lunes, 23 de julio de 2012

"Perspectiva"


Después de pasar 27 días en el limbo de la tristeza y la desesperanza, la sentencia de mi pequeño nieto, me empujó hacia el futuro con otra actitud.
Tienes mucha suerte, Gramma, ¡vas a tener una nueva casa!”.
Sin haber encontrado el momento ideal, (¿acaso hay un “momento ideal” para dar una mala noticia?), finalmente opté por anunciarles a mis nietos que estábamos a punto de recorrer una casa, esto, a manera de preámbulo para revelarles que, “La Toscana”, dejaría de ser el lugar de nuestros juegos y refugio secreto de complicidades.
Contra mi expectativa, mi pequeñito de 6 años, me mostró una perspectiva que incluía la novedad, la oportunidad y, sobre todo, lo importante: que el lugar justifica su valor porque seguiríamos estando los tres, como tres mosqueteros, mi nieto, mi nieta y yo.
Lágrimas y ternura rebasaron los muros de mi control. ¡Quién pudiera tener el optimismo y la sabiduría de un niño! ¿Será por eso que Jesús nos advirtió que debíamos ser como niños y que de ellos es el reino de los cielos?
Falsa sería si negara el dolor que aún me causa pensar en dejar este lugar pero, también confieso, mi apertura para encontrar un nuevo paraíso surgió de las palabras de mi nieto porque. . .Sí, tengo mucha suerte porque voy a tener una casa nueva y a ellos para disfrutarla.
Ya he rebasado los cincuentas y, a cada paso, me doy cuenta de lo mucho que aún tengo que aprender. . . de los niños.

jueves, 19 de julio de 2012

"Probada de futuro"


Sólo una cosa es segura, dicen por ahí, y es que, todos, algún día, habremos de morir. Y no tengo argumento ni réplica al respecto. Pero, el tiempo y la forma, son algo que a todos nos será revelado, en su momento, y serán tan únicos como nuestra propia vida.
Para algunos afortunados, diría la mayoría, la muerte los encontrará en su propia cama y cuando ya hayan contado muchos, muchos años. Y, en eso, comienzo a tener algunas dudas, porque ¿cuántos han probado la vejez antes de caer en ella, como para asegurar que es de gran fortuna?
Me han bastado sólo siete días de reposo obligado por enfermedad para entender que, la vejez, es tal vez una de las pruebas más intensas de la vida.
Para cuando llega, el cuerpo, las más de las veces, ha quedado rezagado a las capacidades de la mente y, es entonces el momento de vivir el albur de la dependencia en la buena voluntad y disponibilidad de los que nos rodean.
Para quienes cuentan con el amante esposo que aún recuerda la parte que citó en sus votos, “en la salud y la enfermedad”, tal vez el tránsito sobre la ancianidad cuente con algo de certidumbre pero, ¿qué pensar para el viudo o la mujer sin hijos? Olvidado el mandato de Dios sobre el cuidado del necesitado, ¿qué esperan los solitarios en sus últimos días?
Tratar de vivir al ritmo del mundo de los sanos y jóvenes, también, puede ser un reto inconquistable. Y ni hablar de la soledad que implica el quedarse atrás.
Mi mente, bloqueada siete días por el desgaste de las presiones sostenidas durante dos años, me mostró una realidad y una dimensión desconocida. Una que me espera, si soy de las “afortunadas”, con sus limitaciones, su soledad y su olvido dentro de muchos años.
Empiezo a pensar que, la frase de Camilo José Cela, tiene mucho de verdad: “La muerte es dulce; pero su antesala, cruel. Camilo José Cela (1916-2002) Escritor español.

domingo, 15 de julio de 2012

"Réquiem"


Ayer lloré por ella, con el dolor sordo de quien despide al fallecido aunque, debo confesar, nunca supe ni el lugar, ni el momento de su muerte. Creo que, como se dispersa el vapor, ella fue desapareciendo hasta volverse recuerdo.
De algo estoy cierta y es que murió joven. . . prematuramente, aunque no sé si hubiera tenido un destino distinto al que ya tenía marcado. No lo sé. Pero, de haber llegado a los cincuentas, su cabello habría lucido atado sobre su nuca y los mechones lacios habrían sido como los de las reales melenas, nítidamente acomodados y sin perder su natural cadencia.
Su voz, habría iniciado las conversaciones son la suavidad del viento, nunca intrusiva y siempre atinada. Las arrugas, apenas matizadas por un maquillaje natural, serían como un marco sobrio a sus ojos sosegados y risueños.
No serían sus ropas sofisticadas sino de elegante sencillez con sus cortes rectos, como intentando esconder las suaves curvas de su cuerpo delgado y firme, a pesar de haber criado dos hijos.
A su tiempo, habría repasado entre sonrisas largas listas de pendientes de boda con su hija y elegido, sin prisas, la tela del vestido. Con mano suave, hubiera arreglado gozosa su velo y pronunciado una bendición sencilla pero cierta.
Con innumerables fotos guardaría el recuerdo de la cena donde, con fascinación y sorpresa, recibiría la noticia de la llegada de su nieto. Y no pasaría un solo día sin suspirar por conocerlo.
Y también, de haber contado tantos años, sería una brillante antropóloga porque, cuando yo me pensé en el futuro, aún no entendía lo que una psicología hacía, así que me soñé estudiando y aprendiendo del hombre para después revelarlo en un libro.
Pero, esa mujer reposada, instruida y sabia, de cabello dócil y lacio, manos quietas y figura larga, sin darme cuenta, se me fue esfumando y se perdió en la nada. Y por eso, ayer, lloré por la mujer en la que jamás me convertí, por sus sueños, sus anhelos fantasiosos y los planes de transformarse de gusano en mariposa. Y lloro, hoy, por la sabiduría truncada, por los rizos necios, por mi mente y mi cuerpo agotados, por las bodas que jamás serán, por las noticias abruptas y crueles, por los sueños rotos y por todo lo que aquella mujer, a su muerte, se llevó consigo.

viernes, 13 de julio de 2012

"El viaje"


Tres llamadas, tres citas, la solicitud de asilo y, en instantes, se configuró el viaje con la escala que dejaría una profunda huella.
Sin importar las distancias recorridas, dos de las tres reuniones fueron canceladas en el último momento y, aconsejados por el cansancio y la necesidad de volver a casa, casi obviamos la visita familiar. La insistencia, siempre amable, de mi cuñada, nos hizo cambiar de opinión y el plan de pernoctar en su casa continuó, abriendo el capítulo con una bienvenida totalmente inesperada.
Las tres niñas, mis sobrinas, alborotadas por nuestra sorpresiva estancia, convirtieron el ventanal del cuarto de visitas en un mural con nuestros nombres, la figura de la princesa Rapunzel y una leyenda en inglés de bienvenida: “Welcome house”. ¡Un recuerdo inolvidable!
Entre sonrisas y la naricilla fruncida, la nueva gracia del Benjamín de la familia, nos enteramos de las últimas noticias de la numerosa pandilla: La mayor, concluyendo el año escolar con honores; la segunda, con la vida de cabeza pues, su nueva costumbre, la tiene literalmente cabeza abajo y pies al aire en cualquier mueble disponible; la tercera, con un vocabulario más extenso pero sin cambiar su estilo de proclamación, nos anunció de juguetes e intereses. 
Su mami, relajada en medio del torbellino de solicitudes, nos relató anécdotas infantiles y él, mi hermano y orgulloso jefe de familia, nos convidó de una copa de vino cuando, una a una de las niñas, se fueron despidiendo para ir a dormir.
La madrugada nos sorprendió hablando de las cosas que nuestro corazón había guardado durante los últimos dos años. Al filo de la mesa derramamos nuestros dolores y heridas, nuestras esperanzas y, de vez en vez, nos reímos de nuestros propios miedos. ¡Cuánto valor puede infundir al alma, una compañía que nos asegura en amor y respeto!
Ya con los planes trastocados, nos dejamos llevar por la inercia de la convivencia. El desayuno del día siguiente, aderezado de bullicio y conversación continua, se ligó a la hora del refrigerio. Y entre bocados de fruta picada, fue nuestro turno de escuchar los pormenores de la vida de la peculiar familia.
Tras el deleite de aquel remanso, llegó la despedida y largas horas de reflexión se dieron en mi corazón sobre una interminable carretera de vuelta.
Un duelo no terminado se mezcló con el gozo por la felicidad ajena. Pensar en aquellas seis personas tan amadas, entretejidas en un tapiz de personalidades y con la fortaleza de los hilos unidos en una sola meta, me hizo confirmarle al corazón: Mientras una familia, aunque sea sólo una, sobreviva, la sociedad mantiene una esperanza.