martes, 16 de diciembre de 2014

"¡Hasta pronto, my friend!"

Todos –por lo menos una vez en la vida– nos cruzamos con gente que convierte al mundo en algo mejor y que nos regala historias de amor que contaremos a nuestros nietos.
Yo  me topé con una y la conocí en diciembre, hace 12 años.
En unas cuantas semanas, fue inevitable no quererla. Su sonrisa y su burbujeante hablar proclamaban, sin trapujos, dos cosas: Su amor inegable a Cristo y su apasionado amor al prójimo.
Pasó poco tiempo antes de que me enterara de su labor. Cuando apareció por primera vez en nuestra iglesia con un bebé en brazos, las historias de su ministerio comenzaron a fluir y yo comencé a entenderla un poco más. Ver a familias –felices y agradecidas– recibir a aquellas lindas criaturitas, rescatadas para ser adoptadas, fue para mí la evidencia de que la verdadera fe tiene por destino florecer en actos de amor, sacrificio y bondad.

Maureen, con sus ojos como gemas vivas y cabellos rojos, se conviritó pronto en el canal  de misericordia para unir a nuestra iglesia con los necesitados. Incansable, también promovía entre nosotros acciones para hacer llegar uniformes y útiles a los niños que lo necesitaban. Con la bandera de una humildad sin disfraz y un amor sin barreras de piel, traía hasta nuestra puerta oportunidades para amar al prójimo.
Ella, con ejemplo urdido con hilos de buenas obras, fue tejiendo en sus hijos una fe viva que no se limitó a palabras de buena rima. Así logró que la compasión se convirtiera en el sentimiento familiar, a la que jamás tapizó con tristeza o lástima. El dar alegre y compartir –hasta el espacio más personal– enseñaron a los suyos de la verdadera caridad, tal como “su Jesús” lo hacía.
Con su rostro de extranjera y sus expresiones tan mexicanas; con su forma locuaz de saltar del español al inglés, y con su capacidad para actuar con la elegancia diplomática para luego convertirse en la juguetona madre temporal de su bebé en turno, siempre me pareció que era una mujer que vivía en dos mundos. Y hoy compruebo que así fue.
Ella vivió con un pie temporalmente asentado en esta tierra –para hacer el bien– y con la mente en el cielo –su hogar–, a donde esta mañana ha ido a vivir eternamente.
Hoy estoy llorando la partida de mi amiga Maureen. Lamento que haya tenido que irse tan pronto y más me duele pensar que está dejando un vacío enorme en este mundo que tanto necesita de gente que ame a Dios con todo su corazón, su mente, sus fuerzas y sus obras. ¡Hacen tanta falta personas, como ella, alegres y congruentes en el amor!
Sí, puedo declarar que ella es una gran pérdida y que nos hará mucha falta. Pero su legado –ya de por sí valioso– también incluía una verdad y una certeza: Que Dios la salvó a través de Cristo y que, por una eternidad, continuará dando honor y gloria a su Dios, allá –en su morada celestial– donde seguramente ya estará acunando un montón de bebecitos y hablándoles en su “lengua champurrada” sobre el amor a Dios y las historias de su Jesús.

Te extrañamos desde ya, amiga y hermana querida.

Nuria


P.D. ¿Podríamos ser vecinas en el cielo, my friend?

martes, 4 de noviembre de 2014

"Petite Femme"

Como perfume fino, ella es pequeña y menuda, no así su espíritu y fortaleza.

Con sus ojos risueños, pintaditos de nostalgia, llegó a mi vida para organizar tempestades de sueños. Entre pasitos de ballet y danzas de velos invisibles hace volar aquella infancia de princesa que alguna vez soñé. Y hasta el micrófono, al escuchar su voz tersa como ronroneo, se estremece con chispeantes emociones.

Ella es mi nieta y, en el más increíble halago, dicen que se parece a mí.  Me gusta creer que es cierto aunque, a decir verdad, ella es una personita única y fascinante. En mi pequeña se mezclan la fuerza y determinación de la voluntad con la compasión más sincera del corazón.


Desde que ella pisó mi mundo, éste se pobló de fantasías y risitas revistiendo travesuras. Nada se escapó a la virulenta alegría de sus juegos y, andando a trompicones, la sigo en el revolotear de mariposa de su ingenio.

Mia –mi Mia– es la aventura de princesas más original que cualquier abuela puede vivir; es ternura, pasión, picardía y la más pura inocencia reflejada en el rostro de una hadita de carne y hueso.

Hoy se cumplen seis años de su llegada a este mundo y, con regocijo y gratitud a Dios, celebramos su vida que –en cada uno de sus días– ha sido motivo de alegría y fascinación.

¡FELIZ CUMPLEAÑOS, MI NIÑA AMADA! ¡MI MIA POR SIEMPRE!


Una oración hago hoy, Señor: Sé Tú con ella por siempre y conviértete en el centro de su vida, su guía y eterna compañía. Dale, Padre mío, el regalo de Tu presencia hasta el último de sus días. ¡Gracias por su vida, mi Dios!

lunes, 3 de noviembre de 2014

“Como yo lo vi: Un mundo extraño” Serie: Mi viaje a China.

-Si tienes dinero para viajar, no vayas a China. ¡Ve a otro lado!– fue la opinión de alguien que se enteró del proyecto de viaje a China. La duda me asaltó.
De igual manera, lecturas, reportajes, noticias y libros, en conjunto, habían formado en mi mente una idea sobre el país que, superada mi indecisión por el viaje, pude oler, sentir y vivir en carne propia. Y, como un amanecer despejado, sus matices y formas se revelaron con un mil quinientos millones de verdades.
En este espacio del planeta que comparto –por unos días– con los chinos que habitan día a día la tierra del Este, voy descubriendo que no importa a cuanto ascienda la cuenta de personas pues cada uno de ellos tiene un sueño, una identidad y una realidad.
La globalización, con sus eternos trucos, los había definido en mi entender como una masa sometida a las fuerzas de un gobierno opresivo, desnudándolos de individualidad y humanidad.

Que sorpresa –agradable– ha resultado estar a la mesa con gente que sonríe y habla de la meta perseguida, del anhelo de un matrimonio con un hombre bueno y los contratiempos de un matrimonio con dos hijos pequeños. 
Aquella idea del pueblo chino, forjada bajo opiniones pragmáticas e impersonales, se ha desvanecido a fuerza de contacto, conversaciones y risas.
Es así que, hoy, me propongo pasar por el tamiz de la experiencia la información que involucre seres humanos, para no volver a cometer el error de encapsularlos en la apreciación fría de las estadísticas y la visión analítica de quienes no han sujetado la mano nueva de un ciudadano del mundo, un compañero de planeta, sin importar el piso por el que caminen sus pasos para vivir su vida.


Así pues. . . ¡hablemos de China!

miércoles, 8 de octubre de 2014

"EL PRIMER DIA"

Llega la hora y, a toda prisa, abro la maleta vacía para preparar el viaje. Y en un instante, desde su fondo oscuro, se desborda un caudal de preguntas siguiendo el vuelo de la duda:

¿Qué ocurriría en ese primer día, al otro día de mi partida?

Después del impacto por lo intempestivo de mi muerte y cuando las lágrimas cansadas se secaran en los rostros, ¿cómo recordarían mi vida?

La voz de mis padres ¿resonaría con el timbre del orgullo paterno al hablar de su hija? ¿Tendrían el consuelo de buenas conclusiones y finales?

Mi esposo, al tenderse en una cama crecida por la fuerza de mi ausencia, ¿se consolaría en la memoria de nuestras risas y caricias, o lamentaría con enfado nuestras riñas?

Sin la monserga de la madre perfeccionista, ¿descubrirían mis hijos un poco de santidad en mi forma de vivir? ¿Se revelarían ante ellos las realidades de mi fe y mi ferviente deseo de presentarles a mi Dios, mi máximo tesoro?

Mis hermanos, ¿cerrarían filas –hombro con hombro– para llenar el hueco de mi desaparición y se amarían más con la nueva oportunidad que trae bajo el brazo la añoranza?


¿Sonreirían mis nietos al disfrutar en la mente nuestros juegos, nuestras alianzas fuera de los muros de las reglas y nuestras oraciones compartidas? ¿Sería mi huella en ellos tan profunda como para no dejarse borrar por la erosión del tiempo? ¿Sobreviviría en ellos mi legado de amor y fe a Dios?

¿Reirían –mis amigos– aquella omisión que nos robó a todos esos primeros trece minutos de la última obra de teatro disfrutada juntos? ¿O llorarían por no encontrar –en el cajón de los recuerdos– suficientes fragmentos de trasnochadas juntos?

Mi familia en la fe, ¿festejaría con verdadera convicción mi reencuentro con nuestro Dios o las dudas empañarían su alegría por no tener la certeza de mi futuro eterno?

¿Me perdonarían las ofensas aquellos a los que con mis opiniones herí? ¿Se preguntarían quien fui aquellos a quienes por mis prisas ignoré a mi paso?

¿Qué sería de mi perro Lorenzo, mis libros y mis insignificantes tesoros? ¿Quién releería mis letras, mis locuras, mis divagaciones?

¿Qué color dominaría en la imagen de mi recuerdo cuando alguien, de vez en cuando, me pensara?

¿Me seguiría mi mami en el camino recién emprendido?

Mientras recorro el cierre de mi equipaje, sintiéndome arrastrada por la profusa corriente de la incertidumbre, logro asirme de un pensamiento anclado en un futuro incierto:


A mi regreso –si regreso– trabajaré con ahínco para modelar con más cuidado mi recuerdo. . . si Dios me regala un poco, sólo un poquito más de Su tiempo.

martes, 7 de octubre de 2014

"PALABRAS"

Un solo contacto con un personaje de mi pasado –que me llevó hasta mi primera juventud– y la dimensión de las palabras agregó comprensión al efecto que pueden tener en el corazón de una mujer.
¿Qué logran los halagos en una chica que apenas pasó los quince y qué cuando los recibe una mujer que ha rebasado los cincuenta?
Me doy cuenta de que ha pasado mucho tiempo cuando –después de mucho esfuerzo– logro encontrar a esa joven que alguna vez fui. Entonces la miro luchando implacable contra los rizos tan lejos del estándar de la moda de su época; sus ojos, con un rasgo de nostalgia, aún no reciben la ayuda del maquillaje para lucir más grandes y, las curvas ausentes, la convencen que es mejor callar para evitar una mirada que la arrebate del anonimato. Aquella quinceañera, en resumen, se viste de timidez y no escucha ninguna alabanza a la belleza que no cree tener.
Pero el tiempo pasa –ese lo tengo muy presente– hasta que las cinco décadas me alcanzan. Entonces miro al espejo y, con algo de rebeldía, agito los rizos que me llegan a la espalda. ¿Cuántas de mis coterráneas se atreven a lucir semejante facha? Miro mis ojos tras los anteojos y descubro experiencia salpicada de esfuerzo por saber, cada día, un poco más.
Mi piel revela pequeños zurcos que recuerdan las risas, que no son otra cosa que estallidos de felicidad y recuerdo, que de vez en cuando, éstas líneas se han convertido en el cauce para algunas lágrimas. Las curvas en mi cuerpo también han aparecido aunque, haciendo repelar al ideal, han elegido las coordenadas equivocadas. Aún así, confieso con honestidad, amo mi cuerpo como no lo hice a los quince.

Entonces, casi como una brisa de ironía, llega un hilo de alabanzas para esa quinceañera flacucha y desabrida de hace años. Halagos que jamás escuchó y que tanto anheló surgen de la nada del pasado, de un recuerdo borroso.
La mujer que hoy soy los escucha y un par de huequitos se forman en el rabillo de mis labios, y me sonrío. Mis ojos se convierten en dos rendijas por los que se cuela una imagen del pasado y mi corazón se llena de ternura.
¡Gracias al cielo que jamás escuché palabras para alabar mi cuerpo, mi rostro, mi pelo! –me digo. ¿Acaso habría cultivado lo que hasta hoy no se ha robado el tiempo?
No, las palabras ligeras y lisonjeras pueden ser flamas que arrebaten la cordura al ego y, si éste se las cree, terminan por desviar el esfuerzo de crecer en valores, inteligencia, y todo aquello que me ha hecho verdaderamente humana.

¡Nada como la satisfacción de ser una mujer de más de cincuenta!

miércoles, 1 de octubre de 2014

"ÉL"

Él, haciendo piruetas sobre su agenda, atendió a cada evento y junta escolar de nuestros hijos.
Él aprendió a despertar a mitad de la noche para llevar al baño, en brazos, a nuestros hijos somnolientos.
Él desarrolló técnicas para cambiar pañales en los baños diminutos del avión.
Él renunció a los autos nuevos, la ropa de marca y las lociones de moda para pagar colegiaturas, pediatras y viajes escolares.
Él enseñó a la familia a reír cuando parecía no haber motivos.
Él trajo a mi casa la mesura, el sacrificio y el buen humor.
Él, cada mañana, anda de puntitas al salir de la habitación y vuelve con una taza de café para despertarme.

Él aprendió a colgar la toalla, guardar sus zapatos y recoger su ropa sucia para ayudarme a sobrevivir mi neurosis por el orden.
Él acunó a cada uno de sus nietos, les ha dado hasta lo que no tiene y, sin pensarlo un segundo, sé que entregaría su vida por salvar la de ellos.
Él, venciendo el cansancio, se sienta a conversar con su hijo y se une a los esfuerzos por resolver aquellas matemáticas que parece le han abandonado.
Él pospone resolver sus necesidades y antepone el apoyo amoroso para su hija.
Él cuida de mis padres, a quienes ha adoptado como suyos, honrándolos y amándolos como un hijo más.
Él ha caminado junto a mí, corrido tras de mí y me ha llevado en brazos cuando mi ánimo flaquea.
Él cree en un Dios al que ama y obedece, vive su fe sirviendo entre sonrisas y no duda en compartir a ese Dios que lo sostiene.
Él, hoy, cumple 59 años y no tengo palabras para agradecer a Dios por ponerlo en mi vida como esposo y padre de mis hijos.
¡DIOS TE BENDIGA, GORDITO¡ Y si tan sólo te bendice la mitad de lo que tú me has bendecido, ¡VAYA QUE TENDRAS UNA ENORME BENDICION!

¡¡¡FELIZ CUMPLEAÑOS!!!

domingo, 28 de septiembre de 2014

"INTUICION"

Hace muchos años, en los meses previos al advenimiento de mi primogénita, el anuncio sobre las maravillas y la satisfacción de la maternidad pronto me convenció. La gente, rememorando su propia experiencia, anticipaba los felices tiempos de la crianza.
Después, cuando se acercaban las tempestades de la adolescencia, voces pronosticaban tormentas y, más de una vez, escuché declaraciones honestas que confesaban su incapacidad para entenderla.  Y, cuando me llegó el turno, también recorrí esa caótica etapa de la vida en mi rol de madre.

Aún así, en medio del vértigo de la primera juventud de mis hijos, una parte en mi interior –que sólo preciso a llamar “intuición”– me susurraba que algo increíble estaría esperándome atrás de las cortinas –a veces borrascosas– del crecimiento de mis hijos. Un tiempo de cosecha donde lo hablado, enseñado e inculcado daría sus primeros frutos.
Treinta años después, compruebo que aquel latido era el preludio de una de las etapas más gratificantes para nosotros como padres. Hoy descubro que es el delicioso tiempo de ver florecer a nuestros hijos: cada uno con su personalidad única, sus propias percepciones y experiencias de la vida, y forjándose un futuro para alcanzar –a base de esfuerzo y dedicación– sus metas.
Hoy ha sido un día memorable e irrepetible en la vida de mi familia. El deleite sencillo de convivir con mis hijos –ya jóvenes adultos– ha sido el más hermoso regalo de Dios y el mejor premio por nuestros empeños como padres.
A pesar de las cúspides y valles que hemos vivido juntos, puedo asegurar que ellos han sido y serán siempre mi más grande bendición.
Hijos míos, son mi orgullo. ¡Amo ser su madre!

Dios los bendice.

lunes, 25 de agosto de 2014

"Can´t hear the beep"

I get home and I notice there´s something different. Something is missing. Finally I figure out what that is: Can´t hear the beep on the other side of the door.

For many months, that sound has announced me that someone we care about and love is going to bed or just woke up. It´s been a reminder that Manny is with us and the reason why we´ve been sharing the same roof.

Somedays, I confess, my heart got so sad after hearing the dyalisis machine starting. Wasn´t easy to think of him plugged to that machine, being alone in his room and not being able to share our family dinner or going out to watch a movie.
Or, in the morning, if the beep didn´t sound, my mind stormed on fears about him not waking up or getting sick.


But tonight, there´s no beep in his room because he´s not here; and next time, when he comes back, the beep will sound no more because he´ll be healthy again and ready to catch up with his life, with his children and with his new projects.

His room is closed and my heart is full of joy. God is giving us the desires of our heart! HE is performing a miracle for us. One for which two little boys have prayed for a long time.

So, putting aside my fears for facing the unknown and my uncertainty for the future, I feel my heart so full of joy, hope and gratitude that happiness tears burst in my eyes.

It´s so good not to hear the beep, my Lord! Let it sound no more because, last night and just because of your Grace, I heard that beep. . . for the last time in Manny´s room.


Praise God! New life to Manny is on the way!

viernes, 22 de agosto de 2014

"Huyendo de la bendición"


-       Lo siento, no puedo. Tenemos que cancelar – anuncié.

Después de tres años de preparación para dar el gran paso, mi voluntad flaqueó y las dudas exigían dar marcha atrás.

Tras décadas de ser sólo dos, decidimos formar un triángulo e incluir a ese tercero que hiciera de nuestra relación algo extraordinario. Habíamos aprendido sobre el alcance de ese cambio, el compromiso que adquiríamos y, sobre todo, ahora sabíamos de lo que podíamos esperar después de entrar en esa nueva relación.

-       ¡Entiende! – le repetía a mi esposo, una y otra vez - ¿no vez que voy a fallar? No puedo hacerlo a sabiendas que voy a fracasar. ¡Nunca estaré a la altura!

Por más desatinada que fuera mi conclusión, en algo acertaba y tenía razón. Incluir a Dios en nuestro matrimonio y formar un triángulo de amor, con Él como base, eran palabras mayores. Su visión de la relación entre esposos exigía de nosotros mucho más de lo que el contrato civil nos había requerido.

Era como iniciar una transformación que nos llevara a la mejor versión de nosotros mismos, y no para nuestro orgullo, sino para convertirnos en el escalón para el otro: en sus proyectos, sus talentos, sus dones y su vida. Y sumados los dos, a fin de cuentas, para que Dios se sintiera orgulloso de nosotros y de participar en el vínculo de amor.

Cuando hablé con mi amiga sobre mis dudas, sus palabras fueron firmes:
-       ¡No seas tonta! ¡Estás huyendo de la bendición!

Recordando la advertencia recién escuchada, volví a mi esposo y le participé de mi cambio de parecer. Seguíamos adelante con nuestra Ceremonia de Votos y resolvimos los últimos preparativos.

El primero en verme con velo y vestido de novia, fue mi hijo.

-       ¡Te ves preciosa! – me dijo, sonriendo – ¡eres la novia más bonita que he visto!


Con esas palabras aún resonando en mis oídos, con el corazón trepidante de emoción y los pasos vacilantes, recorrí la alfombra roja del brazo de mi hijo para ser entrega a mis esposo que, con el rostro iluminado de amor, me esperaba frente al altar. Él había entrado acompañado de nuestra hija y nuestros nietos habían cumplido su tarea de tapizar de pétalos nuestro camino al altar.

No sé si la felicidad era tan grande que mis ojos sólo veían sonrisas en los rostros de quienes serían parte de nuestra historia de amor. Pero, de algo estoy segura, ha sido la boda más hermosa que jamás haya ocurrido porque Dios se dio cita con nosotros y, nuestra relación de dos, se convirtió en el triángulo perfecto del amor que sólo con Él se puede formar.

Han pasado cinco años y, tal como lo temí, he fallado mil veces en el intento de ser una esposa conforme a Dios. Pero ha sido en esos tiempos de desatino donde también han surgido las mejores versiones de nosotros mismos. Hemos perdonado y retomado el camino. Nos hemos levantado tras la caída y confirmado aquellos votos pronunciados. Hemos revestido de gracia nuestras fatalidades y nos hemos aferrado a cada letra de las promesas pronunciadas.

¿Qué si lo volvería a hacer sabiendo de fallaré otras mil veces? ¡Sin duda! De entre todos mis aciertos, haber tomado la decisión de intentar vivir conforme a esas promesas y con las miras del Señor, ha sido mi mejor inversión en esta vida.

Así pues, levanto mi copa para brindar:


¡FELIZ ANIVERSARIO, AMOR! 
¡DIOS GUARDE NUESTRO AMOR HASTA EL FIN DEL CAMINO 
Y QUE SIGAMOS JUNTOS LOS TRES!

miércoles, 13 de agosto de 2014

"Al otro lado de tu ventana"

Con la suelta discreción de la rutina, recogió su manto y, tras de ella, le siguió el cortejo que apagó sus lámparas, una a una.
Entonces todo fue suspenso, como si la tierra hubiera dejado de respirar.
Abrí mis ojos para entender lo que había frente a mis ojos. ¿Vida? ¿Muerte? Era como estar frente a la ausencia hasta que, como un filo de espada, un rayo cortó la cúpula impávida del firmamento.
Suaves y diminutas curvas parecieron despertar sobre el espejo de agua; alientos blancos y epumosos se movieron con pereza en lo alto; una paleta de colores tenues se derramó sobre el azul acuoso que emergía desde lo alto; y, mis dudas sobre la existencia de aquellos matices rosados y violetas, se despejaron cuando la luz empapó la gran esfera de cielo.
Con osadía, un silbar proclamó el anuncio de la procesión de astros, divinamente orquestada desde el principio de los tiempos y, sin pudor, otras aves sumaron su coro al despuntar del día.
Todo era tan perfecto que, una parte de mi, reclamó la intromisión de mi presencia, como si ese espacio prístino e inalterable fuera la extensión del paraíso.

No pude evitar una sonrisa. La travesura de espiar mientras todos dormían me obsequiaba regalías y, sin proponérmelo, había presenciado una de los maravillosos despertares de Dios, Su propio amanecer.

"Penumbras"

¿Cómo esperas que encuentre la puerta y salga, si no soy capaz de distinguir más allá de las sombras?

Ese lugar, ahí donde las razones y la lógica no tienen influencia, donde los sentimientos se viven en tonos menores, y donde el alma levita con una inercia sorda; ese espacio en donde muchos de nosotros hemos quedado atrapados, es  lo que ahora todos llaman: Depresión.
Los caminos que nos llevan ahí son tan diversos y distintos que difícil sería enlistarlos, así como se hace con las precauciones para tener un viaje seguro.

En mi caso, lo que me condujo a ese solitario recinto, fueron la espera y la incertidumbre.
Mi serenidad fue consumiéndose, día a día, ante la amenaza de que, uno de mis seres más amados, resultara sentenciado a vivir un mal que amenazaba su vida. Eran tantas las posibilidades con consecuencias fatales que, cada instante de sosobra, erosionó los colores de mi mundo hasta dejarlo devastado en gris.
Para cuando me di cuenta de lo alejada que estaba de algún puerto seguro, la orilla apenas se divisaba y comencé a vivir en la soledad más fría y sinrazón que jamás sentí. Mi nuevo hogar, entonces, se llamó desolación.
Pero como Dios sabía de mi mudanza, apostó a varios ángeles con calzado de goma frente a mi puerta.

El más atareado de todos es a quien, desde hace décadas, llamo esposo.
Sin quejas y con coraza de amor, él resistió los estallidos volcánicos de mi desesperación, los metálicos silencios, mi gélida y la más de las veces etérea presencia, y los tornados de miedo que hacían volar cualquier rastro de realidad o de esperanza.
Otras veces, como diminutos salvavidas, recibía mensajes de amigos recordándome que, desde esa alejada orilla, abrazos y compañía me esperaban para mi regreso. Oraciones, como murmullos, se escuchaban lejanos, cuando mi mente -agotada de miedo- quedaba en silencio.
Así es ese lugar al que, muchas veces sin quererlo, llegamos para vivir como el lento sumergirse de la arena movediza.

Por eso, cuando alguien se encuentre en su trampa, no levantes el mazo del juicio ni amenaces con llamar a la policía para que te libre de las molestias de la persona deprimida. 
Mejor, si en tu corazón existe amor o al menos compasión, conviértete en su ángel y, recuerda, mantén la mano tendida y la voz amable. Nunca sabes cuando se dará el silencio y, tu presencia, puede ser la señal que ella siga para salir por la puerta de la vida.

domingo, 10 de agosto de 2014

"Mala madre" (Tercera parte)

El veneno de la sentencia contra mi, a mitad de los recuerdos, recrudeció los juicios contra mis propios errores. A borbotones afloraron a mi mente frases que comenzaban todas con: “Si hubiera hecho eso” o “si no hubiera reaccionado así”. Y, la condena de “el hubiera”, casi me hace sucumbir con su peso hasta el fondo de la desesperanza por lo inamovible.
Entonces ocurrió el milagro cuando me hice la pregunta: ¿Por qué yo?
Cuando la felicidad de saber que esperaba a mi hija se trasminaba por mis poros, con frecuencia le preguntaba a Dios, ¿porqué yo soy su madre, si ella merece la mejor y la más perfecta de las madres? Tal era mi amor por ella, aún sin conocerla, que no podía concebir que yo era la elegida. 
Si quería una vida ideal para ella, ¿cómo podría yo, con toda mi imperfección, no arruinar su existencia?

Sólo una respuesta, en momentos de lucidez, llegó a mi mente. Yo sería su madre porque, de todos los seres humanos sobre la tierra, yo la amaría más que nadie.
Asi como los venenos, en algún momento, se convierten en vacunas y antídotos, esa respuesta catalizó su poder de muerte y lo transformó en uno que reanimó mi alma, inmunizándola contra el odio destructor de quien me criticó y me juzgó.
Sin dejar de reconocer mis errores como madre, redescubrí en todas mis acciones la esencia de amor -razón de mis intenciones- en cada una de ellas, y un baño de gracia fue aliviando el dolor de las heridas causadas por las palabras de maldición. 
Con una suave paz, la inmunidad a la maldad contenida en esos dardos, comenzó a fluir en mi alma y, cuando la convicción de mi amor inneglable por mi hija salió a flote, el efecto del odio recibido perdió su efecto.

Esta es un historia de amor. 
¿Qué porqué la comparto? Porque, hace años, cuando nació este blog, me hice el propósito de escribir con honestidad y porque, tal vez, alguna madre al otro lado de la pantalla puede estar en el estrado lista para ser juzgada en su rol de madre. Así es que escribo con la esperanza de librarla del naufragio cuando, con una memoria, se salve a si misma sujetándose de la balsa del amor.


Y no está de más recordarle que, para juzgar, sólo está Aquel que vive eternamente y que, a fin de cuentas, sólo Él conoce “los motivos de nuestro corazón”.