martes, 31 de diciembre de 2013

¡Venga el 2014!

 “Mi absurda lista de propósitos para el 2014”

Querido Dios, ¡hasta aquí llegamos! 
Se nos acabó el 2013 y, primero que nada, te quiero dar las gracias por tantas bendiciones (aunque en su momento, la verdad, parecieron espinosas).
Gracias por el rechazo e insultos que recibí (ya entendí lo que Tú sientes).
Gracias por la falta de gratitud y el rechazo que viví (¿no te cansas de dar, Señor? ¡Ahora Te admiro más!).
Gracias porque mi corazón empezó a fallar (y aprendí a no tomar el regalo de la salud a la ligera).
Gracias por la depresión (y porque la mano de mi esposo siempre estuvo ahí, y obvio, ¡tú también!).
Gracias porque tuvimos que deshacernos de propiedades y no cambiamos el auto (vaya que me recordaste sobre las prioridades).
Gracias por el cansancio que no me dejó salir de la cama tan temprano (tuvimos más tiempo para conversar).
Gracias porque permitiste que extrañara tanto a mi hijo (en la distancia, sigue confirmando y trabajando sobre su vocación).
Gracias por el dinero que no alcanzó (ahora sí podemos decir, como esposos, “en la riqueza y en la pobreza”).
Gracias por las guerras (esta época de paz, reencuentros y restauración en mi familia, me sabe bien. ¡Promesa cumplida!).
Gracias por la incertidumbre y los temores (créeme, no tengo duda de que ¡ese bebé y la salud de mi hija son un milagro!).

Y, ahora, mi lista de peticiones para el 2014:
Empezando como la canción, te pido por salud abundante. . . ¡Olvídalo, Señor! Creo que es mi responsabilidad cuidar de ella, así que mejor te pido para que devuelvas a Manny la salud perdida. ¡Él necesita mucho más que yo de Tu ayuda!
Sobre el dinero, ¿qué tal un incremento en el presupuesto? Pero. . . pensándolo bien, mejor te pido que pongas en mí un corazón generoso para compartir lo que ahora tengo. La verdad, ¡tenemos mucho más de lo que necesitamos! Y, en este momento, nuestro amigo Manny necesita mucho más de esos recursos para conservar la vida.
Aunque, en el amor, no tiene caso que te pida que me des más. Vaya que lo recibo a manos llenas de mi esposo, mis hijos, mis padres, mis hermanos y hasta de mis amigos. Creo que, mejor, mi solicitud es que viva el amor como tú lo haces: Amando cuando el otro parece no merecerlo; amando a quien me hiere, y amar perdonándolo todo.
¿Qué pedirte para este año que inicia, entonces, Señor Dios?

¡Ya sé! Que estés ahí para consolarme, que escuches mis quejas con paciencia, que me alegres con el simple pensamiento de que me amas y que, no importa lo que tengas preparado en el 2014, ¡TE SIGA SINTIENDO MUY CERCA DE MÍ!
GRACIAS POR TODO Y ¡VENGA EL 2014, MI DIOS! (pero contigo)
Nuria

miércoles, 25 de diciembre de 2013

“Lecciones, confesiones y reflexiones: Dios tiene razón”. . . 7

No hace mucho tiempo, mi visión de la vejez se levantaba como un telón gris y amenazante. El declive de las capacidades y la enfermedad de mis padres, me nublaban el optimismo.
Ahora, aunque el tiempo sigue haciendo su labor día a día, las tempestades han pasado y, contra mi pronóstico, encuentro que muchas cosas lucen mejor que antes. Mis temores sobre derrumbes y destrucción han quedado sepultados bajo una realidad inesperadamente dulce: Mis padres, aunque caminan más lento y descubren un nuevo achaque por semana, se aman y procuran el bienestar del otro con más dulzura.

La vejez, ahora entiendo, es un gran regalo para quienes han sabido anclar su matrimonio con votos de fidelidad, apoyo y amor. Cuando veo que el uno baja la velocidad del paso para acompañar al otro, o se cuida de dar tentación con lo que come, si ello daña al compañero, me convenzo de que la bendición de la mutua compañía es el premio y gran regalo por mantenerse firmes en la decisión de amar.
Ayer, con una cena sencilla, festejamos los 57 años de matrimonio de mis padres. Celebramos la unión que ha logrado sobrevivir a las nuevas tendencias que se empeñan en convencer al ser humano de correr tras sus propios intereses, anteponer su realización profesional –a costa de lo que sea –, y borrar del vocabulario la palabra “sacrificio”.
Gracias a que ellos mantuvieron firme el timón durante las tormentas, nosotros, sus hijos, y sus nietos, siempre tenemos un lugar adonde volver para recibir el abrazo y cobijo familiar.
Alguien al felicitarlos, con mucho tino, los llamó “especie en extinción” y comparto su opinión pues, día a día, los matrimonios sucumben en gran número y se rehúsan a buscar el secreto que ha mantenido juntas a las parejas como la de mis padres.
A Dios no le gusta el divorcio, me recordó una amiga, y ahora entiendo por qué. Si Él sólo procura nuestro bien y sabe de los pesares de la vejez, ¿no será por eso que nos quiere bendecir a través del cuidado de nuestro compañero, durante el invierno?
Gracias a mis padres, hoy veo la belleza de la vejez y espero poder deleitarme de esa complicidad que, sólo en los matrimonios viejos, se puede disfrutar.

¡Dios les conceda muchos años más, amados padres, juntos y continuando siendo para el otro, una bendición!  

martes, 24 de diciembre de 2013

Lecciones, confesiones y reflexiones: Revolución. . . 8

Todo iniciaba el día de la revolución que, por la cercanía en el calendario, coincidía con la conmemoración de la Revolución Mexicana.
Siendo un día de asueto, resultaba la fecha perfecta para dedicarnos sin prisas a la decoración de la casa. Esa mañana, bien abrigados, llegábamos temprano al parque destinado a la reserva de árboles de Navidad. Tras una selección cuidadosa, elegíamos al que viajaría sobre el techo del auto y que sería la figura central de la temporada. Y, teniendo un corazón musical, mi hijo era el encargado de asegurar una ambientación navideña “non-stop”.
A partir de ese día, lo mismo nos topábamos con él bajando la escalera, con un gorro de Santa Claus bien calado, saltando y cantando, que tumbado bajo el arbolito para mirar las luces como quien disfruta de ver las estrellas.
El revoloteo en el corazón de mi pequeño, era una incesante revolución de cantos navideños y regocijo por tener a la familia unida. Y la instalación del nacimiento era la oportunidad perfecta para sus preguntas: ¿Por qué había Navidad? ¿Para qué había nacido Jesús? ¿Por qué Santa Claus traía juguetes? Y por mucho tiempo, no faltó la duda a resolver, ¿quién venía primero? ¿Los reyes Magos o Santa Claus? 

La Navidad, gracias a ese chiquillo que parecía infectado de un espíritu frenético de gozo, fue por muchos años la época más linda de mi casa. Fue como un preludio de lo que, muchos años más tarde, entendería como la razón más feliz para celebrar: El nacimiento del niño Dios.
Hoy, la casa luce una decoración navideña. Mis nietos pasaron por aquí vertiendo su entusiasmo colgando esferas y preparando el nacimiento. Yo aprovecho para escuchar música que habla del amor, la paz y la Navidad. Sin embargo, nada vibra con aquel entusiasmo ni parece tener la magia extraordinaria de aquel niño. No escucho los saltitos ni la vocecita tarareando los villancicos. El pequeño portavoz de la alegría navideña está lejos, muy lejos y sólo me queda el recuerdo, uno que al rescatarlo en mi memoria, me hace sonreír.
Cierro los ojos e imagino aquellas noches en familia. Se dibuja en mi mente el árbol sembrado de regalos. Las luces matizan la imagen de mis recuerdos y puedo sentir el amor que fluía entre nosotros. 
Y entiendo, finalmente, que aquel niño que amaba tanto la Navidad, era como la campanilla feliz que nos recordaba y transmitía el verdadero espíritu de la celebración: 
El amor de Aquel que nació para darnos paz, unión y salvación a la humanidad.


¡Que el recuerdo de la llegada del Verdadero Amor, inspire a sus corazones!

domingo, 22 de diciembre de 2013

Lecciones, confesiones y reflexiones: “Hacia arriba y hacia abajo”. . .10

¿Cuándo o porqué, siendo niños, tomamos la conciencia de las diferencias e intentamos situarnos en la escala donde, a los menos favorecidos les llamamos “pobres” y a los que mucho tienen, “ricos”?
A veces, creo yo, es el tamaño de la casa o la frecuencia con la que estrenamos auto. Aunque, cuando asistes a una escuela donde todas llevamos uniforme y llegamos al cole a pie, tales diferencias quedan veladas y acaso se vislumbran en las etiquetas con las que nuestras madres marcaban los libros o en el diseño de la mochila.
Pero, por alguna razón, a mis nietos les llegó la hora y me tocó escuchar un par de vocecitas declarar: “Gramma, es que somos pobres”.
Además del desatino de semejante aseveración, la conmoción me hizo fruncir el ceño y traté de adivinar la razón de sus conjeturas. Siendo difícil puntualizar lo que nutrió su idea, me concentré en orientar su atención a la vida que los rodeaba.
Haciendo una lista de lo más obvio, desde la familia y el cobijo de sus afectos hasta la comida, vestido y juguetes, fueron contestando que nada de eso les faltaba. Pero comprendí que, más allá de las palabras, era importante que ante sus ojos se mostrara una evidencia refulgente de realidad.
Así que, como todos los años, propusimos a los niños una actividad para ejercitarlos en el importante hábito de dar y despertar la generosidad de sus corazones.
Una vez decoradas las cajas y rellenas de dulces, enfilamos hacia una comunidad cercana para entregar los obsequios a los niños, y otros tantos para los adultos. Como era de esperar, cuando mis nietos terminaron de entregar las golosinas, aún seguían apareciendo nuevos rostros que esperaban un regalo. Con ojos sorprendidos y un timbre de ansiedad en la voz, mi nieta exclamó -¡Ya no tenemos más, Gramma!
En cuclillas, junto a ella, le hablé de que casi siempre sucede así pues es imposible remediar y dar a todos los necesitados. Sus ojitos, con un destello de lágrimas, aceptó la explicación asintiendo con la cabeza. Entonces, ante nosotros, la imagen que necesitaba para sembrar un punto de realidad se presentó como el ejemplo perfecto.
¿Qué ven, mis niños? Una casa, respondieron con cierta duda, pues sobre el piso de tierra se levantaba una construcción improvisada con láminas de asbesto y algunos pollos caminaban con libertad a la sombra de los tendederos con ropa. 
¿Aún piensan que son pobres?, pregunté y ambos negaron con la cabeza, escondiendo el rostro entre mis brazos.
¿Qué ocurriría si, con más frecuencia, en lugar de mirar hacia arriba, miráramos a quienes están debajo? ¿Seríamos más felices y más agradecidos?

No lo sé. Por si acaso. . . nuestra familia tomó la lección.

viernes, 20 de diciembre de 2013

"Lecciones inesperadas"

¿Cómo reacciono ante un cambio de planes?
La pregunta me asalta cuando el anuncio de que los planes dos personitas, que son muy importantes para, mí serán alterados.
Mi respuesta, confieso, me señala como inflexible y hasta testaruda. El tiempo que me toma en razonar y aplacar los primeros impulsos de mis emociones, no siempre es corto. Y, nuevamente, antes de alcanzar a levantar el dedo para apuntar al que originó los cambios, cuatro dedos me señalan.
Resoplo al verme reflejada en esa misma situación.
Meses atrás, con mucho entusiasmo, echamos a volar ideas sobre el tiempo que viviríamos con nuestro hijo durante la Navidad y las vacaciones de fin de año. Intercambiando ideas, configuramos un programa que incluía un recorrido por Turquía y paseos en las montañas de Andorra con amigos muy queridos. El viaje resultaba fascinante y ¡sería el primero con nuestro hijo, ya un adulto joven!
Pero Dios tiene la manía de ponernos a prueba y observanos cuando debemos tomar decisiones que requieren de una revisión de prioridades y valores.

¿Pero no es acaso la promesa a mi hijo una obligación que exige cumplimiento?, dije a Dios. Fallarle como padres, con un cambio intempestivo, ¿no es un mal principio para enseñarle el valor de la palabra?
Contando el final, me di cuenta de que lo que aprendí (no hace mucho) y que Dios insiste como una máxima sobre “amar al prójimo como a ti mismo”, confirmó ser la regla a aplicar en este, como en muchos otros casos.
Al poner en la balanza, por un lado el amor a un prójimo y su necesidad de ayuda, y por el otro nuestro viaje familiar, no hubo mucho que pensar. Nuestro prójimo, su salud y su vida, por mucho, pesaron con toda su realidad, en el platillo, y nos indicaron lo que debíamos hacer.
Hoy, a mis amados, les toca vivir la misma lección. Parece que es una lección anticipada hasta que recuerdo que, las mejores enseñanzas y las que más recordamos, se dan en la niñez. Y que el amor, sin importar nuestra edad, es un aprendizaje atemporal y siempre necesario.

Mi corazón, turbado hace apenas unos minutos, recobró el descanso y la paz. 
Cierro los ojos y hablo con mi Dios, no para pedirle que cambie la circunstancia y abra una forma para que los planes resurjan intactos, sino para darle las gracias por utilizar estas lecciones en esas dos personitas y que lo haga pronto pues, los frutos de esa capacidad de entender que el amor está por sobre todo, también serán tempranos.

jueves, 19 de diciembre de 2013

"Desnudez: Fantasmas" (Segunda parte)

Hace tiempo. . . mucho, mucho tiempo, vivió una niña que aprendió con el engaño lo más difícil de ser mujer en un mundo caído. Así comprendió que la confianza se entrega sólo a algunos y que, fuera de los muros del hogar, la maldad andaba suelta. Aunque el dañó tardó años en recibir nombre y ser parte de su vocabulario, el daño fue inmediato y la cicatriz creció para cubrir la herida, atrapándola como una gran coraza que la protegiera del mundo.
Junto con ella, la armadura creció pegada a su piel y, sin darse cuenta, continuó por la vida, aislada y tiritando de soledad.
Dentro del capullo, la niña generó su propia idea del mundo de afuera y lo llamó “amenaza” y “maldad”. Y aunque la niña dejó de serlo, sus ojos olvidaron la natural curiosidad de otear entre la humanidad para encontrar a la gente buena.

Desconfiada y revestida de indiferencia, sobrevivió el abandono del mundo mientras su necesidad de cercanía fermentaba en su alma. Hasta que un buen día, su conciencia creció y creció, abriéndole los ojos para descubrir a la gente bondadosa, los caminos luminosos y las manos sinceras que también habitaban en el mundo.
¡Cuánto tiempo perdido!, se lamentó. Pero una Voz en su interior le aseguró que aún había destino por vivir.
Fue entonces cuando la mujer, sin olvidarse de la sabia cautela, bajó los puentes de su alcázar e invitó a entrar a quienes sólo había intuido desde dentro. Reconociendo su propia fortaleza, se miró al espejo y la imagen ya no le reflejó a la niña indefensa. Su corazón se llenó de esperanza y su espíritu de valor al sentir su brío y sus ganas de correrse en la aventura de vivir.

Llegó el tiempo de renombrar a aquel evento, pensó, y en lugar de herida, lo llamó experiencia. Y sobre la lápida de la niña, con gratitud, posó una flor que le susurró la despedida.

viernes, 13 de diciembre de 2013

“Viviendo hasta hart-ARTE”

Ayer recordé lo que era una mañana frustrante. . . con un buen final.
A pesar de mí empeño, el desayuno que religiosa y pausadamente tomó la encargada de atención al público, en las oficinas del glorioso Instituto Mexicano del Seguro social, logró trastocar mi agenda. A cuatro minutos de llegar a mi siguiente cita, ya con 5 de retraso, recibí la llamada que cancelaba la entrevista de la que habría de nacer un reportaje.
Resistiéndome a la idea de invertir tiempo en el tráfico desquiciado, invertí en el peaje (por segunda vez en el día) para transitar a “otro nivel” por el segundo piso del periférico. Aún consternada por las cancelaciones y retrasos, pasé de largo la salida para volver a casa. Los ojos se me inundaron con lágrimas de frustración y el sol puso sus reflejos sobre ellas. Sólo entonces me di cuenta de algo: ¡Era una mañana soleada y hermosa!
Limpiándome las mejillas húmedas, miré a mí alrededor y descubrí un paisaje urbano nítido en sus contornos rectos y de alturas disímbolas. ¡Qué bonita es mi ciudad!
Ya enfilada hacia el sur e inspirada por la vista, recordé cuánto había pospuesto la visita al Museo de Dolores Olmedo, para echar un vistazo a los impresionistas que visitaban mi país. Cobijados dentro de la arquitectura de la antigua hacienda de La Noria, seguro no extrañarían los jardines de Tullerías y yo no echaría de menos el ambiente parisino.
Entre las salas concurridas (pero no abarrotadas) me topé con un pintor cuyo nombre había quedado velado y confundido con el pensador suizo, Jean Jaque Rousseau, y extraviada su obra, entre los demás impresionistas.

No fueron sólo sus trazos básicos y casi infantiles los que hicieron que me detuviera frente a “El carro del tío Junier”. También, casi de contrabando, mi experiencia se completó al escuchar algo de la vida de Henri Rousseau. Y entre imágenes e historias, mi vida se entrelazó con la suya con la fluidez de las cartas que se integran al ser barajadas por las manos del croupier.
La imagen del pintor, también llamado “El Aduanero”, apareció en mi mente, rodeada de papeles, datos y precisiones para controlar el ir y venir de los productos de los mercaderes. Un artista trabajando en la oficina de aduanas. Pero, ¿acaso no muchos vivimos prisioneros del oficio que nos da sustento? 
Yo sí, Henri, y puedo imaginar tus ansias para correr hacia tu pasión, al final del día.
Esquivando la cacería de los ojos recelosos del guía, un maestro de historia del arte que se resistía a compartir su información con aquellos que no pertenecíamos a su grupo, y dando la espalda a la imagen que miraban las alumnas, también me enteré de que les había “tomado el pelo” a muchos que admiraban su obra. 
Rousseau les aseguró haber estado en lugares que retrataba en su pintura cuando, en realidad, jamás puso un pie fuera de su país, y fue su capacidad para construir verdades alrededor de elementos (plantas conocidas en el jardín botánico, por ejemplo), la que dio vida a obras comprendidas en lugares exóticos y exuberantes. 
¿Por qué será que las mentes limitadas a la realidad, no pueden entender que la imaginación tiene el poder de traspasar cualquier frontera, Henri?
La anécdota y el recelo del envidioso guía me hicieron atragantarme con una silenciosa carcajada.
Para redondear la personalidad de este funcionario, de apariencia formal y espíritu bromista, supe que, contrario a Matisse, siempre esforzado por recibir el reconocimiento de sus colegas, para Henri no existía la necesidad de ser avalado o reconocido por autoridad alguna en el ambiente artístico de su época.
Henri, seguro de su pasión y vocación, pintaba con la técnica que sus ojos filtraban a través de su alma y la hacía fluir hasta su pincel y lienzo. Sin la preocupación de las corrientes pictóricas y técnicas, él plasmó la propia y la disfrutó en toda su autenticidad. ¿A quién le gustaría su estilo? ¡Poco importaba! Le gustaba a él. 
¿Verdad que en el arte, Henri, como en el alma, todos somos distintos y únicos? ¡Anhelo tu libertad, Henri Rousseau!
Ayer, gracias a que perdí una entrevista, una salida en la carretera y “el tiempo”, encontré a un nuevo amigo que vivió más de cien años atrás. Uno que me hizo recordar: lo valioso de vivir la pasión y no dejarse atrapar por la sordidez de la obligación; la fascinante experiencia de escapar de la realidad para crear sin fronteras; y sobre todo, proteger de las formas y tendencias la genialidad creativa que sólo puede vivir en la libertad del alma.

Gracias por los infortunios matutinos y ¡gusto en conocerte, Henri Rousseau!

sábado, 7 de diciembre de 2013

"Por ejemplo"

Madiba (Nelson Mandela) muere a los 95 años y los medios de comunicación, redes sociales y conversaciones de café se llenan de comentarios de alabanza y tristeza por la pérdida.
Entonces se presentan, para quienes no han conocido su historia hasta ese día, las palabras: injusticia, represión, racismo, segregación y abuso. Junto a ellas, la labor de Mandela toma la dimensión suficiente para que el reconocimiento se filtre en cada pésame.
El legado del hombre y del líder quedan en la memoria de la humanidad; la gente se estremece al escuchar de sus 20 años de cautiverio y aplaude su valor para abandera lo que, en su momento, se entendía como una causa perdida.
Y aunque hace tiempo que me convencí que nunca alcanzaré a entender a la humanidad, la observo y oteo en su reflejo para encontrar lo que debo cambiar en mí e imitar lo digno de seguir. 

Trato de imaginar la vida de Madiba y los que le rodearon durante sus años en prisión. ¿Cuántos lo habrán abandonado, cuando el tiempo en la cárcel se sumaba, al considerar su vida como un fracaso? ¿Quiénes habrán unido esfuerzos a su propuesta, cuando el temor arrastró al anonimato y a la cobardía a quienes no creyeron en su causa? ¿Cuántas veces se habrá sentido solo, olvidado y cansado de ver su clamor de esperanza y cambio, ignorado?
Estoy convencida que “las causas perdidas” refuerzan el letargo de las masas, incapaces de ver más allá de su derrota anticipada y ciegos a la visión de gente extraordinaria. Pero cuando esas causas se convierten en cambios milagrosos que traen ejemplo y beneficio a los más necesitados, esas mismas masas indolentes son las primeras en sumarse al coro de elogios, ensalzando los titánicos esfuerzos del ignoto líder.
Me pregunto, ¿a qué grupo habría yo unido mis esfuerzos, de haber estado hombro con hombro con Mandela? ¿A la de los visionarios que vencieron el temor y el desánimo de los que los rodeaban, o al de aquellos espectadores miedosos y conformistas?
Con ejemplos como el de Mandela, casi todos podemos reconocer lo bueno, valioso y digno de alabar. Podemos enlistar lo que lo hizo diferente: Su entrega, su sacrificio, su renunciación, su visión, su esperanza, su convicción y su amor al prójimo desconocido. Todos lo reconoceríamos por su ejemplo.
Hoy me doy cuenta que, día a día, la disyuntiva sobre lo que podemos ser y a que grupo pertenecer, se siguen presentando a todos nosotros. A todas las escalas, los retos para sumarnos a un imposible siguen invitándonos. Y descubro que también nos acecha la inercia del egoísmo, hablándonos al oído, para convencernos que, esa causa, no nos pertenece.
Además de aplaudir y honrar a un hombre excepcional, quiero recordarlo. Y cuando sea mi turno de levantarme, dejando el cómodo asiento de mi bienestar individual, quiero traerlo a mi memoria y tomar prestada su visión impávida para imitarle.


¿Cuántos Mandelas nacerán de la poda de su muerte?

martes, 3 de diciembre de 2013

"I IMAGINED"

During a school play, I heard a young boy who played the Devil saying: “To understand the other´s suffering, all you need is a little bit of imagination”.
So, that night, I closed my eyes and IMAGINED:
I IMAGINED that I had spent months with unbearable joint pain and fatigue on my whole body. That constant cramps, reminded me that little by little, my body was dying poisoned and that my kidneys, pretty soon, would stop functioning forever.
I IMAGINED that hunger had woken me up and I struggled deciding between, to go for food or use the left energy I had to keep myself alive.
I IMAGINED hearing the house´s emptiness echoes reminding me that, for my children´s good, I had to send the away so they could receive the provision I could not give them.

I IMAGINED that I dreamed with my kids´ laughter when we could still play and have fun together at the swimming pool; just to wake up knowing it was time to spend a long day plugged to the dialysis machine to keep myself alive.
I IMAGINED that, one day, God started answering my prayers and I saw people going on my help; some making the weirdest plans or sending out thousands of mails asking for help to have a transplant done to me.
I IMAGINED that my heart was overflowing of gratitude to people that responded to my cry and, also, cried as I saw some others ignoring it because they thought, mine was a distant cause and had to do nothing with their life.

I opened my eyes and found an unexpected reality. The blessings surrounding me were glowing in a way I never saw before, and I thank them from the bottom of my soul. But also, others´ needs changed their color and now had a human shape with faces, tears and voice.


Then I remembered God´s words saying: “So whoever knows the right thing to do and fails to do it, for him it is sin. . .” and I knew there was no way back.

"IMAGINANDO"

En la sala de un teatro escolar, escuché  decir al joven que personificaba al diablo de la obra: Para entender el dolor del otro, sólo hace falta un poco de imaginación”.
Así que, esa noche, cerré los ojos e IMAGINÉ:
IMAGINÉ que llevaba meses de soportar el dolor de las articulaciones y la fatiga de cada parte de mi cuerpo. Que los calambres constantes me recordaban que, poco a poco, mi cuerpo estaba muriendo envenenado y mis riñones, muy pronto, dejarían de funcionar para siempre.
IMAGINÉ que el hambre me despertaba y, en mi interior, me debatía entre ir por alimento o gastar la poca energía del día en esforzarme por sentirme vivo.

IMAGINÉ que el eco de la casa vacía me recordaba que, por el bien de mis dos hijos, los enviaba a un país lejano donde pudieran recibir la provisión que yo no podía darles.
IMAGINÉ que soñaba con las risas me mis niños, cuando aún podíamos jugar y reír juntos en la piscina; sólo para despertar sabiendo que era el momento de pasar un largo rato enchufado a la máquina de diálisis que me mantenía con vida.
IMAGINÉ que, un día, Dios comenzaba a responder a mi oración y veía gente movilizándose para ir en mi ayuda; algunos haciendo propuestas descabelladas o enviando mil mensajes pidiendo ayuda para hacerme un trasplante.
IMAGINÉ que el corazón me rebozaba de gratitud al ver que gente desconocida respondía a mi clamor y, también, lloraba al percibir que otros la ignoraban, pensando que era una causa ajena y lejana a su realidad.

Abrí los ojos y encontré una realidad inesperada. Las bendiciones que me rodeaban parecían haberse revestido de una luz que antes no vi en ellas, y las agradecí desde lo más sentido de mi alma. Pero, también, la necesidad de otros cambió de tono y tomó una forma humana, con rostro, lágrimas y voz.

Entonces recordé las palabras de Dios, diciendo: “A aquel, pues, que sabe hacer lo bueno y no lo hace, le es pecado. . .” y supe que no había marcha atrás.

miércoles, 27 de noviembre de 2013

"Y al tercer día"

Ayer comí con mis padres. Mi papi, de 81 años, y mi mami, escucharon atentos y pacientes mi relato de los últimos acontecimientos y preocupaciones en mi vida; mis nietos e hija me rodearon, entre solicitudes y bromas; mis hermanas, con guiños de complicidad, me acompañaron en la sorpresa para mi nieta; disfrutamos de comida casera y nuestra mutua compañía. ¡La tarde en familia, perfecta!
Esta mañana, muy temprano, el frío me despertó y mi primer pensamiento fue el día que me esperaba, impaciente, tras dejar las cálidas sábanas de mi cama. Mi corazón se estremeció y un miedo inmenso sacudió mi cuerpo. Hoy debía vestirme, nuevamente, con las ropas del mendigo.
Algo he descubierto en tres días: ¡Que vida más dura es la que viven los mendigos!
En 72 horas, he podido sentir el dolor de esos que van por la vida, andando sobre pies cansados en busca de ayuda. He percibido, igual que ellos, la mirada indiferente de aquellos inmunes al sentimiento de compasión. He visto el disgusto de otros que encuentran incómoda mi solicitud de apoyo y como han subido la ventana para no escuchar mis súplicas y argumentos. Me encontrado con ojos que dudan, oídos que se cierran, corazones que ignoran y simpatías casi indiferentes.

Vistiendo las desgarradas ropas de la necesidad, he comprendido la realidad de los pobres. Y, aunque doy gracias a Dios porque la realidad de mi vida es otra, más le agradezco hoy no ser parte de ese grupo de infortunados mendigos.
Reviso mentalmente mi guardarropa y me doy cuenta que no importa en absoluto lo que vista. Mi alma ya se ha puesto los andrajos de la necesidad y estoy lista para continuar mi peregrinar en busca de ayuda para lo que ya algunos llamaron “Causa perdida”.
Respiro hondo y oro. Pido a Dios que retenga en mi memoria lo bello de la humanidad que también he encontrado en esta empresa: El mensaje de una prima que, como la pobre viuda, entregó sus últimos dos centavos; las inmediatas respuestas de ese grupo de mujeres, ofreciendo ser parte del milagro; el esfuerzo de esa amiga que, tras una década de ausencia, se empeñó en abrir mi mensaje para regalarme un “SI”; el regalo para una rifa, la más extraña a ojos de muchos, pero símbolo de la buena voluntad; el dinero de la semana de un estudiante adolescente; los líos de una misionera para encontrar la forma de hacer una transferencia internacional y así contribuir; las aportaciones de aquellos que sólo me conocen por las redes sociales y. . . ¡Dios, dame aliento para continuar tu empresa! ¡No permitas que olvide el milagro que has sembrado en esos y tantos otros corazones!
Hoy iré al encuentro de quien tiene puede alojar entre sus muros el milagro para Manny. Hablaré con la voz del mendigo pidiendo ayuda y, pido a Dios, sean sus oídos compasivos. Y tú, que estás leyendo este mensaje, ora por mí, para que aprenda de la humildad y el valor de los mendigos.


P.D.  Ahora sé por qué Jesús caminó, en esta tierra, entre los pobres.

lunes, 25 de noviembre de 2013

"Desnudez: Encontrando al muerto" (Primera parte)

Cuando parece que he comprendido de qué se trata vivir, descubro que aún tengo que cambiar la piel de mi alma. ¿Qué descubriré bajo esa capa? No lo sé. Creo que, como las finas capas de una cebolla, la verdad de mi ser aún está por develarse. Y esas láminas, a pesar de ser casi transparentes, tienen el peso de un muerto sobre mi espalda.
Bastó que alguien orientara mi vista en la dirección correcta, para que mi conciencia descubriera al muerto, con su fatigoso peso y su pestilente anacronismo.
Al observarlo con detenimiento, descubrí su artimaña para permanecer en mi vida sin ser visto y entorpecer mi caminar hacia el futuro. Sin darme cuenta lo llamé “esperanza” pero, al desenmascararlo, vi que era una fantasía y no de aquellas que alegran el sentido de vivir, sino una perniciosa con su incapacidad de volverse realidad.

Tras descubrirlo y renombrarlo, me dediqué a diseccionarlo. La tal fantasía no tenía meta ni plazo, era simplemente irrealizable, un muerto viviente, y rayando en el absurdo. Como todo  cuerpo sin vida, tenía las entrañas infladas de expectativas descompuestas. Las cuencas de los ojos, carentes de futuro, me hicieron reconocer su ceguera; y comprendí que me había dejado guiar por esa mirada seca de verdad.
Pero he descubierto el cuerpo y, antes de echarlo al cementerio del olvido, preparo la lápida que me recordará que en algún tiempo creí en su existencia, y escribo su epitafio:

“Aquí yace el cuerpo de la fantasía de mi vida y mi familia perfectas” 
(1960-2013).

viernes, 22 de noviembre de 2013

"TOMARE EL RIESGO"

TOMARÉ EL RIESGO

Hoy tomaré el riesgo de ser ignorada y de pedir algo de lo que es difícil para el hombre desprenderse: Pediré dinero.

Y pediré a quien me conoce muy de cerca, pero también a quien no; pediré a quien sé que tiene mucho, pero también al que sé que recibe una quincena y al que apenas tiene; pediré a quienes comparten mis creencias, pero también a quien no cree ni en Dios; pediré a quienes sé que tienen un corazón para dar, pero también a quienes se llegarán a preguntarse por qué ayudar a un desconocido; pediré a los que me ven con frecuencia, pero también a aquellos con los que no he hablado en mucho tiempo.

Estoy decidida a tomar el riesgo, el mismo que vive cotidianamente el mendigo, porque sé que debo hacerlo, porque creo que si alguien escucha mi grito de auxilio, un hombre de 38 años y padre de dos hijos pequeños, podrá vivir por más tiempo para verlos crecer, proveer para ellos, educarlos y guiarlos por la vida, por más tiempo.

Tomaré el riesgo de pedir, no sólo a quien le sobra ese dinero; voy a pedir el sacrificio de renunciar a algo, de estropear el presupuesto, de dar lo que tomó mucho tiempo ganar y recibir, de cambiar de opinión y destinar ese dinero a la causa de un extraño. Y lo haré porque creo que, cualquier uso del dinero, no se compara a la oportunidad de permitir a otro ser humano a permanecer con vida.

La meta es grande y con muchos ceros. Para lograr que mi amigo Manuel tenga un nuevo riñón, necesitamos recaudar 300,000 pesos. Y quiero pensar que, en mi mundo, existen más de 300 personas dispuestas a compartir, renunciar y sacrificar para ayudarnos en esta causa.
Manny, Kadyn y Asher

El tiempo se agota pues la salud de Manuel merma día con día y la respuesta es urgente. ¡Necesito creer y que alguien crea conmigo!

Si has leído mi mensaje y eres parte de ese grupo de seres humanos dispuestos a dar, y a los que  busco con una gran esperanza, por favor, responde a mi mensaje de inmediato. Tu ayuda hará la diferencia y, si es pronta, la oportunidad para mi amigo será mayor.

¿Qué por qué hago esto? Simple. Porque Dios me ha pedido que lo haga, diciéndome: “Ama a tu prójimo como a ti mismo” y, si yo fuera Manuel, aún querría vivir para ver crecer a mis hijos.

Necesitamos de tus oraciones y también de tu ayuda con dinero. Si nos unimos en esta causa, Dios hará el resto.

Hoy, te escribo a ti, por nombre y apellido, porque necesito de tu ayuda para que ocurra el milagro, tan inmenso, como mover montañas.


Nuria (nuriagarnaiz@gmail.com)

miércoles, 20 de noviembre de 2013

"La vida sobre ruedas"

"La vida sobre ruedas".
Cientos de veces he escuchado esa expresión cuando la gente se refiere a una vida que anda sobre plano, sin problemas y viento en popa. Sin embargo, hoy, 20 de noviembre, la frase trae algo muy distinto a mi mente. Viene a mi memoria la historia de una mujer a quien, desde la infancia, la vida le exigió mucho.
Nacida en una familia que hoy llamaríamos “disfuncional” y en medio de los desmanes de la revolución mexicana, busca una salida a la circunstancia en casa y la protección  para sobrevivir al sinfín de malandrines que la acechaban. Así es como se casa, siendo aún una niña, con un hombre más de veinte años mayor que ella. Como es natural, poco tiempo después inicia su larga historia de maternidad.
Pero incluso esa experiencia, para muchas mujeres el inicio de una etapa maravillosa, añadió el dolor más grande de una madre: la muerte de su primer hijo. . . Joaquín.
Uno tras otro fueron llegando los hijos y, antes de que llegara el último, el número trece, algo comenzó a ir mal. Aquella joven mujer, enérgica y fortalecida a base de sinsabores, dejó de caminar. Al principio, lograba hacerlo tomada de barandales y ayudada por sus hijos. Pero la enfermedad, que hasta hoy no tiene nombre, ganó la partida y la dejó anclada a una silla de ruedas, años antes de llegar a los cuarenta.
Aún tras ese embate, en el que perdió su capacidad de caminar, ella siguió andando el camino de la vida. Con una cuchara de palo y desde esa silla, dirigió una casa con más de una docena de hijos y otro tanto de sobrinos que visitaban su hogar con frecuencia. También logró ganarse una voz frente al autoritario esposo y, a su muerte, desplegó las alas de su alma, siempre dispuesta a la aventura.
Los viajes por carretera podían tener cualquier destino: un pueblo en el Bajío o uno junto a la costa. Para ella, la excusa era lo de menos. Deleitarse con el verde del paisaje y sentir la libertad, eran suficientes para hacerla feliz.
Esta diminuta mujer hizo honor al día que se convirtió en la conmemoración de la Revolución Mexicana, pues con su espíritu indomable y su amor a la vida, puso alas a esa silla de ruedas, engendró su propia revolución, y la sembró en todos los que de ella venimos.

¡Feliz cumpleaños, abuelita Julia! 

domingo, 17 de noviembre de 2013

"Ella y Él"

Él cree en el sacrificio por amor: ella en el amor a sí misma.
Él cree en el amor por decisión y hechos; ella en el amor de la emoción y sensaciones.
Él cree en la solidaridad y compañía; ella en el bienestar material y nivel social.
Él cree en el matrimonio para toda la vida; ella en el matrimonio al servicio de su vida.
Él cree que los hijos y la familia son primero; ella en la autorrealización y en la profesión.
Él actúa por prioridades; ella por la conveniencia y seguridad del futuro.
Él habla de alianza y pactos; ella de arreglos y contratos.
Él cree en el amor de Dios y en el perdón; ella en velas, influencia de los astros, ángeles y autodeterminación.


Cuando miro a los jóvenes adultos buscando compañera, seleccionando con los ojos la belleza y no con el escrúpulo de la razón, pienso en el destino de esa pareja cuya familia hoy va camino a la destrucción.
¿Cómo decir a esos muchachos que el entusiasmo de los primeros días se hará vapor y la hermosura será como sal entre las olas? ¿Cómo explicar que, cuando el tiempo pase y las tormentas lleguen, sólo un ancla podrá llevar a buen puerto a su familia?

Pero la juventud suele venir infectada de soberbia y los oídos no se prestan a escuchar consejo. Así que será a mitad del camino cuando, con sinsabores y dolores, se den cuenta de que, más importante que la lindura de los ojos y el color resplandeciente de la piel, será la comunión de sus creencias las que les darán un matrimonio fuerte. . . hasta que la muerte los separe.


miércoles, 13 de noviembre de 2013

"¿Qué crees?"

Hace un tiempo escuché que “la gente no hace lo que sabe, sino lo que cree”*. Y desde entonces, casi con manía, observo y. . . comienzo conmigo.
Yo, por ejemplo, que una vida saludable incluye el ejercicio diario. Lo y puedo recitarlo de memoria. Sin embargo, en el día a día, vivo creyendo que aún tengo salud suficiente para llevar mi vida sin problemas y, muy en el fondo, creo que la vejez aún está lejos en mi horizonte. Algo que, bien pensado, ¡es falso!
También me he encontrado con quienes saben que los matrimonios duraderos requieren cuidados y constante inversión de afecto, respeto y amor. Aun así, viven creyendo que aquellas palabras pronunciadas el día de la boda serán suficientes y que, el otro, a pesar de vivir en la inanición afectiva, jamás se irán. Al paso del tiempo, después de que han descuidado su matrimonio, la sorpresa llega y se encuentran con el abandono y la soledad.

He visto el mismo efecto en algunos jóvenes que, sin dudar, aseguran que la competencia profesional es cada vez más difícil y que saben que sólo una preparación a conciencia les dará la oportunidad de ocupar un lugar en el campo laboral. Aun así, en su tiempo de universitarios, creen que todavía no es tiempo de hacer el máximo esfuerzo y desperdician esa época en pura diversión.
Más triste es escuchar que, la mayoría de la gente, sabe que tener a Dios en su vida es importante, que Él es el único Dios y soberano, y que la fe es lo único que les mantendrá a flote en las verdaderas crisis de la vida. Pero, a pesar de saberlo, deciden creer en su autosuficiencia o en propuestas que van desde una pata de conejo hasta un horóscopo, pasando por medallas, cadenas de la suerte, juegos de azar y hasta el poder de un manojo de ramas deslizadas por el cuerpo. Todo, para manipular el porvenir a su favor. (Y aclaro que, hace no mucho tiempo, yo también creí de esa manera).
Nuestros ejemplos como humanidad son interminables y sólo puedo concluir que, la incongruencia, según parece, se ha vuelto un signo evidente de nuestra época.

Tú que sabes. . . ¿qué crees?

* Escuchado en una conferencia de Beth Moore.

martes, 12 de noviembre de 2013

"Dos locos de amor"

-No te hagas loco, ¡te estoy viendo!
Él continuó evadiendo su mirada y no respondió a la reprimenda.
-Ya le dije que no quiero ser viuda –explicó mi madre, estirando la mano para retirar la galleta prohibida– y él sabe que no debe comer postre.
Supongo que cuando el uno ha pasado los ochenta años y la otra está a un paso de cruzarlos, es tiempo de reconocer que mis padres ya viven instalados en la vejez. . . si, ya son ancianos. Y, con muchos pasos adelante, me siguen mostrando lo que es el porvenir. Algo que hace no mucho tiempo atrás, cuando estaba infectada de juventud, no podía entender.
La lección de estos días no tiene que ver con la forma de reprender al otro, sino de cómo un amor añejo aún teme que su  otra mitad le falte. Y aunque todavía no he llegado hasta esa parte del camino, aún recuerdo aquellos días en que, infundida de una idea de libertad y fortaleza, me atrevía a declarar a mi marido: “Si pudiera elegir, elegiría yo ser la viuda y evitarte el dolor de llorar mi muerte”. ¡Cuánta osadía puede tener la juventud y cuanta cobardía puede traer el creciente amor al otro!
Hoy, mientras miro esas pequeñas contiendas amorosas entre mi par de viejos, casi puedo escuchar esas silenciosas y sabias conclusiones que los han mantenido juntos por 58 años y que, al final de sus vidas, les entregan el premio de una anhelada compañía: “Me alegro de haber perdonado; que bueno que no corrí atrás de mi orgullo en ese pleito; gracias a Dios que me ganó la cordura y seguí luchando por lo nuestro; y, afortunadamente cumplí mi promesa de que sería hasta la muerte”.
Ellos fueron jóvenes y vivieron sus tormentas, pero fieles a las promesas que se hicieron frente a un altar, han llegado a esto días donde aún se prodigan cuidados, donde el cómo ha dejado de importar y se dedican a disfrutar el valioso tiempo que les queda para seguir juntos, aceptándose tal como son y. . . amándose como nunca.


Y mientras escribo, canta la guitarra un himno para acompañar mis reflexiones, cantando "Dicen que somos dos locos de amor": “http://www.youtube.com/watch?v=vBgDq5N6lCs .

lunes, 11 de noviembre de 2013

"Bailando zamba"

¿Qué por qué tardo tanto en comenzar a trabajar? Simple, ¡estoy bailando zamba!
¿Qué por qué bailo zamba en lunes por la mañana? Porque es inevitable hacerlo cuando el corazón exige que alguien lo acompañe en su festejo. ¡Es demasiada felicidad para que la consuma él solo!
Y es que las abuelas, en especial, viven la felicidad de los suyos con exponencial deleite.
Cuando tu hija empieza a florecer, convirtiéndose en un tronco de piel suave y firme, de donde cuelgan los bellos frutos de su vida, tus nietos, es irremediable permitir a tus pies danzar de puro regocijo.

Nosotros, los padres, desde el fondo, como raíces tímidas y fieles, observamos como ella sigue creciendo hacia las estrellas y sus retoños se afianzan de sus ramas, siguiéndola en el ímpetu de crecer hasta el cielo. 
¿Qué no son más que las buenas notas de mi nieto? ¡No, señor! ¡Es mucho más que eso! Hoy brotó una flor, llamada éxito, alimentada a fuerza de constancia y amor. Sus pétalos lucen horas de atención y cuidado, su aroma encierra el descanso postergado de una madre y rebosa en el color de la comunión entre madre e hijo.
¿Acaso no es eso motivo para llorar de felicidad?

Así que, no importa que la agenda me reclame y la conciencia quiera estorbar mi gozo. Aunque es lunes y la oficina espera, Gramma, esta mañana ¡baila zamba!

martes, 5 de noviembre de 2013

"Tiempo, a tiempo y a destiempo" (Primera parte)

Como repicar de campanadas, hoy desperté con una palabra colgada en la conciencia: “Tiempo, tiempo, tiempo”. Siendo imposible ignorarla, dejé que los aromas del café se mezclaran con mi reflexión y me dispuse a seguir su rastro.
¿Qué hace tan importante al tiempo? Paradójicamente, la mayoría de nosotros lo dilapidamos en actividades inútiles, relaciones sin futuro o pensamientos destructivos cuando, en realidad, es un recurso limitado para todos, al menos aquí en la tierra.
Por ejemplo, cuando anunciamos que daremos una cena de cuatro tiempos, dejamos claro que hemos invertido mucho tiempo para agasajar a ese alguien importante para nosotros. Y si rescato la palabra “mucho” y la sumo a mi reflexión del tiempo, ¿encontraré el origen de mis pensamientos? Sigo cavilando. 

A veces, ocurren cosas a “destiempo”. Cumplir años en lunes, siendo una niña de cinco años, no es lo mejor que te puede pasar. Nada alienta a la celebración. Los deberes cotidianos secuestran a los posibles convidados y no hay lugar para una gran fiesta.
Pero ayer aprendí que el tiempo puede hacer toda la diferencia. . .
Cuando mi pequeña nieta recibió el tiempo de su mami y disfrutó de su creatividad en forma de pastel, ella vio crecer su bagaje de recuerdos de la infancia y, estoy segura, esa memoria iluminará su rostro adulto cuando vuelva su mente hacia el pasado.
Juntas, compartiendo un tiempo en exclusiva, hicieron el plan para preparar su pastel de cumpleaños y pusieron manos a la obra. Estoy segura que la pequeña no recordará que en una maniobra el pan sufrió un poco de daño pues será el tiempo madre-hija lo que eclipsará cualquier inconveniente del recuerdo. ¡Creo que encontré la clave! 

Mi nieta recibió muchos regalos, pero ninguno competirá en sus recuerdos con el más valioso y mejor de todos los regalos: ¡El tiempo de mamá!