viernes, 31 de julio de 2015

"Bajo el velo: Nueve"

Con la insensatez de los veintiún años –pero con la  prudencia que intuye la trascendencia –dediqué horas enteras a planear y elegir lo que protegería a mi hija en sus primeras horas.
Salpicada de tradición, opté por el bordado español para orlar el largo faldón que adornaba el canasto, mullido en el fondo por un pequeño colchón. Durante horas, puntada a puntada, bordé las sábanas que rozarían la piel de mi bebé, mientras mi mente se entretenía dibujando en mi imaginación su rostro.
¿Cómo serían sus ojos? ¿Sería su cabello rizado y su piel aceitunada? Mezclando genéticas y sueños, me esforzaba por formar su imagen y –tras horas de cavilaciones – concluía sin el menor asomo de duda que yo tendría al bebé más hermoso del mundo.
¡Y así fue! El 10 de octubre de 1982 –tras horas de espera en una cama de hospital y una cesárea precipitada para salvar su vida y la mía –nació la nenita más adorable que jamás había visto. En esa época –sembrada de tantos errores – con sólo tenerla en mis brazos me convencí que ella era mi mayor acierto.
Y tal como lo soñé tantas tardes, al salir del hospital, descorrí el velo que cubría la cuna moisés para recostarla sobre las sábanas bordadas que con sus iniciales le daban la bienvenida. 
Entonces deseé que aquella tela translúcida se convirtiera en una barrera infranqueable y que la protegiera de todo lo que amenazara con dañarla. Un instinto de protección se desbordó en mí y anhelé ser inmortal para estar al lado de mi hija siempre que me necesitara. 
Pero, cuarenta días después, un enemigo inesperado nos azotó sobre las espinas de la realidad del mundo al mostrar la maldad de su corazón y –ella y yo –aprendimos que la batalla para seguir adelante sería un reto difícil de vencer.
Mi Nena siguió durmiendo bajo aquel velo. Con sus sonrisas, se convirtió en la luz y el corazón que me obligaba a palpitar el día a día. Por ella me convertí en fuerza de viento y tormenta para defenderla. Sólo porque existía, la vida siguió siendo digna de ser vivida y, sólo ella, era la vela que daba dirección a mis esfuerzos y a mi diario navegar.
Aquel velo sobre su cunita era el marco de mis ensoñaciones llenas de esperanza, donde yo la imaginaba como una mujer plena y feliz. 
A través de aquella tela, mis ojos la miraban e imaginaban como esposa amada, cuidada y protegida. Y mientras ella respiraba en paz bajo la frágil frontera del tejido, mi corazón elevaba una oración a Dios en la que le pedía que un hombre bueno y amable la amara por siempre.

Un día, el velo de su cuna se descorrió y mi pequeña inició su viaje para cruzar el mar de la vida. Al paso de los años, mis brazos dejaron de ser suficientes para protegerla pero ella –con mis oraciones y esperanzas bajo el brazo– echó a andar el camino hacia el mismo sueño.  

viernes, 17 de julio de 2015

"Impostora"

El día comenzó hace horas y siento el tamborileo de los dedos de la agenda en mi conciencia. Los deberes me reclaman y yo. . . ¡yo sólo quiero soñar despierta otro rato!

Y en este placer de perder el tiempo, en ese divagar de pensamientos, fue que descubrí la mentira de mi vida: Que aunque me gustan los perros, ¡siempre he querido un gato! Y que si no lo tuve antes –por las malas opiniones o por la influencia de terceros– ahora tengo el poder y decidido que es tiempo de vivir reposando sobre mis propios gustos y verdades.

Fue por eso que –hace tres días– siguiendo la consigna de “hacer lo que más me gusta”, invité a una minina a vivir conmigo. Y me niego a llamarla mi mascota o decir que la he adoptado pues, si así lo hiciera, retomaría una verdad apuntalándola en la mentira.

Porque –si hay algo que me gusta de los gatos– es su honestidad de vida. Y al incluir a la gatita Amore Mío en la mía, recordé que un gato jamás te pertenece; pero si siente el cariño, el cuidado y el respeto, él te aceptará pero sin depender de tu buena voluntad o compañía.
La mejor compañía de un escritor. . . ¡Un gato!

¡Y cómo envidio la indulgencia con la que Amore Mío se deleita en su pereza! Ese disfrutar abanicando el rabo, sin prisas, sin culpas y sin más ganas que fascinarse en la existencia, es motivo de mi admiración más absoluta.

Sus simples juegos, la osadía de volar de un mueble a otro, su ronroneo suave junto a mi oído y la jaspeada mirada de sus ojos, me han recordado una niñez ya muy lejana –casi perdida– cuando tumbada de espaldas sobre el césped, contemplaba los algodones amorfos flotando en el azul infinito de los cielos.

Tal vez la gente hoy hable de la suerte de Amore Mío por haber sido rescatada, cuando en realidad ha sido ella –con toda certeza lo sé– la que ha venido en mi rescate, y a recordarme de una libertad que aún me espera: con la emancipación de mis sueños, la independencia de mis juegos y la autonomía de mis pasiones.


Eres linda, Amore Mío, y hoy te doy la bienvenida. Gracias por ser un gato independiente, gracias por la agilidad de tus retozos y gracias por recordarme que –sin duda– ¡a mi que gustan más los gatos!

domingo, 12 de julio de 2015

"Y UN BUEN DÍA. . ."

Y UN BUEN DIA. . .
Entendí que unos centímetros de más en el trasero no me hacen un Botero; que las piernas delgadas son más ligeras y pueden recorrer grandes distancias; que la B es una buena talla y que un tatuaje sobre mi piel tiene más historia que un buen libro de cien hojas.

Y UN BUEN DIA. . .
Reconocí que más que el mar me gusta el bosque; que prefiero Coyoacán a los cócteles; que odio el sostén y amo el encaje en el bikini; que cuando mi corazón se siente enamorado, sólo puedo hablar con poesía; y que mis mejores momentos los he pasado despeinada.

Y UN BUEN DIA. . .
Descubrí que mi felicidad no depende de que me digan un “te quiero”; que siempre es mejor poder decir “te amo”; que la distancia o el tiempo son conceptos; que prefiero los abrazos que un buen suéter; y que el único amor realmente imposible es aquel que un día olvidamos.

Añadir leyenda

Y UN BUEN DIA. . .
Dejé de contar mis errores pues supe que siempre habría alguien más para contarlos; que un día tuve que salirme del camino para seguir viviendo; que todos –y el que no se engaña –tenemos nuestros secretos; y que el día que me le escabullí a la vida para haraganear un rato en el pasado, ese día – ella y yo –nos pusimos a mano.

Y UN BUEN DIA. . .
Aprendí que puedo volver a tierra firme sin cargarme de amargura; que soy capaz de enredarme en los deberes sin perder el brío; que sé caminar en realidades sin que me atrapen sus raíces; y que prefiero ser arena –no roca – aunque me gusta más ser agua, viento. . . o tal vez fuego.


Y UN BUEN DIA. . .

Amanecí con la idea de que el seis es un buen número. ¿Que porqué?. . . ¿Y porqué no?

Y UN BUEN DIA. . .
Me di cuenta de que no me gusta los halagos; que me atosigan lo consejos; que nadie jamás entenderá lo que ocurre entre mis rizos; y que huyo de ser vista como ejemplo pues sólo yo –y sólo yo –sé quien soy y lo que he sido.

Y UN BUEN DIA. . .
Descifré que mientras me vestí de esposa, me convertí en amante, nací como madre y me estrené de abuela, alguien llamado “yo” –en un rincón de mi existencia –seguía viviendo, esperando con paciencia a ser resucitado; y que, aunque amara todos los reflejos que nacían de ese "yo", según la circunstancia, todos ellos dependían de él –mi olvidado yo – para seguir viviendo.


Y UN BUEN DIA. . .

Cuando caminaba lejos de las rutas –jalando una profunda bocanada de aire para salvar mi alma – acepté la realidad de que ya no espero la naipe más alta del “hubiera” para continuar el juego pues –lo quiera o no, al final del juego –la vida se sacará el as bajo la manga y así, sin más, ¡me ganará la partida!

viernes, 10 de julio de 2015

"LA PROMESA: Después

Caminé sin rumbo y me sorprendí cantando.
Escuché música y me sorprendí danzando.
Me topé con gente y me sorprendí mirándola a los ojos, sonriendo.
Volví a la soledad de mi refugio y me sorprendí anhelando un abrazo.
Hundí la yema de mis dedos entre mis rizos y me sorprendí deseando.
Escuché risas de niños y me sorprendí soñando.

Respiré hondo hasta ensanchar el cuerpo y me sorprendí. . . viva, renaciendo.

jueves, 9 de julio de 2015

LA PROMESA: Más allá de la montaña (sin remitente) FINAL

Aquel recuerdo me entretuvo mientras, recargada contra un árbol de hojas vaporosas como nubes, miré a un par de caballos retozando y –al fondo del paisaje –la neblina luchaba por despegarse del suelo. La escena me hizo sonreír y una nueva memoria me tomó de la mano para continuar con el viaje hacia el pasado.

¡Si tan sólo pudiera volver a esos días cuando el campo era nuestro entorno y el amanecer nuestro mejor tiempo! ¿Sabes qué haría? Volvería a echar montura al Tonatiuh, mi alazán tostado, antes de que el sol saliera; me calaría el sombrero y me cabalgaría a tu lado para cruzar el vaho de la tierra húmeda y temprana de la madrugada. Me taparía la espalda con el jorongo de lana para disfrutar del silencio apenas interrumpido por el golpear de herraduras contra el piso. Me acercaría al viñedo, sin bajar de mi caballo, para cortar un racimo completo. Y en el atardecer, por el rabillo de ojo, me toparía con tu sonrisa viéndome salpicada cuando –al agitar sus crines – mi caballo se sacudiera el agua. ¡Vaya que sé que tú también lo disfrutabas! 

Papi, ¿cómo es que no me di cuenta entonces que era feliz? ¿Porqué no te dije "gracias" por todos aquellos años llenos de mimos y privilegios, y que me regalabas por el sólo hecho de quererme?

Hay cosas que hoy lamento y no haber sido más agradecida es una de ellas. Pero no me haré daño con ello, papi, pues sé que amaste siempre sin importar mis errores y mis defectos. De estar aquí, no dudo, de eso también me absolverías.

Pero me llega la hora de volver. Mucho he recorrido a través de estas montañas, pero sé que debo regresar al refugio y a mi vida. Solo una última pregunta me asalta antes de iniciar el retorno:

Si yo pudiera hoy, papi, hacerte volver, ¿qué haría?

La respuesta en mi mente agita una rebelión de llanto en mi garganta y el corazón amenaza con estallar en mis astillas. Lloro hasta quedar ronca y termino en mis rodillas al descubrir que, si yo tuviera el poder de hacerte revivir, papi, si yo tuviera el dominio sobre la vida y la muerte, no. . . ¡yo no te reviviría!

Y no es que no te extrañe hasta sentir que me falta el aire, o que tu presencia no me haga falta para andar completa por el mundo. Pero es que tú me enseñaste que hemos de vivir para dar y, lo que tú tienes ahora, padre mío, no está en mí podértelo entregar. Porque creo en el cielo con cada palpitar de mi corazón; porque sé que no me equivoqué cuando –desde niña –te creí eterno. Porque no -por cobardía- haré a un lado la lección que sé que me toca aprender: dejar a Dios ser Dios, en paz y sin reclamos.

¡Oh, Dios! ¡Cuánto te extraño! ¡Cuánto dueles! ¡Cuánto pesa no tenerte!

Pero, papi, ¡estoy cansada de llorar! Me duelen los huesos de tristeza. A ratos – te confieso –quisiera dejarte de extrañar para reposar un poco el alma. Pues ahora sé que ni llorándote un mar cambiaré el futuro. . . ni siquiera lo haría si pudiera. Así que, como esa charla a solas -treinta y dos años atrás- hoy te acomodo en la repisa que cuelga -alto, muy muy alto- en lo más alto del cielo al que ahora perteneces.


Y no pretendo olvidarte pues es tan imposible como tratar de revivirte. Mejor echaré mano de esas palabras que me dijiste en aquella habitación en penumbras y las traeré al presente: ¿No te das cuenta que te quiero? – me dijiste – ¿y que no puedo verte así?

Salgamos, pues, de la habitación en penumbras que me ha mantenido cautiva desde que moriste, hace cuatro meses. Prometo esforzarme y tratar de enamorarme de la vida para seguir viviendo;  y aprender a ser feliz con nuestros recuerdos, y sonreír cuando te descubra en mis manos o en el reflejo del espejo porque, hoy me alegro con el alma, de parecerme a ti.

Tu hija, desde más allá de las montañas (sin remitente), que te ama tanto como a su propia vida.

Nuria


P.D. ¿Está mi Lorenzo contigo allá en el cielo?

"LA PROMESA: Más allá de las montañas (sin remitente) PRIMERA PARTE

Esta mañana, al escampar las nubes, las montañas aparecieron en el horizonte con una invitación o más bien un llamado de urgencia para que yo las caminara. Entonces, sin pensarlo, eché a andar para encontrarme con ellas.

Caminando entre veredas y senderos de tierra, comencé el ascenso, paso a paso; a ratos lenta y ratos a trote, hasta que las piernas me ardieron y el dolor bajo las costillas superó al que sentía en los ojos, irritados de llorar.

Como tantas veces –papi –pensé en ti y me abatió una lluvia de llanto. Y mientras seguía el instinto de conquista sobre la montaña, me fui percatando que aquella empresa se dibujaba inagotable. Atrás de cada curva, una nueva brecha se tendía para avanzar y, cuando alcanzaba la cresta de un cerro, una ladera me esperaba más adelante.

Tuve que detenerme para recuperar el aliento y darme tiempo de entender lo que la cordillera intentaba explicarme: Que al igual que aquella sierra, la vida puede ser interminable con sus cumbres retándonos para alcanzar la cima; con sus colinas cuesta abajo para que tomemos vuelo y con sus valles para dejarnos descansar. Y que cuando caminamos por la montaña –al igual que por la vida –no existe una meta final en esta tierra.

Entonces detuve el ritmo ansioso de mi carrera y me propuse disfrutar, atenta a las pequeñas y grandes maravillas que anidan en la cordillera. Fue entonces que nuestros recuerdos contigo decidieron visitarme.

Vino a mi memoria aquella vez cuando, entrando a la habitación en penumbras donde yo estaba decidida a morir, me tomaste de la mano para hablarme bajito. Buscabas las palabras –mientras  luchabas contra el nudo de llanto en la garganta –para hacerme desistir de la decisión de morir y animarme a rescatar el deseo de vivir.

"Lo único que tienes que hacer es acomodar a esa persona que pusiste en la repisa alta, creyendo que lo merecía o valía la pena, y que ocupe el lugar que le corresponde", me dijiste para que no siguiera flagelándome con la culpa por el error cometido.

Frustrado por descubrir en mi mirada que no reaccionaba a tus palabras, con lágrimas en los ojos, te lamentaste: “¡Te has convertido en una anciana de 23 años, hija! ¿No te das cuenta de que te quiero y que no puedo verte así?

Mi corazón terminó de romperse al darme cuenta de que estaba haciéndote sufrir. ¡Cuánta razón tuviste! A mis 23, mi corazón perdió la lozanía de la inocencia y juventud. La maleza del odio contra aquel hombre que me había abandonado –y que invadió mi corazón como mala yerba –me impidió volver a ser la misma. ¡Más de veinte años pasaron antes de que soltara esa carga y volviera a caminar libre de rencores!

Pero el daño estaba hecho. No volví a soñar. A mis ilusiones puse bridas para que nunca jamás cabalgaran sin control y asfixié mis aventuras entre los muros de estrictos planes sin riesgos. Había cometido un error. Había dañando al ser que más amo en este mundo y a ti, me lamentaba. . . te había fallado.


Aunque pasaron semanas antes de que lograra volver a mirar de frente a la vida, tu visita fue sin duda la razón por la que lo hice. Te debía mi vida, papi. . . por segunda vez.

Continúa. . .

martes, 7 de julio de 2015

"LA PROMESA: Y. . ."

Caminé por semanas en círculos hasta que formé un agujero profundo desde donde solo alcanzaba a atisbar la orilla o mirar sobre mi cabeza; y descubrí que sólo me quedaba continuar mi búsqueda en el cielo.

Anuncié que partía para “tener perspectiva”, y descubrí que en realidad era mi huída.
Dejé atrás al mundo con todas sus demandas y algunos corazones entristecidos por mi partida. Tomé el camino jamás andado, me envolvió la niebla, me acarició la brisa mientras –cuando llegué a la cima –detuve mi andar para mirar la existencia desde arriba; y me descubrí buscando lo que no sabría reconocer pues era por mí desconocido.

Llegué al lugar que llamé destino. Caminé bajo la lluvia sin más compañía que mis recuerdos; y me descubrí acompañando a la lluvia con mi llanto mientras los charcos reflejaban cachitos de cielo.
Cerré la puerta del refugio dándole la espalda al mundo para dejarlo fuera; y me descubrí dudando de mis pensamientos y, de mi voluntad, su cauce.
Hice de las sábanas mi mortaja sin más prendas que mi tristeza. Lloré hasta caer dormida; y me descubrí durmiendo sin más compañía que un silencio sin tiempo, llamándome insensata.
        Desperté tarde, sin prisas. Desperecé mi cuerpo. La lluvia había cesado. El sol dibujaba contornos y matices; y me descubrí con el deseo de mezclarme con los bosques.
        Miré el horizonte. Los colores me punzaron en los ojos. No pude contar los árboles ni las nubes; y me sorprendí extasiada al descubrir a Dios –y a mi padre –en cada hoja.
Eché a andar –con ojos y alma bien abiertos –hacia la montaña, pensando que iniciaba un imposible; y descubrí que –aún en los más ensortijados montes –siempre hay veredas ocultas para alcanzar la cima.
Dos tórtolas pasaron a mi lado y me descubrí recordando a mis padres que volaron juntos tantos años.
Pensé –como hago ahora, obsesionada –en pares y de dos en dos pasé por árboles, caminos, piedras y aves; y me descubrí mirando al halcón que pintaba círculos sobre los vientos de lo más altos cielos.

Recordé a mi padre muerto y mi alma lanzó a Dios un reclamo; y posado entre las ramas, muy quieto, descubrí que un petirrojo silencioso me observaba.
Continué por la vereda hasta quedar al pié de un árbol de raíz enorme; y me descubrí imaginando que a mis pies crecían raíces, como preparándose a hundir sus puntas.
Topé con un puente. Crucé sudando temor por su crujir bajo mi peso; y me descubrí festejando mi osadía.
Anduve sobre mis pasos. Los parajes ya no eran para mí ajenos; y descubrí que aún en lo conocido –al igual que en la rutina –siempre hay algo escondido, un regalo nuevo que encontrar.
Al paso me salió un riachuelo. Me arrodillé a su lado y sumergí la mano –la misma mano que te sujetó a las 5:33 del diez de marzo –y salté de frío. Y entonces descubrí que estoy viva y que tú, papi. . . tú estás muerto.
Sentí el correr del agua entre los dedos e hizo eco en mí el concierto de vida que me rodeaba. Me estremecí en el silbar de pájaros sin tonada, latí con el deambular de diminutos bichos persiguiendo sus quehaceres; y me sorprendió una voz que surgió del centro de mi ser diciendo: Hija, sigue adelante. . . ¡no te rindas!

¿Qué si fue tu voz o la de Dios? No lo sé pero, aún así, sembrando una última lágrima en aquel riachuelo, me levanté, sequé mis ojos y eché a andar. . .  caminando sin rendirme. . . y viva.

domingo, 5 de julio de 2015

"LA PROMESA: Demasiado pronto"

Esfuerzo mi memoria y me doy cuenta que no tengo el registro preciso de mi edad cuando mi papi me enfrentó al reto de andar en bicicleta sin llantitas. Sólo recuerdo una bicicleta roja pequeña que sirvió para aprendiera a mantener el equilibrio mientras pedaleaba haciendo zigzagueos. ¿Acaso tendría cinco años o no menos?
Ni mencionar que aprendí a conducir un auto antes de los diez. Sobre una almohada, mirando el camino asomando la nariz entre el volante y sujetándome con fuerza cuando el auto parecía reparar como caballo si no lograba soltar el pedal del clutch con la delicadeza necesaria, practiqué junto a mi papi hasta lograr pasar los topes sin respingos.
Tampoco percibí en mi padre intención alguna de reclamar cuando el entrenador del equipo de pre-selección nacional decidió incorporarme al grupo donde los nadadores por mucho me rebasaban en edad.
Y cuando mis compañeras de escuela aprendían algún instrumento o idioma en clases particulares, mi papi no dudó en dejarme aprender piano, acordeón y violín. . . ¡al mismo tiempo! 

Poco después de cumplir 19 años, él me dejó partir de casa –aún a sabiendas de que enfilaba mi futuro al error – y tras cumplir los 20, no intentó persuadirme para volver y dejándome luchar para aprender a ser económicamente independiente.
Seguramente alguien podría poner en duda su responsabilidad como padre o sus criterios pedagógicos. Pero yo –al mirar atrás –descubro algo mucho más que un acierto educativo. En cada “descabellada” decisión, mi papi me enviaba un indudable mensaje: ¡Tú puedes! ¡Yo confío en ti!
Y esa confianza de mi padre –que no dejó espacio a la duda –que me aseguraba que podría resolver lo que me propusiera o que me levantaría de cualquier tropiezo, esta noche me susurra algo al oído: ¡Hija, tú puedes!
Entonces pienso en Dios –mi Padre celestial que decidió quitarme a mi padre terrenal –y lo imagino recordándome que, si Él decidió hacerlo así, es porque también está seguro que. . . ¡yo puedo!
Hay días, confieso, que odio hasta la idea de no tener a mi papi conmigo. La nostalgia se me pega al alma como sopor de verano en el desierto y no soy capaz de integrarme al mundo de los vivos. ¡Su ausencia es tan grande que me vacía la alegría de un solo pensamiento!

Pero esta noche quiero y decido confiar en mi papi que –sin rendirse –partió en paz. Y decido creer que él, junto con Dios, sabía que estaba lista para seguir adelante y que sólo tendría que recordarme ,hablándome a través de los recuerdos, que. . .¡Siempre he podido! 
Si tú creíste que yo podía vivir sin ti, papi. . . ¡YO PODRÉ PORQUE PUEDO!

jueves, 2 de julio de 2015

"La Promesa: La tilde"

Observo mi entorno y repaso con la mirada lo que me rodea.

Estoy entre las sábanas que reconozco como los vestidos de mi propia cama y mi cabeza se apoya sobre la almohada que vive impregnado de mi perfume. Junto a mí, mi compañero por más de treinta años dormita y el ritmo de su respiración me recuerda las décadas de compartir el mismo espacio.
Mis libros, mi ropa ordenada siguiendo el abanico del arco iris y. . . todo, todo es un retrato de mi vida.

Entonces, ¿porqué me siento ajena y perdida en mi propio mundo? ¿Puede alguien extraviarse en un camino cientos de veces andado?

Trato de entender la sensación que por primera vez me visita y me rehuso a usar las explicaciones trilladas sobre el duelo, esas que quieren encajonar lo que siento en teorías cuadradas en tres capítulos.

Busco opciones que me ayuden a entender. ¿Será el cansancio de diez años de pesadas cargas o quizás el síntoma inevitable del tiempo vivido sobre los mismos huesos? 

Le doy vueltas y busco mi propia forma de explicarlo, en mi idioma, como sólo un escritor lo haría.
Ahora lo sé. Lo que me ha hecho perder el rumbo es haber quedado atrapada en la existencia pendular de una tilde.
¿Que qué diferencia hace una tilde?
¡Toda!, he aprendido.

La pérdida requiere llanto para aplacar el dolor y aún me quedan muchas lágrimas guardadas. ¡Cuanto pesan!

Y perdida –sin la tilde – es como yo me siento ahora que la ley de la vida ha amputado mi raíz.

Tal vez sea momento de partir para poner distancia, entre mis parajes y yo, para encontrar un nuevo mundo sin ti, papi.