miércoles, 8 de octubre de 2014

"EL PRIMER DIA"

Llega la hora y, a toda prisa, abro la maleta vacía para preparar el viaje. Y en un instante, desde su fondo oscuro, se desborda un caudal de preguntas siguiendo el vuelo de la duda:

¿Qué ocurriría en ese primer día, al otro día de mi partida?

Después del impacto por lo intempestivo de mi muerte y cuando las lágrimas cansadas se secaran en los rostros, ¿cómo recordarían mi vida?

La voz de mis padres ¿resonaría con el timbre del orgullo paterno al hablar de su hija? ¿Tendrían el consuelo de buenas conclusiones y finales?

Mi esposo, al tenderse en una cama crecida por la fuerza de mi ausencia, ¿se consolaría en la memoria de nuestras risas y caricias, o lamentaría con enfado nuestras riñas?

Sin la monserga de la madre perfeccionista, ¿descubrirían mis hijos un poco de santidad en mi forma de vivir? ¿Se revelarían ante ellos las realidades de mi fe y mi ferviente deseo de presentarles a mi Dios, mi máximo tesoro?

Mis hermanos, ¿cerrarían filas –hombro con hombro– para llenar el hueco de mi desaparición y se amarían más con la nueva oportunidad que trae bajo el brazo la añoranza?


¿Sonreirían mis nietos al disfrutar en la mente nuestros juegos, nuestras alianzas fuera de los muros de las reglas y nuestras oraciones compartidas? ¿Sería mi huella en ellos tan profunda como para no dejarse borrar por la erosión del tiempo? ¿Sobreviviría en ellos mi legado de amor y fe a Dios?

¿Reirían –mis amigos– aquella omisión que nos robó a todos esos primeros trece minutos de la última obra de teatro disfrutada juntos? ¿O llorarían por no encontrar –en el cajón de los recuerdos– suficientes fragmentos de trasnochadas juntos?

Mi familia en la fe, ¿festejaría con verdadera convicción mi reencuentro con nuestro Dios o las dudas empañarían su alegría por no tener la certeza de mi futuro eterno?

¿Me perdonarían las ofensas aquellos a los que con mis opiniones herí? ¿Se preguntarían quien fui aquellos a quienes por mis prisas ignoré a mi paso?

¿Qué sería de mi perro Lorenzo, mis libros y mis insignificantes tesoros? ¿Quién releería mis letras, mis locuras, mis divagaciones?

¿Qué color dominaría en la imagen de mi recuerdo cuando alguien, de vez en cuando, me pensara?

¿Me seguiría mi mami en el camino recién emprendido?

Mientras recorro el cierre de mi equipaje, sintiéndome arrastrada por la profusa corriente de la incertidumbre, logro asirme de un pensamiento anclado en un futuro incierto:


A mi regreso –si regreso– trabajaré con ahínco para modelar con más cuidado mi recuerdo. . . si Dios me regala un poco, sólo un poquito más de Su tiempo.

martes, 7 de octubre de 2014

"PALABRAS"

Un solo contacto con un personaje de mi pasado –que me llevó hasta mi primera juventud– y la dimensión de las palabras agregó comprensión al efecto que pueden tener en el corazón de una mujer.
¿Qué logran los halagos en una chica que apenas pasó los quince y qué cuando los recibe una mujer que ha rebasado los cincuenta?
Me doy cuenta de que ha pasado mucho tiempo cuando –después de mucho esfuerzo– logro encontrar a esa joven que alguna vez fui. Entonces la miro luchando implacable contra los rizos tan lejos del estándar de la moda de su época; sus ojos, con un rasgo de nostalgia, aún no reciben la ayuda del maquillaje para lucir más grandes y, las curvas ausentes, la convencen que es mejor callar para evitar una mirada que la arrebate del anonimato. Aquella quinceañera, en resumen, se viste de timidez y no escucha ninguna alabanza a la belleza que no cree tener.
Pero el tiempo pasa –ese lo tengo muy presente– hasta que las cinco décadas me alcanzan. Entonces miro al espejo y, con algo de rebeldía, agito los rizos que me llegan a la espalda. ¿Cuántas de mis coterráneas se atreven a lucir semejante facha? Miro mis ojos tras los anteojos y descubro experiencia salpicada de esfuerzo por saber, cada día, un poco más.
Mi piel revela pequeños zurcos que recuerdan las risas, que no son otra cosa que estallidos de felicidad y recuerdo, que de vez en cuando, éstas líneas se han convertido en el cauce para algunas lágrimas. Las curvas en mi cuerpo también han aparecido aunque, haciendo repelar al ideal, han elegido las coordenadas equivocadas. Aún así, confieso con honestidad, amo mi cuerpo como no lo hice a los quince.

Entonces, casi como una brisa de ironía, llega un hilo de alabanzas para esa quinceañera flacucha y desabrida de hace años. Halagos que jamás escuchó y que tanto anheló surgen de la nada del pasado, de un recuerdo borroso.
La mujer que hoy soy los escucha y un par de huequitos se forman en el rabillo de mis labios, y me sonrío. Mis ojos se convierten en dos rendijas por los que se cuela una imagen del pasado y mi corazón se llena de ternura.
¡Gracias al cielo que jamás escuché palabras para alabar mi cuerpo, mi rostro, mi pelo! –me digo. ¿Acaso habría cultivado lo que hasta hoy no se ha robado el tiempo?
No, las palabras ligeras y lisonjeras pueden ser flamas que arrebaten la cordura al ego y, si éste se las cree, terminan por desviar el esfuerzo de crecer en valores, inteligencia, y todo aquello que me ha hecho verdaderamente humana.

¡Nada como la satisfacción de ser una mujer de más de cincuenta!

miércoles, 1 de octubre de 2014

"ÉL"

Él, haciendo piruetas sobre su agenda, atendió a cada evento y junta escolar de nuestros hijos.
Él aprendió a despertar a mitad de la noche para llevar al baño, en brazos, a nuestros hijos somnolientos.
Él desarrolló técnicas para cambiar pañales en los baños diminutos del avión.
Él renunció a los autos nuevos, la ropa de marca y las lociones de moda para pagar colegiaturas, pediatras y viajes escolares.
Él enseñó a la familia a reír cuando parecía no haber motivos.
Él trajo a mi casa la mesura, el sacrificio y el buen humor.
Él, cada mañana, anda de puntitas al salir de la habitación y vuelve con una taza de café para despertarme.

Él aprendió a colgar la toalla, guardar sus zapatos y recoger su ropa sucia para ayudarme a sobrevivir mi neurosis por el orden.
Él acunó a cada uno de sus nietos, les ha dado hasta lo que no tiene y, sin pensarlo un segundo, sé que entregaría su vida por salvar la de ellos.
Él, venciendo el cansancio, se sienta a conversar con su hijo y se une a los esfuerzos por resolver aquellas matemáticas que parece le han abandonado.
Él pospone resolver sus necesidades y antepone el apoyo amoroso para su hija.
Él cuida de mis padres, a quienes ha adoptado como suyos, honrándolos y amándolos como un hijo más.
Él ha caminado junto a mí, corrido tras de mí y me ha llevado en brazos cuando mi ánimo flaquea.
Él cree en un Dios al que ama y obedece, vive su fe sirviendo entre sonrisas y no duda en compartir a ese Dios que lo sostiene.
Él, hoy, cumple 59 años y no tengo palabras para agradecer a Dios por ponerlo en mi vida como esposo y padre de mis hijos.
¡DIOS TE BENDIGA, GORDITO¡ Y si tan sólo te bendice la mitad de lo que tú me has bendecido, ¡VAYA QUE TENDRAS UNA ENORME BENDICION!

¡¡¡FELIZ CUMPLEAÑOS!!!