martes, 28 de febrero de 2012

"Deleite"

Son 7 horas, así que, podemos pasarla bien o podemos pasarla mal. . . decidan”.
Tal fue mi anuncio cuando, en la antesala del aeropuerto de París, escuchamos que el vuelo de regreso a México estaba demorado.
El tiempo, cuando estás acompañado de un niño, toma otra dimensión al pensar en que puede aburrirse o desesperarse. Aunque, también los adultos, podemos tomar actitudes muy negativas por impaciencia.
Esa mañana, frente a las dos opciones, todos optamos por la primera: “Pasarla bien”. Tanto que, cuando llamaron para abordar, nos lamentamos por no tener más tiempo y completar el juego que habíamos iniciado. ¡Cuánto disfrutamos echados en el piso de aquel aeropuerto!
Y tal vez, de los motivos de deleite más extraños que he escuchado, ha sido el de mi suegra quien, durante su convalecencia y a pocos días de morir, me confesó: “De las cosas que he disfrutado más en esta vida, ha sido barrer la calle frente a mi casa, muy temprano, cuando no hay nadie aún. . . ¡Cuánto extraño hacer eso!”.
Mi suegra, mi esposo y una joven amiga, han sido mis maestros en el arte y la disciplina de “disfrutar” porque, como yo lo veo, “Disfrutar” tiene mucho de ambas cosas. Es un arte porque, de manera única, la persona logra hacer, casi de cualquier situación, un motivo para gozarse en ella. Y es una disciplina, distinta al optimismo, pues la circunstancia no siempre tiene que ser perfecta para regocijarse pero, buscar el motivo de solaz, requiere ejercer incesantemente la voluntad de hacerlo.
A disfrutar, que eres buena en eso”, escribí a mi amiguita. “¿Es eso un cumplido o un insulto?”, respondió en tono de broma, en el muro de la red social. Y, para mis adentros, pensé: ¡Es un don, jovencita! Uno que el mundo, en el que me incluyo, necesita con urgencia.

sábado, 25 de febrero de 2012

"Punto de restauración"

En los programas para las computadoras existe un mecanismo llamado “Punto de restauración” que, en caso de que el sistema se colapse, sirve para volver al último momento donde aún operaba con eficiencia. En la mayoría de los casos, la información se conserva y se rescata la funcionalidad de los diferentes programas. Pero, no siempre se puede reparar el sistema al cien por ciento.
Eso me recuerda mi propia vida que, por la entrada de alguna influencia “virulenta” o elemento que desbalancea mi sistema familiar y de vida, toda mi existencia conocida se colapsa y vivo en riesgo de pérdidas. ¡Qué difícil resulta a veces volver al último momento donde aún podía operar sin dificultad!
Entonces, mis códigos de creencias se trastornan, las líneas de comunicación entre los distintos ámbitos se bloquean y todo entra en crisis. Y, parece ser, la edad “mediana”, como la llamó Carl Jung, es un tiempo en donde ocurre con más frecuencia de la que quisiera.
Al igual que con la computadora, apretar el botón para resetearla, puede resultar muy angustiante. Ver parpadear el guion blanco en la pantalla negra, me hace estremecer por la interrogante que me asalta, ¿volverá a servir, nuevamente? Lo fatal de todo es que, de no presionar el interruptor para reiniciar, la vida puede resultar miserable de vivirla.
Así que, con temblor de corazón y manos sudorosas, me preparo para vivir los momentos de silencio interior y fondos oscuros frente a mí. Pulsaré con determinación el botón y observaré mientras, mi corazón y mi razón, repasan cada parte de mi vida, sus valores y parámetros, mi sistema de fe, mis relaciones para que, al final, lo que aún funcione se confirme y, lo que deba ser borrado, se pierda y se deseche en la bandeja de reciclado.
¡Qué complejo es vivir, a veces! Y, ¡cuánto valor se requiere para intentar volver al “Punto de restauración”!

viernes, 24 de febrero de 2012

"Sin borrador"

Todo cuanto ha quedado escrito, siempre, ha tenido un borrador, un primer intento para depurar ideas y palabras antes de compartirlas. Y, a diferencia de todos mis mensajes, el de hoy, ha salido directo del corazón.
Cuando las ideas son tan claras, las cortapisas y pausas están de más. Los sentimientos y pensamientos fluyen con tal nitidez que merecen ser expuestos sin contratiempos y, este es uno de esos.
Hoy, no es un día especial ni se conmemora algún aniversario. Simplemente, al despertar, una idea y una nostalgia se apoderaron de mi voluntad para arrastrarme al pasado. Tenían urgencia de que recordáramos juntas el tiempo, así, sin discernir entre los momentos buenos y los difíciles. ¿Qué era tan importante como para detenerme a hurgar en la memoria?
Una canción y la respuesta afloró, extraño, a manera de pregunta: ¿Volverías a elegir ser su madre? Y, sin la menor duda, mi contestación saltó sin esperar: ¡SI Y MIL VECES SI!
Y es que, las historias que se tejen entre los padres y los hijos, por definición, incluyen ternura y desencuentros, lejanía e intimidad, confrontación y alianza, amor e incomprensión pero, jamás, desamor u odio.
He aprendido que, la comisión que Dios otorga a los que nos bendice siendo padres es difícil y a veces reculamos pero, estoy convencida, no hay mayor gozo que ser madre.
Sí, era momento de volver la vista atrás y recordar lo que ha sido tenerla entre mis brazos, acompañarla en sus retos, llorar sus derrotas, enfadarme por mi incapacidad de explicarme, reírme de sus bromas, estremecerme en sus confusiones, caminar a la distancia, siempre atenta para rescatarla y correr para alcanzarla en sus aventuras. . .pero, sobre todas las cosas, amarla, siempre amarla.
Soy su madre, lo sé, pero una que elegiría serlo de ella y de ella solamente.

martes, 21 de febrero de 2012

"No recuerdo"

No recuerdo cuando casi muero ni el tiempo que debimos permanecer en cama hasta que el sangrado desapareció y pudimos seguir la espera.
No recuerdo cuando, el cordón enroscado en mi cuello, tiraba de mí, devolviéndome hacia su vientre mientras yo intentaba ver el mundo.
No recuerdo su rostro, aún matizado de sudor, cuando me vio a los ojos por primera vez.
No recuerdo sus argumentos para heredarme el nombre de su madre y que, por el resto de mi vida, llevaría para distinguirme de todos los demás.
No recuerdo su entusiasmo al verme caminar, un poco demasiado pronto, ni el suspenso colgado de sus ojos ante cada conato de caída.
No recuerdo sus lágrimas cuando, al tropezar, me rompí la nariz al golpearme contra el escalón, ni cuando crucé el portal, maleta en mano, para dejar su casa.
Tal vez una foto desteñida o una anécdota contada me han hablado de todo lo que me recuerda su amor pero, al ver sus ojos acuosos cuando parto y ese destello verde sonriendo a mi regreso, entonces, sin dudar. . . lo creo.

martes, 14 de febrero de 2012

"Paradoja"

Cuando rondamos los cincuentas, la vejez de nuestros padres se convierte en una realidad. Y, yo, no vivo en la excepción.
La lucha por recuperar la salud continúa para mi mami y, para mí, a su lado. Las bajas, a últimas fechas, comenzaron a ser más frecuentes que las altas y, con ellas, mi tranquilidad mermó. Las visitas médicas, terapias y remedios han vuelto a llenar la agenda diaria y, entre los vaivenes, alguien comentó: ¡Qué bueno que eres fuerte! Eso le da mucha tranquilidad a ella.
¿Realmente creen que soy más fuerte?, pensé. ¡Nada más errado!
Cada ocasión, cuando juntas enfrentamos un “mal día”, viene a mi mente algo que aprendí de la Biblia: “Dios no nos da más allá de lo que podamos soportar” y, entonces, recordándolo a cada paso, jalo aire para sobrevivir el día. . . Ese, sin duda, se convierte en mi  punto de partida.
Pero, dentro de mí, veo cuán poco es lo que a veces debo cargar. Comparo mi situación con la de mis numerosos hermanos y descubro que Dios me ha entregado la carga más ligera. Porque, si tuviera que despertar a cientos de kilómetros y escuchara a mi madre triste, yo misma moriría de tristeza. O, si no pudiera correr y en cinco minutos estar a su lado al saber que ese día su cuerpo se resiste a levantarse, ¿cómo soportaría la distancia?
Para mí, a diferencia de los otros hijos, bastan unos minutos para llegar a abrazarla cuando el desánimo la acecha. Y no tengo que vivir las horas del día con la incertidumbre de saber si alguien la acompaña o si tiene todos los cuidados.
Paradójicamente y aunque parezca lo contrario, Dios ha elegido para mí la labor menos difícil, "justo lo que yo puedo soportar". Y, al saberme tan protegida por Él, no puedo evitar decirle: ¡Gracias por dejarme ser yo quien esté a su lado, Señor! ¡Qué privilegio el mío el disfrutar a mi madre en este punto del camino!

sábado, 11 de febrero de 2012

"Paternidad"

¿De qué se trata ser padre a los cincuentas?
Es el tiempo de celebrar la entrada a la universidad, para algunos, y de los frutos profesionales de otros. Es también cuando, los más adelantados, disfrutamos de los nietos y de las reuniones familiares nuevamente bulliciosas.
Para quienes tenemos hijos adultos, es el anhelado instante de verlos formados, con una personalidad única y valores bien cimentados. La convivencia deja de ser una lucha de vencidas contra las rebeldías insensatas y deja paso a la conversación y el intercambio. Aunque, tal momento. . . no llega para todos.
Y me hace recordar a aquel padre, que por mucho tiempo, vive atisbando el horizonte en la esperanza de ver volver al hijo pródigo. Ese hombre joven que, sin mucha cordura, sale del hogar para dilapidar la herencia reclamada al padre.
¿Qué se llevan los hijos para dilapidar cuando, por su falta de madurez, dejan la tutela paterna?
Imagino que, parte de su bagaje, es el honor familiar, sus principios y enseñanzas. Equipaje que va mancillando y deshonrando a lo largo del viaje. También, mientras vive sin responsabilidad, gasta su propia reputación y juventud, las mismas que algún día le cerrarán algunas puertas.
Cuando los hijos son pequeños, decía mi padre, pequeños son también los problemas. Pero, cuando crecen, éstos y sus consecuencias tienen mucho más alcance.
Vuelvo a pensar en ese padre y el dolor me aqueja. ¡Qué tristeza no poder más tomar al hijo por el brazo para sentarlo y recordarle los principios de una vida honesta!
Entonces descubro que, a pesar de la esperanza, muchos padres jamás ven caminar al hijo pródigo por el camino de vuelta a casa. No viven el momento de alegrarse por su llegada y, más aún, por su arrepentimiento, el único símbolo de aprendizaje para avalar su regreso. Entonces, sólo será su consuelo el vivir con la conciencia limpia de haber hecho lo mejor posible para formarlo.
No, no todos los hijos regresan y, esa incertidumbre, es parte de la paternidad. . . a los cincuenta.

jueves, 9 de febrero de 2012

"Entierro"

Cuando un indigente muere, el destino de sus restos es la fosa común donde, sin luto ni duelo, queda en el olvido en presencia de nadie.
Pero, cuando es alguien preciado por los suyos y su ausencia es resentida, se ven largas colas de dolientes pasar frente a sus restos. Algunos llorándole y otros rindiéndole honor a su memoria.
Los anhelos, desde mi forma de ver, son como el segundo caso. Para mí, al menos, tienen un gran valor y, muchas veces, he trabajo en ellos mucho tiempo, haciendo sacrificios y esfuerzos para alcanzarlos. Así que, cuando mueren malogrados, merecen un minuto de silencio.
No quiero consuelo ni palabras de compasión. Pido al mundo me dejen desgarrar las vestiduras de mi alma y morar sobre silicio para llorar mi pérdida. Y a ti, cuyos ojos se han llenado de mundo, ¿cómo explicarte, el dolor que siento, al mirar la virtud y honestidades muertas? ¿Cómo hacerte ver que, este anhelo, desde que la acuné en mis brazos, fue cultivado con ejemplos, enseñanzas y amor? Son tus oídos sordos, lo sé, al llanto mudo de quienes, junto a mí, sembraron semillas de honradez y hoy lamentan que jamás germinaron. 
Pero, abro el cajón y pongo en él la prenda blanca y los azahares, la alfombra reservada a los pies virtuosos, las bendiciones de Dios sin estrenar y pongo junta ellas las astillas de todos los corazones rotos. Limpio las lágrimas de mis ojos y miro, por última vez, el cadáver lánguido del anhelo que jamás será realidad.
Ahí va ya el ataúd al paso de la mudanza rumbo al crematorio donde, dentro de muy poco, todo será cenizas. Y, aunque muchos no lo entiendan, las guardaré en algún cajón para cuando tenga ganas de soñar en el futuro que jamás llegó y hacerlas parte de las ensoñaciones, con la mente dispersa de mi vejez.
Hoy, déjenme llorar. Que nada me impida guardarle luto y duelo a ese, algún día, hermoso sueño.

miércoles, 8 de febrero de 2012

"Releyendo a Fromm"

Cuando el amor te llame, síguelo”, escribió una bella mujer. Y, al leerlo, agregué: “Cuando el verdadero amor te llame. . .”
Ahí está el problema. Distinguir la diferencia”, respondió
Horas después, recibí de regalo un libro: “El arte de amar” de Erich Fromm. Desde entonces, a cada momento, mi mente ha paseado buscando la definición del amor que pudiera resolver la duda: ¿Cómo distinguir la diferencia?
Repaso las primeras páginas del libro, ya leído hace tres décadas, y descubro algo importante: mi percepción de los conceptos, ahora a los 51, es totalmente distinta a cuando iniciaba la preparatoria, primera ocasión en que lo leí.
Tal vez, aunque las ideas y propuestas estaban claramente planteadas, para la joven “yo” sin experiencias ni con un intelecto o capacidad emocional maduros, el mensaje no fue el mismo o, simplemente, no pude recibirlo como fue originalmente escrito por las defensas propias de mi juventud. Concluyo: aunque digas una verdad, si el receptor no está listo, es inútil tratar de mostrársela.
Pero, como si esta fuera la primera lectura, voy captando como el autor comienza mostrando lo que “no es el amor”, como cuando el arqueólogo va retirando todo aquello que se ha adherido a una pirámide sepultada. El amor no son esos abrojos, ni las piedras, ni nada que lo hace lucir como un montículo. Así, el escritor nos prepara para mostrarnos la verdadera obra de arte: la pirámide oculta. . . el verdadero amor.
Y al primero que señala como un “impostor del amor” es el enamoramiento, ese estado alterado de la conciencia que llena de excitación y magia, aislando a los amantes de las realidades. Entonces, Fromm, escribe: “Al comienzo no saben todo esto –refiriéndose al momento de fantasía de los enamorados- : en realidad, consideran la  intensidad del apasionamiento, ese estar <<locos>> el uno por el otro, como una prueba de la intensidad  de su amor, cuando sólo muestra el grado de su soledad anterior”. (1)
Sin restarle importancia a la intimidad, Fromm muestra la confusión y, entonces, puedo comprender mucho de mi entorno y lo que prevalece en él. Parejas que surgen y mueren al vapor. Familias disueltas y proyectos mal logrados. Todo, en aras de la búsqueda incansable del amor y movidos por la soledad en la que los individuos, en nuestra sociedad, están atrapados.
Erich Fromm, en un primer capítulo, señala al primer responsable y falso amor: el enamoramiento.
Parece que, tal vez, mi joven amiga y yo, encontraremos en este obsequio algunas respuestas.
(1) "El arte de amar". Erich Fromm. Paidós contextos 90. Pag. 17.

lunes, 6 de febrero de 2012

"Sabios"

Por alguna razón, los sabios siempre son representados con ancianos. Parece que la vejez fuera el precio para gozar de la sabiduría pero, dos días atrás, comprobé que no es privativa de la gente mayor. Aunque es más frecuente encontrarla en ellos, de vez en cuando, cruza por nuestra vida alguna personita joven que nos demuestra que no es exclusiva de los viejos.
Esta joven mujer, que aún no completa su tercera década de vida, supera la adversidad con gran optimismo pero sin dejarse arrastrar por las ligerezas propias del corazón. Sus ojos, bien abiertos a la realidad, le mantienen alerta de las consecuencias y, con gran madurez, cifra sus decisiones en prioridades sensatas y plenas de integridad.
Pero, lo que más admiro en ella, es su capacidad de reconocer lo importante: sus hijos. A pesar de sus anhelos de compañía y de un futuro sintiéndose amada, camina hacia sus metas pero sin olvidar que, ellos, dependen de su buen juicio para construir un futuro. . . el mejor para ellos.
Fácil sería para ella justificarse bajo la bandera de la juventud pero, contrario a ello, sólo sustenta la dirección de sus pasos en la rectitud, la más importante herencia para sus hijos.
Observo mi mundo, a veces tan decadente y la encuentro a ella, como una joya entre los escombros. Sólo para recordarme que, también entre los jóvenes, puede encontrarse ejemplo de sabiduría y honestidad.
¡Mi admiración a ti, joven mujer! Gracias por tu ejemplo y por recordarme que, incluso en estos tiempos, los hijos, como tú, son motivo de honra y orgullo para sus padres.