lunes, 31 de octubre de 2011

"¿Por qué?"

Mientras hacía el recorrido por los pasillos de Auschwitz, campo de concentración Nazi en Polonia, y observando las fotografías de las personas que habían vivido sus últimos días en ese cautiverio de tortura, las fechas de nacimiento y muerte registradas me hicieron notaron un patrón. En todos los casos en donde, padre e hijo, habían compartido la estancia, el padre sobrevivía al hijo.
Aunque la lógica nos hace pensar lo contrario, si consideramos que los hijos eran más jóvenes y, por añadidura, más resistentes, lo que ocurrió en realidad fue lo contrario. No tuve que hacer un análisis muy profundo para llegar a la conclusión de que, el padre decidía vivir para proteger a su hijo. Así que, si este fallecía, ¿por qué continuar viviendo? Al ver morir a su hijo, su móvil se esfumaba también.
De ahí que entendí que, el peso de lo que hagamos y la forma en que lo asumamos, es determinado por lo que nos motiva y lo que creamos que va a implicar.
En nuestro diario vivir, las metas y su porqué, harán la diferencia radical en  nuestra forma de hacer y abordarlas. Si es motivado por la convicción de que somos parte de algo importante y trascendente, llegaremos a disfrutar hasta los momentos de mayor tensión o desgaste.
Pero, si por el contrario, la meta no tiene que ver con nuestras motivaciones, probablemente no se cumpla o el proceso será un lastre de disgusto permanente.
A mis cincuenta y uno, la cuenta de mis proyectos inconclusos es larga y veo en todos ellos un factor común: una motivación en la que realmente no creí.

"Defensa"

Dicen que, el que calla, otorga. Y es por eso que, arriesgando que un “click” interrumpa esta lectura, decido continuar el tema y hablar en defensa de lo que sí creo, antes de dejar morir la oportunidad de una vida plena en pareja para quienes decidan intentar algo más.
Y, es que la abstinencia. . . sí, otra palabra que ofende a quienes sostienen que es un atentado a su libertad como adultos, tiene más fines que limitar. Es, según yo, un ejercicio y una práctica de dominio propio en favor, no sólo personal sino, también, del otro.
Se convierte en los cimientos de la relación al demostrar a la pareja que se podemos lidiar con las tentaciones, que a lo largo del camino, con seguridad nos van a asaltar. Es lo más cercano a una garantía de que lucharemos por ser fieles y leales al compromiso de exclusividad que, toda relación que aspira a perdurar, necesita.
Esa determinación, que parece en contra del otro es, a fin de cuentas, algo a su favor pues no estamos devastando la relación de su pureza, su magia y su romance, sí, escribí romance. Aunque las novelas y medios sigan planteando que, los encuentros sexuales casuales son lo romántico, nada competirá con la primera noche en que la pareja se descubre y se desborda en una unión que sobrepasa, por mucho, lo físico.
Resulta, a largo plazo, una forma de blindar la relación de las confusiones que trae la atracción física y el deleite sexual. Porque, ¿cuántos matrimonios se disuelven cuando, esa primera etapa de estados alterados de conciencia y libido, terminan? El verdadero fundamento que son las creencias, los ideales y un amor decidido, son eclipsados, muchas veces, por el fuego de una pasión.
Tal vez todo esto sea difícil de “vender” cuando existen tantas propuestas mucho más sencillas, comunes y, perdón por decirlo, vulgares. Pero estoy segura que, sin importar que alguien haya estado casado o vivido experiencias sexuales, la segunda vuelta se convierte en algo más que un intento cuando, los dos, hacen las cosas siguiendo la receta de intimidad bajo la cobertura de la única institución, “el matrimonio”, que la puede convertir en una relación para el resto de sus días.
A mis cincuenta y uno, confieso, me sorprendo por atreverme a hablar de una forma que contraviene la opinión, casi generalizada, de nuestra sociedad. Pero, me alegro de tener el valor de hacerlo pues, al menos, serviré de recordatorio de lo que sí funciona en pro de la preservación de la familia y el matrimonio.

domingo, 30 de octubre de 2011

"Segunda vuelta"

El sentimiento de pánico que se respira a la entrada del salón de clase, donde los alumnos que han reprobado la primera vuelta de algún examen, es un muy parecido al que viven aquellas personas que intentan aventurarse en una relación. . . por segunda vez.
Si la sinceridad es parte de su aprendizaje, compartirán ese pasado y, si la sabiduría se agrega, confesarán los errores que ellos aportaron para el fracaso. Pero, supongo, eso es el ideal que pocas ocasiones sucede pues, muchas veces, más que confesión, se convierte en un juicio acusatorio contra la persona que nos hirió el corazón esperando que, bien cargado con toda la responsabilidad, parta de nuestra vida para jamás volver. ¡Qué desperdicio de aprendizaje y experiencia!
Pero, ¿qué hacer ahora que juntamos el valor y damos el paso para amar a alguien nuevo? ¿Cuáles son las reglas después de que ya llevamos un pasado en la piel? ¿Qué sí aplica y que no?
Entonces recordé mi experiencia en la cocina y aquel platillo que, simplemente, terminó siendo una variante cuando mis distracciones y errores lo convirtieron en “algo comible”, pero muy lejos del resultado originalmente planeado.
Así comprendí que, contra muchas opiniones, el hecho de que nuestro primer intento derivara en un fracaso y que, aparentemente, ya hemos pasado por esas primeras etapas de preparación para una relación, alguna vez, la receta sigue. . . inamovible.
Y, tocando un punto polémico y escabroso, pensé en la virginidad. . . ¿sigues aun leyendo? Es que, la virginidad, de unas décadas para acá, se convirtió en casi una mala palabra y corrí el riesgo de hablar de ella.
Ese estado de pureza, aunque muchos no lo comprendan, no sólo es un asunto físico en el ser humano y es vigente, incluso, en quienes han vivido físicamente con una persona. La virginidad tiene un valor implícito que habla de muchas cosas: madurez para sobrellevar la espera, la promesa de exclusividad que ofrecemos al otro, la obediencia a Dios y, aunque algunos no lo crean, un enorme regalo para quienes optan por ella.
Así que, me pregunto, ¿la virginidad es un propósito y meta en la receta de quienes inician un amor de “segunda vuelta”? Mi respuesta, sin duda, es que, ¡Sí! (continuará. . .)

sábado, 29 de octubre de 2011

"Proyectos"

Entre más crecen mis nietos, más divertidos y emocionantes se vuelven nuestros días juntos. Y, esta vez, es el turno de dar un gran paso en las actividades con mi nieto de cinco años, que seguramente ahora me corregiría, diciendo: ¡Ya casi tengo seis, Gramma!
Por eso, hoy, inicié un curso con el que espero dominar la técnica de la “Hidroponia”.  Aclaro, no es lo que, mi amiguita estadounidense, dedujo: “Hidro” = agua y, “Ponia”. . . ¿ponerse en el agua?
El proyecto consiste, en esencia, en aprender a cultivar hortalizas y flores ornamentales en agua bajo condiciones controladas. Y fue en mi primera clase que comencé a cuestionarme si no estaba excediendo, la capacidad de asimilar tanta información, de mi nieto.
Tras dos horas de recibir una clase de biología mezclada con los primeros pasos de este sistema de producción agrícola, casi desistí de la idea de continuar. Pero algo me recordó que él, como en muchas otras cosas, confiaría en mi dirección y haría lo que le corresponde a sus cinco años.
Esa fue la primera lección que aprendí a través de la Hidroponia y que nada tiene que ver con siembras ni sustratos: que los hijos, cuando son pequeños y, ahora mis nietos, no deben ser aplastados con explicaciones extensas de toda circunstancia. Y que es nuestro deber, discernir lo que pueden comprender y deben conocer para lograr las metas o aprender a manejar las circunstancias.
Pero, más importante, es la confianza que debo cultivar en él para que aprenda a seguir instrucciones, sabiendo que yo veré por su seguridad y que lo acompañaré en el proceso. Y que, una forma de ganarla, es la honestidad de hablarle del éxito o la posibilidad del fracaso.
A mis cincuenta y uno, creo que me gustará la Hidroponia. Y no sólo por los vegetales y flores que logremos cosechar sino porque, para mi sorpresa, empiezo a encontrar lecciones de vida más allá del cultivar.

jueves, 27 de octubre de 2011

"Otra vez, yo

Señor, Dios:
Sí, soy yo otra vez y lamento despertarte aunque. . . lo siento, lo olvidé. ¡Tú nunca duermes! Pero es que no pude evitar buscarte. ¿Sabes? Hoy quería platicarte, y aclaro que no es queja, que me siento cansada.
Ayer, cuando jugaba con mis nietos con los bloques de madera y los ositos, hasta el frío del suelo y ese pequeño altercado al verme jaloneada por mis dos nietecitos exigiendo mi atención, ¡me supieron a deliciosa bendición!
Estar en la Toscana, con mi mami mirándonos jugar, mi hija disfrutando de sus hijos y yo deleitándome en todos ellos. Era como el preludio de un tiempo de paz que. . . ¡Qué corta resultó, Señor!
Apenas una hora después de que se marcharon la tempestad se anunció. ¿No podemos alargar el remanso un poco, Señor? Porque, ¿sabes? De verdad. . . estoy cansada. A veces los huesos ya me duelen y a mi corazón le cuesta latir. Mis ojos quieren seguir cerrados y mi mente. . . mi mente sólo quiere descansar pensando cosas lindas.
Y, perdón, Señor. Repaso mis primeras líneas y, la verdad, parece más una carta de quejas que una de quien todo te agradece. ¿Qué digo en mi defensa? Creo que no perderé el tiempo en ello porque, ¿quién mejor que Tú me conoce?
La tormenta ya se ve por la ventana, mi Dios. No te engaño, el estómago se me ha hecho pequeño y me tiembla el corazón. Casi puedo asegurar que, si bajo de esta cama, no me podré poner en pie. Pero, en el fondo, sé que saldré de ella y no porque pueda caminar por mí misma, sino porque ya estás aquí a mi lado esperando para cargarme.
Bueno, Señor, vamos pues a enfrentar el futuro. Dame Tu mano y agárrame fuerte. Cúbreme con la otra el corazón. Y, por favor, si ves que comienzo a perderme con mis razonamientos y conjeturas, no hables bajito, ¡grítame fuerte, muy fuerte tus promesas!
Por cierto, casi lo olvidaba. Gracias también por esto que, aunque ahora me sabe a hiel, sé que Tú la convertirás en miel cuando haya aprendido y creído más en Ti.
Y, ¡otro olvido! ¿Ya te dije, hoy, cuanto te amo?
Nuria

P. D. Padre, recuerda, tus milagros y bendiciones, ¡nunca están de más! Así que, hoy, sería un día perfecto para verte obrar alguno.

P. D. ¡Te amo!

martes, 25 de octubre de 2011

"Matemáticas"

Me queda claro que, la ley Conmutativa, no aplica en la vida real. Y, para quienes hayan faltado a esa clase, la mencionada ley es la que dice: “El orden de los factores, no altera el producto”.
Hoy, lo redescubrí al darme cuenta de que, aunque logré entrar a la regadera hasta el mediodía y haber hecho, parcialmente, lo que tenía marcado como metas del día, me encuentro con la sensación de nerviosismo y frustración por “sentir” que no he hecho nada.
Así que, el resultado, más que una satisfacción y placidez por el deber cumplido, es uno de inquietud y, casi, culpa.
De igual forma parece funcionar en otros ejemplos.
La pareja, que con un embarazo imprevisto y antes de la boda, no disfrutará de la paternidad tanto como si hubieran esperado los años necesarios para madurar su relación y equilibrar su economía. O, el joven que empalagado por recibir su primer sueldo, deja a un lado el tiempo de estudios y preparación que, muy probablemente, le darían mejores oportunidades de desarrollo después.
Parece, entonces, que lo mismo, en el orden equivocado, no dará el mismo resultado en la vida pues, habrá veces, que el éste será inamovible y no se tendrá oportunidad de resarcir los errores.
A mis cincuenta y no, me recuerdo, una y otra vez, ¡jamás perder de vista mi lista de metas y priorizarlas sabiamente!

"En la lluvia"

Parece que, nuestra idea de felicidad, es excluyente a los momentos en que hay lágrimas.
No hace mucho leí a Joyce Meyer, diciendo: “No esperes a que tu vida sea perfecta para comenzar a disfrutarla”, una idea que se contrapone a nuestro concepto de dicha, como una forma inmaculada de vida y sin mancha de dolor.  Algo, que no alcanzamos a entender, es una utopía inalcanzable.
¿Cuándo nos logramos engañar de que, por así desearlo nosotros, el mundo, nuestro mundo, podía ser perfecto? ¿Cómo aspirar  a que, siendo humanos falibles y mortales, podamos generar un mundo sin error y sin pérdidas? Con tantos ingredientes finitos: la salud, las bienes, los seres amados que nos rodean, ¿cómo es que esperamos una felicidad constante e inmortal?
Aun cuando parece imposible, la realidad de que podemos combinar los momentos dichosos con los sentimientos de tristeza, es mucho más cercana a nuestra verdadera existencia y naturaleza. Pero, ¡cuánta amargura surge de renunciar a disfrutar lo que si tenemos, en aras de los deseos frustrados e incumplidos! Y, aclaro, soy de las personas que defiendo nuestro derecho a derramar lágrimas si estamos viviendo el sufrimiento y el dolor. Sólo  que, también rescato, ese hilo que nos une a las razones para disfrutar y seguir viviendo, ese que llamamos esperanza.
A mis cincuenta y uno, por experiencia, puedo asegurar que, también, podemos aprender a cantar bajo la lluvia y. . . disfrutarlo.

"Primogénito"

¿Cómo nace un primogénito? Obvio, “primero” y eso tiene muchas implicaciones.
Por ejemplo. De alguna manera nace con un déficit de tolerancia por parte de los padres que, creyendo que pueden hacerlo mejor que el resto de los padres que conocen, se esmeran por modelar al hijo perfecto. Su meta: ¡cero errores!
También llegan al mundo con un paquete, a veces demasiado pesado, de ejemplos a cumplir. Porque, para la mayoría de los primogénitos, los hermanos que los secundan se convierten rápidamente en espectadores que coartan su derecho a la aventura. ¡Mira el ejemplo que estás dando a tu hermano! ¿Quién no ha escuchado decir, a una madre cualquiera?
Y, si algún primogénito está leyendo esta memoria, coincidirá conmigo en que, la vida del hijo único, con toda su exclusividad, es rápidamente canjeada con el título de “hermano mayor y ayudante en jefe”. ¡Pásame el biberón!, avísame si tu hermanito despierta, carga la pañalera para ayudar a mami y, las opciones para usar esa mano de obra gratuita, son interminables.
La realidad es que, al primogénito, le vienen más cargas que ventajas aunque. . . pensándolo bien, existe una que pesa más que todas las desventajas: tiene la bendición de dar.
Porque, cuando algún abusivo quiere tomar ventaja de la estatura del hermano menor, ¿a quién acude por ayuda? Y, ¿quién convoca a las mejores reuniones familiares? Cómo olvidar el abrazo que nos recuerda aquellos tiempos de protección de la infancia, ahora de adultos, en los momentos en que necesitamos que alguien se haga cargo de nosotros. . . aunque sea en ese instante.
Para mi fortuna, ¡yo no soy una primogénita! Sino la tercera de una enorme familia. Y ha sido a mí a quien han tocado esos abrazos, los cuidados y el respaldo de un hermano mayor. Uno, de quien por cierto, hoy celebramos un año más de vida.
A los cincuenta y uno, vivo agradecida por lo que Dios me ha dado a través de mi hermano mayor, el primogénito, quien además es “Mi hermano favorito”. ¡Feliz y bendecido cumpleaños, hermano!

lunes, 24 de octubre de 2011

"Desastre"

¡Tan bien que había comenzado todo! Los preparativos, las compras y eligiendo sólo lo mejor.
Ya con todo dispuesto, llegó el momento de iniciar. Y, como todo lo novedoso, ¡me llené de emoción!
Todo iba bastante bien, hasta que llegó la llamada y, de ahí, se fueron agregando incidentes que me hicieron perder atención.  En poco tiempo, inició el desastre y, lo que parecía sencillo, se complicó. Aunque había recibido consejos y tenía las instrucciones muy claras y frescas, mi ánimo decayó y comencé a desear echar todo lo por la borda.
Como me había comprometido, no pude detenerme y dejar el proyecto a medias. ¡Tenía que seguir! Y, aunque lo hice, dejé de disfrutarlo pues ahora parecía una obligación y no algo apasionante y divertido.
¿Matrimonio? ¿Quién habló de matrimonio? ¡Estoy hablando de mi experiencia en la cocina con una receta nueva!
Cuando inicié, todo parecía sencillo pero, cuando comencé a pensar en mil cosas después de esa llamada, la pasta se pegó, agregué la salsa anticipadamente y me tomó mucho más tiempo completar toda la faena. Y, de no haber pagado por tantos ingredientes, ¡seguro dejo todo a la mitad y el perro se hubiera dado un banquetazo!
Pero, tal vez, la comparación con el matrimonio no esté tan disparatada. ¿Acaso no todos iniciamos nuestro gran proyecto con el mismo entusiasmo? Y, cuando perdemos concentración, ¿no nos desanimamos y sentimos el deseo de saltar del barco demasiado pronto?
La receta para “casarse”, platicada por tantas personas a nuestro alrededor, suena tan simple. Al perder nuestros ímpetus, a la primera contrariedad, empezamos a renegar del matrimonio pero, ¿realmente la receta está fallando?
A mis cincuenta y uno, observo como la sociedad está queriendo desechar al matrimonio como si fuese una “mala receta” cuando, en realidad, los que abortamos el intento anticipadamente y por falta de cuidado y no seguir las instrucciones, somos nosotros.

domingo, 23 de octubre de 2011

"Instante"

La pista, con una treintena de mujeres saltando, se cimbraba. Con manos levantadas y a voz en cuello cantábamos la canción que, treinta y cinco años atrás, fuera el éxito que todas escuchábamos.
Para participar de la euforia de las primas, alguien empujó hasta el centro la silla de ruedas desde donde, hace más de veinte años, una de nosotras mira la vida pasar.
Ella, animada por las voces a su alrededor y, haciendo uso de la poca conciencia y capacidad mental que aquel accidente le dejó, agitó las manos mientras su cabeza intentaba seguir el ritmo de aquella música que parecía haber detonado la felicidad de todas.
Con manos entrelazadas y sonrisas, la rodeamos y, una mirada, en el instante preciso, me hizo ver el rostro de su hermana.
Aunque se empeñaba en sonreír, sus ojos estaban nublados de lágrimas y no dejaba de ver a su hermanita menor mientras, todas las demás, continuábamos coreando: “¡Trata de ser feliz con lo que tienes! ¡Vive la vida intensamente! ¡Del cielo nada te caerá!”
Algo en mi corazón se rompió volviendo mi canto melancólico. Aquellas palabras, como escuchadas por primera vez, cobraban vida y sentido. Redargüida por mi ingratitud con Dios y con la vida, evadí encontrarme con los ojos de aquella hermana, mi prima hermana, y su dolor.
Volví a la mesa y mi mente voló a mis memorias de treinta años atrás. ¿Realmente me tomó tanto tiempo apreciar y agradecer la vida tan maravillosa que me ha tocado vivir?
Tal vez, de todos los momentos de ese día, ese instante fue algo que me dejó marcada por el resto de mis días.
A mis cincuenta y uno, llego a un momento especial. Uno donde tengo la perspectiva correcta de mi pasado y lo observo con una mezcla de vergüenza y gratitud. ¡Gracias, mi Dios por las bendiciones y perdona, Señor, la necedad de mis quejas!

"Modas"

Ver a ese joven hombre salir con los pantalones que, a cada paso dejaban ver el color de sus calcetines, me hizo sonreír.
-Creo que es tiempo de cambiar guardarropa o volver al gimnasio- bromeé y sus sonrisa me aseguró que era bien recibida.
-¿Tú crees, flacuchis?- contestó, mirando sus pantalones como si apenas descubriera que se habían “encogido”.
En un breve análisis concluimos que, el relleno añadido en los últimos años, atentaba contra la capacidad de la tela para crecer al parejo y, el veredicto fue: pantalones zancones.
Un abrazo por la espalda de su esposa le aseguró al joven varón que, aún con esos kilitos de más, seguía siendo guapo a sus ojos.
Desembarazados del abrazo, la pareja de padres inició la faena matutina con sus cuatro hijos. Desayunos, pañales y coletas esperaban para ser atendidos. Mis ojos los siguieron por largo rato. ¡Qué linda familia tienen!, pensé. Y viendo, de vez en vez, los pantalones acortados del papá que no dejaba de aplicarse con sus pequeños, deseé que, esa prenda, volviera a estar de moda.
Cada milímetro faltante para tener el largo socialmente reglamentario, venía de la decisión de anteponer, las necesidades de su familia, a la suya de vestir mejor. Imaginé las veces en que, a pesar de haber repetido hasta el cansancio el uso de aquellos pantalones, los sacó del guardarropa contento de pensar que sus hijos cambiaban de talla y crecían con la certeza de vivir arropados.
¿Cuántos renglones en su presupuesto familiar habrán quedado arriba de aquel que le otorgara el lujo de comprarse ropa nueva?
Al final, creo yo, su esposa ¡tiene razón! Esos pantalones cortos y algo desgastados, lo hacen ver aún más atractivo. Y, por el bien de las familias que siguen extinguiéndose, deberían convertirse en el uniforme para todos los varones, padres y esposos, y hacer una nueva moda.
 A los cincuenta y uno, aunque no siempre lo logro a la primera, me gusta entender el verdadero significado de lo que se pasea frente a mis ojos.

"¡Hasta aquí!"

La convocatoria atrajo a la gente con una actitud distinta, una que no siempre se percibe en las bodas. Todos los que llegamos, no sólo buscamos el mejor vestido sino apartamos la fecha marcándola con: “inolvidable”. Y, para alguien como yo que no gusta mucho de esas celebraciones, ésta me llenó de expectación.
Después de asistir a tantas en donde, la novia, aún tiene las marcas de la fiesta de graduación y el novio apenas ha firmado algunos recibos de pago,  ver entrar a dos adultos por el corredor que los llevará al compromiso para toda la vida, me llenó de emoción.
Esos rostros, con las incipientes arrugas, ¡son tan bellos! pues son las indiscretas cicatrices de batallas, cauce de lágrimas y memorias de desilusiones, unas que los han hecho más fuertes y sabios.
Cuando dos adultos dicen “sí, acepto”, me nace la esperanza por saber que, ambos, ya han caminado los cansancios del compromiso, saboreado el fracaso y, la responsabilidad, les viene de ensayar el sacrificio y la fuerza de voluntad con tenacidad.
El blanco del vestido de la novia, muchos no lo vieron, no venía de la tela sino de un anhelo que ella resguardó por todos estos años. La luz que resplandecía por sus ojos, no era otra cosa, que el reflejo de una ilusión que defendió de las tristezas y el correr del tiempo que, en secreto, le susurró “dala por muerta”, tantas veces.
 Ayer, fui a una boda que, oro con pasión, se convierta en un matrimonio abundante de cosechas. Espero que la pasión madure y se convierta en compasión. Que la tolerancia crezca en una paciencia infinita y, que traiga con el tiempo, una aceptación de largas raíces. Cuanto me alegraré cuando, las noticias, revelen que siguen siendo compañeros, amigos y amantes eternos.
Me alegro de haber llegado hasta aquí para presenciar, no los vapores de un amor abetunado, sino el descorche de un amor, que como buen vino, ha madurado con sabores intensos y sabrosos.

viernes, 21 de octubre de 2011

"Justicia"

Lo que ocurre en mi vida después de una llamada, y confieso no ser aficionada al teléfono, normalmente saca mi mundo de balance. Hoy, para variar, no fue la excepción.
-Malas noticias, mom, perdí mi chamarra y con ella las llaves del auto- escuché decir a mi hijo.
Con un menú en marcha sobre la estufa, las consecuencias del incidente lograron que el guiso se arruinara al igual que mi ánimo. Atada a las sartenes, llamé a mi esposo para que se hiciera cargo de la solución y de contactar a mi hijo.
Su reacción, cargada de mil cosas ajenas a la pérdida de unas llaves, me afligió aún más.
-¡No es justo!- reclamó, - este descuido va a salir una fortuna.
Y, tenía razón. Meses atrás, durante un paseo, él había perdido el original y sólo contábamos con el repuesto. . . ahora, también extraviado.
Una cita me dio el espacio para alejarme de la tensión en casa y pensar. Y, más que pensar, repasé la vida del infractor, mi hijo.
Un muchacho que, muchos han dicho, desearían tener por hijo. Considerado, no sólo en sus gastos y sus viajes, sino en su trato. Siempre buscando ser económico en las molestias que pudiera generarnos a nosotros, sus padres. Aplicado en su vida, intentando hacer de lo que recibe lo mejor y darle buen uso. Cuidadoso con sus pertenencias y agradecido cuando las recibe.
Mi corazón se empequeñeció al pensar en su mortificación y su contrariedad. ¿Cómo consolarlo a la distancia? ¿Cómo decirle que nada, ni unas llaves ni un descuido, podrían cambiar mi aprecio por haber sido la persona que es?
Si pudiera contener las lágrimas para hablarle, esto es lo que le diría:
“¡Gracias! ¡Gracias por haber cuidado tu vida, tus cosas, los recursos que han sido fruto de nuestro esfuerzo! Y, doy gracias a Dios por tu prudencia y tu mesura porque, de no haber sido así, nosotros no hubiéramos dormido en paz todos estos años. ¡Eres el mejor hijo y, eso, no lo cambiará una llave! Te amo."
La noche debiera ser una velada especial. No sólo porque nos reuniremos con amigos para disfrutar y compartir la pasión de mi hijo, la música. También es, para mí, el día en que me gustaría agradecer y celebrar el corazón de este joven con toda la bondad y sabiduría que guarda en él.

jueves, 20 de octubre de 2011

"Indigentes"

Un dolor a mitad del pecho me acongoja al pensar en las generaciones tras de mí.
¿Se darán cuenta de la depauperada versión del amor están viviendo? Creo, honestamente, que no han descubierto que persiguen un amor indigente.
La fuerza y constancia de los medios, parece, los ha convencido que sus encuentros furtivos y que no pasan de la epidermis puede llevar con honra el nombre de “amor”.
Ya no escucho más historias que incluyan la mesura y la paciencia. Y, seguramente, hasta les causaría gracia pensar que, un encuentro íntimo entre nosotros “los viejos”, tenga detrás horas de preparación, la consideración al cansancio del compañero y en el momento ideal, buscando sobre todo, el placer del otro.
¿Dónde quedaron esos mensajes donde él exprimía su vocabulario hasta encontrar las palabras perfectas que le hablaran a ella, con precisión, del sentimiento que lo enloquecía? Y, ¿existe en el corazón de alguna mujer el deseo obsesivo de conocer hasta el último gusto de su amado?
Dudo, y lo lamento, que esa clase de amor extremo y romántico haya sobrevivido a la campaña que el mundo emprendió  en su contra. El verdadero amor ha sido derrocado por el impostor que propone la autocomplacencia, la búsqueda de su felicidad y se burla de la castidad y el compromiso de la exclusividad.
La versión apócrifa del amor, es sin duda, más fácil de vivir pero, a la larga, más difícil de sobrevivir con sus consecuencias de soledad y familias disueltas.
A los cincuenta y uno, cuando pienso en mi amor de “antaño”, aún suspiro. . . me deleito al aderezarlo de romanticismo y, ni por el mejor encuentro de una noche, cambiaría el placer de un abrazo sin texturas con mi fiel amado. 

"Portadas"

Los seres humanos somos, la mayoría, superficiales y obvios. Miramos a nuestro alrededor y, en un parpadear, emitimos veredictos: me gusta o no me gusta. Vivimos como entrando a la biblioteca, repasando sólo los lomos de los libros y las portadas. A lo mucho abrimos, aquí y allá, algunos cuyos colores o diseño jala nuestra atención.
Es como cuando salgo de paseo con Lorenzo, un gran danés blanco y majestuoso. Cada diez o quince pasos, sin faltar, aparece un nuevo admirador solicitando permiso para acariciarlo o tomarse una fotografía con su celular. Pero, si salgo con Tlacoyo Ariel Volador, mi mascota adoptada, la historia es distinta.
Con su pelambre negro y los ojos acentuados con una especie de cejas blancas, parece volverse invisible. Pequeño y nervioso, camina frente a la correa mientras la gente lo ignora.
Pero, ¿Qué ocurriría si antes de ese paseo la gente supiera la historia de Tlacoyo? Si yo les contara que pasó sus primeros años, que un veterinario calculó fueran tres, amarrado a un poste con cuerdas y padeciendo un hambre que no logró matarlo. Que, con un miedo mortal a los rayos, se tiró desde un cuarto piso y que de ahí le llegó el nombre por el estado en el que quedó tendido sobre el asfalto, donde fue rescatado. Y que ahora, en su nuevo hogar, se ha transformado en un perro con un celo extraordinario por proteger su casa y a los suyos, además de acurrucarse tiernamente en mis brazos en sus momentos de terror por las tormentas.
Ese perrito junto con un montón de historias ocultas, son mi razón para escribir. Mi pasión es desenterrar del anonimato mis hallazgos, motivos para pensar y reflexionar.
A mis cincuenta y uno, aún tengo la esperanza de lograr con mis letras un segundo de conciencia en los demás y, de paso, hacer crecer la propia. Porque, si nadie las leyera, igual las escribía.

miércoles, 19 de octubre de 2011

"Bodas y recuerdos"

“¡Ya no sé ni que pensar!”
Leer esa corta frase escrita por la novia y, en tan sólo tres días más “próxima esposa”, me hace sonreír y reflexionar: ¿Cuáles son los pensamientos de una mujer que está por iniciar el sueño de su vida?
Un sorbo de café y un suspiro me devuelven a aquel día que, extrañamente, era tan nublado y frío como el de hoy. Las sensaciones de entonces me despiertan los recuerdos y siento. . . miedo. Sí, un temor que hizo tambalear mi voluntad y que casi me convence de no llegar a la boda, ¡mi boda!
A pesar de que en mi razón se exhibía una larga lista de “buenas razones” para convertirme en la esposa de aquel hombre, mi corazón temblaba ante la simple idea del fracaso.
¿Qué tal si un día, alguno de los dos, no intentábamos encontrar al otro a la mitad del puente? ¿Y si el amor se nos extraviaba? ¿Cómo convertirse en uno y no perderse?
Para quien ha vivido una separación, esas preguntas, pueden ser el monstruo debajo de la cama que le robe el sueño.
Vuelvo a leer la frase e imagino a esa joven mujer de largos rizos y sonrisa franca. ¿Qué te diría ahora, novia preciosa? ¿Hacia dónde orientaría tus pensamientos? Y sólo encuentro una respuesta: Mira, piensa y confía. . . sólo en Él, tu Dios.
En ese gran día, invítalo a la boda, no lo olvides, pero más importante, ¡invítalo a tu matrimonio!
Durante tus pleitos, escucha su consejo. En las reconciliaciones, imítalo. Cuando no encuentres las razones para seguir adelante y juntos, confía en Él. Si dudas, entrégale el control. Y, cuanto antes, haz de este matrimonio, un amor de tres.
Hoy, si pudiera, abrazaría a la novia que aún no se ha entallado el vestido ni ceñido el velo para recordarle que no es tiempo de pensar pues, ese plazo, se cumplió cuando se prometió en matrimonio a su varón.  Le susurraría al oído que, ahora, es tiempo de sentir, de vibrar, de emocionarse y prepararse, con el corazón y la razón, para vivir uno de los regalos más maravillosos que Dios ha dado al ser humano: el matrimonio.

"Perdida"

A pesar de las pisadas suaves de mi marido a mi alrededor, empeñada, aprieto los ojos y continúo mi sueño. La alarma insiste en sacarme de la cama y me resisto. ¿Qué me pasa? ¿Dónde está la energía que me hace saltar del colchón con mil planes en los pies?
La respuesta, con indiferencia, me ignora y se esconde a mi conciencia. Y mi mente, con poco ánimo de seguir buscándola, se entretiene en los recuerdos dulces, esos que no fallan, para alegrar mi alma.
¡Una pista! Desperté con añoranza y deseos que no tienen lugar en esta habitación. ¡Cuánto extraño las compañías de mi corazón! Hoy, no hay hora ni cita para jugar con mis nietos, ni guardaré espacio para el café matutino con mi mami. Tampoco me llegarán las historias de clínica y perros de mi hija. Mi día, nublado dentro y fuera, me presenta un programa difuso de chequeras, transferencias y una lista interminable de pendientes. ¿Acaso cambiará algo de este mundo si yo resuelvo cada uno de ellos?
¡Es innegable! Estoy triste. La soledad, en los muros citadinos, no es tan sabrosa como la de mis muros viejos y pueblerinos.
Me esfuerzo por comenzar el día. ¡Estoy perdida entre los sonidos y gente de este espacio extraño! ¿Extraño? ¿Acaso no es ésta también mi casa?
“¡Alto!”, me grito para no seguir perdiendo el rumbo, “sólo vuelve a casa. . . como hacen las tortugas”.
Con nueva y lenta determinación, cierro la agenda para volver sobre mis pasos. Y, con los dedos sobre el teclado, escribo para encontrar mi lugar. . . seguro y sólo mío. 

martes, 18 de octubre de 2011

"Demasiado pronto"

¿Por qué tendremos esa mala costumbre de juzgar y nombrar demasiado pronto? Y, sí, me incluyo al reconocer que, más de una vez, he clasificado las cosas o eventos como “buenos” o “malos” sin dar tiempo a ver el final.
La primera vez que descubrí mi tendencia a precipitarme fue después de conocer al, en aquel entonces, niño de 13 años con diabetes juvenil. Con tristeza, hice un recuento de todas las limitaciones que la enfermedad traía a su vida. Pero ahora, casi ocho años después, veo que muchas cosas buenas ocurrieron también como resultado de su padecimiento. El ahora joven adulto, desarrolló dominio propio al ensayar sin descanso los “nos” a los alimentos prohibidos. La alimentación tan estricta, además, le mantiene con una salud superior a la de muchos jóvenes de su edad que consumen alcohol y fuman sin reparo. Y el ejercicio, señalado como médicamente necesario, se nota en su cuerpo atlético.
Ayer, nosotros también escuchamos una lista de cambios necesarios en la vida de mi nieto que, a primera vista, se levantaron como un cerro de “debe de”. Y confieso, estuve a punto de nombrarlo como “malo” cuando, en un segundo, recordé a mi joven amigo con diabetes.
Dando una segunda oportunidad a las nuevas reglas, casi con entusiasmo, comencé a encontrar las bondades y ventajas de las novedosas propuestas.
“Más actividades dirigidas” que se traducirán en más tiempo de convivencia personal. “Recortar, doblar y todo aquello que lo induzca a la concentración” que, dicho de otra manera, será más creatividad y diversión. “Alimentación rica en proteínas”, una segunda razón para atender su crecimiento. “Más juegos sobre ruedas para la coordinación”. . . ¡a desempolvar las bicicletas y a pasear! A fin de cuentas, más compañía y oportunidad para disfrutarlo. Realmente, entonces, ¿Será ésto algo que lamentar?
A mis cincuenta y uno, espero no seguir cayendo en la tentación de clasificar las cosas demasiado pronto y hacer de ello. . . una buena costumbre.

"¿Tú también?"

La serie de reflexiones que llamé “Esperar” nacieron, esta madrugada, cuando mi mente se enganchó muy temprano con las dos noticias recibidas la noche anterior: mi nieto con probable necesidad de terapia y, mi padre, confirmado con cáncer.
Compartir mis experiencias, en la etapa de los cincuentas, fue la razón y consigna de este blog que inicié ya hace muchos meses, así que, con dos motivos importantes en mi vida, resolví escribir de ellos y sus efectos  en mi espacio "cibernético" personal.
Y, un poco aventurada, terminé hablando en la serie de algo muy, muy importante y personal. . . mi fe.
Escribir fuera de mis políticas fue algo “extraordinario”, pensé. Pero, lo que ocurrió cuando di el siguiente “click”, me hizo ver que algo, mucho más que extraordinario, acababa de ocurrir. Algo que, sólo puedo explicar, mostrándoles lo que yo misma vi:

A mis cincuenta y uno, me estremezco al descubrir que Dios, no sólo atiende mi diario vivir sino, al parecer, ¡también lee mi Blog! Y "el que tenga ojos para ver. . ."

"Esperar" (Final)

Cuando hacemos “cosas”, entramos en la fantasía de que algo está cambiando y se está moviendo hacia la resolución. Nuestra tranquilidad queda, entonces, depositada en el ejercicio de acciones que nos den la idea de que estamos ayudando para alcanzar la meta.
Como terapia, suena razonable, aunque al final es algo incierto.
Hacer “algo” sigue siendo un paliativo, un placebo para la impaciencia y el miedo a la incertidumbre que nos impide responder a nuestras preguntas: ¿Irá a solucionarse? ¿Llegará a ocurrir lo que espero? ¿Se cumplirá lo que deseo?
El meollo de la espera, parece ser, está en el temor a la decepción y a nuestro disgusto por tener que aceptar que, no todo, depende de nuestra voluntad y que realmente no tenemos el control total sobre nuestra vida.
Y es aquí donde entran las frases que me orientan hacia la solución de mi incógnita: “La fe es la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve”. Reconozco, pues, que no puedo eludir mi necesidad: Para sobrevivir la espera, me es indispensable la fe.
Porque, vivir la espera, sin tener la certeza de que algo está ocurriendo para acercarnos al final deseado, nos va llevando a la necesidad de buscar esperanza en la idea de que “alguien”, que no somos nosotros, está haciendo algo para que nuestro anhelo su cumpla. Esa necesidad y esa ayuda es lo que yo entiendo como “fe”.
A mis cincuenta y uno, me libro del callejón sin salida de los razonamientos humanos al encontrar que, ese Alguien que trabaja detrás de todas mis circunstancias, es Dios y siempre Dios. ¡Qué alivio es pensar que, es en Él, en quien mi fe descansa!

"Esperar" (Segunda parte)

Releo mi primera reflexión y, mi necesidad de control y de hacer saltan a la vista exhibiendo mi poca capacidad para esperar. Aunque también debo rescatar que, en el tiempo de espera, se pueden hacer muchas cosas para lograr que las cosas ocurran, algo mejor.
El campesino, por ejemplo, siembra y, mientras la semilla germina, riega, deshierba y fertiliza su parcela. Así, cuando el tiempo de cosecha llega, los frutos son abundantes y libres de plagas. ¿Puede éste hacer que la semilla germine? ¡No! Esa parte está contenida en la sabiduría que Dios ha depositado en la genética y programa de cada cosa en la naturaleza.
Así que, ¿cómo distinguir lo que si requiere de nuestra participación y en cuales actuar solamente como observadores “pasivos”?
Creo que el límite sólo podemos reconocerlo cuando tenemos un poco de sabiduría porque, de no aplicarla, intentaremos inútilmente rebasarlo hasta quedar frustrados y exhaustos.
En mi caso, recientemente, el tiempo que tuve que esperar para que el cuerpo de mi hija se recuperara, ¡me pareció eterno! Aunque me movía de un lado a otro resolviendo su circunstancia, la verdad es que, su salud, se restableció cuando el mismo cuerpo terminó su trabajo restaurando las partes dañadas. ¿Mi parte? Llevarle las medicinas para prevenir una nueva infección, proveer la mejor alimentación y cuidar que el ambiente permaneciera estéril y ordenado.
Lo escribo y, de tan obvio, parece tonto. Pero, en la realidad, yo he pasado por muchos tiempos de espera desgastándome en el intento de intervenir en procesos que no dependen de mí. Mi ansiedad no ha hecho que los segundos alteren su ritmo ni que los tiempos se acorten.
Así que, parece que estoy llegando justo donde inicié. . . ¿De qué se trata esperar?

"Males"

Muchos males aquejan a nuestra generación pero, uno en especial, hoy me parece alarmante: “la flojera”. Y no sólo ha hecho estragos en las buenas costumbres y rutinas, también está aletargando a una cualidad humana muy necesaria y que se deriva del amor al prójimo, el sacrificio.
De alguna manera comenzamos a creer que todo puede solucionarse como quien lleva el auto al mecánico. Se detecta la falla, se lleva a reparar y ¡listo! ¡Todo resuelto!
Así veo a madres que, como la solución ideal de la época, corren al psicólogo con su adolescente en mano esperando que, con algunas sesiones, éste salga con la vida reencauzada y perfecta.
Cuantos de nosotros, también, al resentir la presencia de alguna enfermedad llegamos al médico esperando recibir una receta con un medicamento suponiendo que, con tragar la píldora, nuestro cuerpo volverá a funcionar como nuevo.
Pero, ¡qué frustración si el médico añade instrucciones que implican sacrificar los alimentos ricos en colesterol y azúcares! O, cuanta desilusión surge en el rostro de la madre al escuchar que el terapeuta recomienda nuevas rutinas de convivencia en casa y que, algunas, requerirán el sacrificio de apagar el televisor para prestar atención a su hijo.
El sacrificio, a la mayoría, nos da flojera. La justificación de una vida agitada y llena de exigencias nos prepara una salida fácil para evitar enfrentarlo y al final, es posible que dediquemos más tiempo a encontrar alternativas que no nos exijan renunciar antes de asumirlo.
A mis cincuenta y uno, descubro que la “flojera” no trabaja sola y que tiene una aliada muy popular: la auto complacencia. Y, me pregunto. . . ¿Seré yo la única que ha descubierto estas plagas de polilla en su vida?

"Post-its"

Las consecuencias, ahora veo, son como “post its” que Dios usa para recordarnos lo que hemos vivido antes. Igual que esos papelitos con pegamento, nuestra vida está plagada de ellos.
Algunos son muy gratos de admirar pues, como pequeños trofeos, nos recuerdan que algo hicimos bien. Esa buena elección nos trajo buenas consecuencias y que forman parte de nuestro presente, por ejemplo.
Pero también hay otros que, por más que nos esforcemos en olvidarlos, nos refriegan en la cara los errores cometidos, nuestras necedades o nuestra inexperiencia. Esos, entre más grave la falta, más chillante y escandaloso el color. ¡Cómo duele hasta mirarlos!
Lo que es innegable es que, todos, tenemos un montón de papelitos con recordatorios escritos. Y la diferencia entre un sabio y un necio, creo yo, está en la forma y el tiempo de leerlos. El necio, de vez en vez, los mira tan rápido como los olvida, sólo para ir a cometer el mismo error una y otra vez. El sabio, por el contrario, regresa a mirarlos y echa a andar nuevamente recordándolos. Éste último acumula lo que algunos llaman “experiencia”.
Algunos papelitos parecen vivir pegados en nuestra nariz y existe el riesgo de que, en lugar de tenerlo como experiencia, se conviertan en un yunque pesado de culpa. Esos, a mi parecer, son los más peligrosos porque, si los leemos como culpa, más que ayudarnos a construir un futuro en base a la experiencia, nos van destruyendo y carcomiendo con su mensaje.
¿No es extraño que, aunque no cambia lo que está escrito, la perspectiva de nuestra lectura tenga tan contrarias consecuencias? Porque, algo debemos aceptar, ¡lo escrito, escrito está y no lo podremos cambiar!
Ahora, ¿qué hace más sabio al sabio? Que no sólo lee sus pequeños “post its” sino, con discernimiento, echa un ojo a los de los demás para aprender las lecciones que no le han tocado vivir. . . aún.
A mis cincuenta y uno, me alegro de tener a la mano el tablero de post-its “maestro”, aquel que tiene todas las respuestas que me ayuden a aprender, tropezando un poco menos. . . la Biblia.

"Esperar" (Primera parte)

Quedarse en un lugar hasta que llegue una persona u ocurra una cosa.  Creer que va a ocurrir o suceder una acción generalmente favorable. Tener la esperanza de conseguir algo que se desea”. Estas tres frases son definiciones que encontré para la palabra: “Esperar” y, aunque reviso y repaso, “quedarse, creer y tener” son las únicas acciones que parecen apoyar ese deseo de que las cosas ocurran. Pero, confieso. . .ninguna me convence sobre el arte de esperar.
Y no es que tenga un gran gusto por esperar pero, me doy cuenta que, consciente o secretamente, todos esperamos algo.
Como padres, esperamos a que los hijos tomen buenas decisiones y tengan una buena vida. Como hijos, esperamos que nuestros padres tengan salud y larga vida. Cuando elegimos una carrera, esperamos acertar y que sea la forma de desarrollar todo nuestro potencial. En la juventud, esperamos que llegue la persona que nos complemente y que nos robe el corazón.
Esperar, esperar, esperar. . .
Si, ineludiblemente, hemos de esperar a lo largo de nuestra vida, ¿no deberíamos aprender a hacerlo?
Pienso y repienso hasta que llego a una conclusión. En todas las esperas existe una parte que nos corresponde hacer para que, lo tan deseado, ocurra, surja, llegue y sea.
Si queremos una vida plena para nuestros hijos, no sólo debemos esperar con la mirada al vacío y desear. Como padres, podemos sembrar los principios, valores y creencias que los equipen para que decidan correctamente.
El buscar una vejez saludable, no es esperar que la genética de un golpe de suerte y dejar que se revele en el tiempo. También podemos contribuir con alimentación, ejercicio y buenas rutinas de vida.
Cada ejemplo que reviso, me va descubriendo mi rol. Esa parte que ocupe mi energía y mi voluntad, como copartícipe, evitándome vivir con un “verbo pasivo” que me limite a la contemplación.
Parece entonces que “esperar” es un verbo más dinámico de lo que las definiciones plantean. O al menos, hasta aquí, es lo que creo. . .