lunes, 15 de octubre de 2012

"Si hoy pudiera"


Si, como un milagro, la enorme Mano borrara el nombre del día en el calendario, hoy me escabulliría en un capullo para urdir fantasías.
Pondría alas a mi mente para dibujar anhelos en el aire y, con minucioso descuido, puntearía mis ilusiones en los vientos del futuro.
Si hoy pudiera evitar la realidad, me refugiaría bajo las sábanas con una lámpara de mano para formar con sombras mi propia realidad; esa con la que me gustaría cubrir, como disfraz de mascarada, aquello que me es difícil de aceptar.
Pero el sol persigue el cenit en el cielo y, mi reloj, me apura para cumplir con la exigente agenda. ¡A vivir, perezosa!, me repite en su tic-tac.
Aún así, al menos por este instante, burlé el chasquido de su látigo y jugué en mi mente con la idea de que, la enorme Mano, había borrado el nombre del día en el calendario y me escabullía en un capullo para urdir mis fantasías.

sábado, 13 de octubre de 2012

"¡Presente!"


De una familia de cuatro, tres partieron y uno sólo sobrevivió.
Cada uno de los que se fueron, extrañamente, tenían ya un destino marcado en el futuro. O, al menos. . . eso creímos todos.
El de manto rubio y entrepelado blanco era esperado en una casa donde, una joven, se convertiría en su protectora. Manchitas, con sus motas negras sobre el pelaje blanco, fue adoptado por nuestra familia para ser el compañero de juegos del que, más evidentemente, llevaba en sus manchas color canela como muestra de algún gen de angora, Niebla. Los tres, desde su llegada, tenían asegurada una casa y un amo.
Pero el pequeño negrito con manitas blancas, por ser el más común en el tono del pelito, aún vivía con la duda de encontrarse un hogar.
Sin darnos tiempo a reaccionar, el rubiecito murió en unas cuantas horas. Después, Manchitas mostró el daño de un defecto genético y no hubo salvación posible para él. Y,  con una lenta agonía, Niebla no alcanzó a librar la anemia producida por el hambre que vivió casi desde que nació ni la enfermedad que se aprovechó de su debilidad.
Así, sólo quedó el negrito que, aunque también tuvo de librar algunas batallas, ahora parece gozar de una salud espléndida y un ánimo inmejorable.
Lo miro complacida. Sus juegos simples me divierten y, su presencia, me hace comprender que él, con su futuro incierto y sin ser el elegido, es la imagen viva del “PRESENTE”.
Aunque sobre los otros se fincaron planes, ninguno de ellos alcanzó una rebanada de futuro y, ahora, el que trepa por el pantalón de mi hijo, duerme acunado sobre su pecho y ronronea tras devorar la comida de su plato, es el negrito.
Su nombre es Iñigo, que significa “Mi hijito” en el idioma Vasco, pero en mi conciencia lleva otro nombre que es, a la vez, un recordatorio del regalo, incierto y maravilloso, que debemos disfrutar: El presente.

miércoles, 10 de octubre de 2012

"Sorpresas"


¿Fui una hija deseada?, me preguntó mi hija, un día.
Por primera vez noté la diferencia generacional.
Cuando yo me casé, la planeación familiar era muy incipiente y, casarse, era sinónimo de iniciar una familia sin mucha espera. Así que, a los veintiuno, recibí la sorpresa de que sería mamá.
¿Deseada? La pregunta me hizo sonreír de sólo recordar aquel desayuno con mi hermana menor y su amiga. Cual ametralladora, les hablaba de todas las cosas que haría con mi bebé. Cursos, clases, paseos, viajes, y mil cosas más.  Así, me gané su sentencia: ¡Has planeado su vida hasta los 21!
Mi entusiasmo por su existencia se desbordaba en mis conversaciones. Le leía cuentos, le hablaba todo el tiempo y no me hartaba de ver mi barriga cambiar de forma cuando ella cambiaba de posición dentro de mí. Aquello de ser mamá era como un sueño.
La realidad me hizo reaccionar cuando, antes de los seis meses, estuve en riesgo de perderla. Durante los eternos días en cama, comencé a pensar en la vida sin ella. ¿Cómo había vivido sin tenerla? La vida sin mi bebé, desde entonces, me pareció imposible de sobrevivir.
Entonces, una avalancha de temores me sobrecogió: ¿Sería yo una buena madre? ¿Cómo estar segura de hacer lo correcto? ¿Podría protegerla el resto de su vida? ¿Tendría todas las respuestas a sus preguntas?
Ese día, sin duda, me convertí en mamá.
Los meses pasaron, el día anhelado no llegaba y, con una asegunda amenaza, el médico optó por la cesárea.
¿El gran día? Octubre 10 de 1982. La gran sorpresa ocurrió el día más maravilloso del mundo. En lugar de un niñito que, según el ultrasonido, el médico me había anunciado, en el quirófano escuché a mi hermano gritar: ¡Es una nena! ¡Es una nena! ¡Es una nena!
Ese día, a pesar del largo nombre que aparece en su acta de nacimiento, ella fue nombrada y, a la fecha, los que más la amamos la llamamos “Nena”.
Han pasado treinta años desde esa madrugada atiborrada de emociones y, aun así, me basta con cerrar los ojos para revivir cada una de ellas: Expectación, miedo, felicidad, dudas, sorpresa y, amalgamando a todas ellas, el más inmenso amor que jamás había sentido en mis 22 años de vida.
Hoy, antes de que el sol alumbrara, nos escurrimos por la puerta de su casa para llevar a cabo nuestro pequeño complot. Mis dos nietos, mi esposo y yo, con una vela alumbrando en un pastel improvisado y bolsas con regalos, entramos a su habitación para cantar el “Happy birthday”. Con ojos risueños, nos recibió para llenarla de abrazos y, al verla abrazar a sus hijos, mi corazón se llenó de ternura y gratitud. Aquella diminuta niña que acuné en mis brazos, hace 30 años, sigue siendo la criatura más hermosa del mundo y, ahora, ella es mamá.
Una oración brota desde lo más sincero de mi alma: ¡Gracias, mi Dios, porque aunque no he sido la mejor madre y me equivocado un sinfín de veces, aunque no he tenido todas las respuestas ni la he podido proteger en todos los embates, hoy puedo celebrar la vida con “mi Pequeña Sorpresa”!
¡Gracias, Señor, por mi hija! ¡Larga y dichosa vida a mi Nena!

lunes, 8 de octubre de 2012

"Sin nombre"


"Un país, una civilización se puede juzgar 
por la forma en que trata a sus animales." Gandhi

Su diminuto cuerpo parece evaporarse con sus inspiraciones rápidas y cortas.
Las horas, en la oscuridad, se alargan al ver a esta pequeña criatura debatiéndose para lograr la siguiente inspiración y, al verla tan frágil, mis preguntas y reclamos se alborotan.
Nadie sabe su origen ni su edad. Su historia, para el mundo, inicia en el momento en que, una conciencia, endurecida e indiferente a su futuro, lo abandona.
¿Qué pensaría su dueño si viera su cuerpecito agitado y débil? ¿Sería su corazón capaz de sentir ternura o compasión al ver su sufrimiento?
Lo arropo y me sobra tela al envolverlo. Lo recuesto sobre mi pecho para que, su pequeño corazón, siga el latir del mío y luche por su vida. Su pelaje algodonado se esponja al sentir la caricia de mi dedo. ¿Recordará los breves días en que su madre lo limpió y acunó entre sus patitas?
Te acaricio, una y otra vez, con obsesivo cariño. Casi como un intento de borrar, con cada roce, el recuerdo de tu abandono. Si has de morir conmigo, minino, te sentirás, hasta el último momento, amado.
La vida se te va escapando. Te separo de mi lecho y, aún a rastras, vuelves para sentirme de nuevo. ¿Imaginará aquel que te arrojó al desamparo que te gustan las caricias? ¿Pensará, por un momento, que necesitabas cobijos y cuidados? ¿Llegarán a su mente las imágenes de dolor que yo tengo ante mis ojos?
Pequeñito de bigotes blancos, sé que tus ojitos verdes se están durmiendo. Sé que la batalla está por terminar y la estamos perdiendo. Aun así, chiquitito, te mantengo a mi lado y espero pues, ¿no es siempre en el último instante que ocurren los milagros?
 La medicina me es ajena y de gatitos poco entiendo. Pero, igual, yo tengo un diagnóstico que hacer. En tu acta de defunción, de mi puño y letra escribiré: Este gatito sin nombre ha muerto por la crueldad, la irresponsabilidad y la negligencia de quienes lo abandonaron. Sobre ellos quede el saldo de su dolor y de su muerte.

“Y Dios dijo: Que tenga dominio sobre los peces del mar. . . sobre los animales domésticos. . .” Génesis 1:26b (¿Y es así como lo hacemos?)

domingo, 7 de octubre de 2012

"Valiente"


¿A quiénes podemos llamar valientes? ¿Quién es realmente valiente?
Dirán alguno que son aquellos que se atreven, por arrojo, a lo que otros no están dispuestos a hacer. Pero, ¿Qué diferencia hay con una persona temeraria?
La esencia de la temeridad, según el diccionario, es la imprudencia. Es un arrojo que no piensa en las consecuencias y que lo hace sin fundamento.
El valiente, según esto, debe iniciar su acción reconociendo los hechos que la lógica le dice que le sobrevendrán. ¿Acaso no, la prudencia, debería desalentar a la persona a no intentar lo que tiene pocas posibilidades de llegar a un buen final?
Entonces entiendo que, el verdadero valiente, es aquel que entra con osadía a las situaciones difíciles y hasta a las causas perdidas. Su valor lo hace fuerte pero no insensible.
Mi admiración nace de esa combinación. El valor para intentarlo, incluso, cuando sus experiencias anteriores le recuerdan de pocas posibilidades de éxito. La sensibilidad porque, en muchos casos, lo hacen por otros y una remota esperanza de bienestar para ellos. Y la fe que, según yo, es la única que puede sostenerlos para iniciar las empresas casi imposibles.
Fijándome un poco, descubro que caminan a mi alrededor personas muy valientes.
Esa esposa que, tras 30 años de ir cuesta arriba, se lanza a la lucha para salvar su matrimonio. El muchacho que, teniendo fresco el recuerdo de dolor y pérdida, se compromete a cuidar de una camada de gatitos enfermos. El hombre al que, los números y las realidades, le gritan que no saldrá avante con su empresa. La mujer que, tras el fracaso de una relación, decide ir tras la felicidad y arriesgar su corazón de nuevo. Y todos, aunque son a veces asaltados por el miedo, se sobreponen echando mano de la fe y el valor.
Si la valentía es uno de los rasgos importantes en los héroes, me doy cuenta de que, yo, estoy rodeada de muchos de ellos.

viernes, 5 de octubre de 2012

"Sin presupuesto"


De tanto dar en el camino, el día de hoy, nos sorprendió sin presupuesto.
Aunque es una fecha memorable, no hay dinero para disfrutar de exóticas viandas en un buen restaurante. El presupuesto, celoso, nos recuerda de las familias que de él dependen.
Aunque mi esposo, la persona a festejar, merece el mejor de los regalos, hoy resulta que su corazón generoso se ha gastado lo ganado en dar y dar de más.
Aunque mi amor por él es inmenso, no corresponde mi capital disponible al amor que quisiera demostrar con un obsequio.
A punto estoy de dejarme invadir por la tristeza cuando, una mirada de reojo, me revela el secreto de un día especialmente feliz: ¡Él reposa y respira recostado a mi lado!
El ingenio se combina con ánimos recobrados y escarbo hasta el fondo del refrigerador. Mezclo el entusiasmo con los víveres disponibles. Mando un mensaje a nuestro hijo para que llegue a tiempo a casa porque, hoy, es un día especial. ¿Y el regalo? Sonrío por el recuerdo. Todo lo que él anhela, lo llevo puesto: La sonrisa húmeda, el corazón inquieto, la caricia lenta y la voz de aliento.
Mi corazón se alegra, mi alma se emociona, mis manos se alborotan a mitad de la cocina y  espero ansiosa el sonar de platos para alistar una gran celebración donde hoy se servirá, como platillo principal, “El amor”.
Suena un timbre, mis ensoñaciones y prisas se interrumpen. Risas se escuchan en la bocina del teléfono y una invitación inesperada llega. ¡Gracias a Dios por los amigos que tiene su mesa puesta para celebrar con nosotros!
¡Todo listo para la fiesta en casa de nuestros queridos amigos! Todos listos para ir con ellos y ser felices con una felicidad. . . ¡Sin presupuesto!
(La historia que ocurrió el 1° de octubre, cumpleaños de mi marido)

"¿De qué me sirve?"


Cuando leo los encarnizados mensajes de algunos amigos ateos o agnósticos, me detengo y, yo misma, cuestiono mi fe: ¿De qué me sirve creer en Dios?
Cuando se me agotan las opciones y me rebasan las circunstancias, tengo a Quien pedir consejo.
Cuando la tentación de opinar o dar un consejo quiere seducirme, tengo a Quien pedirle sabiduría para callar.
Cuando otros me pisotean o me lastiman, tengo a Alguien que me entiende y me alienta a perdonar.
Cuando ya no encuentro el camino, tengo a Quien promete ser luz para mis pasos.
Cuando la fatiga es mucha, tengo a Quien toma mis cargas y las lleva en hombros.
Cuando los tiempos de desengaño me llegan, tengo a Quien me recuerda que sólo es bueno confiar en Él.
Cuando la incertidumbre me paraliza, tengo a Quien me asegura que todo, en Sus manos, lo usará para mi bien.
Cuando mi intelecto, en mis aciertos, quiere encumbrarme como el centro del universo, tengo a Quien me muestra mi verdadera dimensión con tan sólo mirar las estrellas.
Cuando miro la naturaleza y sus maravillas, tengo Quien me susurra al oído que todo lo ha preparado para mí.
Cuando me rechazan y me aseguran que soy una fracasada, tengo Quien me recuerda lo que valgo y soy para Él.
Y, cuando me angustio por sentir que  mi tiempo se agota, Él me recuerda que, por Su Hijo, mi tiempo es eterno.
Tal vez jamás logre hacer comprender a mis amigos, los que no creen en Dios, que Él los ama pero, por más que se esfuercen, jamás me convencerán de que deje de creer que Él es Dios y que me ama.

lunes, 1 de octubre de 2012

"Llamadas y llamados"


Por más de cincuenta años, el día primero de octubre, el teléfono sonó y la voz de Elenita se escuchó con un “¡Feliz cumpleaños, Gordo!”. Podía ocurrir cualquier cosa ese día pero, la llamada, sin falta, llegó. Pero hoy, en el teléfono, no se escuchará la alegre risa de la mejor amiga de mi suegra pues, este año, ella partió dejándonos sólo su recuerdo.
Esas ausencias nos abren los ojos al futuro y a la conciencia. Nosotros, la generación siguiente, nos encaminamos a un lugar en donde nos convertiremos en la referencia del pasado y algún tipo de modelo para el futuro. Y, a nuestra generación, le está llegando su hora.
Cuando esas llamadas infalibles, como las de Elenita, comienzan a desaparecer, nuestro llamado se cerca. Entonces es momento de preguntarnos, ¿Qué tipo de ejemplo y testimonio seremos?
Elenita dejó uno de optimismo y alegría, compromiso y cariño. Sin duda un buen modelo.
Ahora, justo hoy, cuando comprendo el compromiso que pronto reclamará nuestra presencia, analizo al hombre con el que he compartido mi vida y, entonces, con la certeza de que es alguien excepcional, me propongo honrar el día de su cumpleaños.
Cuando la verdadera hombría parece desvanecerse, cuando la paternidad responsable se ha convertido en opcional, cuando el matrimonio es declarado anacrónico y las parejas rehúsan darle valor al compromiso firmado, cuando el sentido del deber como proveedor parece haberse erradicado del género masculino, cuando la lealtad en las relaciones se ha vuelto obsoleta  y, cuando la fe en Dios es considerada debilidad en el varón, las cualidades de mi hombre, se levantan y brillan con mucha más fuerza aún.
Hoy, el hombre que escuchó de mí “Sí, acepto. . . hasta que la muerte nos separe”, celebra un cumpleaños más y, aunque ya ha festejado 56 ocasiones antes, conforme pasan los años, su vida cada vez es más digna de festejar pues se consolida como un modelo de hombría, lamentablemente, en vías de extinción.
Dicta una ley de la economía: el valor de las cosas es mayor cuando el bien es escaso. Y, por esa razón, mi amado cumpleañero, cada día, se va convirtiendo en una persona más y más valiosa.
¡Muchas felicidades, Gordito! Que Dios siga forjando al gran hombre de fe y fortaleza en que te has ido convirtiendo. ¡Un verdadero varón! ¡Gracias a Dios por tu vida, tu ejemplo y tu testimonio de fe!