viernes, 29 de julio de 2016

"GRACIAS, PAPA: ¡Lista para el divorcio!

¿Recuerdas aquel día –hace veintiseis años–, cuando entré a tu oficina porque necesitábamos hablar?
Me gustaba cuando pasabas por la recepción y, al verte desde mi oficina, yo me iba como sombra tras de ti. Después de saludarte, me sentaba al otro lado de tu escritorio y hablábamos de todo un poco.
Pero ese día, papi, mi conversación comenzó con un sollozo y el anuncio de que mi marido y yo nos habíamos separado. Balbuceé mis quejas y no pude decir más. Me escuchaste, sin dejar de mirarme, y luego preguntaste: ¿Necesitas algo, flaca?
Algunas semanas después, él volvió a casa y retomamos el matrimonio que ha durado hasta hoy. Jamás me preguntaste ni cómo ni porqué de decidimos volver a intentarlo.
Y en las últimas semanas, al participar en una invitación en las redes sociales compartiendo fotos para celebrar el matrimonio; además de estar de espectadora en relaciones que viven al borde del precipicio, y porque estamos por celebrar nuestro aniversario 30, aquel recuerdo me ha entretenido el pensamiento con una única pregunta: ¿Cuáles fueron aquellos reclamos que corrí a contarte y que pusieron en jaque a mi matrimonio?
Si te soy sincera, pá, ¡no me acuerdo! Creo que exigía un poco más de compañía o . . . ¡no puedo agregar nada más! Entonces, ¿qué fue aquello tan grave que ni siquiera hizo mella en mi memoria?
Así pues –no pudiendo hacer una lista que rebasara un renglón–, decidí elaborar un listado "actualizado" para ver si lograba revivir lo que no pude recordar. Y, ¿sabes, pá?, cada vez que estuve a punto de añadir una razón para el divorcio, espulgué un poco más y encontré que el origen del 99% de los “problema” entre tu yerno y yo, no son más que una expresión del cansancio.
Sí, nuestros conflictos encuentran su origen en el agotamiento que nos desgasta la paciencia y la tolerancia; y así, con esa merma, nuestra convivencia empieza a perder lustre y deja de ser tan placentera.
Y en los últimos días –con mi hallazgo en mano–, inicié el ejercicio de observar a otras parejas que parecen embromadas (incluso al borde de la separación) y descubrí que muchas de ellas están tan agobiadas por el cansancio que ya no ven al verdadero enemigo, robándoles el ánimo y la tolerancia que podrían regalar a su media naranja.
Curioso, los problemas de afuera –los verdaderos retos a resolver–, dejan de unirnos en el reto de enfrentarlos juntos y nuestra relación, debilitada, entre en el proceso de extinción.
¿Qué de qué me ha servido invertir mi tiempo en esta reflexión y en mi ejercicio? Pues supongo que, cuando estoy por iniciar la segunda parte de la jornada en mi matrimonio, puede serme útil entender como y cuando surgen nuestras diferencias y, con algo de empeño, logre construir algo mejor.
¿Que qué tengo en mente? 
¿Qué tal no dejarnos llevar al extremo del agotamiento, ni permitir que la rutina o el aburrimiento nos amilanen? 
¿Qué como planeo combatirlos, papi?  

Creo que empezaré –como la mujer adulta y sensata que soy– escuchando a aquel ilustre personaje de los cuentos que aconseja: ¡Mejor bailemos!

martes, 26 de julio de 2016

"GRACIAS, PAPA: ¡Y te busco en el día de la tormenta!"

Despierto y el hueco en el estómago sigue ahí. 
Me esfuerzo por trepar a la rutina que devuelva un poco el ritmo a mi vida y ¡no puedo, pá! Todo mi cuerpo parece resentir la cruda, como si hubiera vivido durante unas horas inmersa en el mal viaje de un adicto. ¡Tanto sinsentido! ¡Tanta bendición desperdiciada! ¡La avalancha del absurdo amenaza con aplastarme!
Y corro a ti, papi. Con prisa recurro a tu recuerdo, a ese comedor donde te interrumpíamos pidiendo el salero desde el otro lado de la mesa. Papi ¿podrías hoy hablarnos, otra vez, de la gratitud, de la manera de vivir una vida feliz, de cómo disfrutarla y del amor que une a la familia?
Pero, por más que cierro los ojos, no logro escucharte pues el bullicio del caos de emociones que reina en mi interior me perturba, me ensordece. ¿Acaso es que –fin de cuentas–, eras tú más idealista que yo? Porque, por más que busco, no veo que mucha gente viva la vida ni con gratitud ni demasiado empeñada en disfrutarla. 
¿Será que, como cansados quijotes, sólo quedamos tú yo persiguiendo tan noble empresa?
Siento que a mi corazón le falta un cacho y que un vértigo aqueja a mi mente.
Por eso estoy aquí, papi, escribiéndote para rearmar mi mundo interno después del cataclismo y porque es urgente una maniobra de reanimación para que reviva en mí el optimismo. 
Me empeño en reunir los pedazos de esperanza que tus palabras y las de Dios sé que tienen por ahí, aunque ahora me cueste recordarlas; echo mano a la rutina para que mis pasos me lleven a esos bosques que saben bien como arroparme; y escribo. Escribo para drenar la confusión y ser fiel a la promesa de mostrar lo que una mujer de más de medio siglo puede vivir después de una tormenta, donde la decepción y la confusión le asestaron más de un golpe.
Gracias por haber existido, papi, por hablarme sin descanso de futuros y "nuevos días"; por amarme tanto, tanto, y por sembrarme el alma de memorias que hoy me ayudan a asirme a tus palabras, esas que me alientan a salir de esta cama que me atrapa: "Hoy puede ser un principio y sólo tú puedes decidir ser alguien distinto. Este día no se repetirá y sólo tú decides como usarlo".
¡Hoy, a mis 56 años, me haces mucha falta, pá!


domingo, 24 de julio de 2016

"GRACIAS, PAPÁ: Entre amigos"

¡No me lo vas a creer!
Tú, que amaste a Querétaro como la "patria chica" adoptiva que te hacía falta y en la que cultivaste infinidad de amistades –a las que abriste las puertas de tu casa y les brindaste un asiento en tu mesa–, hace una semana se vistió de manteles largos para celebrar una unión especial: ¡la boda de dos amigos!
Y aunque han declarado a "Querétaro" como la palabra en español fonéticamente más bonita, yo digo que la palabra más hermosa es "Amistad".
Pero, para no caer en controversias, en el evento familiar que vivimos el 16 de julio, se fusionaron las dos y de ahí que sólo pueden ocurrir cosas buenas de esa combinación.
¡Cómo lo hubieras disfrutado, pá!
Aun cuando el lugar lucía maravilloso, con papel picado con la inscripción de "Montse y Adrián" dando la bienvenida a los invitados, arreglos de coloridas flores (sí, adivinas bien, hechas con amor por la tía Chayo) e infinidad de originales detalles preparados por mi hermana Lina, el verdadero toque mágico en la boda fue. . .¡la naturalidad!
Sí, todo fluía entre las sonrisas frescas de un par de amigos que habían decidido unir sus vidas en el proyecto común de convertirse en matrimonio y pilar de una futura familia.
Porque eso son nuestra "Linita" y mi ahora sobrino (y nieto tuyo) Adrián: una pareja de "viejos" amigos que se respetan, se apoyan y se aman desde la libertad que sólo un verdadero amigo puede regalar.
¡Son mi pareja favorita!

Es tan hermoso ver el reflejo de uno en los ojos de otro, disfrutando el gusto de estar juntos y con con la serena determinación de paladear la paz alegre de vivir la vida, que no son pocos los que se deleitan y buscan su compañía. Y creo que, por eso, cada lugar preparado para los invitados fue ocupado por quienes acudieron sin falta al festejo.
¡Qué bonito es celebrar la vida con quienes refrendan su decisión de ser felices cada día!
No sé si desde donde estás pudiste ver a nuestra güerejita –ahora una belleza de mujer– cuando recorrió la alfombra que se extendió hasta el altar, con el vestido que era el reflejo de su alma llena de sabia sencillez y la cola que me recordaba la estela –alegre y sutil– que deja su presencia al pasar por la vida de la gente. (¡Buen trabajo hizo tu hija Lina, papi!). Y si lo viste a él –Adrián–, vestido lejos de los estereotipos, mostrando la autenticidad de su naturaleza fresca. ¿Sabes, pá? Sus formas me dieron la certeza de que será un buen director para el destino de ambos y que será creativo y flexible para hacer crecer su matrimonio –y no lo dudes–, lo alejará de caminos demasiado andados (y aburridos) para crear sus propias sendas.
Por primera vez, papi, Querétaro se convirtió en el escenario que albergó la unión de un miembro de nuestra familia que –con una sólida amistad como cimiento– tiene por destino el vivir conforme a la promesa que todos escuchamos: "Hasta que la muerte los separe".

Así que, desde allá, papi, levanta tu copa y repite conmigo: 
¡ARRIBA LOS NOVIOS!

lunes, 4 de julio de 2016

"Gracias papá: Simplemente. . . Madrid"

El hombre, cansado y agobiado, subió la montaña para visitar al viejo de la ermita. Si todos los que le habían consultado ahora se veían felices, ¡seguro él podría encontrar la paz que tanto necesitaba, tras oír su consejo! Sin cruzar palabra, el ermitaño lo invitó a sentarse frente a él y, sonriéndole, se dispuso a escucharlo. Horas después, el hombre terminó de explicarle todo lo que le hacía su vida casi insoportable. Sin perder la sonrisa, finalmente, el sabio habló: Simplifica tu vida, y –con una reverencia– indicó a su visitante que era momento de retirarse. Como quien suelta el bulto que ha cargado por largo tiempo, el hombre salió con renovada alegría y la sensación de ligereza que tanto anhelaba. Corrió a su casa y se propuso seguir el consejo de aquel anciano que le había escuchado tan atentamente. . . incluso siendo un hombre sordo”.

Ese cuento que escuché de ti durante un viaje a Tequisquiapan, papi, me rondó por semanas y se convirtió en un pensamiento que no dejó de rascar la puerta de mi conciencia hasta que lo dejé entrar e instalarse con toda su sabiduría.
Fue entonces que mi corazón se mudó y, tras él, fueron mi voluntad y mi realidad, hasta que mudé mi vida a un lugar al otro lado del mar: Madrid. 
Más allá de las quejas o mi circunstancia, creo que el relato me habló de mi cansancio.  “Las carreras que el burro pega, ¡en el cuero se le quedan!”, decía mi abuelo, y tenía razón. 56 años rebasan la mitad de mi vida (o así lo testifican las estadísticas) y el tiempo no perdona a nadie. ¿Acaso es eso a lo que llaman vejez, pá?
Como aquellos ejercicios de ecuaciones matemáticas, comencé a resolver las variables para luego llevar la fórmula de mi existencia a su mínima expresión. Cosas que no debían formar parte de mí y problemas que no me correspondían resolver quedaron fuera.
Entonces, como quien leva el ancla de los retos ajenos e iza las velas de los anhelos propios, las decisiones fueron encaminándose a un futuro que simplemente surgió de una ilusión arrumbada.

Sé que dejaré gente muy amada y cosas entrañables para emprender este nuevo rumbo titulado “Madrid”; y también sé que no faltarán tempestades pero hay cosas –que he experimentado entre sus calles onduladas– que me incitan a seguir: La simplicidad de una caminata, la sencillez de los manjares nacidos en los tiempos de mayor pobreza del país, el ritmo simple de las estaciones que deciden mis ropas y de una rutina afable que me permite escribir, sonreír y respirar con pausa.

¿Qué cuánto tiempo viviré en las aguas de una existencia así? No lo sé pero, ¿sabes algo, pá? Viviré en esa tierra de antiguos marineros el tiempo que necesite para volver a vivir de pie.