sábado, 30 de abril de 2011

"Perfección"

Mi hijo de 20 años es capaz de no desbaratar la maleta de viaje después de 3 semanas, no contesta el teléfono aunque suene 50 veces pensando que “seguramente no es para él”, no responde a un correo, chat o mensaje de texto aunque lo haya leído.
Mi nieta de dos años puede volver loco un ambiente con un berrinche a decibeles impensables, como una esposa experta quiere controlar a todos y todo a su alrededor y, no le gustan las verduras en ninguna de sus versiones.
A mi hija adulta no le gusta la fruta y no la come ni para dar ejemplo a sus hijos, ha perdido más cámaras, llaves y lentes de sol que cualquier persona que conozco y no carga gas en su casa sino hasta que, una mañana, ya no pueden bañarse porque se acabó.
Mi nieto de cinco años, tiene la habilidad de un mesero veterano para ignorar a su mamá cuando no le gusta lo que va a escuchar, tira el agua o cualquier cosa a su paso justo cuando se le pide que tenga cuidado y puede pasar dos días sin bañarse sin que eso le incomode.
Y, mi esposo, con más de cincuenta años, todavía dice pequeñas mentiras cuando se trata de ocultar que ha comido de más, ronca como tiranosaurio herido, olvida hacer las cosas de la casa que prometió hacer y deja los zapatos a la mitad del paso hacia el baño.
Conclusión. . . ¡Mi familia es perfecta y no la cambiaría por nada!
Porque, a mis cincuenta y uno, he aprendido que la perfección no es plana y que son las “imperfecciones” de mi gente las que le dan matiz y el bajorrelieve que la hacen bella, apetecible y viva. Nuestros errores son, para mí, la inigualable oportunidad para amarnos, perdonarnos y ser una verdadera familia.

miércoles, 27 de abril de 2011

"Noche de conciertos"

El eco de las risas de mis nietos en el cuarto de juegos aún resuena y piezas de lego mezclados con carritos me recuerdan que es cierto, ellos han vuelto a llenar este lugar que es sólo para ellos.
Minutos antes, cantos a contratiempo y tonos que improvisaban letras de canciones que, yo misma canté a mis hijos, amenizaban nuestro trayecto de vuelta a casa. Mi hija y mis dos amados nietos entonaban y jugaban en la cajuela de la Van, librándose con su travesura incluso, de los cinturones de los asientos. Y, de la mano de mi esposo, sonrío mientras sigo la tonada.
Sí, la tormenta ha pasado y los sonidos de la vida cotidiana comienzan a permearse en mi vida.
El jardín a oscuras, apenas iluminado por una flama son el escenario donde escucho un himno, “Cuán grande es Dios” y mi corazón estalla en una sola emoción: gratitud. . . por lo que pudo haber sido y no es. . . y por la realidad que ahora Dios me regaló.
Lágrimas brotan de mis ojos al sentir como el himno va invitando al viento que mece el ambiente, al grillo que en monótona armonía se suma y el ritmo del cintilar de las estrellas sigue la cadencia, sin perturbar el canto que, también mi corazón, eleva al cielo con reverencia.
Hoy ha sido noche de conciertos: voces, risas, cantos e himnos al Señor. ¡Gracias, mi Dios!

lunes, 25 de abril de 2011

"¡Alto total!"

El paseo en calesa por la costera en el atardecer daba el toque “mágico” a nuestra visita en Acapulco hasta que, un extraño sonido, rompió el encanto. A pocos metros de distancia otra calesa se sacudía violentamente. El esquelético caballo que la jalaba, tras un relinchido y un estertor, daba el último salto antes de caer muerto sobre el pavimento ante los ojos horrorizados de todos los que lo rodeábamos.
Aquel recuerdo me asaltó hoy al despertar y pude sentir el agotamiento del animal que se rendía al cansancio de la exhaustiva rutina diaria. Las palpitaciones a mitad del pecho y el dolor en cada músculo, cada articulación que hoy siento, seguramente, deben haber sido los mismos síntomas que vivió el pobre jamelgo antes de morir.
Aunque mi saldo sigue siendo bueno y sigo pensando que mi vida es una bendición, también puedo reconocer en mi cuerpo y en mi mente los estragos del “demasiado”: demasiada agitación, demasiadas actividades, demasiadas emociones, demasiados dolores, demasiados retos, demasiadas, demasiadas, demasiadas. . .
Hoy, sueño con una jornada en paz. Anhelo la compañía de mis amigas y la posibilidad de una charla o un momento en oración. Mucho bien me haría una velada, dos copas de vino y música viejita con mi amado. O, tal vez, una tarde de cine con una película que me haga llorar penas que no son mías.
Tal vez esté pidiendo de demasiado, sobre todo, estando a la mitad de todo, pero. . . el día de hoy, aunque yo no quiera, mi cuerpo grita: ¡Alto total!
A los cincuenta y uno, necesito escuchar a mi fatiga y bajarme, aunque sea por un solo día, de la vida.

viernes, 22 de abril de 2011

"Foco"

La Toscana tiene ventanas y puertas con marcos de madera y pequeños cristales que forman una trama que combina cuadros y rectángulos de diferentes tamaños. La madera rústica se convierte en el encuadre natural de las imágenes exteriores.
Desde la regadera, cada mañana, me deleito con lo que podría ser la pintura viva de la buganvilia de doble flor sobre un fondo blanco. Cuando abro los ojos al amanecer, un racimo de flor de llamarada naranja que cuelga de la viga es mi primer visión. Desde mi cama, al escribir, el muro de piedras salpicadas de incrustaciones naranja que rodean un rectángulo irregular azul coronado por una pequeña cruz labrada sobre la piedra gris, me hace pensar en lo que escribiría en él. ¡Todos los días me da una idea distinta!
Tal parece que me he mudado a una galería donde mis ojos pueden entretenerse en cada cuadro vivo que me ofrece el mundo de afuera. Aquí, estoy aprendiendo a concentrar mi vista por los pequeños recuadros y concentrar mi atención. ¡Qué aventura es vivir entre estas paredes!
Pero, esta casa, no sólo me está enseñando a detenerme para fijar la vista en un foco determinado. Está entrenándome para hacer lo mismo mientras camino en el mundo de afuera. Mi paso presuroso por la vida está entrando en desuso para comenzar a andar lento y disfrutar más pausadamente de lo que me rodea y que es, también, parte de mí existir.
¿Cuánta gente habrá estado a mi lado y, por mis prisas, jamás la vi? ¿Cuántas oportunidades habré pasado de largo por pretender correr más rápido que el tiempo? Y, ¿cuánto de mi pasado no ha sido desmenuzado para rescatar la lección al vivirlo? La respuesta a mis preguntas me confirma: ¡He perdido foco por andar de prisa!
Aunque seguiré descubriendo las pequeñas maravillas de la Toscana enmarcadas por las viejas ventanas de madera, parece que me ha llegado el tiempo de mirar un mundo más amplio, pero en pequeños mosaicos y de poco a poco.
A mis cincuenta y uno, ¡sorpresa! ¡Todavía me queda mucho por ver!

jueves, 21 de abril de 2011

"Para los viejos"

Ahora nos parece extraño que una persona joven haga, abiertamente, alguna inclusión en Facebook referente a Dios o sus creencias. ¡La religión es para los viejos!, escuché una vez decir.
Hoy, tomando café a las once de la mañana y escribiendo en mi cama, me viene la frase a la memoria y, siendo tan reciente mi cumpleaños, trato de clasificarme conforme a esa aseveración. ¿Pertenezco ya al grupo de los “viejos”? ¿Es ese el motivo de mi fe? ¿Qué hace suponer que los viejos necesitan de Dios y no los jóvenes?
Recuerdo haber mascullado esa frase antes y mi conclusión, en el tiempo en que nada conocía de Dios ni le amaba, fue que parecía el último recurso para sobrellevar la vida tras haberlo intentado todo antes. Hoy, aunque me río de mi respuesta, me doy cuenta que algo tiene de cierto para muchos de nosotros. ¿No fue hasta que viví la decepción más grande con el género humano y que viví la frustración de mis limitaciones para salir de la circunstancia que me tenía atrapada que volví a pensar en Dios? La verdad, esa fue la razón para que comenzara a buscar respuestas en Dios.
Por eso, cuando un joven se entrega a su fe en Dios es difícil de comprender y hasta de creer, porque, ¿qué pudo haber intentado en la vida a su corta edad?
Mi mente se entretiene con el “hubiera”. ¿Y si hubiera conocido de los principios de Dios desde joven. . . me habría ahorrado muchas caídas? Pero, y si no hubiera sufrido de esas caídas, ¿podría reconocer mi necesidad de Él tan claramente y lo amaría con tanta intensidad?
Como muchos caminos que incluyen el “hubiera”, me encontré en un callejón sin salida. Así que, me regreso a mi presente y concluyo: si la fe es para los viejos, ¡bienvenida la vejez!
A mis cincuenta y uno, sin importar como llegué, me alegro de tener a Dios como eje y pilar de vida.

miércoles, 20 de abril de 2011

"Mi cumpleaños"

“. . . cumplo mis 15 años llenos de amor, tristezas y alegrías. . .” leí en la original invitación de mi sobrina y mis ojos se llenaron de lágrimas. Quince años y era capaz de reconocer que en su vida, también, hubo tristezas. ¿Dónde estaba aquella tendencia de esconderlas debajo del tapete en los momentos de celebración? La invitación me animó a compartir el resumen del año que ayer, en mi cumpleaños, concluyó cerrando el ciclo con la hermosa fiesta sorpresa que organizaron mi hija y mi esposo.
El año 50 de mi vida inició con un viaje mágico a un rincón escondido entre la naturaleza junto a la cañada que bordea un río en Veracruz. Mis expectativas eran muchas y mi ánimo se desbordaba igual aquel caudal de agua a mis pies. Pero, tras 365 días, me doy cuenta que ni uno sola de mis expectativas se cumplió, ni mis planes se vieron cristalizados y, en menos de lo que imaginé, todo tomó un curso inesperado.
En este año ocurrieron cosas muy buenas y otras muy malas.
Mi salud, cada mes, sufrió un evento que la deterioró. Mis sueños sobre el futuro de la familia de mi hija se hicieron añicos. Odié con toda la fuerza de mi corazón a quien más daño ha hecho a mis seres amados. Sentí el puñal de la traición de una persona en quien confié. No vi ni hablé en todo un año a dos de mis hermanos. Esperé inútilmente la llamada de una querida amiga. Perdí la posibilidad de disfrutar a dos personitas amadas. Fui difamada por quien debía protegerme. Mis proyectos como escritora quedaron estancados. Me sentí frustrada al ver como un afán de ayuda se tornó en motivo de conflicto. Escuché insultos y rechazos. La puerta se cerró tras la partida de quien fuera parte de mi familia por muchos años. Sólo leí 3 libros completos. Extrañé muchos domingos en mi iglesia. Vi partir de México a una entrañable amiga. Escuché el anuncio de cambios inesperados en el futuro profesional de mi marido y nuevamente, con una traición. Y, por muchos momentos, perdí el rumbo y me sentí extraviada.
Y, también en este tiempo, Dios me enseñó a perdonar al verdugo de mi familia. Mi matrimonio se convirtió en la fuente de reposo y consuelo. La confianza de mi esposo en el Señor fue real a mis ojos. Vi a mi hija surgiendo como un ser humano maravilloso. Lloré de felicidad tras el anuncio de mi hijo para volver a casa. Recibí el regalo de un rincón donde he jugado, por horas, lego con mi nieto y al arenero con mi nieta. Fui finalista en los concursos de escritores en que participé. Fui arropada con oraciones de mis mejores amigas en momentos de prueba. Se sumaron a mi vida mis nuevos amigos andorranos. Viví mi primer viaje con toda mi familia a un lugar mágico. Me reencontré con mi hermana menor y su familia, y pasamos momentos muy divertidos y me prodigaron de ayuda cada vez que lo necesité. La belleza interior de mi mami superó a la exterior. Leí mensajes de correo de mis amigos recordándome su cariño. Vi llegar a mi hermana mayor por la puerta en cada momento de necesidad y a mi esposo levantarse en optimismo y confianza en  Dios a pesar de la incertidumbre. Escribí muchos cuentos, jugué Farmville hasta el nivel 100, redescubrí a mis primas y amigos cuando descubrí Facebook. Rescaté mi amor por los animales. Mi hija sobrevivió a dos cirugías y libró el riesgo de secuelas muy graves. Inicié un blog. Escuché las risas y cantos de mis nietos, los planes y proyectos de mi hijo, la voz jubilosa de mi hija en sus éxitos, las palabras de esperanza de mi esposo, despedidas cariñosas de mi madre y, sobre todo, la voz del Señor acompañándome.
¿Suena una lista caótica? Lo es porque, este año, lo fue y, basada en el presente, retos muy fuertes están esperándome a la vuelta de la esquina.
Alguien tiene una frase que dice: “Hay gente con estrella y hay otros estrellados”. Tal vez, a sus ojos, yo pertenezco a los segundos. Pero, lejos de eso, mi vida me parece apasionante por una razón: como creyente, trabajo diariamente para parecerme más a Cristo y pienso que, en este ciclo, las lecciones me han ayudado a comprender Su vida. La incomprensión, el rechazo, la humillación, la traición, el sacrificio no apreciado, la soledad y el abandono, la injusticia y el desamor de los suyos, son cosas que Jesús vivió en su paso por el mundo. Y, sin guardar proporción, yo tuve una dosis de cada una de ellas durante este año que termina, justo en la semana en que recordamos los últimos días de Jesucristo antes de morir en la cruz.
Hoy doy vuelta a la página y cierro un capítulo. Hoy, puedo entender más a Aquel a quien sigo. Hoy, puedo sentir compasión genuina para quienes han tenido pasajes como los que me tocó vivir. Hoy, puedo asegurar que mi fe está dando frutos. Hoy, hablo del perdón y la Gracia de Dios habiéndolos experimentado. Hoy, puedo confirmar que Dios sigue haciendo milagros. Hoy, puedo hablar del amor al prójimo porque lo he recibido en abundancia. Y, por encima de todo, HOY, confirmo con plena certeza que ¡Dios es bueno! ¡Dios me ama! Y que, todo, vale la pena vivirlo porque es Su Voluntad para mi vida.
¡Adiós a mis 50! ¡Bienvenidos los 51, porque Dios está conmigo!

lunes, 18 de abril de 2011

"Pisotón"

Después de diez días y en el lugar menos inesperado, mi cargador del teléfono apareció. Cuando mi esposo me anunció que lo había extraviado, mis reacciones, confieso, fueron casi desmedidas. Sin gritos, sin enfrentamientos abiertos, pero con reclamos a media voz y actitudes, no perdí oportunidad para demostrarle mi enojo por su descuido y la pérdida.
Tras el anuncio del rescate del cargador, un fuerte pisotón en la conciencia me hizo callar avergonzada. Ya en la soledad de mi habitación, recuerdos de pasajes semejantes me asaltaron, redarguyéndome hasta hacerme reflexionar.
Dice un versículo bíblico, “Cuida tu corazón porque de él mana la vida”. ¿Qué había hecho yo para cuidar el corazón de mi esposo en el episodio del cargador perdido? La respuesta, obviamente, no fue. . .”cuidarlo”. Entonces recordé las veces en que, con más emoción e impaciencia que intención de educar, había, supuestamente, corregido o disciplinado a mis hijos. Otras donde, con silencios disimulados de ocupación, hice a un lado a la gente en venganza por lo que yo creía un agravio. O, usando el arma del enojo, amedrenté a mi prójimo para quitarle el derecho de externar su opinión. ¡Triste saldo el de mi revisión! En todos los casos, confieso, descubrí que lejos había estado de cui dar el corazón de esas personas. Y, comprendí, que había sido mi egoísmo el que había dictado mi manera de responder y reaccionar. ¡Vaya que es difícil seguir el mandamiento de “ama a tu prójimo como a tí mismo”! Cosa seria es anteponer el bienestar del otro sobre mi impaciencia, mi confort, mis deseos, mis emociones, mis necesidades y, a fin de cuentas, mi yo.
A los cincuenta, aún tropiezo con mi natural egocentrismo y hiero hasta los que más amo pero, afortunadamente, a mis cincuenta, aún tengo fresca la conciencia para arrepentirme y tiempo para pedir perdón.

domingo, 17 de abril de 2011

"Inversiones"

No cabe duda, ¡los perros son buena paga! Y Ashley, la perrita gran danés de mi hija, me lo recordó el día de ayer.
Después de más de tres semanas de separación, ayer, por primera vez, Ashley y mi hija se reencontraron. Emocionada, la perrita saltaba y la miraba con ojos inconfundibles de gusto. El tiempo y cariño que su dueña ha invertido en ella está dando dividendos.
Y, observo que la gente más rica, aclarando que no hablo de dinero, es aquella que invierte en los demás antes que en sí misma. Lo mismo una mamá que destina el mejor tiempo para convivir con su hijo, al paso del tiempo, recibe la satisfacción de ver a un hombre pleno y seguro de sí mismo.
O el esposo que, resistiendo la tentación de vivir para el trabajo o para el golf del fin de semana, se esmera para estar atento a las conversaciones y necesidades de su esposa, al final de su vida, tendrá el privilegio de envejecer con su compañera.
Y, ¿que tal con los jóvenes? Aquellos que toman el tiempo para responder a los mensajes de sus amigos, recuerdan sus cumpleaños, envían una nota cariñosa a sus abuelos, ayudan en los deberes a sus hermanos menores o apoyan a sus padres en las cargas familiares. Tarde o temprano, recibirán duplicado el amor que prodiguen a los demás y no les faltará una mano amiga en los tiempos de necesidad.
Cualquiera, también, puede aplicar su tiempo en los extraños, aquellos necesitados como adultos mayores solitarios, niños abandonados en los orfanatorios y, bueno, las opciones son interminables.
Al igual que un portafolios financiero, las inversiones más sanas y equilibradas, son aquellas que se diversifican. Y, el recurso más valioso, parece ser el tiempo.
A los cincuenta, sonrío al confirmar que, como siempre, Jesuscristo tiene razón al decirnos: “Porque es más bendecido aquel que da que el que recibe”.

sábado, 16 de abril de 2011

"Pequeñas dosis"

Aunque las noticias de Japón no han dejado de circular, una idea ha quedado rondando en mi mente desde que el terremoto, las crisis nucleares y el tsunami cimbrara al país asiático. Ni toda su tecnología, ni su poderosa economía, ni el orgullo ancestral de su cultura los ha podido poner a salvo del azote de los embates de la naturaleza. Y, pasada la gran tragedia, es que los hemos visto surgir con noticias de empresas que, en ejemplos de altruismo, aportan ayuda a los más dañados. También leemos historias de héroes improvisados y hasta relatos de animales que por sus ejemplos de sacrificio y nobleza nos llaman la atención.
Pero, ¿cuál es la enseñanza del triste episodio? ¿Qué nos puede recordar a la raza humana el evento en el Japón?
Para mí, tal vez, lo más importante es que nos trae un pequeña dosis de humillación. Sí, una palabra que nadie quiere ver aplicada en su vida, siempre anhelante de honra y éxito. Pero, es innegable que la humillación nos devuelve a una perspectiva de vulnerabilidad sana y nos debrida las falsas ideas de derechos exigibles por el simple hecho de “ser”. Nos vuelve permeables a la idea de la gracia, nos permite reconocer nuestra necesidad de protección y abre un nuevo espacio para la gratitud.
La lección de la humillación es dolorosa, lo sé, pero el fruto de la humildad es jugoso y refrescante. Recolorea nuestra cotidianeidad y nos devuelve a nuestra entidad original de seres humanos frágiles. Nos recuerda que el creernos pequeños dioses es sólo nuestra fantasía egóica.
A los cincuenta, aún puedo sentir como, cíclicamente, lucho contra la maleza del orgullo y la mentira de la omnipotencia que trata de crecer en mí.

viernes, 15 de abril de 2011

"Escribo"

Escribo cuando la realidad es tan intensa que necesito desglosarla para entenderla.
Escribo cuando tengo ganas de mentir e invento un cuento.
Escribo cuando mi mundo necesita suavizante para hacerlo aceptable.
Escribo cuando quiero gritar y he perdido la esperanza de ser escuchada.
Escribo cuando decido callar y tener limpia la conciencia.
Escribo cuando el llanto es tanto y porque no arruina el maquillaje ni marca arrugas.
Escribo cuando la felicidad es abundante y para guardar un poco para el tiempo de escasez.
Escribo cuando recuerdo y cuando quiero olvidar.
Escribo para confesar y para reclamar.
Escribo por jugar a conjugar mi vida en el papel.
Escribo cuando entiendo o cuando el “sin sentido” me confunde.
Escribo cuando anhelo el abrazo del ausente que me ha olvidado en el ayer.
Escribo cuando la cordura y la paz me visitan, registrando sus palabras para cuando las necesite.
Escribo cuando la locura me asalta y quiero saborearla.
Escribo cuando siento que me pierdo y, como panecillos en el camino, dejo mi rastro por si me buscan y sepan donde encontrarme.
A los cincuenta, escribo porque el río va y el viento viene, porque, de no hacerlo, mi mundo se detiene hasta esfumarse.

"Cantando"

“Uh I U-a-a, zing-zang, bara-bara-bimba. . .”, cantaban a coro un par de vocecitas en el asiento trasero del auto mientras yo, haciendo muecas tontas y agitando mi melena de rizos, completaba el coro.
¿Cómo pude olvidar que, cantar en voz alta canciones infantiles, es uno de los mejores remedios para aligerar el corazón?
Desafortunadamente en Tequisquiapan no hay marchas, ni plantones, ni tráfico y el trayecto fue tan corto que me quedé con las ganas de cantar la canción por cuarta ocasión. Pero, al llegar a casa y ver a su mami esperándolos por la ventana, el par de chiquillos intercambiaron el canto por gritos de alegría y crónicas escandalosas sobre la fiesta de cumpleaños en la que habían recibido dulces y una pelota.
¡La joven mami, mi hija, brilló! ¿Qué regalo puede ser mejor para una mami que el entusiasmo de sus críos en el reencuentro?
La felicidad, digo con firmeza, no debe desperdiciarse. Así que, aprovechando la brisa que peinaba el jardín, un duelo de “chutes” con la pelota verde inició entre abuela y nieto.
Los saltitos de mi nieto mientras contaba “a la de tres” antes de tirar a gol se combinaban con risitas nerviosas. Y la porra incondicional, mi nieta, acompañaba el gol levantando la mano sin importar quien fuera el autor. ¿El marcador final? ¡No tengo ni idea! Pero el final del encuentro futbolístico dejó un saldo de entusiasmo desbordado.
Aunque el ánimo no se había agotado, el final de la tarde se anunció con las inevitables palabras de la mami: “Ya es hora de bañarse”.
Así es la vida, pensé, siempre celosa de no dilapidar en excesos la felicidad.
A los cincuenta, rescato el remedio antiguo contra el corazón cansado: las canciones desafinadas y los juegos de la inocencia infantil de los niños.

jueves, 14 de abril de 2011

"Ligera"

Al ver la imagen de esa pluma, casi como test psicológico, me vino a la mente el rostro de una joven amiga. Su rostro sonriente, nariz respingada adornada con pecas juguetonas es, para mí, la imagen misma de una vida ligera.
En mitad de las situaciones más dificiles, ella tiene el don de buscar el lado divertido y romper la densidad con un comentario curioso o una simple broma.
Como mamá de dos pequeños, casi puedo reproducir en mi mente la escena en donde alguno de ellos derrame la bebida en el mantel y ella encontrará la manera de reírse para evitar la mortificación del niño.
Esta joven mujer, a fin de cuentas, ha encontrado el secreto de navegar por la vida y sus embates sin permitir que la frustración o el pesimismo permeen su alma. Y eso la convierte en un imán en cualquier lugar pues la gente, a su lado, rescata el buen humor y el optimismo.
¡Me encanta ver las fotos de su vida en la red social! ¡Me río de los retos que lanza al aire para hacer que la gente caiga en cuenta de su rigidez y legalismo! Pero, sobre todo, me gusta ver en los ojitos de sus dos pequeños, el amor y gusto por su mami reflejados en ellos.
Mi querida amiga canadiense, eres un ejemplo y un deleite en mi vida.
A los cincuenta, ella me recuerda una frase, de cuyo autor nunca conocí el nombre, y que hoy retomo con singular convicción: “Toma la vida en serio, pero no demasiado, que de cualquier manera. . . ¡se va a reír de ti!

"Memorias"

La lección de Lorenzo ha quedado zumbando en mi mente despertando mis memorias.
“Eres una anciana de 23 años”, dijo mi padre al verme sumida en la peor depresión de mi vida. A esa edad, viviendo las consecuencias de mis malas elecciones, había dado por cancelada mi vida. No lograba encajar ninguna esperanza en medio del desastre en que había convertido mi vida y sólo deseaba morir, terminar con el sufrimiento y partir. Cuando levanté de nuevo el rostro, un sentimiento se convirtió en mi motor: la rabia.
Cada vez que caía en la tentación de hacer un recuento de mi vida, la furia me invadía y, muchas noches, pasaba horas llorando por los sueños rotos y los proyectos imposibles. El mundo se convirtió en el enemigo a vencer y la superioridad de la perfección mi principal herramienta para vencerlo. ¡Sería una mujer exitosa sin importar lo que costara!
Pero los éxitos me fueron agotando y al paso de los años, nuevamente, fui tragada por la tristeza de los errores de mi primera juventud. Ni mis logros, ni mis éxitos lograban sacarme a flote y, mi guerra contra el mundo, sólo logró aislarme en una cruda soledad.
¡Sólo Dios podrá salvarte!, escuché de la voz compasiva de un amigo. Y, así fue. Dios fue el único que pudo rescatarme de la plancha sobre la que caminaba rumbo al vacío de la muerte en vida. Escuchar por vez primera quién era ante los ojos de Dios, la verdadera misión en mi vida según sus planes y saber que Él me amaba a pesar de todos mis fracasos, errores y defectos se convirtió en el nuevo aliento para continuar mis días.
A los cincuenta años y volviendo la vista hacia el pasado, puedo ver que, de nos ser por mi encuentro con Dios, jamás me habría reconciliado con mi pasado y un futuro de muerte habría sido mi destino.

"Ser"

¡Larga vida para Lorenzo!, dije a solas entre sollozos al salir del hospital veterinario. Tras un diagnóstico concreto y la programación de una cirugía de columna, el majestuoso perro tiene una expectativa de vida. El diagnóstico inicial sólo le daba la opción de ser sacrificado antes de vivir una vida miserable. Así que, lo que podría ser una mala noticia, hablando de la cirugía, es en realidad una esperanza de vida y una buena vida, en realidad.
La forma en que el cachorro se lesionó quedará como una pregunta sin resolver. Aunque el criadero fue diseñado para que estuviera seguro, algo sucedió y sufrió el misterioso accidente. Los hechos son y no hay mucho más que pensarle. Y, aunque ahora su futuro tiene aún vida, también habrá consecuencias que desviarán el proyecto que mi hija tenía para él.
Para comenzar, Lorenzo se retira de las pistas, no sabemos si por meses o de forma definitiva. Tampoco lucirá como hasta ahora, majestuoso y gallardo, pues la recomendación del médico es que, preferiblemente, debe mantenérsele más bien con la estampa de un perro “biafrano”. El peso será un ingrediente importante para su plena recuperación. El ejercicio regular, pero no excesivo, deberá ser parte de su nueva rutina y no podrá participar de los juegos bruscos que normalmente se dan entre la pequeña manada de grandulones a la que pertenece. En resumen, los ajustes son necesarios para que su vida sea saludable y segura.
Pero, algo de todo el asunto, detonó en mi mente. No importa que Lorenzo ya no compita, no luzca en el peso ideal por meses, no juegue con los otros como antes. . . no importa cuanto le imponga su nueva circunstancia, ¡Lorenzo sigue siendo un ejemplar especial por su genética, por lo que realmente es y no por su apariencia o su situación! Su genealogía está intacta y, eso, no lo alterará nada de lo que ocurra en su vida. Así que, el cachorro Lorenzo, algún día, será un perro de crianza y pasará a través de sus genes una cabeza perfecta, un pelaje espectacular,una estampa imponente y, tal vez, hasta la dulzura de sus ojos, reflejo de su nobleza.
A mis cincuenta años, me sorprendo al darme cuenta de cuantas veces olvidamos quienes somos, ignormamos lo que aún podemos dejar como legado a nuestros hijos, cerramos los ojos a lo que si podemos rescatar para el futuro y nos definimos solamente por nuestra circunstancia.

miércoles, 13 de abril de 2011

"Gracia"

Escuchar de mi hija dos síntomas que, juntos, podían anunciar una recaída, lograron desestabilizar el frágil equilibrio emocional con el que ahora funciono. A pesar del cansancio, la cama se convirtió en avispero que me echó a circular antes del amanecer. Y, la incertidumbre y el temor, detonaron el mecanismo de defensa más frecuentemente usado por mí frente a las crisis: la hiper actividad.
El jardín y plantas regadas, perros desayunados y Lorenzo medicado, recámara levantada, patio y perrera limpios, toda la casa barrida y trapeada, los nietos en el colegio, alacena en orden, pendientes de la oficina solventados, correos atrasados contestados, camioneta con gasolina y todo, antes de las diez y media de la mañana.
Obviamente, el cuerpo ha reclamado por el exceso y, ante la decisión sobre el uso de la energía restante, estoy ante una nueva disyuntiva: ¿Me baño y desayuno o desayuno frente a la ventana soleada y escribo? La duda queda despejada pues estoy escribiendo estas líneas.
La nube de temor se despeja al ver el rostro de mi hija y escucharla responderme: “Bien, mom”. El dolor de cabeza ha desaparecido y ha pasado una buena noche. ¡Gracias, Dios mío!
A los cincuenta, también se pueden tener cien años en el alma cuando ha pasado la tormenta y, con el teclado frente a mi y cereal, café y jugo a un lado, comprendo que HOY debo tratarme con gracia.

martes, 12 de abril de 2011

"Eje"

Cuando el eje de una familia se mueve, todo el resto de los miembros se ajustan para lograr un nuevo centro de equilibrio. Y eso es lo que he observado ahora que mi hija convalece y ha tenido que delegar muchas de sus funciones para recuperarse.
Mi nieto, sin sugerencia alguna, adoptó el rol de acompañante de su mami. Su hermanita, en tan sólo unos días, desarrollo un sentido de complicidad hacia su hermano mayor. Y hasta las mascotas han jugado un papel en el nuevo esquema.
Ashley, que inicialmente fue puesta en la perrera de 400 metros cuadrados, ahora se encuentra en mi casa para recuperarse de la soledad que la empujó a saltar la verja en tantas ocasiones que, inevitablemente, sufrió rasguños y lastimaduras en las patas. Y, antes que ella, llegó Lorenzo tras una crisis de dolor por un padecimiento aún no diagnosticado y que le impide caminar.
Con la idea de identificar lo que cada perro comía y detectar cualquier irregularidad en sus hábitos de desecho, cada uno permanecía en áreas distintas una de la otra. La parte de la historia en donde se explica como Ashley llegó hasta donde Lorenzo permanece recostado es una incógnica, incluso para mí. El hecho es que, al volver por la tarde, encontré a Ashley echada a un lado de Lorenzo y más sorprendente es que la perrita, a quien estaba permitiendo dormir en mi recámara, renunció al privilegio para acompañar a su amigo enfermo.
¿Será el tratamiento o el tiempo de reposo? No lo sé, pero desde que Ashley lo acompaña, Lorenzo ha dejado de llorar e intenta con más frecuencia dar vueltas por el patio aunque lo hace muy lentamente. ¡Nada más curativo que la compañía y nada más alentador que la paciencia de un amigo para sobrellevar la enfermedad!
A los cincuenta, a pesar de ser autosuficiente en tantas cosas, no puedo dejar de reconocer que el amor y la compañía de nuestros seres amados es la medicina insustituible para el alma. . . somos seres relaciones, nos necesitamos.

¿Por qué?

¿Por qué escribo?
Supongo que mi pregunta es poco original pero, cuando surge en mi mente nuevamente, recobra vigencia y su respuesta única, personal, la transforma en un cuestionamiento trascendental., uno de esos que puede cambiar el curso de mi historia personal.
Podría responder, si lo hago sin pensarlo mucho, que escribo porque tengo algo que comunicar, algo curioso o interesante que decir o porque, a través de mis escritos, tengo la esperanza de lograr en alguien alguna reflexión que la lleve a tener un pequeño o gran cambio en su forma de vivir.
Pero, si me detengo a meditar mi respuesta un poco más, seguramente responderé algo menos altruista y mucho más “egoísta”.
Cuanto más lo pienso, me doy cuenta de que, así como las plantas no cuestionan su tendencia a crecer, igualmente el escribir para mí es una parte que simplemente debo hacer para vivir. Y, al igual que las plantas, a veces el tiempo de lluvia y un lugar soleado me ayudan a que las letras y las ideas florezcan. Aunque también vivo tiempos de sequía en donde el tiempo escasea y la maleza de las mil tareas asfixian la inspiración, savia de mi pluma.
No niego que es excitante el pensar en el lector “anónimo” que fielmente lee desde Australia mis inserciones diarias en el blog, o que los comentarios me alientan a seguir compartiendo lo que escribo. Pero no caeré en la tentación de confesar que los lectores son el motivo de mi pasión, aunque no dejo de agradecerles su lectura.
Pero, como dicen por ahí que, “de músico, poeta y loco todos tenemos un poco”, me declaro un poco de los tres, aunque severamente afectada por la locura de derramar los pensamientos en letras, puntos, comas y silencios.
A los cincuenta, vivo apasionada por mi amante secreto: “ESCRIBIR”.

"Atrapada"

Ayer, sentada en el recibidor y tratando de no contaminar la escena, disfrutaba de ver a mis dos nietos correr de un lado a otro entre risitas. Juntos buscaban la manera de alcanzar el pestillo de la puerta para abrirla y, entre cuchicheos, buscaban opciones de un banquito a otro parándose de puntitas para lograr su cometido. Sus rostros reflejaban algo que, parece, muchos adultos hemos perdido en el camino de crecer y que yo, con sólo ver a mis nietos, comencé a experimentar: “deleite”. 
Repasando las dinámicas de mis pequeñitos descubrí que, a lo largo de su día, disfrutan de muchos momentos así. Mi nieto, haciendo correr su cochecito a lo largo y ancho de los muros de todas las habitaciones disponibes. Mi nietecita, caminando con ritmo mientras canta la canción que ya domina con maestría, “Si las gotas de lluvia fueran de chocolate”.
Repasando mis recuerdos fui encontrando los placeres que he escuchado de la gente, que de tan simples, suenan extravagantes: la fresca sensación de las sábanas antes de ir a dormir, barrer el frente de la casa al amanecer, tomar un refresco de cola helado en unos cuantos tragos, terminar un libro en la madrugada, correr bajo la lluvia en el jardín y así, me divertí con mis memorias.
Y, tratando de rescatar los míos, me di cuenta que son igualmente ilógicos pero áltamente placenteros: comer chocolates bajo la regadera, arreglar cajones, alinear los cubiertos sobre la mesa, caminar sobre hojas secas, que mi esposo me abrace al amanecer, el aroma del café antes de abrir los ojos, subirme al auto limpio. ¡Simplezas!
El sonar de una alarma en mi mente me alertó: ¡tus deleites han quedado atrapados!, pensé. Los he ido sepultando bajo las rutinas y las prisas; la sofisticación de mis placeres los han ido asfixiando poco a poco.
A mis cincuenta, aún tengo necesito y tengo ganas de disfrutar y deleitarme de las pequeñeces que hacen de mi vida placentera.

lunes, 11 de abril de 2011

"Lorenzo"

El maestro sigue en acción. Lorenzo, a pesar del dolor y del cansancio, ha comenzado a salir de su reposo para dar algunos pasos. Y, aunque su cuerpo reclama, sigue agradeciendo una palabra de cariño o una caricia moviendo la punta de la cola. Sus ojos azules son una fuente de ternura cuando se detiene al comer para mirarme y asegurarse que le seguiré haciendo compañía.
Su futuro sigue siendo incierto, incluso después de la visita al especialista y, sin embargo, puedo asegurar que el noble perro ha decidido participar de su destino.
Lo que parecía un reto magno, se convirtió en el primer obstáculo que vencimos juntos. Yo, preocupada por no saber como subiría al animal de más de 50 kilos, terminé conmovida al verlo subir entre aullidos a la cajuela y sin mi ayuda. ¡Un nuevo acto de heroísmo! Y con su ejemplo, inicio la jornada a pesar de mi fatiga.
¿Qué le da a ese grandulón tanto valor y tanta fuerza? A poco de pensarlo me viene una respuesta: en realidad, no tiene expectativas y vive aceptando. . . simplemente vive como le toca vivir.
Mi reflexión destapa mi lista interminable de expectativas frustradas: felicidad constante para mis hijos, salud para todos los míos, estabilidad financiera, integridad y justicia, etc. Y la “realidad” esperada, comparada con mi circunstancia, es sólo un producto de mi imaginación que se arruga en frustración.
¿No fue acaso el mismo Dios el que dijo en Su Palabra “El corazón del hombre medita su camino, pero es el Señor quien asegura sus pasos“? ¿Cuándo y cómo me enseñaron a creer que tengo el control total de mi vida y mi destino?
La conclusión, más que enfadarme, me hace sonreír. Lorenzo, aunque no puede aprender de Dios, vive conforme al código que su Creador depositó en él y vive, disfruta, agradece, sufre y acepta. Yo, que ahora entiendo cuan lejos estoy de tener poder sobre mi porvenir, debería comenzar a hacer lo mismo.
A los cincuenta, aún tengo muchos motivos que descubrir para reírme de mi misma.

domingo, 10 de abril de 2011

"Terapia"

Al igual que el calor, la remembranza en las pláticas de los últimos eventos en mi familia, era asfixiantes. Volver, una y otra vez al recuerdo, arrastró mi corazón al pantano del dolor inútil y malsano. Mi ánimo, refrescado en el ambiente juguetón e inocente de mis nietos chapoteando en el agua, pronto se resistió a hundirse en la pesadumbre del dolor de las memorias.
¿Para qué volver al dolor si las risas de mis pequeños traen tanta alegría? ¿Por qué renunciar a disfrutar de ver a mi hija deleitando su pizza favorita? ¿Qué tengo que decir para no ser llevada al torturante calabozo del pasado? Y mi grito fue: ¡Basta! Antes de huir del rumiar de la misma historia de riesgo, de enfermedad, de incertidumbre sobre la vida de mi niña.
En la Toscana, mi cachito de paraíso, encuentro mi refugio. La cola alegre de Ashley me recibe y un vino suave fresco me acompaña. Recostada en la soledad de mi cama ventilada, enciendo el ventilador y, tendida sobre mi espalda, miro al techo mientras escucho la Cantata de mi iglesia que entona canciones de la resurrección de mi Dios, mi Cristo.
La paz va entrando a mi corazón entre sorbos de aire y vino fresco acompañados de voces de alabanza. ¡Sí, Señor! ¡Es el momento de la resurrección! ¡Es momento de volver a la vida y a las risas, al gozo y al presente! Mi corazón se alegra y mi alma expira un último resuello. Estoy viva, estamos juntos, seguimos en Dios.
Un ruido en el patio me despierta del ensueño y miro por la ventana. . . parece que a todos nos están llegando los vientos de esperanza: incluso Lorenzo ha salido a caminar en el fresco del atardecer.

A los cincuenta, he aprendido a ver morir los sueños, llorarlos y dar la bienvenida al porvenir.

sábado, 9 de abril de 2011

"El maestro"

La hermosa bestia yace en el pequeño cuarto desde hace varios días después de la emergencia en donde el veterinario me advertía que, de no atenderlo en las siguientes dos horas, seguramente moriría. Lorenzo, con un cuidado linaje registrado por generaciones, ahora espera tendido el diagnóstico que definirá el curso de su vida y, por momentos, me cuesta asociar lo que ven mis ojos sobre el tapete verde y su imagen en la fotografía de su última exposición.
El dolor le hace silbar en un gemido suave, quieto y mi corazón se inquieta en la impotencia de no poderlo remediar. Y, a pesar de su dolencia, calla su llanto cuando paso la mano sobre su cabeza majestuosa, perfecta.
Si el esperado veredicto llega en la mejor de sus versiones, Lorenzo tendrá que esperar a que el tiempo haga su labor y sus huesos en la cadera retomen el ritmo de crecimiento del resto de su cuerpo. Y, a pesar de ser la mejor noticia, todo implicará una espera acompañada de dolor constante, de confinamiento a un espacio pequeño, de soledad y penoso esfuerzo hasta para poder cumplir sus más básicas necesidades. ¡Qué futuro tan incierto  y difícil el de Lorenzo!
Lo observo y reconozco que la naturaleza que Dios le dio incluye algo que a mí me falta: aceptación y paciencia. Pareciera que en su postración, el perro aceptara el sufrimiento con una mansedumbre casi estoica y puedo ver en sus ojos la paciencia en la espera.
Mi pequeña ha sufrido grandes pérdidas, no sólo en su cuerpo sino en sus sueños y mi corazón de madre se desespera por no poder sanarlos, revivirlos para resarcir su vida. Veo a Lorenzo y envidio su sabia resignación y su capacidad para esperar en la mitad del dolor.
A los cincuenta y al final de la tormenta, puedo distinguir la mano de Dios que ha traído un maestro en la forma de un adorable gran danés, Lorenzo, para enseñarme a vivir las pérdidas y el sufrimiento. ¡Aprenderemos, Señor! ¡Aprenderemos, Lorenzo!

"La ventana"

La tierra recién barbechada en algunos campos y otros, con pequeños brotes verdes sobre los surcos húmedos eran los recuerdos que se habían grabado en mi memoria unas semanas atrás. Esas imágenes captadas en el trayecto hacia San Miguel de Allende trajeron inspiración que después usé en la conferencia de escritores por varios días. Un recorrido que, ahora, volvía a hacer pero, esta vez, sentada en la banca lateral sin respaldo de una ambulancia que trepidaba sin descanso haciendo aún más difícil mantener el equilibrio.
Mis ojos pasaban de la camilla, donde mi hija apretaba ojos y dientes para sofocar el dolor, a la ventana donde el paisaje se desdibujaba por la velocidad y mis lágrimas.
Apenas amanecía y la mezcla entre la penumbra y los rayos tenues del sol se mezclaban en un punto que hacía parecer que un telón se descorría para descubrir los cultivos verde intenso que ya crecían en los mismos campos por los que pasé semanas atrás. El agua, el sol y el tiempo lograban el cambio en aquellos sembradíos. Y el tiempo, también, traía su efecto a mi vida, a nuestra vida.
Una pregunta saltaba una y otra vez al ritmo de la palpitación de mis sienes: ¿Qué hago aquí? ¿Qué hago aquí? Me era difícil rellenar el tiempo entre aquellos paisajes recién barbechados y la loca carrera en la ambulancia. ¿Cómo había ocurrido todo para encontrarme atrapada en una realidad tan angustiante, tan sombría?
Volví los ojos al rostro de mi pequeña y me aferré a una idea: todo había cambiado pero ella seguía ahí, como fuera, pero estaba a mi lado. Cerré los ojos y oré entre los movimientos abruptos de la ambulancia: “No importa lo que pase a mi alrededor, Señor, sólo déjala a mi lado”.
A los cincuenta, reconozco que no he logrado comprender aún la fragilidad de mi existencia, el verdadero estado de vulnerabilidad del ser humano y el vertiginoso efecto del tiempo.

viernes, 8 de abril de 2011

"La Balanza"

¿Cuándo fue la última ocasión que sentiste ganas de darle con un puño a tu interlocutor? Aunque no es la primera ocasión, confieso que no puedo recordar la última vez que mi primera reacción ante lo que pretendían ser palabras de aliento, se convirtieron en un detonante de mi indignación.
“¿Por qué no pones en el otro lado de la balanza todo aquello que tienes bueno?”, sugirió la persona y, antes de que iniciara el listado de ejemplos, cada parte de mí se rebeló a escucharla. Tras una respiración profunda, finalmente, respondí lo que más que una justificación, era un reclamo a mi derecho de hablar de lo que sentía, de lo que mi  cuerpo estaba viviendo, de lo que mi corazón cargaba después de una semana de intensa prueba espiritual, emocional y física.
Y mi mente cuestionó el derecho de aquella persona a sugerir lo que, a su entender, debía depositar en el otro platillo de la balanza para compensar mi fatiga y mi dolor.
¿Acaso había pasado las noches en el hospital aguardando las noticias que comprometían la vida y la salud de mi hija? ¿Dónde estaba él cuando nos anunciaron que podía quedar paralítica o con daño permanente que le impediría seguir con una vida normal? ¿Vio el sufrimiento intenso y los dolores de mi hija en el trayecto en la ambulancia? ¿O sintió como la confusión nos paralizó cuando las crisis recurrentes la asaltaron? ¿Supo de la impotencia de ver el tiempo correr y no tener más opción que esperar para que una operación terminara de revelar el daño en la columna que mi hija sufría? ¿Sintió la frustración de no saber cuál diagnóstico escuchar y ver que ella se consumía en los dolores?
No recuerdo haberlo visto en todos esos días junto a nosotros y ahora, sólo escuchaba un consejo que ignoraba lo que había llenado mi vida en los últimos días.
A mis cincuenta, reclamo mi derecho a hablar de lo que siento, de mi cansancio, de mi dolor, de mis miedos aunque, quienes no han compartido ni llevado mis cargas, quieran convencerme de ignorarlos.

lunes, 4 de abril de 2011

"¡Papá ha llegado!"

Las lágrimas han cesado y no porque el corazón no siga atormentado. Es que mis ojos se han secado de agotamiento y ya no les queda más gotas que derramar.  Las letras han tomado su lugar y frases lloran desde la punta de mis dedos, quejosas, tiritando de temor. ¿Cómo detener este brotar doloroso de pensamientos que se amalgaman con la tortura del “hubiera?. ¡Que martirio es la presencia de esa palabra cuando el pasado es un camino de humo que no se deja recorrer para volver el tiempo!
Lucho contra la inercia de escribir para aquietar mi mente. Los miedos crecen y la soledad se vuelve densa alrededor. Todos se han ido y sólo el ritmo de la respiración de mi Nena me acompaña. Es casi música el escucharla tan tranquila, como un sonido de paz que comienza a arrullarme. La niebla se disipa y el aire se ha vuelto tibio, con aroma de vida.
¡Ya no estamos solas, mi Nena! Alguien ha llegado a nuestro encuentro y sé que tú lo has descubierto, pues las olas lentas de tu respirar me hablan de tus sueños lindos.
Papá ha llegado, mi Nena, el tuyo, el mío. . .Ese mismo que nos acompañó anoche, ¿recuerdas? Está llegando para acunarnos juntas. Me ha susurrado al oído unas promesas que estaba olvidando, ¡cómo olvidarlas ahora! Y me han llegado con letras, mensajitos cariñosos, palabras de Vida que han venido desde muy lejos. . . pero, como siempre, han llegado a tiempo, mi Nena.
Duerme tranquila, Bonita, que yo dormiré a tu lado, y esta noche, mi pequeña, olvidaré mis cincuenta para dejarme abrigar en los brazos del Señor.

"Esperando en la esperanza"

La habitación oscura nos cobija. A mi  hija recostada en la cama del hospital y a mí sentada a su lado. Memorias de nuestros años juntas vuelan en el silencio y su carita, finalmente en paz por los medicamentos, me recuerda los largos momentos en que la contemplé dormida entre los barrotes de su cunita de latón. ¿Cómo haré para ser la mejor madre?, me preguntaba una y otra vez, cuando apenas contaba 22 años.
Desde entonces, no hubo libro ni instructivo que me revelara el secreto y sólo, por instinto, atendí la guía de mi corazón de madre. Y, aun así, también fallé y me equivoqué. Pero, algo ha permanecido desde entonces además de mi amor: mi implacable deseo de protegerla y de cuidarla.
Esta noche, la incertidumbre del mañana nos acecha y mi necesidad de cubrirla bajo mis alas resurge con más fuerza, pero, por más que las extiendo ya no puedo cobijarla, o. . . tal vez nunca he podido.
Hoy, me doy cuenta de que toda esa idea de protección, desde siempre, ha sido una ilusión, mi fantasía. Su vida, desde que existe, no ha estado realmente entre mis manos. Su bienestar no han sido mis mimos ni cuidados, sino los de alguien más, el de Aquel que vive en lo más alto.
Ahora, a los cincuenta, abro mis manos y dejo que se vaya la quimera del poder de mi protección y, reconozco, que sólo me toca esperar en la esperanza de Quién sí puede cuidar, proteger y sanar a mi pequeña. . . Dios.

domingo, 3 de abril de 2011

"Cadenas y candados"

 Cuando las visitas se fueron, sólo una pareja quedó en casa y, ya en la intimidad, compartieron con mi esposo y conmigo sus vivencias familiares de los últimos casi tres años. Negocios fallidos y la recesión económica sumados a un endeudamiento excesivo, trajeron a esta familia tiempos de mucha estrechez. Una, que tal vez jamás imaginaron vivir.
 El hijo mayor, apenas un adolescente, buscó la manera de tener algo de dinero para sus gastos y apoyar de esa forma a la familia. Después de ser un joven mimado por sus padres, la circunstancia y el deseo de aportar algo, lo llevaron a trabajar vendiendo ropa los fines de semana en un mercado rodante y experimento, por vez primera, dolor de pies y la fatiga del trabajo intenso. Las labores domésticas, antes atendidas por una empleada, se convirtieron en el proyecto común y toda la dinámica familiar se transformó al punto de que una salida, juntos, al cine se convirtió en toda una celebración.
La pobreza y la austeridad llevaron a la vida de esa familia nuevos valores de solidaridad, principios de gratitud y renovaron sus prioridades.
“Fue duro, muy duro pero, todo este tiempo, ha sido una bendición y un gran aprendizaje”, nos decían, mientras aún corrían lágrimas sobre sus mejillas al recordar.
La confesión me hizo pensar que, el dolor y la aflicción, son bendiciones desdeñadas a pesar de que son las experiencias de vida más cargadas de aprendizaje. Poca gente he conocido que les den la bienvenida cuando tocan a su puerta y, veo con más frecuencia, que muchos ponemos cadenas y candados  para evitar que lleguen a importunar nuestro mundo ideal. 
A los cincuenta, aún lucho por aceptar la llegada del dolor con buen ánimo aunque, ahora,  trato de aceptarlo con la certeza de que. . . ¡aún tengo mucho que crecer y aprender!