domingo, 27 de enero de 2013

"Cáncer"


Los reportes de las instituciones de salud, constantemente, señalan la lista de las enfermedades que se presentan cada vez con más frecuencia y que se convierten en amenazas reales contra la humanidad. El VIH-Sida, el cáncer, la diabetes y otros tantos padecimientos degenerativos que, hace algunas décadas, eran eventos tan poco frecuentes que se tomaban como casos excepcionales.
Los científicos, que inicialmente las clasificaron como de “nuevas enfermedades”, después encuentran que han estado presentes en nuestra sociedad por mucho tiempo y que sólo eran mal diagnosticadas.
Pero una enfermedad hay que sabemos ha causado más destrucción que todas las que han aquejado al cuerpo del ser humano: La mentira. Ese cáncer social, lamentablemente, sigue cobrando la muerte de muchas relaciones familiares y sociales, desde un matrimonio hasta sociedades comerciales y naciones.
En ocasiones, bajo el argumento de “el fin justifica los medios”, hay quien lo tiene como una herramienta para alcanzar sus metas sin reparar en que, a la larga, habrá un precio a pagar por fincar algo, que puede hasta ser bueno y digno, sobre un engaño.
Vivo convencida de que, tarde o temprano, la ley que Dios marcó se cumple y que nada queda oculto bajo el sol. Es entonces que, el fruto de la empresa sustentada en la mentira, nace injertada con el cáncer que al paso del tiempo la llevará a la muerte.
Al igual que el cáncer, la más de las veces, el daño de la mentira crece silenciosamente. Eventualmente muestra algunos síntomas pero, el autor del embuste, invertirá sus energías en negarlos o cubrirlos sin darse cuenta de que, al final del día, no sólo su conciencia se va cubriendo de una costra que trabajará en su contra sino que también el resultado obrará en su propia destrucción.
Triste es que nuestra sociedad sólo invierta en remediar los males del cuerpo mientras que, forjar el carácter y los valores de los seres humanos, va quedando en el olvido y sin atención.
¿Moralista o realista? Cada lector tendrá la conclusión sobre su propia reflexión, para mí, este escrito, más que una denuncia, es un réquiem por la verdad.

jueves, 10 de enero de 2013

"Plagas del alma: Deshumanización"


Despierto y algo me burbujea en el alma. ¿Será que aún me brincotea el corazón, al recordar al pequeño Matt en mis brazos? Sonrío y continúo mí mañana de deberes.
Preparo la comida para los siguientes tres días; ordeno los papeles pendientes y me dispongo a mudar mi agenda del 2012 a la del 2013. Repaso las últimas páginas de la agenda caduca y. . .  algo llama mi atención.
Como es natural, muchas de las últimas hojas de la agenda lucen despejadas. Algunos pagos pendientes aparecen anotados, una que otra tarea y, los pocos renglones escritos, me recuerdan las reuniones con amigas y familia, de sangre y en la fe.  Bajo la carpetita y me dejo arrastrar por los recuerdos, paladeando las memorias de las últimas semanas de mis vacaciones, apenas concluidas.
Entre desayunos, cenas y reuniones, disfruté de la compañía de mis mejores amigas, incluso aquellas que viven en el extranjero; cada persona importante en mi vida tuvo un espacio de convivencia; como en intenso maratón, pasé días enteros en compañía de mi esposo y mi hijo, y no faltaron las comidas con mi familia completa, precedidas por mi esposo, y mis hijos y nietos rodeando la mesa. El fin de año, en bulliciosa fiesta, gocé de mis padres, hermanos, cuñados y sobrinos, juntos.
Una campanita resuena en mi mente, urgiéndome para encontrar la razón de mi felicidad matutina, y es el recuerdo de mi última visita la que me da la clave.
Viene a mi memoria la tarde de ayer: Café en una acogedora sala de estar, comida casera en la barra de la cocina y. . . ¡la amable compañía de mis primas, mis recién estrenados primos y mi tía!
¡Eso es! Durante once meses, los renglones de mi agenda quedaron saturados de “cosas” que hacer, asuntos por resolver y, por semanas completas, no fueron incluidos en mi vida diaria otros seres humanos. ¡Cosas, cosas y más cosas! ¿Y la parte de compañía humana? Relegada o cancelada.  Sin querer, ¡deshumanicé mi vida!
Con esa pujante idea de que debo cumplir con los deberes, a costa de lo que sea, mi vida se fue deshumanizando, sin darme cuenta. A pesar de la satisfacción de ver mis pendientes palomeados, dentro de mí se fue generando un vacío provocado por la ausencia de los que amo.
Sé que no puedo vivir en una eterna vacación pero, algo tengo claro: Si continuar siendo la “mujer eficiente”, implica seguir perdiéndome de los míos, hoy resuelvo que, el puesto de “la más productiva del planeta”, quedará vacante.
¡Voy de vuelta a la humanidad!

miércoles, 9 de enero de 2013

"¡Milagro a la vista!"


Al tercer intento, por fin, logramos llegar a conocer a mi pequeño sobrino Mateo.
Tenerlo ante mis ojos, revivió aquella emoción que nubló mis pupilas cuando conocí la historia de su vida y como Dios, escondiéndolo en su puño, lo conservó en el vientre de su mami. ¡Un milagro maravilloso!
Pero no fue sólo ver su rostro sereno y amable, con la belleza de un niñito de ojitos como pinceleados en sonrisas, lo que llenó mí tarde con el recuerdo de nuestro primer encuentro; también lo fue, descubrir el fraguar temprano de muchos milagros a su alrededor, lo que me hizo comprender que, desde sus primeros días, Mateo está cumpliendo su misión de vida: Transformar a quienes compartan su camino.
Esta tarde, escuché la historia de un abuelo que, a pesar de las dolencias, está listo para el juego con su nieto; de una abuela que está reconociendo, en este pequeñito, la oportunidad de abrazar más, besar más y estar más, y así resarcir su propia historia; de unos padrinos que vuelan junto a él con ilusiones y muestras de amor en mil detalles. ¡El corazón me rebosa de alegría al ver la inyección de vida que trajo a su familia!
Y me bastaron sólo unos minutos de conversar con sus papis, para comprender la razón del milagro de su llegada.
Aquella pareja que conocí, antes del nacimiento de su hijo, ya no es la misma. Ellos, ahora, laten con un mismo ritmo en el pecho de ese bebé; cada uno, con entrega, ha iniciado el ministerio que los enseñará a “morir a sí mismos”, para anteponer el bienestar de Matt; sus pensamientos de superación profesional han sido removidos a un segundo lugar y ha nacido en ellos un deseo: Convertirse en maestros sabios para guiar a su amado hijo en la vida y en el camino de la fe.
Cuando ocurre un milagro, he descubierto, nunca llega solo. Parece ser siempre el primero de una cadena de bendiciones para otros. Y éste, es el caso de mi sobrino Mateo.
Sé que sus padres, cuando lo toman en sus brazos y lo besan; cuando le dan gracias a Dios, por enésima vez, por su existencia; y cuando tratan de armar un futuro, que incluya la respuesta y razón para su milagroso nacimiento, se preguntan, ¿qué nos toca hacer para que él cumpla su destino? Y yo me atrevería a decir que, el cometido de su hijo, ya se está cumpliendo: Al hacerlos desear ser mejores personas y al transformar sus corazones e invitarlos, cada noche, a mirar con gratitud a Dios.
¡Que bella misión has iniciado, mi querido Mateo! ¡Que Dios te siga bendiciendo!

martes, 8 de enero de 2013

"Plagas del alma: El fin del mundo"


Cierto es que nuestros días en esta tierra están contados; que nadie sabe cuándo su vida llegará a su fin; y que todos queremos hacer de nuestra vida lo mejor posible. De esa intención, supongo, nacen las largas listas de enero con propósitos a alcanzar.
Pero, cuando la brevedad del tiempo se combina con las listas, ocurre el fenómeno que llamo: “El fin del mundo”. Nuestras ansias por hacer todos y cada uno de nuestro sueños realidad, detona una interminable carrera, como ratas en el asfalto, que no sólo consume nuestros días sino nuestro buen ánimo también.
La finitud de nuestro propio mundo, con su “límite de tiempo”, nos enajena con la certeza de que, si no galopamos por la vida, dejaremos muchas cosas pendientes, anhelos sin atender y proezas sin estrenar.
En vez de vivir con ritmo y pausa nuestras aspiraciones, nos precipitamos sobre las cosas que tenemos enfrente, tristemente, sin disfrutarlas. Así, el destino nos alcanza y, paradójicamente, son más las cosas que dejamos de paladear por las prisas, que las que realmente pudimos gozar.
Mi estilo de vida, por demasiado tiempo, ha sido ése.
Pasar los días como ráfaga y tratando de abarcarlo todo, me han dejado exhaustos, el cuerpo y el alma. Y me han bastado tres semanas, las últimas del 2012, para darme cuenta que, a paso lento, puedo gozarme en una conversación con mi hijo, conocer el alma de mi esposo en una caminata y descubrir más de mí durante una tarde de silencio. ¡Manjares sutiles de calma y felicidad simple!
Esta plaga del “fin del mundo”, de seguir avanzando en mi existencia, con sus prisas, sé que me llevará a la enfermedad o perderme lo importante. Es por eso que, metiendo freno al desenfreno, me he propuesto dejar de volar sobre la vida y sumergirme en ella, así, profundo y despacio, para vivirla intensamente.
Es claro para mí, ahora, que si no completo todas las metas ni abarco todas las cosas escritas en mis listas, no será, ni por mucho, el fin del mundo.

domingo, 6 de enero de 2013

"Plagas del alma: las minas"


Al iniciar mi recuento y escribir mi lista de plagas, admito, las minas no estaban incluidas.
Fue hace pocas horas que descubrí la afección que me provocan y, confieso, parece que esa plaga es grave. . . casi crónica.
El diario caminar implica tropezar, desviarse hasta extraviarse o caer herido pero, más peligroso que todo eso, son las minas las que afectan el ritmo de mi vida más severamente. Esas memorias o miedos ocultos bajo el camino, a las que he nombrado “minas”, más de una vez, me han dejado paralizada por el terror de hacerlas explotar a mí paso. Y cuando llego a pisarlas, la sorpresa o los recuerdos, me impiden volver a andar por el temor de encontrar una más.
Así es como, entonces, evito experiencias por caminos nuevos o tiemblo cuando el paraje me recuerda el pasado y, sin quererlo, voy quedándome varada y evitando que el futuro se extienda frente a mí.
Seguro, ahora mismo, muchos estarán pensando en frases o recetas para alentar al arrojo perdido pero, ¿cómo supera la angustia una madre al ver a su hija abatida o acobardada, si ya ha llorado junto a una cama de hospital cuando ella intentó quitarse la vida? ¿Cómo exigir valor al padre que debe abrir el puño para dejar volar al hijo que, en un pasado no lejano, fue presa de la destrucción de las adicciones? ¿Cómo asegurar al hombre que decide emprender la nueva empresa que todo estará bien, si antes lo ha visto derrumbarse junto con un intento fallido? ¿Cómo pedir serenidad a los padres cuando sus hijos salen de fiesta, si ya viven con una familia mutilada por la muerte de uno de sus críos, víctima de la imprudencia o el alcohol? ¿Cómo hablar de larga vida a quien vive suspendido del diagnóstico de un cáncer o un padecimiento incurable?
Todas estas cosas, más allá de las frases, son minas de dolor que se esconden en los senderos de la vida real y, las más de ellas, llegan a nosotros de forma inesperada. ¿Y quién quiere caer en semejantes trampas?
¡Parece no haber respuesta o ser un callejón sin salida! Pero, antes de resignarme a quedar encarcelada en el temor y los estragos del pasado, encuentro que sólo existe un antídoto contra las minas ocultas: La fe; y para que la fe sea viva, Dios es el único y posible depositario capaz de librarme del miedo a vivir.
Concluyo que, sólo si mantengo los ojos y la fe puestos en Dios, sabiendo que nada está oculto a Su mirada, puedo seguir viviendo y caminando hacia adelante, en la certeza de que Él no permitirá que pise sobre experiencias que no tenga planeadas para mí. Más que dedicarme a buscar o adivinar las minas, creo que debo entrenarme en seguir la guía perfecta del Buen Dios.
No dudo que aún me tocará sentir la explosión de situaciones dolorosas, nuevas o viejas, pero si el Señor Dios va por delante, también sé que Él me ha asegurado que “no tendré prueba más grande, que la que puedo soportar”.

viernes, 4 de enero de 2013

"Plagas del alma: Perfeccionismo" (Primer parte)


Al igual que cuando aplicamos pesticidas en un sembradío para obtener una mejor cosecha, he llegado a la conclusión de que, para lograr los mejores frutos de mí propia vida, debo erradicar cualquier parásito, abrojo o plaga que la esté minando.
Es por eso que, al igual que se inaugura una temporada de caza, yo he decidido iniciar una campaña preventiva y correctiva contra las plagas que pueden estar afectando mi alma y así evitar que enturbien mi vida y la vida de los demás a mi alrededor.
Antes de iniciar la labor, reflexiono y reviso para tener un diagnóstico. La lista, para mi sorpresa, es suficientemente larga como para reconocer que aún quedan muchas áreas susceptibles de mejorar y optimizar.
Con la notoriedad de un barro en la punta de la nariz, aparece en el espejo la primera plaga, una tendencia constante en mi diario vivir: El perfeccionismo. Y descubro que, con gran facilidad, la confundo con la búsqueda de la excelencia. Esa excelencia, a mi manera de ver, es legítima y me impulsa a esforzarme para desarrollar mis dones y capacidades. Pero, ¿qué ocurre cuando alzo la vara frente a mi prójimo? Y, ¿qué le ocurre a mi prójimo y a mis relaciones cuando les impongo el mismo estándar que me aplico a mí misma?
Las respuestas me llevan a la palabra “expectativas” y ésta me conduce a  “decepción”. Además de que es absurdo que quiera empujar a otros sobre los que no tengo ni debo tener control, la frustración se añade a la ecuación, produciendo tensión a la convivencia.
¿Cuál será entonces la receta para erradicar semejante plaga?
Mi primer remedio, y que creo puede ser efectivo, incluye el discernimiento para reconocer mis móviles. Poder saber la razón de mi esfuerzo, me podrá ayudar a identificar si lo hago movida por un ego que pretende demostrar, compitiendo, o si es la sana intención de hacer las cosas lo mejor posible por un fin lógico y útil, y al servicio de otros.
Una vez clasificado el motivo, el siguiente paso es una revisión periódica a través del cuestionamiento honesto: ¿El reto es tuyo y solamente tuyo? ¿O estás trasladándolo a alguien que no tiene obligación de cumplirlo?
La aplicación de las medidas correctivas parece simple y es un buen propósito para este año pero, como dicen por ahí. . . “Del dicho al hecho, hay un buen trecho”.
Aun así, ¡vale la pena intentarlo! ¡Suerte en mi empresa pues hay mucho por hacer!