lunes, 24 de febrero de 2014

"Applicados"

Aunque no es enero, continúo con la propuesta de buscar todas las opciones de prevención para conservar mi cuerpo en el mejor estado de salud. Y sin muchas expectativas, descargué una aplicación que, considerando mi edad, peso y estatura, calculó la cantidad de agua que debo ingerir a lo largo del día.
Para mi sorpresa, descubrí que con mucha frecuencia no alcanzo el 100% del consumo recomendado –a pesar de que tenía la impresión que sí lo hacía. Incluso con esa alarma que discretamente me anuncia que es momento de volver a tomar agua, una llamada, la mitad de un escrito o cualquier otro distractor, terminan por desviar mi atención y olvido seguir la instrucción de la pantalla “Es momento de tomar más agua”.

Al darme cuenta de que es una de las razones por las que no llego al objetivo, me esfuerzo por concentrarme y, al momento de que suena la alarma, ¡voy y tomo agua! ¡Nada de postergar!
Lo más extraño de todo es pensar que, sin saber ni como, he aprendido a ignorar las alarmas naturales de mi propio cuerpo. ¿Acaso no es la sed una de las sensaciones que primero sentimos? ¿O el cansancio o el dolor de cabeza –por no tener suficiente líquido circulando en nuestro cuerpo –, o la sensación de resequedad en la piel?
Es innegable. Me he ido desconectando de mis impulsos y señales vitales. Ignoro el hambre, el cansancio en la espalda o la falta de sueño. Desarrollé la insana capacidad de sobrevivir a esos síntomas que quieren prevenirme de desgastar mi cuerpo o maltratarlo.
Entonces pienso en otras tantas cosas que no funcionan como quisiera, a mí alrededor. Algunas relaciones que se han ido apagando con el tiempo, proyectos inconclusos, lugares a los que prometí volver y que se quedaron como anhelos. Tantas cosas que, por distracción o falta de un recordatorio, me alargan la lista del “Y si hubiera o algún día”.
¿Y qué de las relaciones? Nos acostumbramos a ser ignorados, a esos enfados sin aparente trascendencia, a olvidarnos de un detalle o una llamada para recordarle a nuestro amado lo importante que es para nosotros. ¿Por qué entonces viene el asombro cuando nos encontramos que la relación desfallece y se seca? La aridez, por la falta de riego y atención, es tan natural como la piel marchita, los dolores de cabeza y los problemas de sueño por la deshidratación del cuerpo.

En esta era que nos inunda de tecnología, que útiles nos serían algunas Apps que nos mostraran las deficiencias en nuestras áreas relacionales y afectivas. Tal vez, entonces, seríamos más “Applicados”.

sábado, 22 de febrero de 2014

"Vida nueva para Juan"

¿Qué cómo terminó en la calle?
La historia de Juan es, como la de tantos indigentes, tan frecuente que parece haber perdido su matiz trágico para volverse “cotidiano”.
Conflictos en un hogar disfuncional, adolescencia que cataliza la falta de lazos y educación, y un chico que es echado de casa. De ahí, la soledad de las calles. Soledad que sólo se cura con compañía y, como casi todo en esta vida, la compañía tiene también su precio: alienación, la llamarán algunos; para mí es la clonación de historias de soledad, replicándose sin descanso y alcanzando a cada vez más jóvenes sin hogar.
Después, para atenuar el hambre, el frío, la soledad y el abandono, aparecen la droga y el alcohol. Luego la ignorancia esconde las pocas alertas que estos jóvenes han escuchado y vence la necesidad de sobrevivir.
A la vida de Juan, se agregó una compañía en exclusiva. Una chica que pasó por alto sus adicciones y su historia, tal vez un poco para ser aceptada con todo y la propia. Y del único calor disponible para ellos, nació Anahí para quien, como único hogar, existe un refugio bajo el puente, compartido con 12 personas. . . su única familia.
Con las reminiscencias de los anhelos que todo hombre tiene, Juan quiere construir un hogar para su compañera y su hijita. Quiere salir de la calle y no repetir la historia de la que ha surgido. Así se propone luchar, primero con sus adicciones y después con el pantano de su circunstancia.
Viene a su memoria una mano que, no hace mucho, se tendió para ayudarlo a salir. Aquella mujer del puesto de tacos, su última empleadora.
-Es tu última oportunidad –le advierte ella, antes de anunciar las condiciones–pero te presentas bañado y bien vestido con ropa limpia, el lunes a primera hora.
¡Juan tiene una puerta abierta para salir de la calle! Ahora sólo tiene que conseguir ropa para presentarse a trabajar y tomar un baño.

¿Qué cómo se hará de ropa y dónde tomará una ducha? La fuente que está frente al refugio no es opción o terminará en la cárcel. Así que, optando por un riesgo menor de ser detenido, limpia parabrisas –con permiso de los dueños de la esquina que quieren echarle una mano, pues será algo temporal–; después compra unas paletas y las vende en otro crucero –siempre con autorización de los propietarios– y, finalmente, junta lo suficiente para llevar a su familia a un hotel muy modesto.
¡Vaya que ha de luchar con la tentación al verse con dinero! ¡Cuánto alivio le traería un poco de droga o tal vez un trago de alcohol!

Pero no. Se debate, lucha contra la exigencia y debilidad del cuerpo. Y si lo logra, podrá haber una nueva vida para Juan.

viernes, 21 de febrero de 2014

"Un cuento"

Cuando miro las lágrimas de la gente que ha perdido algo, un cuento que alguna vez escuché viene a mi memoria.

“Érase una familia muy pobre que vivía del producto de su única posesión: una vaca.
De la leche que sobraba hacían algunos quesos y los vendían para comprar lo indispensable para vivir.
Una noche, tocaron a su puerta dos ángeles disfrazados de viajeros, pidiendo posada. A pesar de la pobreza, la familia conservaba un corazón generoso y ofrecieron el humilde lugar que tenían por casa y compartieron los escasos alimentos.
-Esta gente es buena, incluso en la necesidad –dijo uno de ellos– antes de irnos, debemos bendecirlos.
El otro ángel asintió con la cabeza.
A la mañana siguiente, los ángeles despertaron al escuchar el llanto de la esposa y los niños. La vaca, su única esperanza de sustento, había muerto durante la noche.
Tras despedirse, uno de los ángeles, sorprendido, dijo a su colega.
-¿Pero no estuviste de debíamos de bendecirlos? ¡Su vaca ha muerto! ¿Qué pasó con la bendición? –reclamó.
El otro ángel, en silencio, continuó caminando e ignoró la queja.
Semanas después, de vuelta de su misión, los  mismos ángeles pasaron por el camino donde la casa de aquella familia había estado y que ahora lucía abandonada.
-Seguro han tenido que irse –dijo el ángel, sintiendo nuevamente el disgusto por aquel despertar con la vaca muerta.

Fue entonces que escucharon voces que, al otro lado del camino, gritaban para llamar su atención. Los ángeles se detuvieron y vieron con asombro que la familia de la vaca muerta corría hacia ellos. ¡Se veían tan distintos con ropas nuevas y los niños sanos como manzanas frescas!
-¡Amigos! ¡Esperen a saber las buenas nuevas! –dijo la esposa, entre sonrisas. –La noche que murió la vaca, esa cuando ustedes fueron nuestros huéspedes, ha sido el mejor día de nuestras vidas.
-Después de que se fueron, ya sin la vaca, tuve que salir a trabajar para mantener a mi familia. No iba a permitir que murieran de hambre –agregó el esposo– así que busqué algo que hacer. Entonces alguien me rentó una parcela y me dio crédito para comprar semilla. Inicié la siembra y vendí la cosecha. Fue tan abundante, que pagué y renté más tierra para sembrar el doble. Eso fue hace un año y, hoy, somos dueños de nuestra tierra, compramos unas vaquitas y tenemos mucho más de lo que jamás soñamos tener. . . al menos no con nuestra única vaca”.


Ojalá pudiera recordar al autor del cuento y dar todo el crédito a su autoria. Pero hoy, por alguna razón, lo recordé y tengo la certeza que será un motivo de esperanza para alguien. . . al otro lado de la pantalla.

"Interino"

Interino: adj. y s. Que sirve por algún tiempo supliendo la falta de otra persona o cosa”.

Entiendo la definición pero, ¿cuánto “tiempo” es el que nos define como "interinos"? Como de costumbre, esto de las ambigüedades me confunde e infecta mis decisiones.
Ahora mismo, por ejemplo, me convertí en “custodia” o “dueña interina” de una perrita llamada Sadie.
Por circunstancias fuera del control de sus dueños, Sadie no puede estar con ellos en el tiempo que durará la estancia de su familia en México. El estilo de vida en la ciudad, por más alternativas que buscaron, resultó en una mala condición para ella. Así que, bajo la promesa de devolverla en dos años, Sadie ha llegado a casa y ahora es mi compañía la mayor parte del día.
Después de establecer unos días de prueba para asegurarnos de que se adaptara a la convivencia con Joy, nuestro westie, y a las dinámicas familiares, pactamos en que viviría con nosotros temporalmente.
Todo parecía muy sencillo hasta que descubrí que me miraba con simpatía y me seguía a cada paso con harta alegría. Muy pronto, Sadie comenzó a disfruta de mis rutinas y ahora es ella quien me espera, echada con paciencia, junto a mi sillón de lectura.
Atenta a cualquier ruido, da la alarma si percibe algún movimiento extraño. ¡Está decidida a protegernos! Y su respiración junto a mi cama, he de confesar, se está convirtiendo en el acompañamiento de mi paz nocturna.
Incluso, ayer, pensé enseñarle nuevos trucos de obediencia para añadir a los que ya conoce.
Fue en ese momento cuando me di cuenta de que Sadie, cumplido el plazo, se irá de casa y volverá a los suyos. ¿Tiene caso enseñarle nuevas cosas y que se adapte a mis rutinas?. Dudé y “casi” me dejo atrapar por una nostalgia anticipada.

¿Qué será cuando se vaya?
Gracias a una tarde de cama forzosa, es que pude salirme de esa tristeza prematura y todo quedó en un “casi”. 
Con un poco de reflexión, comprendí que prácticamente en todo somos pasajeros: Somos padres interinos de nuestros hijos cuando niños y nos dejan, cumplido el plazo; cuando somos niños, somos hijos interinos de nuestros padres y después corremos hacia nuestra propia vida; somos estudiantes interinos hasta convertirnos en profesionales; y aún con las mejores intenciones, somos amigos interinos pues la vida nos lleva lejos de aquellos a los que prometimos estar junto a ellos “para siempre”.
¿Tiene caso entonces reservarnos en todas esa experiencias? ¿O lo sabio es zambullirnos hasta la coronilla para vivir el interinato a más no poder?

La respuesta llegó tras la reflexión. 
Sadie y yo salimos al parque todos los días, reposamos escuchando música clásica y, sí, le estoy entrenando en nuevas suertes.

jueves, 20 de febrero de 2014

"Fragilidad"

El complot de un puñado de células bajo la piel, forman un tumor; la llamada que distrae al conductor, quien no ve al peatón que arrolla; un cromosoma de más que cambia el futuro de un bebé; el despertar de una enfermedad auto inmune que postra en dolor, anunciando el final; el corazón que se agota de bombear para un cuerpo agrandado por la grasa; la mirada femenina que atrae a un hombre, cansado de los reclamos diarios en casa; el agua hirviendo cayendo sobre el cuerpo de un niño; la obstrucción en una arteria que ancla, de por vida, a un cuerpo sobre una silla de ruedas; un resbalón en el baño, una falla en un avión,  un olvido en la cocina, ¡cualquier cosa!. . . y nuestra frágil vida cotidiana se quiebra con el estridente grito del “hubiera”.


Entonces ese “hubiera”, en medio de la nueva y cruda realidad, se ensaña con obstinación, obligándonos a imaginar lo que pudimos haber evitado de la tragedia que nos aplasta.
Un nuevo equilibrio se impone. Bajo el peso de la pérdida, el privilegio en el que vivíamos unos instantes antes del instante fatídico, parece esfumarse y no hay manera  de volver a atrás para recuperar lo perdido.
¿Qué alienta nuestra insaciable inconformidad? ¿Quién o qué nos convenció de que, para ser felices, agradecer y disfrutar, nuestra circunstancia debe ser perfecta, y nuestras necesidades, anhelos y expectativas deben ser todos satisfechos?

No puedo evitar sentir frustración y vergüenza. Frustración al ver todas aquellas bondades y bendiciones en la vida de la gente, que no son agradecidas. Y vergüenza por descubrir que. . . no soy muy distinta a ellas.

martes, 18 de febrero de 2014

"Quejas y reclamos"

Con todo el apuro matutino, sequé mi cabello y me escuché diciendo: “¡Qué bueno que tengo el cabello rizado!”. 
No terminaba con la vertiginosa tarea de peinarme (algo que no me toma más de 4 minutos), cuando vinieron a mi memoria aquellos tiempo juveniles, en los que me quejaba con testaruda amargura por mis chinos ensortijados.
Fue inevitable caer en la tentación de revisar las cosas que, a lo largo de mi vida, me hicieron infeliz y que, al paso de los años, han resultado una verdadera fortuna.
Comenzando por mi cuerpo, recordé la frustración por su carencia de curvas durante mis años mozos, y cómo ahora es tan cómodo que me permite usar prendas de elegancia simplista.
La falta de facilidad de palabra, en mi juventud, me hizo sentir un tipo de minusvalía por no poder discutir o debatir mis ideas. A mis cincuenta y tres, me doy cuenta que esos tiempos juveniles, en donde el ego es insolente y colmado de un extra de necedad, no tuvieron un foro para expresar tantos desatinos que lamentar. Es más, hoy me doy cuenta de que son pocos los momentos y la gente con la que merece la pena discutir. En la gente de mi edad, observo una fuerte tendencia a exigir ser escuchados y menos dispuestos a escuchar. A fin de cuentas, ¿para qué hacerlo? A mi edad, muchos ya se han comprado su verdad y no están dispuestos a negociarla, sin importar el argumento.
Y ni qué decir de mi anacrónica afición por los libros y tendencia al ensimismamiento, pues fue esa combinación la que me llevó a encontrar la pasión que hoy me hace escribir.

Es en este recuento que llego a una conclusión: Antes de recurrir a la queja o la inconformidad, quizás deba esperar a llegar a la vejez; no vaya a ser que al paso del tiempo, el motivo de mi demanda, resulte una bendición.

viernes, 14 de febrero de 2014

"Erase una vez. . .mi vida: Mi historia de amor"

Todo comenzó cuando, rota del alma y el cuerpo, él me encontró – ¿O tal vez debería decir que no me encontró sino que me buscó hasta encontrarme– y nuestra historia, juntos, inició.
Le bastó verme a los ojos para descubrir en mi mirada una herida vieja, aún abierta y supurando resentimiento. Bajo unos ojos desdeñosos, encontró la sombra de una niña de cinco años, cuya pureza, aplastada bajo la lascivia de un desconocido, aún reclamaba justicia desde un silencio el que resguardaba el secreto, sórdido y vergonzoso.

Sin prisas, con una ternura indescriptible, él fue quitando las costras con las que había protegido mi alma y que me tenían aprisionada en la soledad. No hubo reproches, no hubo reclamos. Sólo escuché de él, una y otra vez: Te amo por siempre.
Cuando hablamos de la traición y la injusticia de quienes me había herido, me abrazó y, con la más sincera compasión, lloró conmigo. Pude sentir como lo estremecía mi dolor. Yo le importaba y,  confiada, creí en su amor.
Al paso de los días, en nuestras primeras caminatas, juntos, nos fuimos conociendo aunque, a decir verdad, él parecía conocerme desde siempre. ¡Qué fascinante ha sido conocerlo!
Cada día, sin importar la fecha, él me procura con regalos inesperados, detalles que me hacen sonreír y me recuerda cuanto me ama. Cada vez me convenzo que, esa promesa que escuché desde el principio, contiene una inagotable intención de hacer realidad nuestra relación.
Pero, como toda relación, no todo ha sido perfecto entre nosotros, y he de confesar que nuestra historia de amor ha sido empañada muchas veces por mis descuidos, mi inconsistencia y, por qué no decirlo, por ignorarlo en los momentos en que me he empecinado en vivir sólo para mí misma.
Aun así, cuando regreso a la sensatez, él se muestra comprensivo y me regala un perdón sin memoria de mi infracción.
Este, proclamo, es el amor de mi vida. Uno que sé que no merezco pero al que no quiero renunciar. Quiero disfrutar de él hasta el último de mis respiros y, cuando parta de este mundo, con todas mis ansias contenidas, iré a vivir con él, con mi Dios. . .con el amor más grande que jamás he conocido.

¡FELIZ DIA DE NUESTRO AMOR, SEÑOR!

jueves, 13 de febrero de 2014

"A la vuelta de la esquina"

Tachando el día de hoy en el calendario, me emociono al pensar que mañana será 14 de febrero (e inicio mi reflexión, lista para recibir los manzanazos de aquellos que tiene la fecha como un “cliché comercial”). Pero es inevitable para mí, pensar en todos los motivos que tengo para celebrar. ¡Tanto amor a mí alrededor, con cuantos rostros  e inesperadas expresiones!
Sin la intención de hacer rabiar a nadie, confieso que me deleito en los detalles románticos y, sí, hasta los cursis pueden hacerme brincar de contento.
En mi poca originalidad, los chocolates encabezan la lista y las flores son casi una fórmula indispensable para halagarme. Pero, esta vez, dejaré a un lado las velas, el vino y las palabras susurradas al oído en un baile a puerta cerrada, y rendiré honor a uno que lleva toda una vida. Quiero hablar de uno, muy raro por cierto, que está listo para soltar el torrente de caricias y cuidados sin haber siquiera conocido al beneficiario.

Ella es pelirroja y sus ojos verdes revelan los matices de su personalidad. Por un lado, ruidosa y alegre como su chispeante mirada, y por el otro, cabellos lacios que hacen alarde de la pasión por servir al prójimo, que esconde en el corazón, pero que la delata en el rojo encendido de su melena.
Su forma de amar, tan poco ortodoxa, tiene como fin salvar a aquellos pequeños seres cuyos ojos aún no han visto la luz del sol. Bebés cuya vida pende de la decisión de su madre de ser desechados o regalarles una oportunidad de vivir.
Si en el corazón de quienes los han engendrado el amor no enciende, ella se levanta para cuidar a la madre hasta que nace su hijo, y después se esmera en convertirse en una madre sustituta hasta el momento en que encuentra a los padres definitivos que acogerán al pequeño.
Ese amor tiene que buscar recursos para pagar los gastos, hacer trámites con los abogados y, como toda madre tras parir, desvelarse y renunciar a la vida cotidiana cómoda en aras de arropar al recién nacido con los cuidados más tiernos.
Cuando el momento llega, puedo asegurar, su corazón y sus brazos sienten el vacío por la ausencia hijo adoptivo. Desde que inicia su labor, esta madre temporal sabe que el regalo durará tan sólo unos meses y que, después, también como un acto de amor, tendrá que abrir sus manos y entregar al crío a su destino.
Esos amores, son en mi lista, dignos de alabar y aplaudir. Y mañana, en el Día del Amor, merecen un lugar de honor.

¡Feliz día del amor, Maureen!  

miércoles, 12 de febrero de 2014

“Érase una vez. . . mi vida: Secretos”


Rondaba los 35 y ella los sesenta.
Por esas vueltas del destino, ella y yo coincidimos en un viaje, en el relajante renglón de “acompañantes” o dicho con más propiedad de “consortes”, y sin más obligación que pasear en ausencia de nuestros amados –como ella llamaba a nuestros esposos– y esperarlos con la sonrisa bien lustrada de labial, cada tarde, a su regreso después de una intensa jornada de citas de trabajo.
Las calles de Argentina, con sus aparadores y sus costumbres estetas, nos mantuvieron en la caminata hasta que una vitrina, con sus abrigos y originales prendas, nos invitaron a detenernos. ¡Vaya arte de cubrirse con estilo!
Naturalmente austera en el tema del vestido, desconocí mi fascinación por un abrigo de corte amplio y cuello bajo. Pero más fue mi sorpresa cuando, al mirar la etiqueta, descubrí que rebasaba por mucho mi capacidad de gastar dinero en un capricho de moda.

-Si le menciono a mi marido el precio –le confesé– seguro muere de un infarto.
Con el rostro alumbrado por el destello de sus ojos, sonrió.
-¿Y para qué mostrarle la etiqueta? –me dijo, parada junto a mí y mirando en el espejo– si yo casi a los sesenta puedo cautivar y convencer con algo mejor, ¿qué de ti?
El calor se me subió al rostro y no pude más que reír con la risa más tonta jamás escuchada en el lujoso almacen.
El indiscreto oído de la encargada de la tienda se unió a nuestra conversación.
-¡Claro, mujer!–añadió, cercándome por las espaldas– llévatelo y atiende el buen consejo de tu amiga.
 Evitando mirar a la extraña, fingí concentrarme en el abrigo y miré al espejo. ¡El saco era tan hermoso!
-No tienes que usar nada –añadió mi casi sexagenaria compañera de viaje– sólo hazle el mejor regalo que un esposo puede recibir: Tú, sólo tú, y envuélvelo con lo que a ti te guste.
Así que, con un abrigo –muy caro, por cierto– colgando de mi brazo, salí de la tienda mientras escuchaba el final del consejo, discreto y en palabras breves.
"Tan sólo un abrigo sobre la piel y una disposición a amar con la sinceridad de mi corazón".
¿Qué si tengo el abrigo?, se preguntarán. ¡Por supuesto que lo tengo!
¿Qué si seguí el consejo?
Bueno, los remilgos que aún atajaban mi voluntad a los treinta y cinco, me impidieron actuar con tanta audacia pero, si he de hablar algo a mi favor, les diré que, lo que tuvo que cubrir aquel abrigo. . . fue realmente muy poco.


P.D. ¿Por qué no escuchamos los consejos de nuestras abuelas, más seguido, y las mujeres usamos, legítimamente, las armas que Dios nos dio para cautivar a nuestros esposos?

"Nostalgia"

Unas cuantas estrofas colgadas en la suave música de una guitarra, y mi corazón levantó el vuelo hacia el pasado donde abandoné mi infancia. Entonces comprendí porqué amo ser abuela y porqué atesoro mi papel como un sagrado ministerio.
¿Quién, al paso de los años, no vuelve a ese tiempo infantil como un antídoto y refugio frente a la crudeza de las realidades del adulto?
Es ahí, en el futuro “pasado” de mis nietos que encuentro valiosa mi labor.
Quiero, con estrepitosa generosidad, sembrar su infancia con palabras tiernas, besos cariñosos, abrazos cual capullos y regazos pacientes. Me propongo regarlas con presencia constante y sonrisas refulgentes de aceptación para que, como un bosque tupido, los cobije la frondosa sombra de una remembranza que les confirme lo mucho que siempre han sido amados.
Deseo ser una buena reminiscencia de su pasado, y aderezar con dulzura cualquier momento triste de algún presente que quiera infectarlos con las amarguras de la vida.

Sé que el futuro es incierto y que, al convertirse en adultos, mis nietos serán retados por la realidad. Es por eso que quiero ser un buen recuerdo y un remedio contra la corrosiva pesadumbre que el cansancio de crecer pueda traer.
Hoy estoy aquí y reto al futuro. Hoy, lanzo un desafío al porvenir para luchar a las “vencidas”, mano a mano, todo por preservar la sonrisa de mis nietos.
Cierro los ojos y miro al Señor. Mi oración, esta mañana, es corta pero profunda:

“Padre mío, infunde en mi alma todo el amor posible para regalarlo a mis nietos. Déjame atiborrar sus recuerdos con memorias que les hablen de mi amor y, mejor aún, del Tuyo”.

sábado, 8 de febrero de 2014

"Piezas de museo"

Me gustan los museos. Con sus corredores prístinos y el silencioso movimiento monástico de los visitantes, son el ambiente ideal para fijar mis sentidos al pasado. Caminando frente a pedestales, bustos, pinturas y objetos atesorados en vitrinas, me entero de la vida de gente célebre.
Fue al recorrer esos pasillos que supe de una mujer que, apenas cumpliendo la mayoría de edad, se convirtió en madre. Con el entusiasmo de una infancia, dejada apenas unos años atrás, se entregó a la crianza de su primer hijo entre las paredes de un piso pequeño y alquilado. Los muebles, en su mayoría obsequios de boda, escaseaban al igual que los recursos de la familia en ciernes. Aún así, nada empañó su determinación de ver florecer a su familia.
Sin desdeñar los deberes de la maternidad y el cuidado de su hogar, extendió las alas cuando su segundo hijo salía de la primera infancia. Siempre sumando: responsabilidades, esfuerzos, retos, aprendizaje y experiencia, avanzó en el mundo que le era ajeno, el ambiente laboral fuera de casa.

Más allá de las pretensiones y atavismos de su época, ascendió los escalafones de la corporación que le abrió la puerta, hasta convertirse en la primera mujer en convertirse en cabeza de negocio. Y, en adelante, el trabajo bien hecho la convirtió en la mejor opción de la empresa para rescatar del fracaso a aquellos lugares que urgían de la presencia de un profesional.
La máscara del corporativismo no le hizo olvidar su primer deber: ser esposa y madre. Así fue que tomó la mano de su hijo y pronunció frases de apoyo cuando las malas noticias se anunciaron. Corrió, balde en mano, lista para socorrer al hijo que se estrenaba en la aventura de una vida independiente. Sin pensárselo dos veces, puso su futuro económico en juego, para fincar una plataforma profesional para los suyos.
Ni siquiera un mar la ha detenido para ir hasta su hijo, apoyarlo, celebrar sus triunfos y alentarlo a combatir sus dudas.
La viudez temprana, la vida de trabajo intenso y la ausencia de los suyos, no han podido borrar la sonrisa ni el optimismo por el futuro. En secreto, guarda sus temores y las lágrimas que se secan al calor de la esperanza.
Aunque conocí de ella entre caminatas por los museos, esta mujer no tiene ni tendrá nunca un pedestal ni su imagen será conocida, por muchos, enmarcada en una marialuisa. Su historia no vive de la celebridad ni de los pinceles del arte pues es la cotidianidad de sus vivencias lo que la hace resaltar como ejemplo de entereza y sensatez.
Su nombre, María, se convierte en representante de tantas mujeres como ella que, en la fama que no trasciende los muros de su hogar, dejan huella en la memoria de quienes conocen su andar.

Esa mujer y yo, hoy, vivimos unidas por un vínculo único: nuestro nieto. Y sólo espero que mi memoria se mantenga fresca para que, en el futuro, mi nieto escuche de mis labios lo que sé, algún día, será la raíz del orgullo de llamarla abuela.