martes, 30 de julio de 2013

"Erase una vez. . .mi vida: Maternidad"

“Hoy estoy buscando la mejor manera de decirte adiós,
y al mirarte siento que el dolor despierta en mi corazón,
hoy mis ojos miran como tantas veces este otoño gris,
hoy te estoy pidiendo que a pesar de todo, seas feliz.
Llegará ese día en que mi tiempo sea sólo para ti,
Llegará ese día en que mi canto sea un canto feliz,
Cuando me haya ido recuerda que alguien que piensa en ti,
Cuando muera el día recuerda que hay alguien que vive por ti”.

La canción suena, y mis ojos destilan lágrimas de pasados tristes.

Aquella canción, traduciendo los miedos que se tejían en mi mente, recitaba un canto que mi corazón de madre joven y derrotada cantaba a una pequeñita de apenas 40 días.
La primera en despedirse fue mi mente, agobiada ante la idea de que no sería capaz de hacer resurgir el mundo perfecto que había soñado para mi bebé. Aquella ilusión de dos alas, sin previo aviso, vio como una de ellas se desintegraba en la ausencia, dejándola estacionada en la tierra de la desesperanza.

A los 22 años, me preguntaba, ¿cómo se reconstruye un futuro, cuando te quedas sola y desvalida? Mi juventud, entonces, se convirtió en mi enemigo y mi única salida parecía ser “decir adiós”.
La maternidad se convirtió en el reto imposible de cumplir y mi voluntad, siguiendo los terrores de mi mente, se apagó con una última determinación: Morir. . . decir adiós.
¿Cuánto tiempo pasó antes de volver a vivir? No lo sé. Más de treinta años después, aún no me he atrevido a preguntar. Sólo sé que mi madre y mis hermanas se convirtieron en madres temporales de mi pequeña y mi hermano Carlo en su padre, hasta que la niebla de la cobardía escampó y me permitió recuperar las fuerzas.
Después, fueron las risitas de mi Nena y sus ojitos rasgándose, cuando estaba alegre, los que se convirtieron en mi motor de vida. 
Con la herida del abandono aún fresca, envejecí en meses y convertí esa vejez en experiencia. Si ya no podía volar con alas de ilusión y ensueño, tendría que aprender a andar sobre la tierra firme de la realidad. ¿La sorpresa? También aprendí que caminar, sosteniendo aquella manita, sería la aventura más maravillosa que jamás imaginé.
Después de más de treinta años, aún veo la cicatriz de aquella experiencia con la que inicié la maternidad pero, a diferencia de esa joven acobardada, hoy mi corazón se alegra de todos y cada uno de los momentos que he vivido siendo la madre de mi hija.
A sólo unos días de que ella dé a luz a su tercer hijo, esta canción me asalta y me devuelve a las memorias de mi juventud. Sonrío y una oraciónsimple brota de mi gratitud a Dios:


“Gracias por devolverme a la realidad, mi Dios, y enseñarme a ser feliz con el regalo de la maternidad, sin importar la circunstancia. Y, hoy, sólo te pido que sigas revelando a mi hija las maravillas que sólo puedes entregar a quienes tenemos el privilegio de ser madre”.

viernes, 19 de julio de 2013

"Erase una vez. . . mi vida: Capítulo Uno"

Más de diez horas de carretera y la sensación de un vacío a nuestras espaldas me hace girar el rostro varias veces.
Capítulo uno: Nuestro hijo ha partido. Es el primer día, y el regreso a casa, sin él. Ahora “nosotros” sólo incluye a dos, mi esposo y yo. ¿Qué me recuerda?. . . ¡Ya! ¡La luna de miel!
Así que comenzamos este libro de 180 capítulos y, a pesar de las lágrimas atragantadas cada vez que pensamos a nuestro viajero, nuestras manos se entrelazan y esperamos la llamada que calme la natural ansiedad de los padres que esperan noticias del arribo del que va en camino.
Las diez horas de encierro tras el volante, para mi sorpresa, se convierten en el crisol donde catalizo la realidad de nuestra convivencia. ¡Qué grato es estar tan cerca de mi mejor amigo!
Después de tres décadas, ahora conocemos nuestras debilidades y las aceptamos; nos apoyamos en la fortaleza del otro y aprovechamos cada momento para hablar de nuestros miedos, los proyectos, nuestros hijos y los nietos (nuestro tema favorito).
Sin preámbulos ni dudas, él me pide que tome al volante cuando reconoce su cansancio. ¿Cuántas veces ha hecho lo mismo pero con su vida? Él confía en mí y yo he crecido abonando mi seguridad con su voto de confianza.

Transitamos las carreteras rectas e interminables con paciencia, sin apuro. Nos entretenemos con el relato del audio libro  que suena en el auto y avanzamos, kilómetro tras kilómetro, sabiendo que a paso seguro llegaremos al destino. Pero, ¿de qué hablo? ¿Del matrimonio o del regreso por carretera? Es que ha sido tan semejante. En el trayecto, nos alertamos mutuamente cuando hay un peligro o un desvío; cuando uno está cansado, el otro toma el volante; llevamos siempre a la mano un poco de agua para refrescarnos y nos damos el tiempo para detenernos a estirar las piernas o disfrutar el paisaje. Creo que, sin esas provisiones para un largo viaje, no habríamos logrado vivir esta etapa de nuestra relación.
Llegamos a la siguiente parada para pasar la noche y descansar. Improvisamos en la selección del hotel y nos adaptamos a lo que el lugar ofrece. Atendiendo la recomendación de un amigo, con las ropas arrugadas del viaje, nos dirigimos al restaurante sugerido. ¡Adorable! (y elegante). . . nos reímos de nuestra facha y olvidamos al mundo que pueda criticarnos; es nuestro momento para disfrutar de la primera cena a solas.
El mensaje llega justo a tiempo, “Ya llegué, mamá. Todo muy bien. ¿Cómo van ustedes?”. El corazón se aplaca y oramos con gratitud al saber que nuestro hijo está a salvo después de un día de viaje. Relajados, nos burlamos de nuestras angustias. Me pregunto, ¿Cuándo extraviamos las máscaras con las que nos cubrimos en el pasado?
Platicamos y repasamos la circunstancia y futuro de cada uno de nuestros hijos y nietos. A pesar de las inesperadas desviaciones y baches, el saldo sigue llenándonos de esperanza. La certeza de que Dios está en control, nos hace concluir que todo estará bien.
La cena completa la noche perfecta, a pesar del agotamiento porque. . . ¡ni modo!, el tiempo nos está convirtiendo en personas que deben administrar su energía.
Él anuncia que tomará esa copita extra que relajará su cuerpo pues, el espíritu, ya se ha instalado en el descanso. Yo me río de sus orejas rojas y le tomo de las manos asegurándole complicidad. En eso nos hemos convertido: En amigos, cómplices, complementos y en una sola carne.
Los deberes tocan a nuestra puerta al llegar al hotel. Él quiere rehusar y yo codeo a su conciencia. Mejor una noche sin pendientes que un despertar apurado. Él me escucha y hace el último esfuerzo para enviar documentos y contestar correos (a pesar de su renuencia), por una buena razón: Nuestros hijos y nuestros nietos.
Es de noche y la habitación del hotel queda en silencio. Yo me acurruco pegándome a su espalda. Su respiración profunda me arrulla y su calor me recuerda que estamos vivos para continuar el viaje.
Hoy es el primer día en que escribimos libro donde, entre los personajes, sólo incluiremos diálogos escritos por las noticias de nuestro hijo y, donde nosotros, volvemos a ser dos. . . ¡Luna de miel, esta vez, aderezada de un amor más grande y más sabio!

Mañana, continuaremos el viaje. ¡Sea Dios con y entre nosotros!

miércoles, 17 de julio de 2013

"Erase una vez. . . mi vida: Sueños"

Un carril que serpentea entre cordones, el chirriar de un arco electrónico de seguridad y el ascenso pausado de una escalinata eléctrica que lleva a un joven, con camisa a rayas y sonrisa un poco melancólica, son el inicio de un sueño y el comienzo de una larga pausa de lo que yo llamo “mi vida normal”.
Casi dos años atrás, con un poco de incredulidad mezclada de entusiasmo, mi hijo sembró en su futuro un viaje de estudios y, hoy, cumplido el plazo de trabajo y espera, me dijo un “hasta pronto” silencioso y de ojos húmedos.
Al ver desaparecer el estuche del bajo que colgaba de su espalda, mi corazón lloró por el dolor que, como con el corte del filo de una hoja, sintió al mirar el futuro herido por su ausencia. Cerré los ojos y, así, apretados, deseé estar en casa como un día cualquiera y con mi hijo conmigo.

Pero, como todo gran sueño, hay sacrificios y entregas para lograr forjarlos. Y a mí, esta vez, me corresponde regarlo con libertad para que florezca y se convierta en triunfante realidad.
No han pasado tres horas y ya lo extraño. . .
Aquel avión se llevó, no sólo  a mi querido hijo. También van sobre sus alas: Sus pisadas apuradas al bajar por la escalera, cuando aún no ha amanecido;mis tardes palpitando al ritmo del pulsar de los dedos de mi hijo sobre las teclas, al tejer sus historias y fantasías; mis prisas por terminar su guiso favorito; nuestras escapadas al cine, cualquier tarde y a mitad de la semana; sus atinadas sugerencias para leer un buen libro o su hallazgo de una frase para invitarme a la reflexión; sus abrazos cariñosos y el juguetear de sus dedos entre mi cabello enmarañado.
El viaje ha comenzado y la maleta de ese joven tan amado, además de resguardar sus anhelos, lleva dentro la constante oración de su madre junto con infinidad de bendiciones.
¡Felices aventuras, hijo mío! Deseo que cada experiencia te siga modelando y que, mientras no estemos juntos, cada amanecer y cada noche, escuches la voz de nuestro Dios recordándote que te amamos, Él, tu padre y yo.
Dios bendiga tu entrada y tu salida, mi Tayo.

lunes, 15 de julio de 2013

"Erase una vez. . .mi vida: Incomprensible"

¿A quién le gusta levantarse temprano. . .en domingo. . .y en viaje de placer?
La respuesta es obvia, ¡a nadie! Así que eso nos incluye a mí y a mi familia. Aun así, tras algunas indagaciones, elegimos la iglesia a la que asistiremos y fijamos horario de salida. Entonces, horas después, se llega el momento de escuchar el timbrar de la alarma que nos recuerda la decisión de ir a la congregación, y las sábanas intentan boicotear nuestra resolución. Razonamientos como “no es para tanto” o “Dios está en todas partes”, fluyen como un río que quiere arrastrar nuestra decisión. ¡Están de vacaciones!, es otra frase bien intencionada que llegamos a escuchar y que se une a la guerra que libramos.
Un momento de silencio interior y la pequeña voz se escucha: “Es el día del Señor, aquel que bendice todos los días. . . incluso los domingos”. Con la conciencia despierta, saco los pies de la cama y la gratitud me infunde las endorfinas necesarias para sonreír por el placer que está por venir; ese gozo que sólo nace cuando el corazón pronuncia las palabras “¡Gracias, mi Dios, por ser mi Dios!”.
Así como invierto a mi tiempo para elegir la ropa que vestir para una fiesta, busco mis mejores prendas y me arreglo con esmero. Hoy es el día de la semana en que visito la casa de la Persona más importante en mi existencia y, con el mismo cuidado, trato de arreglar mi apariencia interior, la belleza de mi corazón y mi conciencia. Porque, igual que sonríe un padre al ver a sus niños acicalados, así imagino que mi Padre sonreirá al verme entrar a su casa.
Sí, puedo entender que resultemos incomprensibles en esta casi “absurda” costumbre de dejar la cama temprano, en un domingo y de vacaciones, para ir a la iglesia. Pero, ¿Cuándo se ha sabido que un loco amor sea sensato?

Me gusta ser absurda e incomprensible pues, el origen de esa locura es mi gran tesoro: El amor a Dios.

sábado, 13 de julio de 2013

"Admiración"

Pienso en él y la primera palabra que viene a mi mente es. . . admiración.
Me propongo descubrir mi razón para esa instantáneamente definición y la lista de razones la encabeza “su nobleza” pero, comenzaré por las que le siguen.
Admiro la forma en que abre un espacio, a fuerza de respeto, para todas las opiniones y las formas de ser. Antes de avalar una crítica o levantar el dedo contra alguien, busca el filtrarse en las posibles causas hasta llegar a plantarse en los zapatos del otro para entenderlo.
Admiro la perseverancia con la que persigue sus metas. Cuando muchos otros han olvidado su propuesta, él continúa con la entereza del gotear sobre un tejado hasta traspasar cualquier barrera y alcanzar su cometido.
Admiro la paciencia con la que acepta las prisas de sus interlocutores que, ansiosos por hablar, lo interrumpen y lo convierten en su escucha. Entonces, sin enojo, concentra sus cinco sentidos en cada palabra que el que habla pronuncia para procesarla y entenderlo mejor.
Admiro sus ganas de vivir, apreciando tanto el regalo de la vida, que evita cometer el error de desperdiciarla. Con su futuro en el bolsillo, traza los planes para hacer de su existencia lo mejor y así sacarle el más cuantioso jugo a su existir.
Admiro su búsqueda pausada y auténtica de Dios, huyendo de protocolos y fórmulas ensayadas, para conocerlo a Él como quien descubre a un amigo.
Admiro el valor para acercarse y alargar su mano sobre mis rizos antes de regalarme la sonrisa que me asegura que me quiere. Admiro su forma de escribir, profunda y esmerada en la perfección de la composición. Admiro su risa de niño, su mirada de sabio y sus silencios cuando se funde en la reflexión. 
Admiro su amor por nuestro tesoro, nuestra familia. Admiro su disposición abierta de ser tierra y base para sus sobrinos. Admiro el amor por su padre y la ternura que me regala  a mí, su madre. Admiro su sabiduría, su diplomacia sin hipocresías, su música privada, su tiempo para reflexionar, su amor por la paz, su espíritu saturado de ideales, su curiosidad felina, su fidelidad de ballenato y su abrazo franco de amigo.
Pero, por sobre todas las cosas, admiro su corazón noble y generoso que, sin importar los méritos de los demás, comparte por igual, tanto con el amigo como con los suyos. Admiro esa nobleza que deja atrás los intereses muy propios, para anteponer los de los demás, sin reservas.

Admiro a mi hijo, sí, con la pasión de una madre pero con la objetividad del extraño.
Dios me bendijo con su presencia hace 23 años y, al día de hoy, él ha agregado motivos para mí deseo genuino de seguir celebrando su llegada.
Eres ya un hombre. Eres grande de espíritu, mi Tayo, pero más allá de todo, hijo mío. . . ¡eres bueno!

¡FELIZ CUMPLEAÑOS! ¡DIOS BENDIGA CADA UNO DE TUS DIAS, POR EL RESTO DE TU VIDA!

viernes, 5 de julio de 2013

"Nomás por el gusto: Días lluviosos"

Esta mañana, poco después de levantarme, no pude distinguir si fue la lluvia quien nubló mi vista o mis ojos que, en súbito chubasco, comenzaron a llorar.
Nuestra escritora favorita @NuriaGArnaiz nos presenta: . . .”, leí y sonreí. Un segundo después, mi sonrisa se desvaneció cuando mi cerebro empató con la realidad. Esa nota, que antaño anunciaba la fidelidad de mi amigo y lector del blog, no podía haber sido escrita por él porque, recordé, ya no está con nosotros.
Cuando el llanto amainó y la lluvia afuera tomó su lugar, terminé de leer el título de la entrada del blog mencionada en el mensaje: “Despedidas”. ¿Acaso era todo aquello una broma difícil de digerir o una simple coincidencia?
Creo que lo más difícil de las visitas inesperadas de la muerte, es que no nos dan oportunidad de despedirnos; mientras que en una enfermedad terminal, la persona dispone del tiempo para dejar sus asuntos en orden y decir adiós, pedir perdón y buscar los encuentros postergados. Pero, ante una muerte súbita, la persona se ve sorprendida y sin la posibilidad de organizar su propio final.
El golpear de las gotas en la ventana me imprimieron la urgencia de pensar: ¿Qué dejaría yo atrás si, en este mismo momento, se detuviera mi respirar para siempre?

Mirando entre lágrimas, y las gotas de llanto del cielo resbalando en el cristal, respondí con la experiencia que Guillermo me dejó con su muerte: LOS RECUERDOS.
Seguramente nadie se detendría en la charola de papeles pendientes de archivar ni en los libros que pudiera yo heredar. Pero, sin duda, volverían la mente al pasado compartido y revivirían los tiempos vividos junto a mí.
Algunos me recordarían risueña y alegre; para otros mi memoria les hablaría de las prisas y días agitados por las actividades. Pudiera ser que algunos guardasen los tiempos de lucha compartida sobre las dificultades y. . . ¿qué más? ¿Qué recordarías tú de mí, lector, que me conoces?
Extraño a mi amigo Guillermo. Quisiera poder seguir escuchando sus palabras de aliento cuando me siento cansada. Añoro la sensación de protección que sus ofrecimientos de ayuda me daban. Me dan ganas de leer sus bromas, en días como hoy, que la lluvia se ha colado en mi ánimo. Cuánto disfrutaría al volver a encontrar esas fotos de amaneceres, gente abstraída en su propio mundo o el detalle ignorado de un edificio histórico.
Pero ya no tendré nada de eso. Sólo me queda su herencia, compuesta de palabras amables y expresiones graciosas; visitas improvisadas y charlas con historias familiares, recuerdos y chistes nuevos. Me quedo con buenos momentos que forjamos,  sus silencios plenos de compasión ante mis penas y una lista interminable de “cosas por hacer” para llenar un futuro que ya no le alcanzó.
Espero que, al igual que yo, su esposa, sus hijos y sus amigos, tengan un pequeño tesoro resguardado; una herencia de lo bueno que vivieron con él pues, al final del día, será el único lugar al que podremos ir para rescatar un poco de su presencia.  . . cuando nos gane la añoranza.

Hoy volví a llorar tu ausencia, querido amigo y la lluvia lloró conmigo.

jueves, 4 de julio de 2013

"Erase una vez . . . mi vida: Despedidas"

La ventaja de ser abuela es que, cuando se dan las despedidas y finales, ya tenemos plena conciencia del correr de la vida y más tiempo para disfrutar de esos cierres de ciclo que ocurren en la vida de los nuestros.
Ayer, envuelta por una mañana de sol y humedad, disfruté del fin de cursos de mi nieta. Un puñado de gente nos reunimos para celebrar los logros y perseverancia de los niños que, con orgullo, se hacen llamar “comunidad”.
En un sistema escolar, donde todos son importantes y valiosos por sus diferencias, se abrieron los espacios para que cada uno de los chicos que se graduaba expresaran sus talentos y sentimientos. Algunos cantaron, otros improvisaron palabras emocionadas y, para los que continuarán en la escuela, fue el tiempo de observar y aplaudir. Para esos pequeñitos, ¡también hubo una última lección!
Mientras en otras escuelas se extiende la pasarela para que cada niño pase por ella, en la de mi nieta también les enseñan el arte de acompañar sin andar bajo la luz de los reflectores. Con un silencio respetuoso y el ánimo de aplaudir los éxitos de los que parten, dejaron el lugar del protagonismo a quienes lo habían ganado a mérito de cursar ya varios años.

Todo me hizo pensar. ¿Qué sería de nuestra sociedad si, al igual que en esa pequeña comunidad escolar, aprendiéramos a celebrar los logros de los demás y no viviésemos el ansia permanente de sobresalir para ganar el aplauso y la atención?
Dos palabras se conjugan en mi respuesta: Armonía y equilibrio.
Se me ocurre que, en nuestras relaciones imperaría una sensación de armonía al vivir libres de la competencia; y un equilibrio en nuestras emociones se instalaría al tener la certeza de que, sin necesidad de demostrar, conservamos un lugar único y personal dentro de una comunidad.

¡Cuánta felicidad añadiríamos a nuestra vida, si también gozáramos los logros de los otros!
Un aplauso a la comunidad Montessori.