viernes, 25 de septiembre de 2015

"El Abrazo"

Si. Ahora todos somos adultos. Hemos ejercido el rol de padres y formado una familia. En la parte profesional, nos desenvolvemos con más experiencia y, en mi caso, tengo tres pequeños que me llaman abuela. Es cierto, dejamos el nido paterno hace varias décadas y todos somos adultos maduros independientes.
Y también es cierto que –estrenándonos en la nueva condición de huérfanos de padre– la vida nos ha abierto espacios donde nos corresponde acompañar, proteger y proveer seguridad a nuestra madre anciana. Cada uno de nosotros –aportando sus mejores dones– ve por ella para garantizarle amor, compañía y bienestar en su condición de viuda.
Sin embargo, hay momentos en que mi mami es eso. . . mi mami.
Es durante unos segundos que el tiempo y la edad pierden autoridad, y yo llego a ella sin necesidad de dar explicaciones o justificaciones. Sólo somos madre e hija –atemporales y ligadas–, como comenzamos a serlo desde que yo nací y ella me tuvo en sus brazos.
Entonces, me dejo abrazar por ella. Aunque ahora su cuerpo se ha vuelto pequeño y sus manos ya no son fuertes, mi alma de niña se deja arropar y consolar de todas aquellas cosas que no tengo que contarle para saber que me entiende. En ese abrazo, su cariño me envuelve, llora conmigo y me cuida, como si con ello pusiera una curación a las rodillas de mi alma y secara las lágrimas de mi corazón.

A nuestro alrededor, habrá quien no entienda aún que el abrazo de mamá es el único refugio que aún tenemos como adultos y que –sin importar mi edad ni la de mi madre– su protección y su cariño me son indispensables para continuar el viaje. Tal vez aún no comprende que –los brazos de mi mami– son la parada donde recibo mi dotación de amor incondicional y confianza para volver a enfrentarme a los retos de mi vida.

Así que, cuando nos veas abrazadas y mi mami te parezca frágil; o cuando me veas prolongar ese abrazo y notes que sus lágrimas se mezclan con las mías, no te alarmes, no te angusties porque tal vez –ese y sólo ese abrazo– sea el único lugar que me quede para retomar mis fuerzas de niña y mantenerme de pie como mujer adulta.