en marcha.
Aunque estoy aquí, me siento lejos. Y aunque podría dejar el rincón solitario, me arrebujo entre la soledad de las paredes estrechas. Hoy soy como el mosquito que, atrapado en la telaraña, deja de aletear para zafarse y retomar el vuelo.
Mis pensamientos aguados se han impregnado de aroma a viejo y mis huesos tienen ganas de rechinar de aburrimiento.
¿Será que me he quedado sin aliento nuevo? No lo sé y averiguarlo me suena muy cansado. Así que seguiré, al menos por hoy, aposhcaguada.

jueves, 22 de marzo de 2012

"Hablar bien"

Existe gente que, con gran naturalidad, siempre encuentra palabras adecuadas para describir a otros con benevolencia y optimismo. Tales personas tienen el don de rescatar lo bueno hasta de aquellos que, otros, clasifican de indeseables.
Pero, ¿qué sucede cuando alguien nos pide que hablemos lo bueno de nosotros mismos?
En casi todos los casos, la primera reacción es cierta vergüenza y le precede una modestia que nos alerta de caer en el garlito de la arrogancia y el orgullo.
La verdad es que, para la mayoría de nosotros, hablar bien de nosotros mismos es un ejercicio difícil a pesar de que, en el fondo, podemos reconocer dones y talentos únicos y valiosos que nos hacen especiales, diferentes.
Pero, en mi opinión, practicar de manera regular el hablar bien de uno puede llevar consigo un ejercicio de autoevaluación que nos permite identificar aquellas cosas en las que nos hemos esmerado en generar e integrar como parte de nuestra personalidad y nuestra vida. Y, más allá, al reconocerlas, podemos tener un momento de satisfacción al ver aparecer en nuestro resumen rasgos, conductas o actitudes de las que antes no podíamos jactarnos.
Tal vez nos encontremos que hemos aprendido a callar y controlar nuestra lengua en momentos de crisis, o hemos dejado de ser demasiado críticos, o el orden de nuestra agenda se ha cristalizado en compromiso, o ahora ese orden obsesivo se ha convertido en algo relajado y flexible. 
Los hallazgos no sólo son motivo de satisfacción sino de aliento para recordarnos que, no importando la edad, podemos seguir evolucionando y mejorando, incluso. . . si ya transitas los cincuentas.

martes, 20 de marzo de 2012

"Y, Maslow, ¡tenía razón!"

Para alguien que ha vivido orientado a la productividad y el manejo del tiempo siempre con la intención de hacerlo útil, descubrir que el ocio es necesario, es un gran hallazgo.
Y es que, a últimas fechas, he descubierto gustos inusitadamente placenteros como: tomar café sentada en la sombra, bañarme después de las diez de la mañana, echarme en la hamaca y mirar las nubes pasar, escribir en pijama, leer los comentarios de mi página social sin prisas o leerme un libro, de cabo a rabo, sobre la cama aún desbaratada.
Sin poder precisar cuando ocurrió, sólo puedo asegurar que ese sentimiento incómodo, casi de culpa, se ha ido desvaneciendo a la luz de mi nuevo deleite: el ocio.
No sé el efecto que tenga en mi entorno y en mis relaciones que, por largo tiempo, me han asociado con la idea de una persona laboriosa, trabajadora y diligente pero, ya que estoy disfrutando tanto mi nueva “actividad”, tal vez sea un momento de cambiar de imagen.
Así que, después de todo, Maslow tenía razón. El ocio y el descanso son parte importante de nuestras necesidades básicas y, dicho sea de paso, no hacer nada “útil”.  . . ¡es delicioso!

lunes, 19 de marzo de 2012

"Intocable"

Ni las piedras, ni hasta los más mínimos detalles de decoración son susceptibles de cambio en la Toscana. Desde que entré, quedé cautivada por los rincones y las cosas más extrañas que aderezan su belleza natural.
Fue aquí que descubrí que, por encima de la madera, la piedra me hace sentir un lugar acogedor. Los muros enmohecidos, llaves viejas colgadas y, rocas de texturas y colores distintos dispuestas con natural sentido artístico, han sido mi fascinación desde el instante que llegué a este lugar. Y, a mi rincón de piedras, sólo lo veo cambiar cuando las hojas de otoño las cubren o cuando se entintan por el florecer de los pétalos rosados que surgen junto a ellas en la primavera.
Es por eso que, la iniciativa del jardinero de cambiar la disposición original de mis rocas, me generó una gran contrariedad porque ¡me gustan justo como estaban cuando entré por primera vez!
Afortunadamente, me gusta la fotografía y recurriendo a mi archivo de imágenes, encontré una que me sirvió de guía para reconstruir la decoración de mi patio con rocas y dejarlo como originalmente me enamoré de él.
Ante la vista del restaurado espacio, no pude evadir la pregunta: ¿Qué pasaría si, de la misma manera, admitiera a la gente que me rodea con sus perfiles, creencias y convicciones, y no intentara cambiarlos para que, a mi vista, resultaran aceptables? ¿Qué sería de la relación con mi esposo si yo le diera la libertad de conservar su autenticidad, la misma que me hizo enamorarme de él al inicio de nuestra relación?
Se me ocurre que, tal vez, debería dar a la gente el mismo tratamiento de “intocable” que le he conferido a la Toscana y amarlas así, tal como son.

domingo, 18 de marzo de 2012

"Tiempo y cambio"

La pregunta que ronda, cuando has entrado a los cincuenta, es inevitable: ¿Quién será el primero de nosotros?
Cuando jóvenes, ninguno nos sentíamos aludidos con los temas de enfermedades y, mucho menos, con los que hablaban de muerte. Pero las décadas nos han alcanzado y resulta ineludible el comenzar a preguntarnos, ¿cuándo dejaremos de estar todos los que formamos la familia?
Una primera experiencia ocurrió hace muchos años cuando, mi hermano que me sigue en edad, recibió una descarga de alta tensión. Un milagro, literal, le permitió sobrevivir y continuamos la vida con la idea de que, aquello, había sido un evento totalmente fortuito.
Ahora las cosas son distintas. Un achaque por aquí y una enfermedad por allá, nos van anunciando que la edad se nos está viniendo encima. Los hermanos, que vamos de los 40 y hasta los 56 años, eventualmente tenemos conversaciones sobre los inconvenientes de salud, pero fue hasta hace dos semanas que la nube amenazante de una enfermedad mortal nos hizo reaccionar.
“Posible cáncer”, hablábamos entre nosotros y con temblor de corazón evitábamos imaginar una confirmación. Pero, gracias a Dios (y no es un decir mundano o popular), no pasó de preocupación y todos hemos retomado la idea de que, eso, aún no marcará nuestra historia. Pero, ¿para qué nos sirven estos episodios? ¿Acaso debemos archivarlos en el olvido, así nada más?
Para mí, al menos, resultó un catalizador en la conciencia de que, así como no podemos detener el curso del sol y de la luna, la vida de cada uno de nosotros, algún día, llegará a su fin. Y más que una actitud pesimista, de la experiencia renació una convicción de que ¡no hay tiempo que perder para disfrutarnos, amarnos y acompañarnos en armonía!
Aunque estamos predestinados a morir en este cuerpo, nada nos obliga a vivir absurdamente. Así que, ¡Vamos! ¡Aprovechemos el tiempo!

viernes, 16 de marzo de 2012

"Cucharas"

La nueva moda alimenticia, en casa, es la preparación de jugos a base de frutas y verduras naturales. El ritual inicia, como todo buen ritual, a primera hora de la mañana y, como el café se ha ganado un lugar especial en mi vida diaria, tiene el jugo el segundo lugar.
Así que, con el café en una mano y el jugo en la otra, inicio mi lectura diaria para comenzar el día.
Pero como el café, para disfrutarse, debe tomarse a sorbos, ha surgido un nuevo inconveniente. Al ser ingredientes naturales, el jugo se asienta y la mezcla inicialmente homogénea, se ve estropeada al igual que su impronta. Francamente, ya no resulta atractivo.
Como tampoco estoy muy dispuesta a salir de la cama e interrumpir la lectura, pues siempre olvido llevar una cuchara para agitar la mezcla, el asunto del jugo matutino comienza resultar inoperante. Al menos así era hasta esta mañana que, con un poco de desgano, me resigné a tomar el líquido fragmentado después de agitarlo moviendo el vaso en círculos cortos y muy lentamente.
Cual sería mi sorpresa que, evitando mirarlo antes de dar el primer trago, paladeé la bebida con un inesperado sabor, integrado y una consistencia perfecta. Entonces miré el vaso y me encontré con un color naranja suave en todo el contenido. El jugo había recobrado el estado original, como cuando terminé de prepararlo.
Y el hallazgo me hizo pensar. ¿Acaso en la vida, muchas veces, he esperado que aparezca una “cuchara” que agite y recomponga las situaciones? Cuando, tal vez, sólo necesitaba remover las cosas suavemente, sin violencia ni presión, para que retomaran un estado armónico y mejorara su consistencia. La actitud, al igual que con mi jugo, es pieza clave: sin expectativas, mis movimientos fueron relajados y pacientes y, más importante, estuve abierta al resultado y beber lo que resultara. ¿No será igual en las relaciones y en la forma de vivir la vida?
Curioso lo que puede revelar un simple jugo.
¡Salud!

jueves, 15 de marzo de 2012

"Segunda vez"

Cuatro estaciones me han pasado a tropel y apenas he tenido tiempo de darme cuenta. Sólo unos días y la primavera se declarará oficial aunque, en mi jardín, las flores se han anticipado para anunciarla. Y, en preparación para su llegada, el jardinero tomó varios días para retirar hierbas y hojas secas, podar y abonar. ¡Todo listo para recibirla!
Pero, al igual que el año pasado, uno de los árboles quedó con tres muñones que salen del tronco principal. Sin una rama, sin una hoja. . . troncos solamente. Su apariencia, como la primera vez, me apena y genera una inquietud incómoda. ¿Y qué tal si lo cortó de más? ¿Volverá a cubrirse de hojas y flores? ¿Tendrá el vigor para retoñar, este año? Extraño. . . me surgen las mismísimas preguntas que hace un año, después de la poda.
Aunque ahora tengo la experiencia de haber visto resurgir el follaje en el árbol, en mi interior descubro el temor y, ¿acaso no es lo mismo en muchas otras partes de mi vida?
He visto caer a mis hijos y, decenas de veces, los he visto levantarse. He iniciado nuevas aventuras y, al final, sin importar el resultado, siempre he ganado en experiencia. He fracasado, triunfado, sufrido, reído, celebrado y soportado muchas cosas y, hasta hoy, todo me ha sido útil para crecer en la fe, fortalecer mi carácter y llegar a ser quien hoy soy.
Vuelvo a mirar el árbol trunco y, prendido de su rugosa piel, descubro una flor a punto de brotar y un diminuto capullo. Todo mi cuerpo se estremece ante el susurro de esperanza que, esos dos insignificantes brotes, hoy me regalan.
Es cierto, Señor Dios, para los que te amamos y seguimos, todas las cosas nos son para bien.
Así pues, ¡Que suba el telón y bienvenido el nuevo capítulo!

miércoles, 14 de marzo de 2012

"Destierro"

Cuando jóvenes, observamos situaciones y sabemos de ellas pero, es sólo hasta que comenzamos a envejecer, que logramos comprenderlas.
Una de ellas es la etapa conocida como “el nido vacío”. Ese momento cuando la mujer mira a su alrededor y se encuentra con una casa callada, devastada muchas veces por un tedioso orden y con pocos deberes en el hogar. Pero donde también goza, después de mucho, de tiempo para hacer todo aquello que quedó pendiente y que antes no logró colarse entre los ratos de su agenda, rescatar amistades y disfrutar de un nuevo ritmo. Una nueva vida donde, por primera vez, disfruta de hijos y los nietos, sin más obligación que gozarlos.
En el caso del hombre, las cosas son distintas. Su reino, las relaciones de negocio y trabajo, a veces inesperadamente o por las limitaciones de salud, lo echa fuera con el mensaje de “obsoleto”. Él, de quien se esperó siempre que fuera un buen proveedor para clasificarse como buen padre y esposo, ahora se encuentra en un limbo de indefinición.
La casa, donde la mujer ha sido soberana, no es su espacio natural y, si intenta participar en su funcionamiento, la reina del hogar lo echará entre suspiros de impaciencia.
Tal vez su vista, también, esté en su contra y la lectura, su vieja compañera, igualmente lo abandone. Y, si ha sido un hombre de “casa”, es muy probable que los amigos no sean tampoco parte de su nueva situación.
Así parecen iniciar las vidas de muchos hombres en la última etapa de su vida: desterrados al retiro, desdeñados en su propia casa y condenados a terminar sus días en la soledad y el silencio mientras, la mujer, continúa en su propio reino, tal vez más silencioso, pero aún en su cotidiano hogar.
Aunque parece lejano el tiempo de vivir esa parte de mi vida, me pregunto: ¿Seré capaz de recordar esta reflexión cuando me llegue el tiempo, y tener compasión y empatía por mi compañero? No lo sé, tal vez por eso la escribo y espero, por el bien de él, que así sea.