domingo, 22 de junio de 2014

"Felices"

“¡Sean felices para siempre!”, leí en las redes sociales. Era una felicitación de bodas para la joven pareja.
Primero, sonreí. Después, los casi 30 años de matrimonio me hicieron suspirar. ¿Qué clase de idea era esa? ¡Que atrevimiento conjugar dos palabras que son como el agua y el aceite! ¿Siempre? ¿Felices? ¡Que ocurrencia! Es como desear a alguien vida eterna aquí en la tierra, simplemente, imposible.
Miré la foto de los dos jóvenes refulgiendo de alegría. Sonrisas frescas y llenas de esperanza; ojos enamorados y manos entrelazadas. ¿Acaso hay algo más dulce que unos recién casados?
Cerrando los ojos, jugué con el tiempo en mi pensamiento, sumando años y realidad. La novia apareció en mi imaginación con un rostro de piel menos tersa y él, con el cabello salpicado de plata y un cuerpo más rollizo, junto a ella. Entonces pude formular unas palabras sinceras por su boda y soñé, viéndome frente a ellos, pronunciando mis buenos deseos.
-Felicidades– les dije– por atreverse a iniciar la empresa más difícil y compleja del ser humano: el matrimonio. Aplaudo su decisión de haber sabido esperar y mantener el paso de la cordura para acercarse al lugar donde inicia la gran carrera de vivir juntos el resto de sus vidas. Alabo no haberse dejado vencer por la locura del amor y las ansias del deseo de estar juntos, esas que hacen que muchas parejas corran a una vida en común sin ningún sustento, ni legal ni de las bendiciones de la fe. Eso –aseguré– dará frutos y un piso fértil para la familia que formarán.

- Y, mis buenos deseos, más que palabras dulces y melosas –continué– son oraciones llenas de realidad. Oro para que, en las noches de tormenta y que seguro llegarán, los inspire para sujetarse de las manos con mucha más fuerza. Que cuando el cansancio les susurre una invitación a huir, la promesa pronunciada frente a Dios les grite que se queden. Que cuando la desesperanza los ataque, luchen en la fortaleza que sólo se tiene cuando se está de rodillas. Y que, cuando la piel se marchite y los cabellos escaseen, ustedes hayan cultivado una amistad tan fuerte que sea capaz de extender una gracia interminable nacida de un amor puro.
Abrí los ojos y los imaginé en el arrancadero, abrazados, felices y satisfechos. Entonces comprendí que, aún sin estar a su lado, Dios estaba en medio de ellos y había escuchado mi petición, mis oraciones y mis sinceros deseos para los recién casados. 
Así, convencida de esa verdad, sólo escribí una línea:

“Congratulations! ¡Felicidades! Dios sea con ustedes reinando en su matrimonio, chicos.

lunes, 16 de junio de 2014

"Sobre las rodillas"

Como teatro abandonado, se abrieron las puertas de la que fue mi casa paterna y que habían permanecido cerradas casi cuatro años. ¿El motivo? La amenaza de una pérdida familiar.
Cual hormiguero, pronto el olor de polvo se despejó y las visitas transitaron por pasillo que ya no cantaban un eco. El lugar se infundió de vida y las voces cariñosas tomaron el lugar del silencio propio del abandono.
Fue así que una celebración nos sorprendió. ¡Es día del Padre y no tenemos mesa!
La casa, a medio desmantelar, había perdido su comedor de doce sillas –siempre insuficientes para una reunión familiar– y pronto entrarían a tropel ocho hermanos con sus familias. Fue entonces que pude entender una de las virtudes de los retos y sufrimientos: Traen escondida, como pepita de oro. . . ¡madurez!
En una organización improvisada sobre las rodillas, una hermana rentó sillas, otra ofreció el postre, otro rescató una mesa plegable y alguien más aporto la que completó el espacio suficiente para, codo con codo, agasajar a todos los convidados. 

¿El menú? Quesos picados, carnes frías, pasta, un guiso con verduras, ensalada y un postre –especial para evitar las harinas– acompañado de una deliciosa gelatina. Nada espectacular pero igualmente delicioso. Y no por lo sofisticado sino porque fue lo que compartimos alrededor de la mesa, apretujados e hilvanados en el amor fraterno.
Embelesados con la presencia de nuestros padres y hermanos, nadie echó en falta la sala, los manteles largos ni las copas con algún vino especial para brindar. Y fueron las bromas, anécdotas y las palabras optimistas y llenas de esperanza de mi papi, lo que aderezó nuestra compañía.
Si, las lluvias y tormentas de la vida son difíciles pero, cobijados en la unión y amor de la familia, siempre son más fáciles de recorrer.

¡Gracias, mi Dios, por mi familia! ¡La amo!

domingo, 15 de junio de 2014

"Para ellos"

En una sociedad donde, al paso del tiempo, se ha ido restando valor y degradando la figura masculina, hoy, abre un paréntesis para honrar a los que, por diseño divino, deben ser el pilar y fundamento en la formación de nuestros hijos: los padres.

Pero hoy, yo también quiero sumar escandalosos aplausos a otro género de padres, que también tienen su origen en aquella primera familia y que son representados por José.

Quiero reconocer a aquellos hombres que, ignorando la biología y la genética, acogen con brazos amorosos la especial misión de la paternidad. Aquellos que siguiendo el llamado del amor, echan sobre sus espaldas cargas de las que no reclaman y sólo fijan su mirada en la meta de criar a esos pequeños seres humanos que toman bajo sus cuidados. Son hombres que no compiten ni comparan ni esperan que alguien más asuma la labor, y ponen su vida al servicio de los hijos que su corazón reclama como suyos.


Son padres que, habiéndose ganado una tarde en el televisor, lo apagan y salen de paseo con la familia formada por decisión; que al detenerse frente ante un aparador para ver los tan necesitados zapatos, se alejan con la convicción de que, una colegiatura de su hijo, será una mejor inversión.  

Mucho mérito hay en los padres que no cejan jamás en cumplir con su deber de padres pero, cuanto más lo hay en aquellos que, sin haber engendrado con el cuerpo, dan a luz una paternidad que les nace de la voluntad y del corazón.


Hoy es día del padre y, de pié, me sumo a los aplausos para honrar a los padres adoptivos, nuestro ejemplo de amor y entrega. . . más allá del deber.