jueves, 30 de junio de 2011

"Bordado"

Aunque las manualidades no son mi parte más desarrollada, siguiendo las tendencias de la época de mi juventud, aprendí algunas que parecían indispensables: tejer, coser y bordar. Y, aunque ninguna me apasionó, reconozco que aprendí algo más que la técnica.
El tejido me mostró lo que es la paciencia y la perseverancia porque, ¡parece interminable la prenda cuando se hace puntada por puntada!
La costura me enseñó que, muchas cosas por separado puestas juntas, logran hacer algo más útil y bello. Pegar botones, hacer dobladillos, rematar ojales, cortar patrones. . . Todo eso es práctico pero, sólo al sumar esas habilidades, vemos su verdadera utilidad: confeccionar una prenda única.
Y, del bordado, una de las técnicas que más disfruté fue el “bordado español sobre tela plisada”, aplicada en la confección de vestiditos para niñas. Además de la precisión para la tensión de la tela y que los diseños originales podían lograrse con apenas unas puntadas y los hilos de colores bien combinados, algo más me cautivó.
Terminaba mi primera pechera del vestido para mi hija y, siendo naturalmente perfeccionista, pasé mi bordado a la maestra quien quedó complacida con la calidad de mi trabajo. A pesar de su satisfacción, tomó el trozo de tela trabajado y, aguja en mano, bordó una última puntada en sentido contrario el del resto del diseño. ¡Atrocidad! ¡Mi bordado perfecto quedó arruinado!
Al ver mi expresión, con una sonrisa me explicó: “La perfección del bordado es lo que buscamos pero, si no ponemos algún errorcito, ¿quién podrá saber que fue hecho a mano y que es un bordado auténtico?”
¡Justo como la amistad!, pensé. Aspiramos a que sea bella, gratificante, justa, equitativa y muchas cosas buenas más pero, ¿no es cuando surge un desencuentro, enfado o algo que rompe el encanto de su perfección que comprobamos que es auténtica?
A mis cincuenta y uno, tengo un tesoro maravilloso en amigas con las que, en algún momento de nuestra vida, juntas, hemos vivido “puntadas” encontradas que nos han dado la garantía de que nuestra amistad ¡es indiscutiblemente auténtica!

"La flor"

Aunque la imagen del joven cortando un pétalo y otro, debatiéndose por la confirmación del amor correspondido, está encasillada a las parejas de enamorados, en realidad, es algo que ocurre en casi todas las relaciones humanas.
Las amigas que, por un mal entendido o una diferencia, se ven distanciadas, ¿acaso en esa distancia no están tratando de responder a la misma pregunta?: “Me quiere, no me quiere, me quiere, no me quiere. . . “. Sólo que, en lugar de pétalos, hacen el recuento de los recuerdos de todas aquellas veces en que, por su forma de actuar, la otra le demostró su cariño. Pero, igualmente, algunos de esos pétalos incluyen las heridas, los desplantes que la lastimaron y las ofensas.
Y, si me pongo en su lugar, veo que muchas veces me encuentro ante la misma disyuntiva y preguntándome si la gente a la que yo considero amada y especial en mi vida realmente me ama, sobre todo cuando me ha fallado o atacado. “¿Me quiere, no me quiere, me quiere, no me quiere?”,  me pregunto insistentemente.
Tal es el caso de esta mañana lluviosa. Alguien a quien tengo clasificada entre “mis más amadas” me hirió y, tal fue mi dolor, que no tardé en hacérselo saber. Dos horas y media en la carretera se convirtieron en el tiempo para llorar mi sentimiento. Después, en la misma proporción de mi cariño, mi ego reaccionó con planes de venganza. Para el final del día, el pétalo en turno me decía que no me amaba. Con el corazón entristecido me fui a dormir y con la mente agotada por la batalla con mis malos recuerdos.
El amanecer lluvioso era la justa representación de mi ánimo: gris, decaído y apesadumbrado. Pero, bastaron unos renglones para que la lluvia se convirtiera en el bálsamo purificante para mi corazón: “El amor es bueno, el amor es paciente, el amor no actúa con rudeza”. ¡El recordatorio que necesitaba, Señor! El estándar de Dios para amar del capítulo 13 la primera carta a los Corintios me arrancó del tortuoso ritual de la flor deshojada y me regresó a la verdad sobre el amor al prójimo, ¡quien quiera que éste sea!
A los cincuenta y uno, a pesar de haber recorrido tanta vida, de vez en cuando, aún regreso a las soluciones egoístas de los enamorados ingenuos, sólo para comprobar que ¡lejos está de ser el amor maduro, amor ágape, con el que debo vivir!

miércoles, 29 de junio de 2011

"Estadísticas"

Por más que he buscado estadísticas, repasado historias y ejemplos, o hasta hecho mis propias encuestas, no doy con una respuesta que me deje tranquila. Y es que la interrogante es difícil, compleja. . . muy compleja: ¿Qué hace que una persona actúe y sienta gratitud, y otra no?
Uno de los ejemplos más confusos es, en especial, dentro de una familia.
Los padres, por lo general, intentan dar los mismo a sus hijos e, inexplicablemente, tal vez uno de ellos valore lo que recibe y lo agradezca, mientras que otro, adopta una actitud exigente con la idea de que todo lo merece.
También, paradójicamente, aquellos que reciben menos parecen tener más capacidad de sentir agradecimiento. Y, a los que les es entregado a manos llenas todo, tienden a experimentar una falta de saciedad y, por añadidura, ingratitud. ¡Ya nada es suficiente!
¿Es entonces la conclusión más acertada que, sólo en la estrechez y la carencia florece el agradecimiento?
Casi por regla general, los países que viven con mayor avance tecnológico, comodidades y libertad, tienden a quejarse y exigir más de sus gobiernos, a veces por asuntos irrelevantes. Demandan, pelean y se frustran por no tener cada vez más con el mínimo esfuerzo. Y en otros lugares del mundo, donde un poco de agua implica caminatas bajo el sol por horas, danzan y se ríen cuando la lluvia llega a refrescarlos.
A mis cincuenta y uno, quisiera entender y tener una respuesta. Pero, sospecho, el corazón humano es incomprensible y me convenzo que, antes de descifrarlo, mejor debo dedicarme a escudriñar el mío. 

domingo, 26 de junio de 2011

"Fútbol"

Creo que inevitablemente he sido contagiada por el ambiente de celebración por el triunfo de México en el fútbol aunque, debo confesar, no vi un solo partido y. . . ¡todavía no puedo reconocer cuando hay fuera de lugar! Soy, como la mayoría de las mujeres de mi edad, alguien que se ocupa más de las botanas que serviré el día de un partido importante y aprovecharé la oportunidad para invitar a los amigos que voy extrañando.
La verdad es que ¡me gusta ver a mi país unido! Esa es la razón por la que también me uno al festejo porque me encanta sentir la unidad y la alegría por los logros. Pero, a pesar del regocijo, algo me queda rondando al pensar en todas aquellas ocasiones en las que nuestro equipo se queda justo antes de cruzar la raya del triunfo. Los comentarios y críticas en contra de nuestros jugadores surgen por doquier descalificándolos hasta despojarlos de toda esperanza. ¡Tan parecido es cuando la gente que nos rodea se aleja de nuestras expectativas!
Los “apoyadores” incondicionales, desafortunadamente, se han ido extinguiendo en mi sociedad. Pocos son los amigos que se quedan a nuestro lado para recordarnos que estarán ahí, sin importar la circunstancia, o que nos traigan a la memoria los aciertos que hemos tenido en nuestra vida para infundirnos una confianza renovada.
Lo más frecuente es que, cuando cometamos los errores propios del aprendizaje en este asunto de vivir o nos desviemos de lo que el otro esperaba de nosotros, nos topemos con la crítica, el reproche y el apoyo se desvanezca bajo la justificación nuestras fallas.
A mis cincuenta y uno, me sigo preguntando si la humanidad ha sido siempre así o es que la misericordia y el amor incondicional al prójimo están asfixiándose bajo el peso del individualismo y el egoísmo de mi época.

sábado, 25 de junio de 2011

"Segunda parte"

Cualquier obra, ya sea de teatro, ópera o sinfonía, si ha de pretender ser clasificada como “buena” debe tener una segunda parte mejor que la primera o estará destinada al olvido y el fracaso. Puede incluso ser mala o mediocre en el primer tiempo y tener la oportunidad de repuntar hasta un final extraordinario.
Curioso que, mientras escribo, yo misma me confundo y no sé si estoy hablando de la vida o del arte. Y es que ¡son tan parecidos!
Puedo recordar tiempos, en mi juventud temprana, donde sabía que tenía buenos ingredientes: dones e ideas pero mi inexperiencia e ímpetus se impusieron malogrando casi toda empresa que me propuse. Y cuando joven, creyendo que podía dominar al mundo ignorando deliberadamente la experiencia y consejo de otros, intenté mis propias reglas de vida y terminé con los acordes más disonantes y dolorosos de mi historia.
Al paso del tiempo, presté más atención a las reglas y agregando un poco de mi propia inspiración mi obra pareció equilibrarse por un tiempo hasta que llegó el intermedio. Ese tiempo de suspenso o lo que otros llamarían “el parteaguas” fue lo que marcó de manera definitiva el inicio del segundo tiempo en mi vida.
El derrumbe de mi fe en la humanidad, reconocer mi propia incapacidad y mi encuentro con Dios dieron inicio al segundo tiempo de mi vida. Y, reconozco, a medida que pasan los días y que comprendo la dirección del Gran Director, mi vida, mi “opus”, va “increscendo” en calidad, viveza y brillo.
A mis cincuenta y uno, no sólo disfruto de esta maravillosa “segunda parte” sino deseo que, sin importar la edad de mis seres amados, pronto ese topen con el intermedio que marque el inicio de la mejor parte de su propia vida: ¡el segundo tiempo y el gran final!

"Consignas"

Si soltara la pregunta en un auditorio: ¿Cuál es tu consigna? Muy probablemente escucharía respuestas como: “Dar una buena educación a mis hijos”, “Aportar algo a mi sociedad para que sea mejor”, “Trabajar a favor de la ecología, “Amar a mi prójimo como a mí mismo” o “Hacer buenas obras”. Y todas estas contestaciones serían lógicas y estarían marcadas,  seguramente, por diferentes motivaciones. Algunos actuarían de una u otra manera siguiendo el mandato o instrucción de sus padres, sus jefes, sus creencias o sus conciencias.
Pero algo que casi puedo asegurar es que, muchas veces, actuamos bajo la la guía e instrucción de alguien muy poderoso: nuestro ego. Y, reconozcamos, no siempre es el más disciplinado o bien intencionado. Su manera de gobernarnos es a veces tan sutil que no lo detectamos, pero eso no quita que igual nos gobierne.
Así veo gente cuyo ego ha definido una consigna y conforme a eso, vive, se relaciona e influye su entorno. No quiero decir con esto que todas las instrucciones del ego son malas. De hecho, muchas son muy  buenas.
Tengo a mi alrededor algunas personas cuya consigna es alentar a otros. También los hay que tienen el objetivo inconsciente de hacer del lugar donde están un espacio alegre y relajado. Y no faltan los que, sin darse cuenta, organizan hasta lo espontáneo. Simplemente, cada una de ellas, sigue su consigna sin pensarlo y casi en automático influencia a los de su alrededor para bien. Pero, inevitablemente, también he de mencionar aquellos cuyas consignas no son tan positivas. Tenemos a los que, desde la segunda frase, acaban la reputación de otros. O son capaces de destruir las esperanzas o ilusiones de quien los acompañan en un abrir y cerrar de ojos. Ni como ignorar a los que con sus desórdenes emocionales desestabilizan cualquier ambiente trayendo tensión y disensión. Y, ¿quién puede ignorar que existen personas capaces de encontrar siempre algo malo en lo que considerábamos perfecto?
A los cincuenta y uno, confieso, he pasado épocas de mi vida dejando que mi ego elija mis consignas y mi presencia no ha sido siempre para el bien de los demás, pero también me alegro de haber descubierto al evasivo dictador y quitarle el control para que sea Dios quien marque mis consignas.

"De amores"

Dicen que “en gustos se rompen géneros”, sin embargo, lo que yo he visto, es que al paso del tiempo la gente aprende a apreciar licores como el cognac, el champagne, el tequila y los vinos añejos. En todos los casos, estas bebidas tienen algo en común: el tiempo que los convierte en algo mucho más sutil al paladar y sus efectos nocivos son casi nulos, obviamente, en un consumo adecuado. No quiero decir que otras bebidas no sean ricas e igualmente disfrutables, es sólo que son más comunes y cotidianas. Son, simplemente, más ordinarias. 
Y la convivencia cercana con mis padres, después de vivir fuera de su casa más de 32 años, me ha hecho pensar mucho en ese fenómeno y en lo “extraordinario” de un matrimonio de más de cinco décadas de añejamiento.
Yo misma los escuché contarnos algunas anécdotas de sus cortejos y aún recuerdo esos primeros años de la familia cuando mi papá sorprendió a mí mami con un auto último modelo coronado con un enorme moño. En su vida, juntos, han pasado por las comidas especiales, las salidas al teatro y las alhajas por los aniversarios.
Ahora, 55 años después, su unión es distinta y su forma de amarse ha cambiado igual que un vino de buena sepa se transforma.
Durante las últimas semanas, en las que mi papá vio como la vida de su compañera parecía escapársele de los dedos, me di cuenta de que jamás había logrado comprender lo valioso de su unión. Y observarlo en un constante ir y venir buscando adecuar cada rincón del nido en el espacio ideal para su amada convaleciente fue una de las escenas de amor más sublimes que he visto. No esperar la petición y aventurarse a buscar soluciones a lo que pudiera implicar un tropiezo o un esfuerzo adicional para ella, comprendí, es el amor valiente que se atreve a equivocarse antes de quedarse sin hacer algo por la mujer de su vida.
A los cincuenta y uno, me alegro de haber superado la tentación de saltar del barco en las crisis de mi matrimonio y anhelo, con toda mi alma, algún día ser la parte estelar de una historia de amor como la de mis padres. ¡Qué Dios bendiga a mis padres con más amor y larga vida juntos!

martes, 21 de junio de 2011

"Añorando"

Habrá quien no esté de acuerdo pero, a mis ojos, muchos de los rituales de cortejo entre las aves son un baile exótico y fantástico. ¡Cuánta magia tiene entre sus pasos el baile!
Muchos se inclinarán a pensar que el tango, con sus sofisticados pasos y poses, es el baile estelar. Y, para otros, una danza a ritmo tropical les parecerá la forma más fresca y sensual de expresión entre dos personas. Pero, como bien dicen, en gustos se rompen géneros.
Para mí, el danzón, es uno de mis favoritos. Tan lento y lleno de cadencia me parece un himno a la pareja humana en armonía. Sin alarde de elasticidad, el varón guía con suavidad y un equilibrio sugestivo de pasos, las más de las veces, predecible pero igualmente delicioso. Y ella, sin prisas ni apuros, dejándose llevar por el delicado ir y venir de su hombre disfruta de la confianza del devenir de la música sin jamás perder la identidad femenina en sus caderas. Ni él, ni ella, dan muestras de sudar por el esfuerzo de acoplarse al son de las notas. Es más, el deleite de su movimiento, me recuerda el ir y venir de las olas sobre la arena que jamás se agobian por lo que ha de venir.
¿Cuántos bailes habré ensayado en más de medio siglo de vida? No lo sé. Sólo recuerdo que, muchos, me han dejado exhausta o con una luxación en el tobillo.
Tal vez sea momento de recordar los tiempos de danzón, esos en donde el placer de ensamblar mi respiración y movimientos al hombre de mi vida me trajeron deleite y reposo.
Porque, ¿por qué no llevar mi vida a ese pequeño espacio donde caben muchos pasos, firmes y a la vez ligeros, donde sólo nuestra respiración lleva el ritmo?
A mis cincuenta y uno, descubro que aún tengo ganas de bailar al ritmo de un danzón, sin resistir la guía de mi amado y disfrutando, sí, disfrutando de su mano rodeando mi cintura, su mejilla húmeda y tibia junto a la mía y revivir nuestros corazones en un solo latir. 

lunes, 20 de junio de 2011

"Miradas"

“Después de la tempestad viene la calma”, frase muy escuchada y muy cierta. Hoy, después de semanas de agitación, angustia, esperas y desesperes, tuve una caminata por el pueblo en compañía de Lorenzo, el Gran Danés de mi hija. Caminando a su ritmo, pues aún convalece de su cirugía, me dio tiempo de disfrutar de las calles adoquinadas y las fachadas adornadas con buganvilias, hiedras y llamaradas. ¡Lindo espectáculo es deambular por un pueblito pequeño!
Pero algo más me llenó de placer, algo que me endulzó el alma y me conectó con la humanidad. . . algo muy distinto a “conectar” con el mundo: ¡Las miradas!
Al pasar junto mi vecina, dueña de la tiendita de la cuadra, ojitos matizados con rayitas en sus comisuras y una sonrisa me dieron los buenos días. Un hombre con herramienta, también, me regaló el saludo inclinando la cabeza cubierta por un sombrero de paja. ¿Qué nos pasó en la gran ciudad que nos hemos perdido de estos encuentros de miradas instantáneos?
Mientras continuaba mi camino decidí ser uno más de los habitantes de mi pequeño pueblo adoptivo y tomar la iniciativa en la siguiente oportunidad.
Una joven mujer con su niño en brazos fue mi primera avanzada y, por recompensa, recibí de regreso el destello de una dentadura blanca. La caricia de ese gesto amable hizo cosquillas en mi corazón y, caminando el resto del trayecto, no perdí oportunidad alguna para repartir saludos.
A los cincuenta y uno, sigo descubriendo experiencias que me inyectan la alegría de los tesoros simples que la humanidad resguarda. 

sábado, 18 de junio de 2011

"Perfecta"

¿La catorce o la quince? No puedo precisar ya cuantas han sido las personas que, al visitar la Toscana, simplemente declaran: ¡Yo podría vivir aquí!
La declaración en nada es original pues yo misma he dicho, más de una vez, que este lugar maravilloso podría convertirse en mi hogar hasta el final de mis días.
Sus muros de piedras combinadas, yedras y flores silvestres brotando de los muros, los candiles enmohecidos y su fuente, han cautivado a cuanta gente ha recorrido el primer patio de piedra tras cruzar el discreto portón de madera. Hoy ha sido el turno de mi hermano mayor, mi hermano favorito quien, diez minutos después de haberse dejado seducir por el ambiente centenario de la Toscana se unió al grupo de amantes imposibles y platónicos de la bella estancia. Y, por si nadie lo ha notado, jamás la he llamado “mi Toscana” porque creo que, desde que disfruto de ella, he comprendido que este lugar no es mío, como no lo ha sido de nadie.
La velada transcurre entre risas, confidencias, lágrimas y copas de suave licor hasta que un sonido nos sorprende y sacude los muros hasta entonces dormidos.
¿Y, eso? ¿Qué suena?, pregunta mi hermano. El ruido me es conocido y me levanto sabiendo dónde ir y qué hacer para acallarlo.
“La Toscana no es perfecta”, respondo. Y sin prisas, voy hasta donde puedo interrumpir la entrada del abundante fluir del agua, la pequeña llave “secreta” detrás del macetón con sábila que, al cerrarla, acaba con el trepidar de una vieja tubería.
A los cincuenta y uno, vivo la magia que Dios ha instalado en la Toscana y comprendo que, al igual que en la vida, hay desperfectos por el paso del tiempo, imperfecciones en su instalación hidráulica y ruidos por demás insoportables; pero, aun así, digo de corazón. . . ¡Qué bella es la vida!

miércoles, 15 de junio de 2011

"Modas"

No dejan de rondarme las sombras, las observo y, por más que busco, no encuentro las que persiguieron mi madre, mis abuelas y, muy seguramente, mis bisabuelas. Todo parece indicar que los patrones de “éxito” de su época han pasado de moda o han caducado sus perfiles.
Busco y rebusco. . . ¡Es inútil! Las sombras de éxito de las madres que entregaban sus días al cuidado de los niños, a la formación del hogar, al apoyo del esposo y que se daban tiempo hasta para inventar y compartir recetas se han extinguido. Y, para mayor sorpresa, me doy cuenta que nadie les extraña ni las busca para intentar seguirlas.
¿Cuándo fue la última ocasión en que me topé con alguna mujer cuyos objetivos se parecieran a los de ellas? Tal vez fue hace más de veinte años y, en mi presencia, comenzó a callar sus logros al convertirse en blanco de los comentarios que restaban peso a sus metas y hasta las desdibujaban preparándolas para dar paso a la burla.
Sí, es un hecho. Ahora las historias de éxito de las mujeres deben llevar un título universitario, reconocimientos profesionales y una abultada cuenta de banco para ser consideradas valiosas. Aquellas que, por el motivo que sea, siguen el andar de mi madre y mis abuelas como profesionales del hogar y como formadoras de seres humanos íntegros, se esconden casi avergonzadas con un título en la espalda de “fracasadas”.
A mis cincuenta y uno, comienzo a pensar que la extinción del “éxito” en las mujeres como esposas- madres y la instalación de las versiones modernas, tienen mucha relación con las historias de fracaso y perdición de nuestras familias, nuestros jóvenes y nuestra sociedad.

"Sombras"

Recuerdo que uno de los juegos de la infancia más divertidos consistía en intentar pisar la sombra de los otros niños y, hasta donde recuerdo, resultaba toda una odisea el lograr poner ambos pies en las escurridizas siluetas en el suelo. ¡Qué divertido resultaba jugarlo cuando niños!
Lo curioso es que, ahora de adultos, observo como seguimos jugando con las sombras. Ahora el juego es perseguirlas y lo llamamos: ¡Consiguiendo el éxito! Aunque pretendemos que es divertido la verdad es que, para la mayoría, es una actividad que va consumiendo nuestra energía, las ilusiones y hasta la autoestima.  Y, no es difícil adivinar porqué pues parece que las sombras del éxito de otros son tan difíciles de alcanzar como las que intentábamos pisotear en el patio de la escuela.
Ahora, las sombras del éxito de los demás tienen infinidad de formas y son paradójicamente semejantes: algunas se ven como carreras profesionales exitosas, otras como autos, casas o ropa lujosa y, no faltan, clubes o membresías de las elites de gente famosa, adinerada o “bonita”.
Al final del juego, muchos de los jugadores que se aplican de corazón y sin descanso, llegan a creer que han logrado “atrapar” la imagen oscura del éxito de quienes tomaron como modelo y estándar sólo para descubrir que, el logro no llena su vida y que han sacrificado lo realmente valioso.
A los cincuenta y uno, aún me sorprendo persiguiendo sombras y, sólo hasta que llego a un momento de reflexión, me doy cuenta del error y termino el juego que estoy destinada siempre a perder.

jueves, 9 de junio de 2011

"Llantas"

Para quienes llegaron al blog esperando encontrar un remedio para acabar con las “llantitas” sobre las caderas, anticipo que no es el tipo de llantas del que escribí. . . por lo menos, no el día de hoy. Y de hecho, me enredé en el tema cuando, al salir esta mañana, me encontré con la llanta delantera izquierda prácticamente desinflada. Gracias a la compresora que cargo en mi cajuela, el hallazgo no terminó en manos embarradas de grasa por desmontar el gato y la llanta. A pesar de la tecnología portátil, el estrés se acumuló al que ya había juntado a lo largo de la mañana tras hacer un recorrido de menos de un kilómetro en un tiempo récord  de tres minutos y medio. Pero, aclaro, pasando por calles adoquinadas, dos topes, dos semáforos, dos paradas de TaxiVan y, todo, ¡antes de que el neumático volviera a quedar con tan sólo 10 libras de aire!
Mientras esperaba a que terminara Don Abundio de hacer la “talacha y el parchado”, pude darme cuenta de cuanto necesitaba del abrazo de mi esposo después de un inicio de día tan complicado emocionalmente. También me encontré pensando en todo lo que puede ocurrir por el simple hecho de que una llanta se quede sin aire. Aunque ya se había presentado el problema un par de días antes, por el poco tiempo y dinero, se pospuso el arreglo bajo la garantía de que “sólo perdía 5 libras de aire durante casi todo el día”.
Mezclando los pensamientos me encontré con una conclusión: el matrimonio, al igual que las llantas, si no se atienden pueden generar miles de inconvenientes. Si falta alineación, cada quién jalará para su lado y el dibujo de la relación se desgastará rápidamente y disparejo. Si alguna de las llantas está baja, la marcha será más lenta y puede que hasta quede inservible. O, como mi llanta, aunque sólo pierda algunas libras y el daño sea tan de poco a poco que, para cuando se detecte, será necesario desecharla. En mi caso, el daño lo provocó un clavo largo oxidado invisible a la vista pero, igualmente, trajo los inconvenientes. ¿Cuántos clavos "invisibles" estarán desinflando mi matrimonio?. . .
 A los cincuenta y uno, encuentro que debo aprender algo más de la “mecánica” de la relación y darme a la tarea de aplicarla para mantenimiento de mi matrimonio antes de encontrarme con la necesidad de reparaciones mayores.

martes, 7 de junio de 2011

"Memoria"

Cada vez que llego a casa de Lorenzo, algo en mi corazón se alborota y muero en deseos de saludarlo, acariciarlo y hablarle palabras cariñosas. Y, aunque he tenido a mi alrededor otros tantos perros, creo que con él sucedió como lo que ocurre con la gente con la que compartimos episodios de nuestra vida llenos de dolor. Las penas, ahora descubro, nos unen no sólo con otros seres humanos sino con los perros también.
Y, en respuesta a mi efusividad, Lorenzo acelera su andar, sus ojazos azules parecen encenderse y balancea el rabo con una cadencia distinta, como contenida. Supongo que algo tiene que ver que su andar aún no tiene el ritmo normal. Aún sin saltos de bienvenida, él me hace saber que también es feliz por nuestro reencuentro.
Pero la vida de Lorenzo, tras meses de ajustes, situaciones extraordinarias y mucha ausencia por parte de su familia canina, está reconformándose. En los últimos meses, su principal actividad, ha sido atender su salud, las sesiones de terapia acuática, caminatas y su alimentación. También en ese tiempo, retomó la relación con el otro cachorro  de la casa y se estrenó como compañero de un diminuto gato al que la familia dio asilo. Aunque lo mejor ocurrió en los últimos días: el regreso de sus compañeros de juego. Sí, Ashley e Isis están de regreso en casa y han traído consigo la memoria de Lorenzo.
Ahora, recobrando la alegría por la compañía que seguramente añoraba, camina y hasta trota para seguir el jugueteo de las dos Gran Danesas. A pesar de la peculiaridad de su avance, él participa de las bienvenidas en grupo, retoza a su propio ritmo y simplemente, se goza de volver a ser parte de la manada. ¡De cuánta felicidad me llena el mirarlo en el ir y venir divertido de esas enormes criaturas! Con la gracia de las aves que se entretienen cambiando el rumbo y siguiéndose unas a otras, Lorenzo ha vuelto a disfrutar del proyecto común de corretear por el amplio jardín.
A mis cincuenta y uno, mientras disfruto al ver a Lorenzo, confirmo que la magia de la compañía y el amor de los nuestros sigue siendo la principal razón por la que todos salimos a flote tras la tribulación.
P.D. Lorenzo se va de este blog pues, es tanto lo que me enseña, que merece su propio espacio.

domingo, 5 de junio de 2011

"Di-versiones"

¿Una eterna luna de miel? ¡No, gracias! Hasta donde recuerdo, yo ya pasé por ahí. 
Aunque de apariencia vibrante, la miel me quema la garganta y me empalaga. Su dulzura, a mí parecer, sólo es digerible con un té, sobre esponjosos hot cakes o en pequeñas cantidades, sobre una manzana al horno.
El enamoramiento es como la miel, atractiva, brillantes y simula un oro líquido pero. . . ¡nada como el chocolate!
Si he de volver a vivir una luna, la prefiero de chocolate. Y no hay tanto que pensarle: el matrimonio es como una luna de chocolate. A veces es dulce y, con el calor de la juventud,  cremoso o líquido, pero ¡siempre delicioso! El chocolate, sólo o combinado, es un manjar. . . igual que el matrimonio. Cuando pasamos una cena de matrimonios o una tarde de tele con los hijos, es como una buena trufa con chispas encima. Y, vaya, no voy a ignorar que también el chocolate, como entre los esposos, tenemos chocolate amargo. Pero, incluso entonces, ese sabor recio y de toque más intenso es sabroso si se le sabe paladear.
También, el chocolate, si se le combina con hojuelas de maíz tostado, se vuelve divertido al morder: ruidoso y chispeante. ¿Acaso no son así las vacaciones y las locuras nocturnas?
Y, para cuando nos duelen los dientes y la vejez nos alcanza, ¿quién puede resistirse a un humeante chocolate caliente?
A mis cincuenta y uno, declaro, me resisto a vivir otra vez la luna de miel y decreto que, mientras viva y esté casada, ¡quiero una eterna luna de CHOCOLATE!  

sábado, 4 de junio de 2011

"Cobarde"

Mi entorno sigue convirtiéndose en un campo donde aparecen, cada vez con más frecuencia, sepulcros de relaciones que yo veía llenas de vida y brillantes de futuro. Más parejas, compañeros de viaje en el camino del matrimonio, se han ido quedando atrás sumándose a la, ya de por sí abultada, estadística de divorcios. Sentirlos tan rotos y tan cerca me ha llenado de un pavor que suplantó al miedo que siempre he sentido por la muerte de la relación de una pareja.
Y me miro al espejo para llamarme de frente. . . ¡Cobarde!
Cuantos más años pasan, mis desidias, mis fantasmas y mis vergüenzas siguen minando mi voluntad mientras, en el mismo tiempo, veo avanzar la amenaza del tedio y la rutina amenazando mi matrimonio. ¡A esos dos los he visto matar sin misericordia a los matrimonios más fuertes! Su avance me llena de terror y vuelvo a decirle a la mujer del espejo: ¡Cobarde!
Y se lo digo de frente, en la cara porque, al igual que yo, sabe dónde encontrar las armas para armar la guerra contra los erosivos enemigos.
Mientras planeo la estrategia de guerra para mi avanzada, una música de fondo me inspira y me recuerda las viejas fórmulas. Es momento de levantar armas y atreverme.
Es tiempo para convertir la estancia en salón de baile, dejar el calzado de horizonte y mudarme a las colinas de los tacones altos, liberar mi talle entre los muros de la intimidad y, por qué no, transformar la alcoba en pasarela. ¿No fue esa la estrategia de la mujer bíblica en “Cantar de los cantares”?
A los cincuenta y uno, lucho con el pudor de los años y me empeño en recordar que, la fantasía y la ilusión entre las seguras vallas del matrimonio, siguen siendo la vacuna natural y perene del tedio y la rutina.

"Camada"

“¡Qué divertida es una familia numerosa!”, es el comentario que surge, muy frecuentemente, cuando menciono que soy la tercera de una familia con 8 hijos. Y, en parte, es cierto.
Con poco más de la mitad de los hermanos ya éramos mayoría en cualquier equipo, no había fiesta en donde no nos apropiáramos de casi todo el contenido de la piñata y, aunque no fueras el líder el grupo, los demás se la pensaban antes de meterse contigo. Esas ventajas no se pueden ignorar. Pero, el vivir en una maraña de personalidades y opiniones tan diversas, también puede complicar la existencia de cualquiera y, más, de alguien cuya personalidad introvertida es ideal para ser una feliz “hija única”.
Mi aspiración frustrada, por mucho tiempo, me llenó de celos y hasta fui enemiga de mi propia tribu pues estorbaba mis planes y deseos de tener la atención de mis padres para mí sola. En esa familia, opinaba mi corazón naturalmente egoísta, siete personitas estaban de más y luché de todas formas posibles para erradicarlas del mapa. Como imaginarán, ¡fue inútil!
El primogénito siguió jalando las miradas por el simple hecho de serlo, el de ojos verdes se convirtió en el “ojo azul” y el benjamín tomó el lugar del agujero del disco en la dinámica familiar con su carisma e ingenio. Mi infancia, mi adolescencia y mi primera juventud pasaron y, el milagro de ser la primera y única, nunca ocurrió. Seguí y seguiré siendo la tercera de una familia de ocho hermanos. Dios es testigo que ese lugar siempre me dolió y me llenó de tristeza.
Pero, como Dios no ignora los anhelos de nuestro corazón, al repasar la lista del mío, se detuvo para hacerme el milagro, un regalo especial. Y, aclaro, ¡todos mis hermanos están maravillosamente vivos! El milagro fue tener los ojos, la presencia, la atención y el cariño de mi mami sólo para mí.
Ella ahora, como ya dije hace poco, está enferma y lucha por recuperar la salud. No es algo bueno y, sin embargo, ese fue el lugar en donde Dios me entregó el regalo. En esas horas de soledad y de cuidados, ella está conmigo y para mí solita por muchos ratos. Y, en medio de su malestar, sé que también ha disfrutado. ¿Cómo lo confirmé? Tuve que ausentarme estos días y tras nuestra despedida, sin que ella supiera de mi presencia, comenzó a llorar por mi partida. Después me compartió que se sintió como “niña que dejas en el primer día de escuela” cuando partí.
A mis cincuenta y un años, por unos días, ¡he sido la “hija única” que siempre quise ser  y  ha sido un gran regalo de Dios! ¡Valió la pena la espera!

jueves, 2 de junio de 2011

"Espejo"

Cuando niña, el espejo tuvo en mi un efecto hipnótico. Me gustaba atisbar por detrás, queriendo descubrir la puertita y rebuscar las cosas ocultas que reflejaba. También intenté, desde el canto del espejo, con un ojo al frente y otro atrás, descubrir el misterio del extraño objeto.
Después jugué poniéndolo a la altura de mi nariz y, con mirada en la imagen, caminar por el techo con lámparas y uno que otro bicho que esquivar. Pasé horas volviendo loco a mi perro que corría sin tregua tras el reflejo del sol que yo deslizaba del muro al piso como un cebo veloz.

Un pedazo roto de espejo también fue, por muchos años, el generador de grandes disputas entre mis hermanos pues, en las navidades, fungía como lago para los patos del nacimiento y todos peleábamos por hacernos cargo de esa parte de la decoración.
Y, quisiera decir que después se convirtió en mi cómplice durante mi adolescencia pero, lejos de eso, por mis complejos de fealdad aprendí a rechazar la imagen que me recordaba la batalla perdida contra mis ojos pequeños y mi cabellera con rizos.
Pero lo importante ocurrió, en mi juventud temprana supongo, cuando el espejo se convirtió en mi espacio de vida y mi fórmula de existir. La única opinión válida, la única forma de resolver, de pensar y de vivir, provenía de la imagen del espejo, mi propio reflejo. Los límites de mi perspectiva no rebasaban el marco de su marco  y todo lo que quedaba fuera de mi posibilidad de captar,  era descartado. Mi mundo quedó atrapado en el estrecho espacio de mi entendimiento reflejado en el “espejo de la arrogancia”.
Hasta que una tragedia ocurrió hace más de ocho años. . . ¡Mi espejo se rompió haciéndose añicos! Y, entre los escombros, me fue imposible encontrar mi reflejo o mi mundo conocido. Desde entonces, he tenido la tarea forzosa de volver a reconstruirme yo y reconstruir mi mundo. Algunas piezas, apenas unas cuantas, hubieran servido para formar mi nuevo espejo y. . . digo hubieran, pues en el proceso de intentarlo, he tenido que mirar a mi alrededor y he descubierto que las opiniones, las perspectivas, las opciones, los pensamientos que existen, no cabrían de regreso entre los marcos de mi espejo.
A mis cincuenta y uno, sigo viviendo el proceso de reconstrucción pero, por el efecto de la fe, entre más gente surge a mi alrededor, menos “yo” aparece y más humanidad se hace presente. ¿Y mi espejo?. . . ¡Quién necesita uno rodeado de tanta belleza!

miércoles, 1 de junio de 2011

"Privilegios"

¡Inevitable! Conducir por la carretera me hace pensar y, aunque voy avanzando, la inercia de los minutos a solas me lleva hacia atrás, rumbo al pasado. Los recuerdos pasan tan rápidos como los árboles por la ventana. Las memorias terminan convirtiéndose en un interminable recuento de episodios y circunstancias.
Trato de retener el detalle de lo más que puedo, pero, ¡son tantos los privilegios que se han acumulado en mi vida!
El privilegio de nacer en una familia llena de salud; haber crecido con un techo seguro y la segura cobertura de mis padres, juntos; tener educación que fue más allá de las letras, de esa que incluye principios y valores; tener un historia llena de errores y caídas pero en donde jamás faltaron las manos para levantarme; errar dramáticamente en mi primera elección y, aun así, tener una de las más bellas bendiciones conmigo, mi hija; caminar por donde jamás debí pasar y estar ilesa; atesorar amigos que no me han dejado por más de dos décadas;  tener triunfos y muchos más fracasos que fertilizaron con experiencia las nuevas oportunidades; poder llamar a mis amigos, hermanos y a mis hermanos, amigos; vivir en tanta libertad que hasta puedo creer y adorar al Dios verdadero sin perder la vida; entrar en un edificio y ser rodeada de amor por toda una iglesia; tener una historia de juegos con mis hijos y la continuación con mis nietos; haber derramado tantas lágrimas y ver germinar sonrisas con su riego. . . es tan grande la lista que no me atrevo a seguir contando.
Sólo una me entretiene y me atrapa. . . ¡Es tan reciente!
Antes he vivido privilegios, aunque no todos los entendí cuando ocurrieron, hoy veo, igualmente existieron. Mi ceguera espiritual no me permitió verlos entonces y hasta ahora puedo comprenderlos. Mi madre, confieso, es uno de ellos. Tuve el privilegio de tenerla viva, de verla llorar cuando me vio perdida, de ser blanco de su ocupación y su preocupación e, igualmente, jamás me faltó su bendición.
Hoy, sigue teniendo a mi madre conmigo y, eso simplemente, ya es un privilegio. Ya no tiene la salud ni tampoco la energía, pero es mi madre. . . está a mi lado. Esta vez yo cuido de ella, la cobijo, la protejo y aunque parezca que yo soy su privilegio, no me engaño, pues el poder amarla y atenderla en su vejez es un regalo para mí, ¡mi privilegio!
A mis cincuenta y uno, ¡cuántos errores he cometido al no valorar mis privilegios! ¡Cuántos perdones no he pedido! pero, incluso ahora, sigo teniendo el privilegio de estar viva para hacerlo, resarcir los daños y vivir de nuevo.