jueves, 31 de marzo de 2011

"Lista para el adiós"

“¡Ya está comenzando a leer!”, me anunció mi hija que terminaba de hacer los deberes escolares con mi nieto de cuatro años. “Empieza a leer y en un pestañear, ¡estará en la universidad!”, respondí. Reí de mi propia broma, aunque en el fondo se encendió una lucecita de tristeza en mi alma. ¡Pronto! ¡Demasiado pronto!
En pocas semanas, las noticias que me han llegado tienen un factor común: los finales.
El ciclo de mi esposo en la empresa que él mismo fundó, llega a su fin. El contrato de otra propiedad termina. Y, ayer, recibí la noticia de que la “Toscana” sería puesta a la venta.
Mientras estoy aún trabajando en el diseño de las últimas áreas de mi pedacito de paraíso, el final ha sido anunciado. Aún quedan nueve meses para que se cumpla el plazo y sin embargo, sé que si todo sigue el curso natural, un día empacaré y dejaré este lugar que me saturó de ilusión desde el primer día.
Mi razón me recuerda: ¿Acaso no es todo temporal? ¿No es todo en la vida de paso?
Recapitulando, pensé en mi nieto de cuatro años y sus avances hacia la independencia; yo misma aún no he logrado creer del todo que mi hijo pequeño tiene veinte años y está en la universidad; mi pequeña que modelaba frente al espejo su traje de baño con barriguita de bebé, ahora es madre de dos hijos; y mi nietecita, que acuné poco tiempo atrás, ahora juega a pintarse las uñas y tiene clase de gimnasia olímpica.
¡Rápido! ¡Demasiado rápido! Entre más lento se convierte el ritmo de mi vida, todo a mi alrededor parece moverse más aprisa. ¡Qué paradoja! (Continuará. . .)

martes, 29 de marzo de 2011

"Máscaras"

La diminuta cámara que insertaron en la rodilla de mi hija hizo posible que pudiéramos ver en la pantalla, con lujo de detalle, cada parte de los tejidos y hasta pudimos apreciar la lesión que le causaba tanto dolor.
No teniendo vocación de médico, las imágenes me parecieron impactantes aunque, no por ello, no dejé de asombrarme de la tecnología médica de mi época. ¡Maravillosa!
Pero, mientras veía aquellos tejidos dañados, recordé como mi hija había intentado no prestar atención a lo que inició como molestia y, al paso de los días, se volvió cada vez más difícil el evitar quejarse por el dolor. Por fuera, la rodilla no mostraba señas de daño, ni hinchazón o alguna coloración que mostrara el problema y sin embargo, entre los huesos atrás de la rodilla, el tejido iba desgastándose e incrementando la lesión.
No pude evitar pensar en que, muchas veces, ella ha callado su dolor en el corazón y no me ha mostrado las heridas de su alma en un intento por evitarme la mortificación o la pena. Y que, por mi falta de observación o de cuidado, me he fiado de lo que sólo muestra con su rostro o con sus respuestas llenas de cortesía.
¿Qué pasaría si hubiera un equipo cuya tecnología nos permitiera ver el corazón de quienes nos rodean? ¿Realmente encontraríamos coincidencia entre el estado de su corazón y el rostro que muestran? Me doy cuenta de que la mayoría de la gente anda por la vida con una máscara, buscando ser agradable a los demás y encubriendo sus verdaderos sentimientos.
A los cincuenta, aún deseo desarrollar esa habilidad que me permita ver el corazón de quienes me rodean e invitarlos a desechar las máscaras para acompañarlos en sus alegrías, pero aún más, en sus penas.

"Miedos"

Mientras escribo este blog, un alacrán en mi comedor atrapado en un vaso, espera la llegada del experto en fumigaciones. Nuestro encuentro, ayer por la noche, me dejó con los nervios destemplados. Y como antecedente personal, es importante recordarles que soy un “aracnofóbica” en proceso de dejar de serlo (lo que quiere decir que, ¡todavía hacen que mi estómago tiemble!, aunque ya no me genera desvanecimiento). Pero no sólo la visita del alacrán perturbó mi paz.
Después de que, en un acto de extrema valentía de mi parte, lo enfrasqué en el único objeto que tenía a la mano, un vaso, corrí a mi habitación para tratar de dormir y al mover mi libreta de notas, una araña (que en mi imaginación tenía el tamaño de una manzana) se deslizó sobre el buró hasta desaparecer atrás del cajón. ¡Casi caigo desmayada!
Pasado el horror, me asaltó la idea de que no podía dormir sabiendo que el arácnido estaba a  menos de 40 centímetros de mi almohada así que, en un segundo acto de heroísmo, corrí a la cocina por el insecticida, teniendo que pasar frente al alacrán que no dejaba de agitar la cola con su aguijón. Después de rociar cada centímetro de mi cabecera, los burós y marcando un círculo alrededor de la cama, volví a la cama mientras aún temblaba de miedo orando mil súplicas por segundo a Dios.
El insomnio me dio horas para pensar sobre lo irracional de mi temor e inicié un repaso de todas las ocasiones que opté o decliné en función de mis miedos. Nunca hice el viaje a Chiapas con una de mis mejores amigas por el miedo a las arañas y tampoco acampé en una playa. No volví a las cabañas en la montaña ni fui a ese viaje a Brasil con mi grupo de la universidad.
Ahora, la paz de la “Toscana” ha sido alterada y me encuentro ante la misma disyuntiva: continúo disfrutándola o huyo movida por los temores.
Pienso en cuanta gente está viviendo un tiempo de decisión: el joven egresado que no encuentra empleo en alguna corporación y no se atreve a iniciar un negocio para auto emplearse; la joven mujer que vivió el desamor del esposo y su familia ya no es como la soñó, pero que no se atreve a esperar un nuevo amor; la mujer mayor que requiere una operación que le traería mejor calidad de vida y teme a la anestesia; el estudiante universitario que no puede disfrutar mientras se prepara sufriendo de antemano la posibilidad de no encontrar empleo y mi lista podría ser aún más larga. ¿Qué define sus decisiones? ¿El temor o la esperanza?
A los cincuenta, aún vivo enfrentándome a mis miedos viejos pero quiero, con todo mi corazón, escalarlos a su verdadera dimensión, aprender a combatirlos y no dejar que ellos definan mi futuro.

lunes, 28 de marzo de 2011

"Recordando a mi suegra"

Ojalá hubiera una manera de re-dignificar el término “suegra” y que dejara de ser materia de bromas, burlas e incluso insultos. Y para dar el ejemplo, hoy quiero honrar a la que, en vida, fuera mi suegra y quien, incluso desde su ausencia, sigue enriqueciendo mi existencia con el ejemplo de que dejó tras de sí.
Esta noche, que no corresponde a su aniversario luctuoso ni a su cumpleaños (aunque está muy cerca la fecha), mi corazón ha vuelto a sentir la necesidad de hablar de ella y recordarla. Ojalá pudiera hacerlo más seguido con mis hijos y nietos para que atesoraran, al igual que yo, un testimonio de vida tan valioso.
No puedo decir, por desgracia, que aproveché todo el tiempo que tuvimos juntas y que nuestra relación puede ser usada como referencia a lo que debería ocurrir entre suegra y nuera. Pero Dios sí me permitió conocerla íntimamente y apreciarla durante los últimos meses de vida antes de dejarnos. Y en ese corto tiempo, gracias a su cercanía, surgieron en mí cualidades y partes buenas de mi personalidad que ni yo misma conocía. Ella tenía esa cualidad: hacer surgir en la gente lo mejor de sí. También, sin recurrir a la convocatoria, lograba que las personas tuvieran iniciativas de ayuda a los necesitados, algo que practicaba con discreción y constancia. ¿Quién fue su maestro o inspiración? Su propia pobreza, la orfandad temprana, la estrechez de opciones y el corazón noble que se forjó a través del esfuerzo.
Fuera de la costumbre de su época, se preparó como contador público y aunque no ejerció su profesión dentro de una empresa, puso sus conocimientos al servicio de su comunidad y se hizo amar por multitud de gente a la que sirvió con humildad. Pero, amalgamando todas esas cualidades, una me hizo aprender que, no importa cuanta adversidad exista en nuestro pasado, el presente puede ser aderezado con risas simples y optimismo. ¡Qué placer era escucharla reír! (incluso de sus propios chistes, cientos de veces contados). La razón o el motivo era lo de menos, lo importante era vivir la vida con alegría y a ella se le dio naturalmente pues estaba enamorada de vivir.
Han pasado varios lustros desde que ella se fue de este mundo y aún le extraño. Me gusta encontrar en mi esposo sus rasgos. Tengo un placer especial por recordarla y sigo, inútilmente, pensando en lo maravilloso que hubiera sido en la vida de mis hijos su presencia.
A mis cincuenta, aún me gusta repasar aquellas palabras que han sido el mayor halago que he recibido y que Licha, mi suegra, pronunció antes de morir: Tuve dos hijas pero, ahora, no tengo dos  sino tres. Sí, yo fui su hija por elección. 

domingo, 27 de marzo de 2011

"Ilusión nacida en medio del dolor"

El espacio en donde estamos viviendo, mi esposo y yo, la etapa dorada de los cincuenta es un lugar que hemos llamado “La Toscana” por su estilo tan semejante a las antiguas construcciones italianas. Y la forma en que llegamos a ella fue, probablemente, mientras vivíamos uno de los pasajes más dolorosos y humillantes de nuestra vida.
Ese día, con el corazón apesadumbrado cruzamos el umbral de la “Toscana” que se ocultaba tras una puerta de madera con herrería antigua y, siendo tan reducida, me trajo un primer mal augurio, según yo: ni siquiera tenía espacio para guardar un auto. Pero unos pasos más adentro, a pesar de nuestro ánimo tan triste, aquellos muros de adobe salpicados por una que otra flor, sus patios y las piedras donde reposaban algunas macetas de plantas semi-marchitas fueron destilando su encanto.
Por el tiempo que llevaba desocupada lucía algo ruinosa y polvorienta. El jardín sin pasto rodeado por árboles sin hojas, aunque amarillento, transpiraba nostalgia de los mejores días de primavera. ¡Era casi una postal de los anhelos en suspenso!
Tuvieron que pasar muchas semanas antes de que se reanimara esa primera seducción de la casita en mi corazón y, mientras mi ilusión por ese rinconcito crecía, Dios fue acercándome a él hasta que finalmente la “Toscana” se fusionó al futuro de nuestra familia.
Al paso de estos tres meses, los mejores momentos en familia han ocurrido en ese mágico lugar, tan escondido en el corazón de un pueblo de la provincia mexicana. El portón, discreto y anciano, sigue protegiendo la intimidad de la “Toscana” con nosotros dentro. La gente que pasa frente a ella, seguramente, no imagina los deliciosos momentos que he pasado con mi esposo, mis hijos y mis nietos. Ahora, felizmente, somos todos nosotros parte del secreto deleite que esta casa centenaria ha guardado tan celosamente.
A mis cincuenta, a través de la “Toscana”, recuerdo que un pasaje doloroso del pasado no debe marcar mi futuro con su amargura, que debo dar oportunidad de vivir las cosas que, incluso, hayan nacido en medio de la adversidad y así no perderme de las maravillas que pueden estar esperándome.

sábado, 26 de marzo de 2011

"Buenas intenciones"

El pensar en la incertidumbre de mi nieto, que ya percibe más que su hermanita cuando la rutina se altera, y la posibilidad de llevar un momento de alegría a mi hija al recibir la visita de sus hijos, hice los arreglos para que los niños fueran a verla al hospital. En mis mejores esfuerzos, logré configurar que lo hicieran aunque fuera por separado.
De la manera más positiva expliqué a mi nieto la razón por la que mami estaba en el hospital, lo que el médico había hecho y aproveché para sembrar la idea de que él podía ayudar a mamita obedeciéndola porque no podría caminar por algunos días. El niño, atento a mi explicación, pareció asimilar todo sin problemas.
Emocionado, decidió darle la sorpresa escondido atrás de una almohada antes de entrar a la habitación. Entre risitas y saltitos de emoción, caminó hasta la entrada y cuando hizo su aparición final, pude ver en su rostro asombro y temor. ¡No era lo que esperaba!
Ayudándolo a reponerse lo tomé entre mis brazos animándolo a que se acercara. Sus ojos no parpadeaban y pude sentir su corazoncito latir a toda velocidad. Con la mirada pasaba de su mami al suero que colgaba del techo hasta que finalmente preguntó: ¿Por qué tiene ese mi mamá?
Mi hija, que no dejaba de hablarle para tranquilizarlo, lo invitó a subir a la cama. Darle un beso y la cercanía lo fueron animando y su palpitación se fue normalizando. Con calma, mami le explicó la razón por la que estaba en cama pero que al día siguiente estaría de vuelta en casa. A pesar de todo, el niño quería irse pronto y tras una breve despedida de su bisabuela, que también estaba en la habitación, y de mamita, salimos de la mano, él más tranquilo y yo con el corazón acongojado.
Mientras caminábamos por el pasillo de salida resolví que mi nietecita no visitaría a su mami. Comprendí que mis ojos, que han visto tantas cosas, y la pureza de las de aquellos dos pequeñitos hacía que la misma imagen tuviera un impacto de forma muy distinta.
A los cincuenta, sigo aprendiendo que, en todo, no sólo es mi perspectiva la que refleja la realidad y que nuestra experiencia de vida para entenderla es única, personal y válida.

viernes, 25 de marzo de 2011

"Madre, siempre madre"

Me he quedado sola en la habitación. Mi hija, una mujer adulta, médico y madre de dos pequeños, salió hace unos minutos en la camilla rumbo a la sala de operaciones y mi corazón palpitante me revela que, ni los años ni su circunstancia, han logrado amainar mi sentimiento de protección a la que siempre será mi pequeña.
Y ahora sé que, aún rodeada de otras personas que la aman y que se preocupan por ella, mi presencia le da lo que nadie más puede darle. El vínculo que surgió cuando la supe en mi vientre y que se materializó en su primera respiración junto con la certeza de que la vida jamás podría ser completa sin tenernos la una a la otra, ahora es tan parte nuestro que ya no lo cuestionamos o notamos.
Fue por esa la sensación de alivio y apoyo que sentí al ver entrar a mi propia madre, a la que esperaba incluso cuándo no habíamos configurado planes, que comprendí lo que significa mi presencia para mi hija en momentos como ahora.
Mi mami, siendo una persona mayor, ya requiere de cuidados y consideraciones especiales, sin embargo, su presencia me arropa de una forma única, igual como veo que la mía cobija a mi propia hija.
A los cincuenta, entiendo que el amor con el que nuestra madre nos envuelve y con el que cubrimos a nuestros hijos, nada tiene que ver con edades ni tiempo pues la bendición es única y atemporal. ¡Gracias a Dios por la vida de las madres!

martes, 22 de marzo de 2011

"Una lágrima"

El sol sobre las buganvilias las convierte en pequeñas vanidosas que se anteponen a la vista de muro terroso. La brisa compite con el esfuerzo del sol y le gana la partida dejando un ambiente de temperatura perfecta. Mi música de fondo son un par de pájaros que se ocultan entre el arbusto que me acompaña en el improvisado rincón que ahora tengo para hacer latir las letras como escritora novel.
¡Todo es perfecto! Y sin embargo, una ola de melancolía mezclada de nostalgia me atrapa.
Lo que parecía una lágrima por un hilo de viento en mi ojo derecho, fue realmente la declaración de mi corazón de que, residuos de memorias, cachitos de añoranza, anhelos sofocados y gotitas de sangre de heridas nuevas, urgían salir en el navegar de las aguas saladas y calmas de mis lágrimas.
La soledad me alienta, me acompaña y lloro. Mi gratitud ya no se siente amenazada y al desfogar la pequeña presa de mi pasado, mi latir se asienta, descansa.
A los  cincuenta, voy aprendiendo que también, el llorar, incluso por nada, es el saludable arte y privilegio de todo ser humano.

"Imitaciones"

A través de los medios publicitarios constantemente escucho mensajes que esencialmente nos invitan a “ser diferentes” cuando, paradójicamente, lo que tratan es de meternos a una caja de consumo que nos vuelve más parecidos, casi alienados.
Y, justo en contra de esa propuesta, me he encontrado haciendo revisiones sobre la gente que me rodea para descubrir ejemplos a seguir, testimonios de vida que me inspiren y me confirmen sobre lo bueno que debo incluir en mi vida.
Así he identificado rasgos de carácter valiosos en las personas y que me motivan a intentar desarrollarlos en mi propia forma de vivir. Mi lista incluye la tenacidad de mi hija en tiempos de adversidad, la lealtad hacia los amigos de mi hijo, la ligereza de espíritu de mi esposo, la dulzura de mi hermanita Mónica, el ahínco de mi hermana Lina, la creatividad de mi madre, la generosidad de mi hermano Carlo, la fidelidad a Dios de mi amiga Kristi, la sabiduría de Donna, el don de servicio de Sandra, la alegría de Lorena, la practicidad de Reyna, el amor constante de Bertha, la mansedumbre de Margarita, el compromiso de Paola, la confianza en Dios de Tracy, la constancia de Odile, y así podría continuar enumerándolos en una aún más larga lista.
A mis cincuenta años, lejos de seguir la frase que se usara en una campaña publicitaria de “No acepte imitaciones”, mi propuesta de vida se ha convertido en: “SI ACEPTA IMITACIONES” (de todo lo bueno que otros me te puedan enseñar).

lunes, 21 de marzo de 2011

"Mirando más adentro"

Venciendo la inercia natural de nuestros días de evitar compartir reflexiones profundas para evitar “polémicas” de sobremesa, tuve un intercambio de opinión con alguien muy querido sobre los matrimonios “mixtos”, refiriéndonos a la mezcla de gente de diferentes razas y color de piel. Su opinión, que aclaró repetidamente no era por racismo, era que si ella pudiera decidir, buscaría que ninguno de sus hijas o nietos se casaran con alguien que no fuera de su raza. El argumento era, para ella, que no quisiera ver que sus descendientes y seres amados vivieran el rechazo de la sociedad al señalarlos en su diferencia o hacer mofa.
Me fue inevitable el sentir indignación al reconocer que la gente en mi país, efectivamente, es capaz de marginar o rechazar a la gente por su color de piel o facciones distintas. El racismo es una realidad en mi sociedad y, más triste, que se ensaña contra su propia gente, la de origen indígena.
Por mi mente pasaron los rostros de muchas de mis más queridas amigas que, o han formado una familia con personas de otra nacionalidad o ellas mismas son producto de un matrimonio así. Gente hermosa y maravillosa, valiosa y no por el tono de su piel o sus facciones.
Aunque intenté recordar a mi interlocutora que ningún mérito tenemos de ser físicamente de una u otra manera, ni de ser parte de la familia a la que pertenecemos y ni siquiera del país donde nacimos, por lo que no podíamos jactarnos de ello. Mi propuesta fue rechazada por ser considerada demasiado “profunda”. Peor aún, cuando mencioné que a los ojos de Dios todos somos iguales y cuestioné: ¿por qué entonces nosotros nos empeñamos en marcar las diferencias para separarnos?
La conversación fue desviada hábilmente por nuestros acompañantes y la conclusión quedó en el aire para cada uno de los que nos escuchó.
Inevitablemente, durante las siguientes horas, mi mente siguió mascullando sobre el tema y me di cuenta de cómo evitamos vivir a conciencia, reflexionando profundamente sobre las cosas que pueden definir nuestra manera de relacionarnos, de vivir y convivir. Y tuve que reconocer que, por los errores de nuestra sociedad, podemos caer en el truco de actuar conforme a ellos.
A los cincuenta, con los años que tengo aún por delante, elijo abrir los ojos de la conciencia para mirar más adentro y descubrir en la gente lo que realmente es valioso en ella.

domingo, 20 de marzo de 2011

"Esperando en la esperanza"

La jardinería no es mi especialidad, aunque a últimas fechas disfruto con los primeros ensayos de mis nietos que, con pequeñas regaderas, se hacen cargo de echar agua por todo el jardín.  Y en mis intentos de convertirlo en un lugar hermoso para ellos, encargué el cuidado a un jardinero con más experiencia que yo.
Repasando por lo que ya está plantado en la propiedad, topé con un árbol con el tronco bifurcado y tronchado. Después de descubrir un limón, una higuera, un guayabo, algo de Romero y una mata de Ruda, aquel árbol mocho lucía muy poco atractivo. Sin una sola rama u hoja que me permitiera tratar de distinguir su especie, tomé la decisión de pedir que fuera reemplazado por alguno que para la primavera nos diera sombra y tal vez algo de fruto. Mi decisión cambió cuando el joven jardinero me anunció que se trataba de un chabacano, que siendo de la familia de los duraznos, no sólo daría una linda flor sino una de mis frutas favoritas. Con muchas dudas sobre ese par de palos semi-enroscados uno con el otro, le otorgué el privilegio de la duda al muchacho que me aseguraba que sí retoñaría.
A un día de iniciar la primavera, para mi sorpresa, en unas cuantas semanas le han nacido ramas y hojas con diminutos capullos al árbol que yo había destinado al destierro. El color verde vivo y tierno del follaje que corona los troncos enmarcado por el muro de adobe es, probablemente, uno de los adornos del rincón del jardín más hermosos. Al descubrirlo casi desfallezco ante la idea de mi, ahora reconozco, errónea decisión y he comenzado a pensar en cuántas veces, por las apariencias, por ignorancia o por falta de esperanza, he cortado de mi vida relaciones o proyectos al tomar decisiones precipitadas.
Y de mi repaso personal comencé a hacer un recuento de un sinfín de familias y matrimonios que por dificultades han visto sus ramas y hasta sus troncos cortar, terminando por arrancar la relación de cuajo al no saber esperar a que vuelva la primavera en sus vidas. La vida de sus hijos es desarraigada del tronco familiar que, sin más, se hace leña y se arroja al fuego del pasado. Mi corazón se llenó de tristeza ante la imagen de un bosque, nuestra sociedad, que va quedando devastado.
A los cincuenta, comienzo a pensar que, aunque con los troncos mutilados, muchas relaciones pueden aún dar un hermoso fruto si tan sólo esperamos un poquito más.

sábado, 19 de marzo de 2011

"Si las gotas de lluvia fueran de chocolate"

-“Si las gotas de lluvia fueran de chocolate, me gustaría estar ahí. Abriendo la boca para saborear, ¡a-a-a-a a-a- a-a-a a-á!”-, es la canción que entona con entusiasmo, con su lengüita de trapo, una y otra vez mi nieta contagiándonos hasta hacernos cantar con ella.
La ternura y la alegría de verla se mezclan de sólo escucharla. Pero, algo más comenzó a gestarse en mi corazón al mirarla tan entregada a la tonada y escuchar la letra.
¿No es, exactamente como cita la letra de la canción, lo que todos esperamos cuando echamos a andar en la vida? ¿Acaso no comenzamos nuestras aventuras con la fantasía de que la lluvia será de chocolate o caramelo?, me pregunté.
Muy pronto nos percatamos que lo que nos llueve en el camino de vivir, muchas veces, es más bien amargo o ácido. En poco tiempo acumulamos experiencias que van alargando la lista de desencantos y dolores. Ni aquel amigo que pensamos para siempre se quedó a nuestro lado cuando más lo necesitábamos, ni en nuestro trabajo apreciaron nuestro esfuerzo y el ascenso no llegó, ni el amor de nuestra vida recordó las promesas y se fue, ni el primer sueldo rindió para todos nuestros proyectos y la lista de desengaños fue creciendo.
Las lluvias de chocolate, al escasear, lograron que ya no abriéramos la boca para saborearlas y corriéramos a refugiarnos a un lugar seguro para evitar el chapuzón. Y ahora, veo con más frecuencia a mi alrededor, mucha gente transitando con un paraguas de protección.
A los cincuenta, empiezo a pensar que muchos deberíamos tomar la canción de mi nieta como un himno, como un recordatorio de que es mejor “abrir la boca para saborear”, aunque a veces, el chocolate sea amargo.

viernes, 18 de marzo de 2011

"El placer de complacer"

Después de días de estar lejos de mi esposo, me surgió la idea de sorprenderlo y lucir con una imagen diferente, algo más fresca y acorde al clima caluroso de nuestro próximo encuentro. De ahí que me di a la tarea de buscar un vestido, prenda que ha entrado en desuso en mi guardarropa, las tiendas de Tequisquiapan. Además de la limitación de opciones por lo pequeño del pueblo, me encontré mirándome en los espejos de los probadores con vestidos que en nada reflejaban la idea que se había fraguado en mi mente. Y no es que las prendas fueran feas o de mala hechura, simplemente, o los colores no eran los tonos que me favorecen o las texturas o corte no me iban bien.
Al final de varios intentos, no sin algo de frustración, deseché mi proyecto y tomé la decisión de encontrar otra forma de hacerlo sentir esperado y anhelado. Mientras buscaba otras opciones comencé a pensar en lo que, en ocasiones, he hecho en mi intento por complacer.
A veces, si se trata de un regalo, pienso en algo que me gusta y no en lo que al otro le gustaría terminando, como yo lo llamo, entregando un “auto-regalo”. También recordé esas veces en que he hecho verdaderos actos de “contorsionismo” con mi vida con tal de complacer a tal o cual persona y más de una vez, terminé con una lesión o resentimiento por el esfuerzo. Y no puedo olvidar esos intentos en donde, simplemente, dejé de ser yo para ser lo que la otra persona necesitaba que fuera.
Y mi última experiencia con el buscado vestido creo que encaja en esta última clasificación.
A los cincuenta, he aprendido que mi mejor manera de complacer es siendo quien soy, de manera natural entregando conforme a mis dones y talentos, y así, disfrutar "el placer de complacer".

jueves, 17 de marzo de 2011

"Amor a sorbos"

Las circunstancias en mi  vida, como el tiempo y la distancia, poco a poco han alejado a gente a la que amo de manera especial. Por el constante intercalar de nuestros ciclos de vida ya no veo cada mañana a mis hijos, los negocios de mi esposo secuestran su atención y, amigos y hermanos han cambiado de residencia o se encuentran atareados viviendo sus propias vidas.
Las cosas son así y no niego que algunas veces me ha costado trabajo aceptarlo, aunque cuando lo logro, nada me quita el anhelo de volver a disfrutar de su compañía.
Estos ajustes, al igual que mi nuevo ritmo personal, me han enseñado a anticipar los encuentros y convertirlos en verdaderos festejos.
Todavía recuerdo cuando mi esposo y yo vivíamos la urgencia de disfrutarnos. Luchábamos contra todo lo que nos impidiera refugiarnos en nuestro escondite de intimidad. Ahora, las cosas son distintas, y que no se entienda como “malo”.
Con ese tiempo extra que tengo, no sólo lo invierto en mis nuevos (a veces viejos) intereses. También los uso disfrutando los preparativos de los encuentros por venir. No sólo pienso en el “antes” sino en el reposo y gozo del “después”.
Como pareja, el vigor de nuestra juventud va mermando, nuestro tiempo disponible es menos pero nuestro amor y necesidad de compañía han crecido. El cortejo, en esta etapa, puede durar días a través de mensajitos o llamadas a media mañana; la sorpresa de un té Chai de Starbucks mientras escribo o media docena de flores para adornar la estancia de nuestro nuevo rincón en Tequisquiapan se han convertido en una danza, lenta y cadenciosa, que nos va acercando poco a poco hasta que ya no queda distancia entre nosotros. Entonces inicia el placer de la magia de sentirnos aún más cerca.
A los cincuenta, he aprendido, el amor en todas sus versiones se disfruta a tiempo y a destiempo, en pequeños sorbos, pero con mayor deleite.

miércoles, 16 de marzo de 2011

"Más allá del escote"

Todavía recuerdo la ansiedad que sentía cuando debía, en compañía de mis primas y hermanas mucho más agraciadas físicamente que yo, enfrentar el momento de conocer gente nueva y aún más angustiante resultaba si había muchachos en el encuentro. En la necesidad de mejorar mi imagen, intenté toda técnica de la que me enteré para alaciar mi cabello y para afinar mi cintura, ambas cosas motivo de mi desaliento.
Ahora, después de cinco décadas y compartiendo con mis coterráneas, me encuentro que cada una vivía sus inseguridades a través de algún “defecto” en su físico. ¡Qué esclavitud la nuestra!
Pero, a medida que han pasado los años, una cosa he tenido como constante: ¡los cambios! He cambiado de graduación de anteojos, de color de cabello, de hábitos y horarios, y no podría faltar: el cambio de talla. Y no estoy hablando de kilos de más o de menos sino de la transformación de mi cuerpo que no ha sido del todo desventajosa. Algunas partes demasiado “planas” se redondearon y otras, imperceptiblemente, se fueron delineando de otra manera. Y, paradójicamente, ahora disfruto del rizado de mi cabello. Sin embargo, el cambio más importante es la libertad con la que ahora vivo. La esclavitud en la viví, sojuzgada por mi físico, ha quedado atrás. Y no es que no me guste lucir atractiva o elegante, solo que ahora es una parte de mí que no me define.
Al conocer a alguien puedo hacerlo con una mansa aceptación de quién soy y ya no me preocupa el lograr atención a través de un escote o una cintura pequeña. La atadura de mi físico se ha roto en la certeza de que mis mejores cualidades no tienen que ver con mi cuerpo y de la convicción de que, quien quiera descubrirlas, tendrá que alternar conmigo más allá de mi “portada”.
Amo la libertad de ser yo, la verdadera persona sin talla y sin escote. A los cincuenta puedo decir felizmente: ¡Adiós a la esclavitud de lo superficial!

lunes, 14 de marzo de 2011

-¿Por qué lloran?- preguntó nuestro pequeño amigo de 14 años al vernos, a mi querida amiga y a mí, derramando lágrimas mientras conversábamos sentadas en la banca del pueblito que visitábamos. Entre risitas y respuestas bromistas, me encontré pensando en cuán difícil era explicar a ese jovencito el maravilloso entendimiento y empatía que puedes tener en una plática con tu entrañable amiga, alguien que ha estado a tu lado por casi la mitad de tu vida.
Y es que, cuando después de cinco décadas has sido afortunada y suficientemente sabia para conservar a una “amiga especial” como la mía, sabes que no hay nada más simple que un encuentro de unos minutos para lograr con ella una conexión profunda. Los preámbulos con preguntas o frases tibias para llegar a lo importante dejan de ser parte del intercambio pues pronto se instala una plácida camaradería acompañada de complicidad.
En una amistad de tanto tiempo, lo mejor es esa entrada rápida donde ya se pueden obviar explicaciones o reseñas. Finalmente, mi gran amiga conoce a mi familia, mi esposo, mis hijos, su historia, sus tropiezos y nuestros dolores. A través de los años, ella ha estado presente, a veces como confidente, otras como apoyo, pero siempre ahí, a mi lado como amiga.
El tesoro de una amistad íntima y sincera es, probablemente, uno de los más valiosos regalos que los cincuenta pueden traernos, porque son, por mucho, ¡una maravillosa bendición!

sábado, 12 de marzo de 2011

"Plan B"

 Los bríos y la determinación de los años de juventud me engañaron haciéndome creer que mi sola voluntad lograría que mis proyectos y planes para el futuro se hicieran realidad. ¡Nada más lejos de la verdad!
Antes de que me diera cuenta y a pesar de mi empeño, mi vida fue tomando derroteros distintos y, algunos, totalmente inesperados. Así, al hacer el resumen de mis primeros cincuenta años, pude ver que casi nada había salido como yo lo había planeado.
Mi príncipe azul jamás llegó pero un hombre maravilloso, con algunos kilitos de más, sigue a mi lado; mis hijos han elegido cosas distintas a las que yo creía ideales pero están floreciendo como los seres únicos que son; el orden de llegada de mis nietos no fue conforme a mi programa pero puedo acunar en mis brazos a los dos niños más hermosos del mundo;  no tengo “la casa de mis sueños” pero sí un hogar lleno de paz y bendición; tampoco llegué a desarrollar la carrera corporativa que por tanto tiempo anhele pero no termino de crecer en la carrera de mantener unida a mi familia y mi lista podría seguir y seguir, interminable.
Esa es la maravilla de los cincuenta que, a pesar de todas esas cosas que no programé como parte de mi destino, mi vida es, si no perfecta, lo más parecido a eso. Me siento en plenitud y satisfecha gracias a que, desde el fondo de mi corazón, agradezco a Dios por instalar en mi vida Su perfecto “Plan B”.

miércoles, 9 de marzo de 2011

Viviendo a "Tiempo"

"Slow down, Europe” (“Baja la velocidad, Europa”) es la frase que invita al ciudadano de la comunidad europea a vivir una vida más lenta pero con más calidad. Y creo que en mucho aplica  para nosotras, las mujeres que hemos llegado a los cincuenta, no sólo por ser más congruentes al nuevo ritmo de nuestro cuerpo sino para darnos el tiempo de paladear cada festejo, actividad o momento.

Aunque, en mi caso, una de las razones para desacelerar mi ritmo de vida fue el tema de la salud, también vino del cambio de circunstancia: el nido vacío. Cierto es que la soledad en casa fue difícil de vivir en algunos momentos pero, también, la posibilidad de que surjan momentos de intimidad con mi esposo o de recogimiento personal se dan ahora con mucha más facilidad.

El canje en este cambio se vuelve por demás venturoso: las largas listas de actividades se acortan y, de no cumplirse, son suplidas con sana indulgencia; la prisa de abarcar más de la vida cambia a una sabia selectividad y las fiestas multitudinarias quedan atrás para dar espacio a encuentros más reposados y más llenos de conversación.

Sí, es lindo llegar a los cincuenta y comenzar a vivir la vida con “más tiempo” en lugar de que la vida, con sus prisas, me siga viviendo.

martes, 8 de marzo de 2011

El Gran placer de ser Mujer

Haciendo malabares entre una mordida al taco y ver a mi nieto jugando en la resbaladilla en el jardín de la iglesia, la conversación con una recién llegada a la congregación jaló mi atención.

-¿Es tu nietecito?- preguntó. Con orgullo le contesté que era el mayorcito y que tenía una pequeñita de dos años. Y, acostumbrada al deleite del intercambio entre mujeres de nuestra edad, devolví la pregunta. ¡Su respuesta me dejó helada!

“No lo sé”, respondió y la explicación para tan extraña contestación me erizó lo cabellos. Después de su divorcio, doce años atrás, el padre de sus hijos se los había llevado y jamás los había vuelto a ver al recibir amenazas de muerte de intentarlo.

Justo ahora que estoy escribiendo, el tarareo de mi pequeño nieto que arma una pista en la habitación de la lado me acompaña y recuerdo la triste historia de aquella mujer que, a sus cincuenta y algo de años, lejos está de poder vivir una de las experiencias más maravillosas para una mujer: ¡ser abuela!

Sí, aunque parece que comienzo con el plato fuerte sobre los placeres de los cincuentas, era inevitable hablar de lo que en esta etapa ha traído tanta satisfacción, gozo y alegría a mi vida. Y, aprovechando que es día de la mujer:
¡FELICIDADES A LAS MUJERES Y ESPECIALMENTE A LAS ABUELAS!