jueves, 21 de junio de 2012

"Inspiración"


Dos vidas ajenas, dos ejemplos distintos que confluye y atizan la llamada “inspiración”.
Ella tiene 98 y una historia de guerras, exilio y dolor. Ahora vive en los suburbios y, guardado en los recuerdos, un campo de concentración. Todos la llaman “la del quinto piso” pues, sin falta, desde su ventana, con sus dedos callosos sobre el piano, hace a las melodías flotar.
Su música fue su salvamento, su refugio y su pasión. Y, ahora en su vejez, es su eterna compañera y el deleite de quien la visita en su rincón.
La otra vida es mucho más joven. Ronda la plena juventud. Es risueña, muy menuda y sus dedos, con soltura, recorren el piano con tesón. Su nombre es un nombre simple, su mirada transparente mas, su música al surgir, la reviste de intensidad.
Hace unos pocos días, ellas llegaron a mí, las dos contando su historia y transmitiendo su pasión. Ambas tocan el piano, sin importar su edad y, después de mucho pensarlo y al escucharlas tocar, pienso en mi viejo anhelo de interpretar a Chopin.
¿Acaso con los años, los sueños no habrían de envejecer?
Hoy me doy cuenta que, a pesar de mi poca vista y el grosor en mis falanges, aún late en mí aquel deseo de la técnica vencer.
Tengo 52. Dudo, pienso, me detengo. ¿Será esta una locura, de quien corre a la vejez? ¿Tendrá sentido intentarlo, pasada ya la madurez? 
Entonces pienso en la anciana y también en la chiquilla. ¿Cuántos años me quedan de vida y cuantos para volverlo a intentar? Tampoco ellas lo saben, no por ello se detienen. Simplemente juegan y se esmeran para su arte enaltecer.
Tomo mis libros, algo viejos y arrumbados. Limpio mis anteojos y aspiro, para mis nervios templar. Llego a mi primera clase y, el maestro, con mirada algo curiosa, no se atreve a preguntar.
Al final, él se decide y me empieza a cuestionar: ¿Qué quieres en esta clase? ¿Qué pretendes alcanzar?
-Tocar el piano-, le digo. -Con una técnica lustrosa, con matices de vejez pero, con tanta excelencia, que pueda volver a Chopin.

miércoles, 20 de junio de 2012

"¡No me lo digas!"



Una llamada para pedirle ayuda con mi padre y en la bocina escucho la respuesta de siempre: “Lo primero es lo primero”. Al cortar, él hace una llamada y su cita importante queda cancelada para estar libre e ir a atender a su suegro.
* * *
La videoconferencia ha iniciado y la vocecita en la otra habitación lo alerta. Es él, su pequeño nieto llamándolo. Con cortesía, pero con presteza, se disculpa y desaparece de la pantalla para ir a su lado porque el niño lo ha llamado. Él necesita compañía y lo invita a jugar. Los asuntos de trabajo pueden postergarse, su necesidad no. “Ya habrá tiempo de continuar, esta noche”, y así inicia la diversión. . . Y el amanecer lo encuentra trabajando.
* * *
Es momento de detener la carrera sobre la interminable lista de pendientes pues, la hora de ir a recoger a su nieta a la clase de baile, ha llegado. Los negocios son importantes pero jamás más que ella. ¿Cómo perderse esa sonrisa vestida de tutú? De la mano, se dejará guiar hasta el mostrador y comprará esa paleta de colores. Hay cosas valiosas pero nada como ese instante con ella.
* * *
El aparador, con sus luces y el cristal, hacen lucir al novedoso aparato aún más atractivo. Su diseño, la pantalla y su capacidad de procesar lo convierten en algo irresistible. Si lo tuviera, ¿no sería más fácil su trabajo? Pero. . . muchos rostros, entre ellos los de sus hijos, inician la justificación para no caer en la tentación. La universidad, los cursos y su bienestar se agregan al discurso para convencerse de que hay prioridades y, en voz alta, declara: -realmente yo no lo necesito”.
* * *
Suena el despertador y, con enormes trabajos, logra levantarse. Son las cinco de la mañana y no deja de llover. Todo invita a volver a dormir pero, el pensamiento de los suyos, los que cuentan con él, lo hace moverse más rápido y antes de las seis de la mañana ya está en el camión que lo llevará de vuelta a la oficina. Se arropa con la chamarra para vencer el frío y sonríe, “Por una noche, unas horas más con mi mujer, valió la pena”.
* * *
Lo suyo nunca han sido ni las palabras, ni los detalles románticos. Las tarjetas de cumpleaños apenas incluyen un par de líneas cortas y una firma. No sabe elegir los regalos y a veces olvida poner una inscripción en las flores. Pero, después de casi 30 años juntos y recordar como vive en entrega incondicional para lo suyos, ¿para que quiero que me diga que me ama?
Amo a mi esposo y sé cuanto me ama. . . ¡Cuánto nos ama! ¿Quién necesita palabras?
Así que, no importa, ¡No me lo digas, amor!

Muy amada. . . a los cincuenta y dos.

martes, 19 de junio de 2012

"Micas"


En un acto de osadía y alentada por el brillo de la pantalla recién estrenada de mi marido, retiré el plástico con el que protegía la de mi propio aparato. Y, ¡sorpresa! Era tan brillante como el iPad de mi esposo y, la definición, me pareció espectacular.
Con el ánimo de conservarla en el mejor estado posible y por más tiempo, y considerando que prestaría mi iPad a mis nietos, al momento de sacarla de la caja, le coloqué una mica protectora y hasta entonces accioné el botón de inicio.
Dos años después, por primera vez, veo su luminosa apariencia y, no sin cierto temor, me dispongo a disfrutar de la resolución que la tecnología de la tableta electrónica tiene.
Y, mientras me divertía agregando aplicaciones nuevas que utilizaran muchas imágenes, comencé a pensar en mi manía de prevenir y agregar seguridad “extra” a todas la situaciones. “Por si acaso” se convirtió, y no se ni cuando, en la etiqueta aceptable para disfrazar mis miedos.
Así, inicio un repaso de aquello que ha recibido un tratamiento de cuidados extremos y me topo conque, mi corazón, forma parte de esa larga lista, dando como resultado relaciones interpersonales algo superficiales. Parece que, en la intención de protegerme, tengo la tendencia de mantener a la gente nueva que llega a mi vida, a distancia. . . bajo una mica.
Al final, descubro que me he perdido de gozar de muchas cosas buenas por poner una “mica de protección” y jamás estrenar las novedades por no jugarme el riesgo.
Ahora me río de mi pequeño absurdo pero, no por nada dice el dicho: “El que no arriesga, no gana”.

domingo, 17 de junio de 2012

"Él"


Un día, él, se convirtió en papá y, en pocos años, ejercía su rol con dos hijas y un hijo.
Aunque su sueño fue la medicina, con entusiasmo se esmeró en la profesión que le permitía proveer a todos los de su casa y, sus cuidados, fueron más allá de los pesos y centavos.
Al final del día, al volver del trabajo, él entraba en la habitación de su hijo y se concentraba en enterarse los pormenores de su día. Y, por la noche, la merienda aderezaba su convivencia con platillos sencillos pero con mucha compañía.
Cuenta su historia, como padre de ese niño, con pasajes de sábados en los que lo llevaba a deslizarse por las lomas en patineta, juegos de piscina en los viajes a Acapulco y escapadas a la taquería favorita.
También, a él, le llegó el tiempo de tomar decisiones y con tiento, pensando primero en los suyos, sacrificó presencia para iniciar la aventura hacia una nueva vida en otro lugar. Seguramente, él vivió noches de soledad y añoranza lejos de casa; no es difícil imaginar que por momentos dudara y se convenciera, nuevamente, de que el sacrificio lo valía todo por el bienestar de sus hijos y su esposa.
"Mi gran regalo de vida: el mejor padre para mis hijos"
A lo largo de su vida, él también pensó en su vejez y en la libertad financiera de sus hijos. Con prudencia y constancia, preparó sus tiempos de retiro para convertirse en un motivo de disfrute y no de carga para ellos.
Él, sin saberlo, fue forjando con sus acciones, sus cuidados, sus ejemplos y su amor, mi gran regalo de vida: el mejor padre para mis hijos. Sí, ese fue su gran herencia y ahora, con toda aquella maravillosa experiencia padre-hijo, como semillas en el alma de mi esposo, han germinado las cualidades de un padre excepcional.
¡Gracias, suegro, por el padre de mis hijos! Sé que, si vivieras, estarías orgulloso de tu hijo al ver que, tu legado, está siendo sembrado sin reservas en el alma de mi propio hijo.
¡Feliz día del padre a ustedes, varones ejemplares y pilares de la vida de mis hijos!

viernes, 15 de junio de 2012

"Historias de amor. . . ¡Diez años después!"


Diez años después, ella declara: “Decidí unirme al hombre de mi vida 
y no me equivoqué”.
Ante un anuncio semejante, más de uno, pensará que ella tiene el matrimonio perfecto y ¡tiene razón!
En una década, casi puedo asegurar, se habrán escuchado: el estallar de puertas después una discusión, citas al cine canceladas a gritos y muchas exigencias entre las cuatro paredes del “nido de amor” que, esa pareja, se comprometió a formar.
Ella, tal vez, le habrá reclamado que dejara los zapatos a la mitad del pasillo y que la hicieran tropezar. Él, es posible, se enfadara por el monto a pagar de la tarjeta de crédito y que ella olvidara el compromiso de austeridad.
Tampoco es difícil imaginar escenas de rabietas, enojo y mal humor después de una noche de desvelos por la enfermedad de su hija y, ¿acaso sonaría imposible que, en algún momento, pararan a mitad del camino por la duda de querer seguir en el proyecto común? 
Aunque no parece como una “historia de amor” ideal a primera vista, en realidad, lo que la convierte en “la verdadera historia de amor” es que, hoy, estén celebrando el seguir juntos. . . a pesar de todo.
Si por lo menos las parejas, que inician el camino de su alianza, corrigieran la falsa idea de lo que es el amor; si conocieran el significado que Dios le dio a tan maravillosa y, a la vez, difícil relación, muchas, jamás tomarían el reto de intentarla pues, ¿qué de atractivo tiene el amor en su verdadera definición?
Es por eso que, entre gritos y sombrerazos, con besos y portazos, aderezado de promesas, regalos y reclamos, un aniversario de matrimonio, ¡SIEMPRE ES DIGNO DE CELEBRAR!
“El amor es paciente, es bondadoso; el amor no tiene envidia; el amor no es jactancioso, no es arrogante; no se porta indecorosamente; no busca la suyo, no se irrita, no toma en cuenta el mal recibido no se regocija de la injusticia, sino que se alegra con la verdad; todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.” (1 Corintios 13:4-7)

jueves, 14 de junio de 2012

"Pequeñeces"


Cuando hablamos de cosas de poca importancia o sin trascendencia, las llamamos: “pequeñeces”. Pero, ahora veo, no siempre es así.
Hoy, por ejemplo, mi sentido del tiempo cambió al enterarme de que, a mi nieto, le extrajeron dos dientes. Sí, ¡Mudó sus primeros dos dientes! Esas dos pequeñas piececillas, saturadas de calcio, trajeron imágenes vertiginosas que revolvieron mi mente y atontaron mi conciencia. ¿Acaso no fue apenas hace un corto tiempo que, en la pantalla de un ultrasonido, vi algo parecido a una mariposa agitada que se movía y me explicaron que era su diminuto corazón latiendo? ¿Es posible que hayan pasado tantos días desde que apagó una velita solitaria en su pastel y nos maravillábamos con sus primeros pasos? 
La noticia de que, esta noche, él dejaría una  cajita en forma de ratón con los dientes pequeñitos dentro de ella, esperando amanecer con algún billete para comprarse un juguete, me hizo caer en la cuenta del yugo inmisericorde del tiempo.
Al igual que la vida me tomó por sorpresa cuando su madre cruzó el umbral para salir del nido y cuando mi hijo cerró la maleta para ir a vivir al otro lado del mar, esta noche, otra vez, me ha gritado fuerte y claro que, mi chiquitín, antes de que alcance a darme cuenta, también crecerá hasta convertirse en hombre.
Me duele el corazón y mis huesos, en un instante, resienten los años que me han sostenido. Compasiva, mi alma, intenta hacerme sonreír con los miles de recuerdos que hemos guardado en ella: Tardes entre juguetes y calcetines llenos de arena; dibujos colgados en el refrigerador como trofeos y cantos musitados mientras lo acuné en mis brazos; travesuras escondidas bajo nuestra complicidad y risas, ¡muchas risas! al disfrutar el estrepitoso caer de las fichas de una torre.
Hoy tengo más canas que ayer y una lista, cada vez más larga, de cosas que he dejado pendientes por ser abuela. Aun así, ni por un segundo, cambiaría nuestros juegos y vida juntos. Porque, ¿no son esos dientes un recordatorio de que, muy pronto, Gramma será parte del recuerdo de su infancia y él seguirá su camino?
"Señor Dios, ¿porqué la vida tiene tanta prisa? Tú que tienes el poder y tuyo es el tiempo, ¿Por qué no me haces un regalo, uno muy especial y alargas su infancia?".

martes, 12 de junio de 2012

"De 68 a 132"


Dicen que, los verdaderos cambios, surgen desde adentro y creo que es un acierto. Pero esto no es sólo a través de una introspección que cambia la esencia de nuestras convicciones. También se dan de forma colectiva cuando, un elemento del sistema, inicia la sinergia dentro del grupo al que pertenece.
Y, la familia, como todos los sistemas, no es la excepción.
En nuestro caso, el despertar de la conciencia de uno de nuestros miembros, causó un estado de reflexión y análisis que había quedado adormecido al vapor de las fórmulas más generalizadas de reacción: argumentos rápidos descalificando en base a un pasado y aniquilando cualquier futuro; respuestas desde el temor por un arraigo a lo conocido, incluso siendo malo, y hasta las bromas populares más grotescas.
Lo curioso fue que, ese motivador al razonamiento y búsqueda de mejores respuestas, es el más joven de la familia y, probablemente, el que la sociedad descalificaría con la etiqueta de “inexperto”.
Ahora, movidos por los vientos políticos y la urgencia de una decisión sobre a quien otorgar un voto que determine nuestro futuro, estamos aprendiendo, nosotros, -los de la generación que aprendió a callar y agacharse después de observar con ojos de horror lo que sucedió a nuestros antecesores en el fatídico ´68 - a revisar con un sentido crítico y responsable las opciones que se nos presentan.
Ojalá y mi generación, al igual que la de los jóvenes estudiantes, aprendiera de ellos su responsabilidad y empeño político, de la misma manera en que nosotros, en el seno familiar, rompimos la inercia de la inmovilidad y conformismo.
Sí, yo también quiero hablar de las elecciones. . . desde mi óptica, ahora, a los cincuenta.

domingo, 10 de junio de 2012

"El asesino"


La radio, la televisión y hasta en los cortos de cine, somos bombardeados por gente que nos espeta fórmulas y propuestas para mejorar al mundo o, por lo menos, nuestro país.
Con palabras en rima, una retórica estudiada y bien maquillada, se empeñan en convencernos de que ellos son mejores que los demás. En el fondo, bien escribió mi hijo, todos están hablando de lo mismo y, los matices mercadotécnicos, son la única diferencia entre uno y otro.
Pero el drama no termina con lo hueco de sus palabras pues, la verdadera tragedia, es que quienes las pronuncian han perdido, en su mayoría, credibilidad. Antes de ir a dar al pódium, cada uno de ellos, ha sido asesinado por el monstruo de su propia creación: la mentira.
Y este asesino no es exclusivo de los políticos. Él es capaz de ir destruyendo en todos los ambientes, desde el matrimonio hasta las naciones completas.
La verdad, tantas veces asociada con la transparencia, es como un cristal. Es como el escaparate que rodea nuestra integridad y, cuando surge la duda, se empaña y nos desdibuja ante los ojos de quienes nos ven. Pero si llega la mentira la golpea, la verdad se rompe y, muchas veces, las astillas matan la fe y degüellan la confianza con su filo. Y, así como no se puede revivir a un hombre degollado, ni la fe ni la confianza pueden reponerse de la herida y mueren. 
El esposo que miente, habrá de vivir con el cadáver de su  credibilidad y la sombra de la incertidumbre, el resto de su vida, rondará su matrimonio. El hijo que engaña a sus padres perderá la valiosa herencia de la confianza de ellos y, así, hasta llegar a los gobernantes que engañan a los gobernados.
Siendo una fórmula tan simple en las relaciones y aplicable a todas las escalas, ¿por qué parece ser ignorada por aquellos que insisten en que depositemos en ellos nuestra confianza? Y, ¿Acaso no es igualmente grave pensar que su conciencia, adormecida o muerta, no les recuerde de sus mentiras y sus fraudes?
Siempre es difícil decidir en quién entregar nuestra confianza pero ahora, trágicamente, es motivo de duelo el pensar que, ninguno de los que se han levantado merece recibirla pues, el valor de su palabra, es nulo.

sábado, 9 de junio de 2012

"Sobre la mesa"


Sobre la mesa se firman los tratados entre países, contratos de matrimonio y de ella se levantan las copas para celebrar los grandes triunfos del ser humano.
Pero, también es sobre la mesa y frente a un juego de mesa, que se forjan seres humanos con carácter e integridad.
El juego y, en especial el de mesa, es parte de la formación de un niño. De él aprende muchas cosas y no sólo a manejar la competitividad sana que le enseña a ser su propio contrincante, cuando trata de superarse a sí mismo en cada ronda hasta dominar el juego.
También se entrena en la solidaridad, si la dinámica del juego es a través de equipos, y lo exhorta a trabajar en conjunto. Le instruye en el ejercicio de la sujeción a las reglas y la civilidad para acatar el orden de intervención en el sistema, respetando el derecho del otro. Y la honestidad se desarrolla cuando vence la tentación de hacer trampa.
Aunque es cierto que los juegos adiestran en diferentes áreas: memoria, habilidad manual, destreza, estrategia y otras materias específicas, una de sus grandes aportaciones es aprender el difícil arte de “saber perder”. A ganar, nos impulsa toda la sociedad pero, ¿no es mucho más espinoso y complicado responder a la derrota?
Creo que, cuando uno sabe perder, asimila la experiencia y se nutre de ella. Ejercemos gracia sobre nosotros mismos y reconocemos en lo que aún nos hace falta trabajar; también dejamos de tener enemigos cuando aceptamos sin amargura que, el otro, ha sido mejor en esa ocasión y hasta lo acompañamos en el gozo del triunfo. 
En el juego, incluso en el de azar, nos ejercitamos en la sabia idea de que, nosotros y nuestro mundo, no dependen de nuestra voluntad y control.
¿Qué sería de nuestro mundo si todos, en la infancia, hubiésemos sido educados frente a un juego de mesa? Tal vez tendríamos sociedades más armoniosas y seres humanos más felices.
No lo sé, quizás es sólo una utopía pero, lamentablemente, es una costumbre familiar que se ha perdido y, con ella, todas sus bondades.
¿Alguien que recuerde y quiera jugar “Turista”, hoy?

martes, 5 de junio de 2012

"Abandono"


La imagen que surge en mi mente, cuando se menciona la palabra “abandono”, es la de alguien que parte, maleta en mano y sin mirar atrás. Sin embargo, cuando miro en mi entorno con cuidado, descubro que el abandono es, mucho menos obvio y más sutil, pero igualmente doloroso. Su imagen es engañosa pues se reviste presencia aunque está llena de indiferencia.
Así aparecen familias donde los padres, ocupados en los múltiples asuntos, crían hijos como el pastor acarreando el rebaño. Los llevan a la escuela y a las actividades escolares pero, al final del día, no pueden contabilizar un momento de atención a los intereses y necesidades personalísimos de los hijos. Y la coartada, con matices de responsabilidad, excusará que todo lo que hacen es por y para ellos.
Igualmente la esposa, atareada con los menesteres domésticos, podrá argumentar que cuida del hogar para prodigar bienestar a su familia pero, el saldo, al igual que con ese niño abandonado, sólo refleja ausencia.
Así puedo ir sumando ejemplos: El empleado que cumple con sus deberes e ignora al cliente al que se supone debe servir; el esposo que se retrasa cada noche en búsqueda de una mejor economía y que deja vacía la silla durante la cena en familia; o el hombre que llama al amigo en su cumpleaños pero que olvida llamar, cualquier día, para saber de él.
Es en esa reflexión que encuentro una respuesta a la soledad que una inmensa mayoría en nuestra sociedad vive y la devastación emocional que están sufriendo nuestros niños. Con tantas ocupaciones y carreras nosotros, también, estamos abandonando a los nuestros y al mundo.
¿Por qué entonces nos extrañamos de ver al adolescente aislado tras los audífonos o al niño parapetado tras un juego de video? ¿Qué nos hace pensar que debería ser distinto?
¿Habrá alguien más que descubra esta misma razón que hoy me asalta?

viernes, 1 de junio de 2012

"Las dos letras"


“Porqué habría de ocuparme de encender el calentador, si yo no utilizo el agua caliente”. La frase, aunque parece inofensiva, contenía las dos letras que actuaron como un filo para cortar mi buen ánimo y me demostró, por enésima vez, que pueden levantar una barrera muy alta entre dos personas y sembrar la semilla del resentimiento.
“Yo”, en el contexto más sano, nos define, habla de nuestra unicidad y nuestra individualidad. Pero, cuando es usado para borrar a los de nuestro entorno, cercena los lazos que nos hacen formar parte de nuestra comunidad.
“YO no tengo escasez de agua, ¿Por qué habría de preocuparme o cuidarla?”, “YO no padezco de hambre, ¿Por qué ocuparme de la hambruna?”, “YO no utilizo las vialidades, ¿Por qué pagar impuestos?”, “YO no gusto de la política, “¿Por qué ejercer mi derecho al voto?”. Y, aunque los ejemplos son interminables, el resultado es el mismo: Un egocentrismo que destruye toda posibilidad de servir a otros, interesarse en sus necesidades o hasta sacrificar un poco de lo “mío”, anteponiendo “lo tuyo”.
Si iniciáramos un ejercicio, comenzando por la relación en el matrimonio, acomodando las prioridades en sentido contrario a la inercia natural del “YO” y lo lleváramos hasta la relación de gobernador y gobernado, seguramente encontraríamos que muchos de los actuales conflictos se desvanecerían: desde el divorcio hasta la corrupción. Porque, “Yo necesito ser feliz” y “Yo necesito más dinero y poder, a costa de lo que sea”, dejarían de ser las máximas y rectoras.
El “YO” como bandera, advierto, es una de las palabras más desintegradoras y perniciosas de nuestro vocabulario, por lo que deberíamos ser enseñados para usarla con cautela y sólo en los casos en que, su aplicación, edificara y no destruyera.