viernes, 31 de mayo de 2013

"Nomás por el gusto: Límites"

Conversar con Guillermo,  acompañados de una copa de vino tinto, era sin duda un gran placer.
Siempre con una historia en una mano y una broma en la otra, hacía de una tarde cualquiera, una especial. De una amistad de dos, pasó a ser una de tres pues, con soltura y naturalidad, mi amigo se convirtió en amigo de mi esposo, quien llegó a conocer a mi “colega” a través de las historias que le había escuchado y que yo le compartía.

La opinión de mi hija, al llamarlo “todo un caballero”, resultó cierta. Su forma de hablar, contrastante con aquellas expresiones que “El Ñerito” usaba, eran algo que disfrutaba y me hacía reír. Siempre informado y atento a gran diversidad de temas, era quien abría el juego de la plática, así, como quien pone la primera ficha en una partida dominó.
Fantasioso lector y gustoso de la historia, me recomendaba libros y compartía sus críticas como quien sabe un poco más que los demás.
Fue por eso que, cuando me enteré de su escolaridad, no sólo me sorprendí sino añadí un motivo de admiración por él. Como en muchas otras áreas de su vida, levantándose, aunque fuera de puntitas para rebasar su circunstancia, no le permitía, a lo que algunos llaman “destino”, que le impusiera sus límites.
He escuchado de historias de gente que nace en la pobreza y se supera hasta tener una vida acomodada; o aquellos que, no teniendo educación alguna, encuentran un oficio y se convierten en gente respetable y de éxito. En el caso de mi amigo, su biografía contiene un poquito de todo, pero yo recalcaría una cualidad en especial: Su permanente deseo de aprender y experimentar cosas nuevas.
Así, aunque su educación formal fue corta, se transformó en lo que reconoceríamos como un hombre culto y educado; no dejándose limitar por la edad ni por la excusa de no haber ido a una universidad, avanzó como un gran autodidacta, puliendo su intelecto y haciéndose sensible a  las bellezas más sofisticadas.
Por eso, ahora, cuando alguien justifica su ignorancia bajo la excusa de falta de escuela, pienso en  Guillermo y sonrío, pensando, ¡si lo hubieras conocido!


P. D. Un mes, amigo, y sigo buscándote en mi pantalla pero, al recordarte, las risas que me surgen en el corazón dan consuelo a mi tristeza.

sábado, 25 de mayo de 2013

"Erase una vez. . . mi vida: Momentos"

“La vida está hecha de momentos”, recitaba una frase publicitaria y, en cierto sentido, coincido. Esos momentos, a veces instantes, tienen la capacidad de imprimir matiz y realce a la cotidianidad, convirtiéndola, con sus pinceladas, en algo que se imprime en la memoria del corazón como con tinta indeleble al tiempo.
Pero, esta vez, no quiero hablar de ese tipo de momentos sino de aquellos que anunciamos y que se prolongan tanto que hacen desaparecer un mejor futuro, pero. . . creo que daré un paso atrás en la historia y mostraré de lo que estoy tratando de hablar.
Hace no mucho tiempo atrás, cuando el iPad y el iPhone con 3G no habían llegado a mi vida, y la tarde comenzaba a caer, siguiendo el impulso de un reloj interno, me levantaba para recorrer la casa. Mi olfato hacía una inspección antes de acercarme al sahumerio y verter unas cuantas gotas de la esencia que me inspiraba para acompañar la temperatura de la habitación, entonces,  encendía la vela para completar el ritual. Con la vista me aseguraba que los muebles y objetos estuvieran en su lugar, y que una luz, al menos, quedara encendida.
Luego pasaba por el espejo de mi tocador y revisaba que mis rizos lucieran en una caída casual, y que mi rostro tuviera la apariencia de quien no se ha maquillado pero que los estragos del día quedaran encubiertos. Cepillados los dientes, daba el toque final aplicándome labial. Y, complementando el ambiente preparado, rociaba mi cuello presionando dos veces el aplicador de perfume, una vez de cada lado.
¿Qué hacía después? Cualquier cosa. A veces leer, escribir, ordenar un cajón o revisar la agenda para el día siguiente. La actividad, en ese lapso del día, era lo de menos pues, lo principal, ya había sido atendido.

Entonces, portafolios en mano, entraba mi marido. Sin parecer el perrito agitando el rabo, levantaba el rostro y concentraba mis labios en recibir los suyos. Con poca originalidad, entonces preguntaba: ¿Cómo te fue? Y mis oídos, mente y corazón, se disponían a escuchar la respuesta que, en más de las veces, comenzaba con una palabra dicha con entusiasmo: ¡Bien! Y continuaba con un breve resumen de los encabezados del día.
Pero, como en todas las historias de modernidad, la tecnología obró y la escena cambió.
La computadora, para cubrir cualquier eventualidad, permanece prendida sobre el escritorio; el iPad, con la excusa de que también funciona como libro, nunca está a más de dos metros de distancia de mí y, el celular, por cualquier emergencia, o está en mi mano o en el bolsillo trasero del pantalón. Los tres elementos indispensables, hoy en día, me hacen pronunciar una palabra que pone en la fila de espera, a todos y a todo, para tener mi atención.
El reencuentro vespertino con mi esposo ahora tiene otra entrada y abre con: ¡Un momento!
Así, cuando él llega, mi mente ordena ¡momento! y se resiste a distraer su concentración de: El juego que requiere de toda mi atención, la conversación por chat con alguna amiga, el párrafo que justo presenta el clímax de la historia, la búsqueda de ese artículo en Google, la lista de canciones que estoy conformando en YouTube, el más reciente comentario de mi hijo  o la fotografía del álbum que mi hija acaba de subir a Facebook. Las opciones y razones para mantener mis ojos en la pantalla y no estirar el cuello, levantar el rostro y ofrecer mis labios para recibir los de mi esposo, en el momento de la bienvenida, son tan vastos como las opciones que ofrece el mundo cibernético.
¿El resultado? Aquellos momentos personales de contacto, íntimos, húmedos y vívidos, se enfrentan con mi actitud de “un momentito” y, para cuando termina la pausa, se han esfumado y se han perdido en un pasado en el que nunca ocurrieron ni dejaron huella.
¿Dónde estarán los momentos memorables si, atropellada por la permanente urgencia y demanda de la comunicación y la tecnología, vivo postergando lo que tengo enfrente y puedo tocar? ¿Será capaz, toda esa información de contactos virtuales, de llenar con hermosos recuerdos mi memoria y ser la fuente de vida y remembranzas para mis tiempos de vejez?
Una punzada de añoranza me hace cerrar los ojos y revivir aquellas bienvenidas, y junto con aquella imagen, se desborda una cascada de recuerdos: Las conversaciones interminables con los ojos puestos en el otro; el abrazo antes de dormir, envueltos en el silencio; las pláticas en el auto durante los trayectos; las reuniones de amigos donde la atención se fijaba en recordar un buen chiste y. . . ¿Cuánto estoy dejando que me robe la modernidad?

Ahora puedo asegurar, “El ayer tenía tiempos mejores”.

viernes, 24 de mayo de 2013

"Nomás por el gusto: Herencia"

Muchos pensamos en casas o empresas como parte de la herencia que quisiéramos dejar a los hijos. También nos esmeramos para transmitirles nuestra experiencia y buenos principios, como una herencia moral y espiritual, pero, ¿qué hacer con aquello que no está bajo nuestro control, nuestra herencia genética?
Con un recuento sobre esa herencia nació la presentación durante el primer encuentro personal que tuvimos, mi amigo Guillermo y yo.
 –Antes de conocernos, colega, tengo que confesarte algo. En tu mundo, el mundo de los sanos, yo soy un discapacitado –me escribió, a manera de introducción.
No me atreví a preguntar a qué se refería y sólo agradecí, para mis adentros, la actitud de cuidar la primera impresión, algo que, después comprendí, sería una fórmula permanente en su trato conmigo y, más tarde descubrí, con toda la gente que lo rodeaba. ¡Siempre cuidando al prójimo!
Finalmente nos conocimos y, entre bromas y anécdotas, me mostró la huella de aquella herencia genética que lo acosaba con dolores permanentes y una constante amenaza de dejarlo postrado.
¡Buen intento, genética canija!, muchas veces pensé pues, a todo dolor o presión por inhabilitarlo, mi amigo Guillermo respondía con más risas, optimismo y largas caminatas al amanecer.
Sí, la adversidad genética quería detenerlo pero nunca pudo. Con buen humor e ingenio, mi amigo sorteaba los contratiempos que la enfermedad quería imponerle y, más de una vez, me mostró nuevos trucos o raros accesorios que conseguía para manipular cosas pequeñas, abrir frascos y resolver movimientos que no lograba hacer. “Más vale maña que fuerza”, decía.
Alentada por su actitud natural y abierta, un día me atreví a preguntarle cómo hacía para escribir en el teclado y el teléfono celular, y cómo lograba hacer los ajustes en la cámara de fotografía. Entre risas, respondió –cuando ya no pueda hacerlo con los dedos que aún funcionan, lo haré con la punta de la nariz, colega que, para mí fortuna, es puntiaguda.
¡Vaya ejemplo! Hizo tal impacto en mí que, cuando pensaba en quejarme por algún malestar, recordaba a mi nuevo amigo y me animaba encontrando lo que sí podía hacer para disfrutar de la vida, aún en medio de la enfermedad.
Guillermo no sólo continuó picando teclados y pantallas, y ajustando cámaras hasta el último de sus días; también, a paso lento, y en días doloroso, fue mi permanente ejemplo de optimismo, perseverancia y amor a la vida. Ese hombre, al que tuve el honor de llamar amigo, anduvo por la vida sosteniendo, como único bastón, la voluntad de exprimir la vida a plenitud.


Tras de sí, dejó una estela de sonrisas en quienes leíamos “juar, juar” en la pantalla y disfrutábamos de las imágenes que, con la cámara vaga, le robaba al amanecer. . . ¡Y qué fotos aquellas! Pero de las fotos, también surgió una historia. . .

P.D. Hoy es viernes, amigo mío y, con el corazón acongojado confieso que ¡extraño tus mensajes, tus palabras de ánimo y hasta tu RT!

viernes, 17 de mayo de 2013

"Nomás por el gusto: Entre líneas"


La tecnología y los tiempos parecían estar a nuestro favor. Mis noches solitarias en la Toscana, lejos de mi esposo e hijo, empataron con las estancias prolongadas, en la Quinta, de mi amigo Guillermo.  Y el creciente uso de las conversaciones electrónicas, tras un teclado, se convirtieron en el paréntesis para iniciar la amistad.
Como en un pausado juego de naipes, cada uno y por turnos, fuimos bajando cartas, escribiendo anécdotas y respondiendo a la curiosidad del otro, dibujando nuestras historias, sin ritmo ni prisa.
Así fue como supe del abuelo Eddy y el mestizaje con la tierra Oaxaqueña; conocí a la abuela, ejemplo de tenacidad y testarudez; y, con ojos risueños, leí las más curiosas historias de Lupita, su madre. Fue entonces que también descubrí el origen de una de las aficiones de Guillermo, coleccionar máquinas de escribir, y sentí mi corazón hacerse agua al escuchar la presentación cariñosa, una a una, de sus adorados hijos.
Nuestras charlas ocurrían como todo lo que tenía que ver con mi amigo, espontáneas y divertidas, tanto que, en esas tardes en las que el cansancio y la desesperanza se empeñaban en derribarme, buscaba en la pantalla su presencia y, chateando con él, me nutría de una buena carcajada.

Conocerlo fue una aventura. No encubría sus errores y parecía haberlos perdonado hace mucho tiempo. Con tono casi infantil, confesaba  a un pasado hombre iracundo y rudo que, por más que hacía por adivinarlo, nunca logré verlo bajo ese tono cálido, jocoso y cariñoso. – ¿Habrá  sido el mismo, alguna vez? –me pregunté muchas veces.
Semanas iba y semanas venían. Las cosas comunes se acumulaban y la semilla de la amistad germinaba. Entre confesiones, bromas y memorias, de “conocido”, la relación fue subiendo los peldaños del escalafón para convertirse en amigo aunque, ¡cosa extraña era no haber jamás estrechado su mano!
Buscando el día y la excusa, decidimos que era tiempo de hacer algo para conocernos personalmente y entonces hizo me una confidencia que terminó de convencerme que, aquel hombre, era especial.
En tono serio y un poco tímido, algo raro en él, se presentó a si mismo de manera oficial oficial pero. . . .¡Esa es otra historia!

miércoles, 15 de mayo de 2013

"Sin fronteras"


Era alta, de cabello negro con destellos de azul, dentadura de formación militar y se llamaba. . . Esperanza.
A mis 16 años y siendo proclive a los sueños, mi maestra de literatura universal se convirtió en la directora de mis primeros viajes sobre caminos de letras. Al iniciar el mes, una lista de cuatro o cinco libros circulaba en el salón y Esperanza, mi profesora, se encargaba de hacer una presentación para engolosinar nuestra curiosidad. Haciendo alarde de sus dones de cuentista, nos llevaba de la mano por el umbral de la historia y, como buena mujer, siempre sabía cuándo detenerse para lograr un coro unánime – ¡Aaaaah, siga por favor!– de sus adolescentes pupilos.

Entonces comenzaban mis actos de escapismo. Incapaz de resistir a la tentación de zambullirme entre las páginas de los libros asignados, por días enteros me transformaba en sombra. Para cuando los profesores entraban al salón, yo me había parapetado en la banca, al final de la fila más alejada de su asiento y,  con mejores dotes que Houdini, lograba la ilusión de mi ausencia.
Embobada en la lectura, dejaba pasar las clases de matemáticas, biología o cualquier asignatura que estorbara mi enajenación en la lectura. Ni maestros ni compañeros parecían reparar en el bulto que, escudado detrás de las portadas, pasaba el día alucinando entre historias y faenas.
El viaje terminaba cuando, antes de que hubiese pasado la semana después de la entrega del listado, pasaba la página final del último libro. El mundo a mi alrededor se redibujaba en realidades que, con urgencia, me recordaban que ahora tenía que iniciar la caza de apuntes y notas de las demás asignaturas. ¡Que martirio!, y no hablo de las clases perdidas, sino de la espera interminable hasta que llegaba la siguiente lista de lecturas.
Hoy, día del maestro, muchos chicos llevarán un regalo a sus profesores y les harán un festejo. A la distancia de 37 años, hoy recuerdo a mi maestra Esperanza y, en secreto homenaje, le escribo estas líneas para agradecerle que ella, con su pasión por los libros, haya puesto en mis manos mil mundos al enamorarme de la lectura. Con su ingeniosa presentación, me mostró el camino al refugio al que siempre viajamos solos y abrió mi pensar a otras mentes.
¿Sabrá ella que, a mis cincuenta y tres años, aún me escapo de la persecución de los deberes para esconderme en el dichoso mundo de papel, tinta  e historias, y me vuelvo invisible? Tal vez ni siquiera lo imagine pero, yo, ¡cómo disfruto desaparecer del mundo!
Cada vez que doy vuelta a la portada de un libro, recuerdo a aquella alegre mujer y agradezco que, en el cruzar de nuestros caminos, su nombre, Esperanza, se convirtiera en el anuncio profético de todos aquellos universos que, hasta en los tiempos más negros, me acogen y regalan la esencia de un futuro sin fronteras: La esperanza.
¡Feliz día del maestro, Esperanza!

viernes, 10 de mayo de 2013

"Mi mami"


Es 10 de mayo y me siento frente a la pantalla. Un borbotón de ideas me fluye y, en un segundo, se convierten en lágrimas. ¿Quién puede escribir con los ojos derramados? Y es que, en los últimos tres años, he vivido más de cinco ocasiones el conato de convertirme en huérfana. Fue así, sin llegar a ese momento (que sé que algún día me alcanzará), que comencé a valorar en toda su dimensión la fortuna de tener a mi madre conmigo.
De ahí que ahora entiendo por qué Europa ya no quiere ser madre, tan indispuesta está a renunciar a su confort y aprender a vivir en sacrificio por alguien; ya no está en su pensamiento la idea de que tiene que dejar sus planes personales y procurar un futuro, preparándolo para un hijo; los desvelos no le apetecen y la preocupación por los sentimientos de alguien que dependa de ella no le son atractivos. Todo aquello que sugiere renunciación, entrega o amor incondicional, está fuera de su agenda pero, para mi madre, todo eso constituyó su decisión y plan de vuelo por la vida.
Mi mami es madre de ocho y madrina de una decena de hijos ajenos; es abuela de 23 y bisabuela de tres, y aunque la suma se convierte en multitud, puedo ver que ha tenido y sigue teniendo amor especial para prodigar a cada uno de ellos. ¡Tanto amor maternal alberga en el corazón, para los suyos!
Su ministerio le ha exigido el desempeño de múltiples carreras: Fue enfermera y nunca hubo queja por doblar turnos cuando se trató de velar por uno de sus hijos; se convirtió en chef y desarrolló la habilidad de conocer el paladar de cada uno de los que ama; la economía fue un reto y aprendió a hacer rendir los recursos; es hada madrina y cumple multitud de deseos y hasta caprichos con regalos; con maestría, ha sido la organizadora de eventos en los que nosotros, su familia, siempre somos el invitado especial. Las cualidades que ha mostrado, como madre, son como los destellos de una estrella, cambiantes y siempre trayendo luz para nosotros.
Sigo en llanto y ahora, más que nada, de alegría. La maleta está lista y mi ánimo se siente festivo. Tengo mil bendiciones que me animan a celebrar, aunque una, especialmente una, es la que me dispone al festejo: ¡Dios me concede la compañía de mi mami! Me la regala para que mis nietos la conozcan, la disfruten y la amen tanto como yo; me la presta para que mis hijos aprendan a agradecerle a la mujer que, con amor y sacrificio, me formó y, si se detienen a observarla, tal vez hasta aprendan a seguir su ejemplo de amor con sus propios hijos.
Tras el recuento, sólo puedo agregar: ¡Gracias, Señor, por tan increíble y apreciado regalo! Y, mi Dios, siguiendo esa mala costumbre de no estar nunca conforme, hoy te pido una cosa más. . . ¡Larga vida para esta mujer extraordinaria, mi madre!

miércoles, 8 de mayo de 2013

"Nomás por el gusto: Existencia"


Dicen por ahí que recordar es vivir y yo, con cientos de horas en la carretera, en los últimos días, he tenido mucho tiempo para recordar y revivir la historia de mi amigo Guillermo o, al menos, desde que nuestras líneas de vida se intersectaron y la amistad comenzó.
Así que, nomás por el gusto de paladearla, decidí escribir algunos recuerdos y, por qué no, compartirlos con quien tenga ganas de disfrutarlos conmigo.
¿Qué cómo comenzó nuestra amistad? Supongo que como todo lo mejor en la vida, sin plan ni propósito y por pura coincidencia (aunque debo aclarar que no creo en las coincidencias, pero sí en las “Dioscidencias”).
Pero por comenzar por algún lado diré que supimos de nuestra existencia en una boda pero, no, no una cualquiera. Cabalgaba, por la plaza de Tequisquiapan, un largo cortejo de hombres vestidos de charro y monturas enjarciadas, abriendo paso a la novia que relucía en un carruaje antiguo. Y, como siempre, alguien puso el ojo en lo no evidente a los demás. Sus ojos y su lente se volvieron hacia una joven mujer, menuda y pequeña, que se acercó hasta los caballos que habían jalado la carroza hasta el frente de la iglesia y que ahora esperaban, pacientes, acosados por las miradas y manos que ansiaban tocarlos.
La mujer, a diferencia de los demás admiradores, se acercó hasta uno de los caballos y, como quien ofrece una caricia sobre la piel de un niño, le tocó el rostro y posó su frente sobre la del hermoso corcel. Sin reservas, la mansa bestia se dejó acariciar y se entregó al mimo. Entonces. . . ¡Click! ¡Click! ¡Click! El obturador de una cámara llamó mi atención y ahí estaba él, Guillermo, borrando al mundo y concentrado en aprisionar ese momento en su caja de fantasías a la que, después me enteré, llamaba la “cámara vaga”.

Mi entorno recobró el movimiento al anunciarse la salida de los novios y todos buscamos un lugar desde donde observarlos. Al furtivo fotógrafo, no lo volví a ver. Tal vez se lo tragó la multitud o tal vez se escurrió como liviana sombra para ir a la caza de nuevos momentos. No lo sé.
Fue hasta que vi el resultado de aquella cámara indiscreta, la imagen del instante de intimidad entre mi hija y el caballo, que conocí su nombre y confirmé su existencia.
-Se llama Guillermo –me respondió mi hija, cuando quise saber el nombre del autor de tan mágico retrato– aunque le gusta que le digan “El Ñero”. ¡Pero es raro! Se quiere hacer pasar por hombre vulgar cuando, en realidad, es “casi” una dama.
El mote me sirvió para retenerlo en la memoria y, por instinto, pude adivinar que algo especial había en aquel desconocido que, al paso de poco tiempo, dejaría de serlo pero. . . eso es otra historia.

martes, 7 de mayo de 2013

"Vivir al día"


Nueve días y contando pero, ¿qué es lo que realmente cuenta en nuestro paso por la vida?
Esa pregunta me ha rondado desde que Guillermo se fue e, inevitablemente, viene a mi memoria la reseña que escuché en su sepelio, la historia de alguien que vino a despedirlo con abundantes y desesperadas lágrimas.
-Todos lloramos su muerte- dijo ella, al contármelo -pero el llanto de quien dejó algo pendiente con el que se fue, es uno que no tiene consuelo.
¡Cuánta razón! Las lágrimas de quienes han vivido al día sus relaciones, tarde o temprano sentirán que las gotas se secarán al calor de los cálidos recuerdos y memorias de risas, vivencias compartidas y amor demostrado.

Pero, aquellos que dejaron sembrada la cizaña de la discordia, el pleito, el rencor o el odio, de cara al muro infranqueable que aparece cuando el otro muere, se quedan atrapados en el remordimiento y la mordaza de la ausencia que jamás les permitirá pronunciar las únicas palabras que podrían devolverles la libertad: ¡Perdón! ¡Te amo!
Las palabras de amor, frescas y pronunciadas con frecuencia, son las que nos regalan la ligereza para vivir la vida al día y estar siempre listos para la despedida imprevista. Ahora lo entiendo.
-¡Te quiero mucho, papito!- le dijo ella como despedida, la hija que ahora llora pero que, tarde o temprano, llegará al remanso suave y grato de la resignación.
Sabía eres, Marcelita, viviendo como tu padre lo hizo: ¡Con el amor al día!

Las cenizas se van enfriando, pero su recuerdo no. ¡A sonreír!

sábado, 4 de mayo de 2013

¡Feliz no cumpleaños!


Hoy, 4 de mayo, no se apagará una vela sobre el pastel. . . ¿o sí?
Desde el amanecer, un pensamiento inundó mi despertar: Mi amigo Guillermo cumpliría un año más de vida. Y el pensar que la vida lo abandonó, me hace apretar los ojos para evitar el enfrentar la realidad. Entonces, se forma en mi mente un caleidoscopio de recuerdos y sus reflejos tiñen los sentimientos que habitan en mi corazón.
En el multicolor de mis memorias, surgen frases y anécdotas que me hacen reír. Entremezcladas brotan aquellas veces que, con su típica picardía, logró hacerme sonrojar y exclamar, ¡eres incorregible, colega! Pero, junto con esos pasajes formados por los pequeños cristales alegres, relucen destellos cortantes de reclamo y, por qué no confesarlo, enojo.
Calladamente y en secreto, con el tono de la impertinencia doliente del que cree en Dios, formulo la pregunta de ¿por qué, mi Dios? ¿Por qué él y por qué tan pronto? Y cobijada en el amor infinito de mi Señor, me atrevo a hacer un lado lo qué, sin duda, sé: “Que ni la hoja se mueve sin Su Voluntad”.
Sé que es mi humanidad la que me empuja a la insensatez pues, el dolor que nace de la ausencia inesperada, se rebela a la verdad bien sabida de que, la fecha de partida de cada humano en esta tierra, está escrita con el dedo sabio del Creador.
En silencio, pido perdón por mi osadía y con lágrimas en los ojos, me atrevo a pedir una cosa más:
“Señor, una última súplica te hago. Danos la capacidad de vivir con alegría de los recuerdos que Guillermo sembró, con su presencia, en nuestra memoria. Que sea tan fuerte la carcajada de nuestro corazón, que no quede más remedio que ver pintada su evidencia en nuestros labios. Y que, aunque nuestro anhelo de sumar nuevas cosas en nuestra historia nos hagan derramar una lágrima más, te pido que el eco del pasado sea tan intenso y tan real, que su resonar nos llene de aceptación a lo que Tú decidiste para él”.

Decido encerrarme en la fantasía de mi interior. Sirvo las copas con su vino favorito. Enciendo una vela, la primera que él soplará en el nuevo espacio de la irrealidad y, entre aplausos y abrazos, brindo por él y, añadiendo buenos deseos, choco la copa por cada uno de sus hijos y sus seres amados.
¡Feliz no cumpleaños, amigo! ¡Nos seguiremos encontrando en mis sueños y recuerdos hasta que, cumpliendo con la fecha marcada para mí, yo también sea parte de ellos!