domingo, 26 de enero de 2014

"Odio"

Ni los rayos del sol pudieron despejar las nubes de odio que me envolvíeron. El amanecer, con su claridad, sólo hizo más visible la oscuridad del sentimiento que, al caer el sol, se instaló en mi alma cuando cerré la puerta.
Odié al colchón que, con sus gemidos nocturnos, me despertó reclamando tu abandono. ¿Acaso no puede entender que, por más que me riña, tu cuerpo no estará junto al mío?
Odié el aire de nuestra habitación que, indiferente a mi pesar, devolvía el eco de una única respiración. . .la mía.

Odié el amor que siembra el eterno temor de no tenerte más. Un miedo que, como fantasma furtivo, me acecha y protagoniza las pesadillas en donde ni siquiera puedo llorar por el terror de vivir en la soledad de ti.
Odié esa entrega y ese amor por nuestra familia, casi estoico, por el que te alejas de mí; odié pensarte, siempre yendo a la casa de un futuro de cobijo y cuidado para los nuestros. Y entonces, con resignación, acepté la distancia y la ausencia pues, ¿acaso no es ese amor incondicional que prodigas a nuestros hijos y ni nietos el que me hace admirarte casi al borde del pecado? ¿No es el sacrificio de tu tiempo, tus sueños, tu vida y tu salud, en aras del bienestar de nuestros amados, lo que te hace la mejor persona que Dios pudo entregarme por compañero de jornada en esta Tierra?

Guardo mi odio bajo la cama. Abro mis ojos a una realidad que, en dos recuadros del calendario, me recuerda que tu ausencia habrá de morir en pocas horas y, sin remedio. . .vuelvo a amarte más.

viernes, 24 de enero de 2014

"Erase una vez. . . mi vida: Pobreza"

La vocecita, desde el asiento trasero, calló cuando el tráfico nos retuvo por más de tres ocasiones en el crucero, aunque el semáforo estaba en verde.
El silencio me hizo suponer que el aburrimiento finalmente había vencido a mi hijo, de apenas 5 años, y que pronto tomaría una siesta forzada por la lentitud de nuestro avance en camino a casa.
-Ese hombre siempre será pobre –anunció, el vigilante niño.
-¿Por qué crees que será así? –le respondí– ¿No crees que puede dejar de serlo algún día?
-No –me contestó, con un tono cuya seguridad no encajaba con el de un niño de su edad.
- No tiene por qué siempre ser así –insistí, decidida a infundir esperanza en aquella aseveración tan fatalista.
- Nadie le dará trabajo a ese hombre porque sus ropas están sucias. Sus ropas no pueden estar limpias porque no tiene una casa para lavarlas y guardarlas. Y no tiene una casa porque no tiene dinero para pagarla, porque nadie le da trabajo. Ese hombre siempre será pobre –explicó, sin el menor asomo de duda y con una actitud que no daba oportunidad a la réplica.
El verde, finalmente, nos permitió el paso y yo enmudecí para digerir la reflexión de mi hijo, quien no agregó nada más a su conclusión y guardó silencio hasta llegar a casa.


En esta época de mi vida, cuando he tomado la decisión de participar en aquellas propuestas de ayuda para los indigentes, recuerdo aquella conversación y no me dejo amilanar por las voces que tratan de asegurarme que “no podrás cambiar la inevitable pobreza que hay por todos lados”.
Estoy convencida que, si esos intentos rompen uno de los eslabones que atan a la gente a la esclavitud de la pobreza - que tan claramente me mostró mi hijo de cinco años-, la esperanza de que salgan de ella, es real.

Así que, a seguir invirtiéndome en las causas que todos llaman “perdidas”. ¿Alguien que quiera acompañarme?

miércoles, 22 de enero de 2014

“Erase una vez. . . mi vida: La lección”

Hoy, cuando me encuentro en mitad del antagonismo de opiniones y sintiendo cómo quiere empujarme al conflicto, recuerdo un pasaje que me dejó una de las mejores lecciones de vida.
Él, con apenas cinco años, tuvo que sobrevivir a la casi obsesiva determinación de su madre –de 35 años–, por la alimentación.
Cada comida, en lugar de ser un momento de convivencia relajada, se había convertido en una contienda, para hacer comer al chico, que casi inevitablemente dejaba a la madre con la frustración hirviendo en su sangre al no encontrar la forma de hacer comer al hijo, alimentos sanos y variados.
Cierto día, donde el menú incluía una nutritiva sopa de espinacas, la madre llegó a la mesa con media estocada de impaciencia cruzándole el vientre. Para la tercera llamada de atención, la tensión se había instalado entre los comensales y, cuando la siguiente queja del niño se escuchó, ella estalló en desesperación. Ya fuera de control, plasmó el pequeño plato de plástico a mitad del rostro del pequeño, que terminó con una máscara verde escurriendo sobre sus mejillas.
De nada sirvió el arrepentimiento que invadió a la madre. El daño estaba hecho y los ojos llenos de lágrimas del chiquillo le confirmaron que, ese arranque, la cargaría con una culpa por el resto de su vida.
Dos días después, llegó una invitación de la directora de la escuela y ella acudió con más curiosidad que preocupación.


-¿Qué pasó? –preguntó la maestra del hijo.
-¿Qué pasó con qué? –respondió, la madre, confundida.
-Tu hijo, ayer, llegó a la escuela muy triste y con una pequeña marca arriba de la nariz.
Con el rubor revelando su vergüenza, confesó que había perdido totalmente el control y que había cometido una enorme estupidez.
-¿Él que te ha dicho? –preguntó, con voz quebrada de culpa, a la maestra.
-Me platicó lo mismo que tú ahora –dijo la maestra– pero al preguntarle qué pensaba de lo ocurrido, sólo me respondió: “A mi mami se le acabaron las palabras”.
Esa madre, cuyo remordimiento ha cumplido ya 18 años, soy yo. Y aún recuerdo con gran tristeza mi error. Pero, junto a ese pesar, está la enseñanza de aquel niño de cinco años, mi hijo, que más allá de buscar nombrar desde el juicio –como bueno o malo–, encontró la manera de entender al otro, yo, su madre.
Sin que suene a justificación para mí error, él “entendió” mis razones, mis emociones y mis limitaciones. Como bien dijo, se me acabaron las palabras, y sólo me quedaron las emociones desordenadas para responder a su negativa.

Ahora que me tocó a mí enfrentar un “no”, doloroso, inesperado y que desvió los planes  en los que, casi con empecinamiento, he puesto mis esperanzas, vuelvo mi vista a aquel recuerdo y aplico lo aprendido para entender al otro, para aceptar sus razones, y para salirme de la mira del espíritu bélico que me induzca a la enemistad. 

viernes, 17 de enero de 2014

"Sin medida"

El día, muchos aseguran, tiene 24 horas y cada hora se conforma de 60 minutos. Pero, yo puedo asegurar que, la medida del tiempo, no es exacta, como tampoco lo son ni la distancia ni la temperatura.
Y puedo sostener mi aseveración con tan sólo relatarles mi experiencia de los últimos días.
Por las noches, en mi habitación a oscuras, cierro los ojos en la esperanza de que el sueño me venza. Miro el reloj y marca la 1:43. Me envuelvo en la sábana y cambio de posición. Respiro con conciencia y espero. El sueño parece haber olvidado hacerme la visita. Abro los ojos y los números en rojo me sorprenden. . . ¡1:46! Los minutos, entonces, toman otra dimensión pues avanzan como infectados por la eternidad de la ausencia.
También, entre esos cuatro muros, puedo demostrar la relatividad de las distancias y los espacios. Basta con mostrarles cómo, durante la noche, recorro cada  uno de los 160 centímetros del colchón, con la pesadumbre del condenado a arrastrar un lastre de cadenas. Con la fatiga de quien no encuentra refugio, al llegar a la otra orilla, me vuelvo para continuar la búsqueda del cuerpo de mi compañero.
De la temperatura, ¡nada más contundente que el frío de la soledad! El medidor se empeña en convencerme sobre los cálidos grados del ambiente pero, ¿acaso no entiende que sus números no alcanzar para explicar la ausencia de quien trae tibieza a mi vida?
No, ni los números ni los termómetros ni las cintas de medir pueden cambiar mi verdad. Así que sostengo que, cuando mi amado está lejos, la distancia a recorrer sobre la cama es interminable, el tiempo parece atascarse en cada minuto y el frío que me invade es tan sórdido que, ni con el abrigo más grueso, logro vencerlo.

Viviendo en la gris experiencia de extrañarte.

miércoles, 15 de enero de 2014

"Time to give up"

It´s time to give up! 
Yes, that´s right. You´ve read it and I mean it.
We, as a team, have been through a lot of emotions, struggles and have pushed hard to keep going on this journey to have Manny´s transplant done.
Most of us, including Manny, are at the point of exhaustion for all that has happened, good and not so good. Believe it or not, miracles can leave you drained!
We´ve waited, prayed, asked for help so things keep moving –sometimes slow and some others amazingly fast. We´ve followed God´s pace, seen our faith tested and, sometimes, have found it hard to trust His time.
However, I want to announce you that it´s our time to give up and it might be your turn to do the same.
Just to start, we have already given up on the idea that we´re in control so we´ve left plenty of room for God to keep full control of the situation.
We have given up thinking we can do this on our own, so we´ve prayed and asked for help to every single person that knows any of us. Without the help of all of you, it´s just too hard.
We have given up family time, resources, hopes and expectation and, now, we want you to do the same. 
Yes, we want to you give up on some of your family time and join us in prayer. We want you to give up your personal hopes and expectations about when this should happen. And ALSO, please, give up on that thing you had been longing to buy or that extra money you planned to spend so you can support us to be able to pay for all the expenses that we´ll need to pay pretty soon.
Would you give up on all those things to be part of God´s plan? Would you?

Hope you do soon!

sábado, 11 de enero de 2014

"¡Paren el mundo!"

Mi naturaleza, volátil y humana, está inquieta.
La felicidad extrema, la realidad extrema, la fe extrema, me han vaciado y una dulce fatiga me ha inundado el alma.
Corro a mi refugio, los brazos que se cierran envolviéndome. Me acurruco en su pecho y me dejo mecer en la libertad de esos hilos que han crecido, entretejidos entre su corazón y el mío.
Mi corazón se acompasa con el suyo. Mi respiración tropieza entre sollozos y mis lágrimas limpian los cansancios, las ausencias y los rasguños de la incertidumbre. Es tiempo de llorar de alegría, gratitud a Dios y de sueños que nacen a la realidad.
¡Oh, cuánto lo amo, Señor!
Nuestra respiración se funde y el abrazo de manos quietas sigue hasta convertirnos en la alianza donde sólo Dios es bienvenido.
¿Podrías llevarnos así, abrazados, a la eternidad, Señor?
La oscuridad, afuera, inicia su partida. La realidad comienza a dibujarse al desperezarse el sol y los primeros rayos hacen estallar la burbuja que protege nuestro abrazo.
El reloj arrea nuestro caminar de vuelta al mundo y con un suspiro largo iniciamos retirada.

“Volvamos al mundo, amado mío, pero prométeme que, aunque la distancia crezca entre nuestros cuerpos, no soltarás mi mano”.

lunes, 6 de enero de 2014

"¿Qué está pasando?"

Tal vez algunos han leído la historia de un hombre que estaba muy enferme. Tan mal estaba, que sus amigos comprendieron que necesitaba un milagro o moriría. Por fortuna, durante esos días, un milagroso Sanador estaba en el poblado y los amigos vieron que era la única oportunidad que podía salvarle la vida.
Como casi todas las personas famosas, el Sanador estaba rodeado de una multitud y era difícil acercarse. Aun así, los amigos del enfermo no se detuvieron en el intento cuando llegaron y vieron que era imposible pasar entre el gentío. ¿Qué iban a hacer? ¡La vida de su amigo estaba en juego!
Así que pensaron, “si no podemos pasar por la puerta, ¡lo haremos de otra forma!”.
Fue entonces que la gente, en el interior de la casa, escuchó ruidos en el tejado.
-¿Qué está pasando? –se preguntaron, viendo que el cuarto se iluminaba y que, a través de un agujero en el techo, esa nueva luz era bloqueada por unas sobras que estaban bajando una camilla a través del boquete.

-¡Es una locura! –gritaron algunos, molestos por la interrupción, y dejaron el lugar enfadados por la presencia de aquellos molestos intrusos.
-¿Necesitan ayuda? –preguntaron otro, mientras trataban de sujetar la camilla donde yacía el enfermo, aligerando la carga al grupo de amigos.
-¡Buen intento! ¡Sigan adelante! –agregaron otros, sonriendo con simpatía, mientras observaban al grupo de amigos y voluntarios que se esforzaban por bajar su carga.
-¡Están locos! –gritó el dueño de la casa, al ver su techo arruinado.
Al final, el equipo de amigos y voluntarios logró llegar hasta el Sanador. Y el hombre que fue sanado volvió para estar con su familia, y vivió agradecido al Sanador y a sus amigos por no darse por vencidos.

Al recordar esta historia y repasar las diferentes reacciones, veo retratado a nuestro pequeño equipo y la forma en que la gente ha respondido a nuestro desesperado intento de acercar a nuestro amado Manny a la única oportunidad que tiene para sobrevivir.
Tal vez te estés preguntando: ¿Lograrán alcanzar su meta?
La respuesta es: ¡Sí, no dudes que lo haremos!
Ahora solo me pregunto: ¿Cuánta gente nos echará una mano para lograrlo y cuanta se alejará o simplemente nos observará con simpatía?


La reflexión de un “Equipo de locos”.

"What´s going on?"

Maybe some of you have read the story of a man who was very sick. So bad he was that his friends knew he needed a miracle or he would die. Fortunately, during those days, a miraculous Healer was in town so they decided that it was his only chance to survive.
As almost any famous person, the Healer was surrounded by lots of people and it was hard to reach him. Still, that didn´t stop the sick man´s friends to go but, when they got there, they found it impossible to go through the crowd. What would they do? Their friend´s life was in stake.
So they thought, “If we can´t go through the door, we´ll try some other way!”
It was then when the people inside the house started to hear some noises from the roof.
“What´s going on?” they said, seeing there was new light coming in from a whole in the ceiling. The light turned brighter and some shadows blocked it while a stretcher slowly was going down through it.
“That´s insane!” screamed some people, annoyed by the interruption and left feeling disturbed by the unwelcomed intruders.
“Do you need some help?” some others asked, trying to hold the pallet where the sick man was lying, making it easier to the group of friends.
“Good try! Keep going!” added others, smiling on sympathy, while watching the group of friends and the volunteers working hard to put the stretcher down.
“You crazy people! What have you done to my roof?” complained the owner, seeing his building damaged.
Did the sick man´s friends reach the goal? They certainly did and the Healer healed the man, who survived to live with his family, and was grateful to the Healer and to his friends who didn´t give up.

As I remember the story and go through all the different reactions, I see our small crew pictured in it and the way people have answered to our desperate try to bring our beloved Manny close to the only chance he has to survive.
You might be asking yourself: Are they going the reach their goal?
The answer is: Yes, be sure we will!
And I just guess, how many people will give us a hand to complete the task and how many will leave or see us with sympathy?


Just a thought from a “Crazy crew”.

viernes, 3 de enero de 2014

"La reina de la fiesta"

¿Qué crees, Abuelita Julia? Que la mayoría de tu prole nos reunimos y, ¡nadie tuvo que morir!
Sí, así como lo oyes. Movidos por el amor y las ganas de disfrutarnos, nos saltamos la trágica inercia de sólo vernos en los entierros. ¡Fue tan divertido!
Todo empezó con una idea, algo que tú me entenderías sin dificultad: reconocer que el tiempo y la edad se siguen sumando a la generación que te sigue.
Recordando la vieja costumbre que tú tenías de buscar cualquier excusa para estar juntos, lanzamos la convocatoria y el entusiasmo subió como la espuma. Cada nieta, por iniciativa personal, sumó sus dones para organizar la reunión que, antes de que nos diéramos cuenta, sumó varias decenas de invitados que incluyeron tres generaciones.
La emoción de ver a los hermanos abrazándose, mirándose con sorpresa y conmoviéndose por la oportunidad de estar juntos, valió por todas las carreras y los viajes que varios tuvieron que hacer para llegar.

Pero, además de los abrazos, una persona en especial nos hizo sonreír y recordar el verdadero sentido de la vida: tu hija Nohemí, ahora la mayor de las hermanas sobrevivientes. De haber estado ahí, estoy segura que te habrías unido en aplausos cuando abrió la pista, invitada por mi hermano menor, al tiempo de un vals moderno.
Sonriendo, vestida de amarillo (aquí aplicaría el dicho de “la que de amarillo de viste, en su hermosura confía”) y con una vitalidad que parece no saber que mi tía sobrepasa los 85 años, nos dio el ejemplo de lo que se trata gozar la vida, a pesar de los embates.
Mi mente recordó su historia. La pérdida de su primer hijo tras una penosa enfermedad, un exilio perpetuo para dar la mejor calidad de vida a su hija inválida y una viudez que recrudeció la soledad. ¿Acaso no sería todo ello motivo para vivir rumiando la tristeza?
Pues no. Ella, en ese baile donde solo faltaron los volantines de un vestido de gala, se erigió ante los ojos de los invitados como el emblema de la canción que se ha convertido en el himno de tus nietas –las primas Gómez:

“Abre tus brazos fuertes a la vida
no dejes nada a la deriva
del cielo nada te caerá;
trata de ser feliz con lo que tienes
vive la vida intensamente
luchando lo conseguirás.

Y cuando llegue al fin tu despedida
seguro es que feliz sonreirás
por haber conseguido lo que amabas
por encontrar lo que buscabas
porque viviste hasta el final”.


Fue emocionante, abuelita. Ver a tus hijos juntos, y abrazar a mis primos, primas y sobrinos; pero lo que llenó mi corazón de valentía y esperanza fue ese momento ¡Cuando bailó la reina de la fiesta!