martes, 27 de noviembre de 2012

“Viejo, mi querido viejo: Salidas”


Los fríos, cuando los huesos son viejos, invitan y, a veces, confinan al encierro prolongado de nuestros ancianos. En una secreta complicidad, se guardan al parejo que el sol y sus calores. ¡Mejor la soledad de los muros que sentir la piel destemplada!
Pero algunos otros, como en el caso de mi mami, se ven empujados para no quedarse atrás y atascados en el olvido. Obligada por el reto de la rehabilitación, tiene que dejar las sábanas calientes para entrar a una piscina y mover, sin la inclemencia de la gravedad, todo el cuerpo.
¿Quejas? ¡Todas! ¿Resistencia? ¡Sin duda! O, al menos, así fue hasta hoy.
Después de dejar la tibieza de su casa, entre gruñidos y lamentos, con resignación se zambulló en la pileta, acompañada de otros dos compañeros de infortunio. Las historias que se cuentan  los que comparten un fin común, comenzaron a escucharse entre los que se aplicaban en los ejercicios bajo el agua y los que esperábamos junto a la piscina.
La una, tras una caída dentro de una alberca vacía de más de dos metros de profundidad, habló de las múltiples cirugías, dolores y placas que pusieron, lo mejor posible, sus huesos en disposición original. ¿El resultado? Una pierna irremediablemente más corta que le impidió caminar por más de año y medio.
El otro, con más recato, no tuvo que pronunciar palabras para compartir su historia. Una pierna, ajena a la tensión del resto del cuerpo, colgaba sin cooperar para dejarlo andar. Sobre una silla de ruedas dejó el lugar con un discreto “buenos días”, provocando que las respiraciones se contuvieran.
-¡Estoy en la gloria! –dijo mi mami, cuando dejamos el lugar. Y, pensativas, recorrimos las siguientes cuadras. –No debería quejarme –agregó y, asintiendo, comprendí el origen de su reflexión.
Esta mañana, en una salida obligada hacia la piscina de rehabilitación, mi madre y yo partimos juntas de casa, pero fue a solas que ella salió de la burbuja de la auto-compasión que estaba nublando una realidad que, casi por casualidad, descubrió es digna de una enorme gratitud.
Voy aprendiendo que, aun cuando se es viejo, tenemos siempre una razón de ser felices y agradecidos.

viernes, 23 de noviembre de 2012

"Un tal Zacarías: El final"


En la lucha por salvar su pierna, Zacarías, logró la victoria. Hombre ajeno al mestizaje, dio la batalla con esa voluntad que la piel color cacao añade en el indígena. Pues, la convalecencia, no es costumbre de su raza y, en cuanto logró obligar a sus piernas a sostenerlo, lo vimos deambular entre nosotros, unas veces brocha en mano y otras con las tijeras de jardín.
Puertas de madera sintieron su mano acariciándolas con la herramienta y, las flores, agradecidas por el riego y los cuidados de aquel hombre, florecieron con entusiasmos de colores. Porque, Zacarías, fue hombre de paciencia ensayada en los cultivos de maíz y de naranjos. La ociosidad la curaba con laboriosidad aplicada, igual en afilar cuchillos que lustrar cristales. La limpieza, un gusto que llegaba a ser pasión, lo llevaba de un rincón a otro para hacerla lucir.
Muy pocos años se sentó ante un pupitre pero, los escasos que fueron, le dieron una caligrafía de armoniosa simetría y la oportunidad de ser guía para su esposa, entre los letreros de la ciudad; ahí, entre banquetas y pavimentos, ese hombre del campo buscó un mejor destino para los que se quedaron en su pueblo que pocas oportunidades de trabajo le ofrecían.
Hace treinta años, la naranja, aunque dulce y saludable, no pagaba ni siquiera el precio de su transporte para dejar el pueblo y llegar a la venta. Fue entonces que Zacarías recorrió el camino entre la sierra para hacer lo que todo hombre de bien hace: Proveer para los suyos.
Esposa, hijos y nietos vivieron  de los frutos de sus manos. Retando a la pobreza del entorno que dejó, él fincó casas para las familias que lo vieron hasta el último de sus días como el patriarca.
A partir de hoy, su esposa no encontrará la mano de la que, con docilidad y confianza, se sujetó por más de cincuenta años. Ella se ha quedado atrás para enfrentar su vejez con la dolorosa carga de la viudez y, los que conocimos a Zacarías, nos quedamos con su ejemplo de responsabilidad, sabiduría empírica, lealtad y contentamiento.
Nuestro buen Zacarías, ejemplo de mi gente y de mi origen, te recordaré cada vez que riegue una flor o disfrute una cucharada de miel con sabores de naranjo. Hoy te lloro y te escribo esta despedida.
Descansa en paz, amigo mío.

jueves, 22 de noviembre de 2012

"Viejo, mi querido viejo: Agua"


Es curioso. Nuestra vida inicia en un medio acuoso que nos protege y nutre. Nuestro cuerpo es un alto porcentaje de agua y, sin ella, somos incapaces de sobrevivir por muchos días. Cuando nuestras emociones se desbordan, agua sale por nuestros lagrimales y, cuando nos gana el antojo, la boca se nos hace agua. Nuestra esencia y origen, parece ser, tiene que ver con el agua.
Y esta mañana, vi que el agua sigue siendo nuestra aliada. Cuando los huesos se cansan, lo músculos se tensan y nuestro peso va perdiendo frente a la gravedad, el agua, si la hacemos parte de nuestra existencia, se vincula a nuestro favor. Por eso, misteriosamente, la hidroterapia resulta el medio más amigable y efectivo para la rehabilitación y rescate de un anciano.
Es el noble líquido, a la temperatura adecuada, quien relaja la tirantez que el tiempo produce. También, en su vaivén imperceptible, convence a nuestro cuerpo de que puede confiarle su peso, asegurándole que se hará cargo de él. Regala a los miembros la elasticidad y movimiento que tanto anhelan y, hasta en un descuido, acuna al anciano para que se deje abrazar y no añore más los abrazos de los suyos, tan lejanos, tan perdidos.
Mientras miraba a mi mami, entregándose al cuidado del tibio fluido, mis ojos se inundaron de emoción. Sus esperanzas, y las mías, se pusieron a flote junto con sus brazos y piernas en movimiento. La humedad de su piel imitaba a la que mis lágrimas dieron a mis mejillas. ¿Dónde se fue aquella vida de mi madre, aquella juventud que tanto tiempo la acompañó?
No puedo responderlo. Sólo sé que, hoy, esa mujer añosa se convirtió en sirena y, con su cadencia elegante bajo el agua, me hizo recordar que alguna vez fue joven, niña, bella. . . una pequeña sirenita en el vientre de su madre que, con aleteos de colibrí, reventó las aguas para salir a vivir.

sábado, 17 de noviembre de 2012

"7003"


¿Qué hay dentro del número 7003?
Coincidencia, diría yo, de más de 10 países: México, Estados Unidos, Panamá, Canadá, Colombia, Arabia Saudí, Rusia, Andorra, Venezuela, Argentina, Alemania, España, Italia, Francia y algunos otros lugares del mundo, cuyos lectores de pensamientos eventuales, los llevaron a presionar una tecla y ocupar su tiempo en leerme 7003 veces.
Sí, la distancia entre ellos y yo, al accionar de un teclado, permitió que las reflexiones, vivencias, dudas y descubrimientos que han pasado por mi breve y continua existencia, al cruzar la vereda de los cincuentas, fueran recogidas en esos momentos de lectura y atención.
¿Qué si ha cambiado alguna vida? No lo sé y no es la cosecha del escritor saberlo pero, sí puedo asegurar, ha hecho una diferencia en la mía.
Ser parte de otros, unida a una humanidad tan ajena y a la vez tan íntima, no es una fantasía sino una experiencia tan real como lo que he volcado entre mis letras.
¿Que por qué elegí este número?. . .¿Por qué no?
Gracias por acercarse, conocerme y ser parte de mí.

viernes, 16 de noviembre de 2012

"Viejo, mi querido viejo: Aliados y delatores"


La vejez es, como dirían algunos, “la hora de la verdad”. Nuestro pasado se hace presente, casi irremediablemente, a través de los aliados y los delatores que nos recuerdan cada una de nuestras decisiones pasadas.
Los aliados, en honor a su esencia, se esfuerzan por dar la batalla contra una guerra que, de antemano, saben está perdida. Todo lo que el tiempo nos va arrebatando, incluyendo la salud, belleza y capacidades, es defendido por los aliados para preservarlos el mayor tiempo posible. A veces, esos incansables amigos, son tan simples como una buena alimentación que no lleve la manecilla de la báscula a los números rojos, siestas, platillos llenos de hojas, frecuentes carcajadas o caminatas que ponen al cuerpo a sudar. Algunas personas los llaman “buenos hábitos”.
Pero todos, en algún tiempo de nuestra vida, dejamos entrar a los delatores que irán mostrando su labor, con los estragos que habremos de padecer en ese último tramo del camino. Ellos, con gran memoria y celo, conservarán las evidencias de cosas como cigarros, alcohol, excesos en la rutina laboral, horas ausentes en la almohada y. . . ¡Todo lo usarán para mostrar y hacernos pagar por nuestras resoluciones del pasado!
Hago un arqueo y puedo espiar a los aliados y delatores. Puedo vislumbrar mi futuro y, un poco adivinar, lo que ellos me deparan.
¡Es inevitable! Para cuando yo sea una anciana, ellos me estarán esperando para definir como viviré, cada momento, en cada uno de mis días en la vejez. O, ¿será que aún estoy a tiempo de echar algunos delatores fuera?

sábado, 10 de noviembre de 2012

"Viejo, mi querido viejo" (Segunda parte: Los puentes)


Cuando se llega a esa parte final del camino, he descubierto, existen dos puentes por los que se pueden continuar.
Uno, obvio a los ojos y muy transitado, se forma de una la secuencia de recuerdos, recapitulados como los maderos de los puentes colgantes, con toda su realidad. Algunos travesaños parecen como nuevos y seguros de pisar. Son aquellos formados de los aciertos y los éxitos. Su apariencia es firme y lustrosa y, los ancianos, pisan y se estacionan en ellos por largos ratos. Pero otros, de apariencia mugrosa y podrida, también forman parte de la larga estructura. Esos, como amenaza de trampa para osos con dientes afilados, tienen su origen en los errores, las faltas y todos aquellos fracasos que muchos de nosotros vamos acumulando en nuestra actuación humana, siempre falible e imperfecta.
Por alguna extraña razón, cuando la soledad recrudece, ésta empuja a los viejos hacia esos peligrosos peldaños, inquietando su corazón. En medio de los perniciosos recuerdos, las culpas y arrepentimientos tardíos, los atacan como mosquitos letales, robándoles la calma y el reposo del alma. ¡Que triste es ver a un viejito consumiéndose a la mitad de ese puente!
El otro, un espejo del primer puente, es idéntico al primero excepto por el primer tablón a los que algunos de nosotros llamamos “Gracia”. El efecto de la Gracia es simple pero tiene un origen divino y lleva en su esencia algo que, aunque todos reconocemos, pocos llegamos a usar para nosotros mismos: el “Perdón”.
Para que la Gracia no se confunda con la auto-indulgencia o el cinismo, el primer paso que da el anciano, antes de cruzar el puente, debe ser motivado por el arrepentimiento auténtico. Entonces el trayecto por el puente, que cuelga sobre el vacío del tiempo de la reflexión, está libre de las plagas de culpas, nubarrones de depresión y miedos por el castigo. El caminar del viejito, lento y seguro, es entonces uno placentero y amable.
Ese puente, lo digo con tristeza, es recorrido por muy pocos pues, sólo los que conocen a Aquel que lo sostiene, buscan caminar por el puente de la Gracia.
Pero algo más alienta al anciano a cruzar por el puente llamado Gracia y es lo que le espera al otro lado. Algo de lo que, tal vez, en otro momento, también hable.

viernes, 9 de noviembre de 2012

"Viejo, mi querido viejo"


¿De qué se trata ser viejo?
Es algo que voy aprendiendo y que, a pesar de la cercanía con mis maestros, sé que jamás comprenderé hasta que mis huesos se hayan vuelto livianos y mi carne se torne casi transparente. A pesar de todo y aunque no lo entienda por completo, muchas cosas se van quedando en mi corazón para tratar de entender la vejez.
A veces, ser anciano, me parece como el desandar del ser humano que baja de la cúspide de la plenitud. Lo veo como un caminante que, a cada paso en la bajada, va dejando atrás hasta las habilidades mejor aprendidas.
Caminar, en esa etapa final, se convierte en un acto no sólo del cuerpo, sino de discernimiento de la mente que decide cuando, donde y para qué llevarlo a cabo. Lentamente, esa movilidad y destreza que desarrollamos desde que dejamos el gateo, se toma como una opción que compite, a cada paso, con la resistencia natural de nuestro cuerpo a padecer el dolor que el simple hecho de andar produce.
El tiempo, siempre tan escaso en la juventud y la vida adulta, tiende a sobrar al colmo del hastío. Esa época en donde vivía saturado de actividad y compañía es, entonces, sólo un recuerdo que puede ser usado, cuando alguien está dispuesto a escuchar, para compartir el relato de un cacho de su historia.
La vejez, a quien ahora disfrazan con el título largo de “adulto mayor”, es el pasaje donde el dolor es el compañero constante y cuando todo lo que atesoramos a fuerza de aprendizaje, debe ser devuelto.

miércoles, 7 de noviembre de 2012

"Quiero ser un recuerdo"


Es plan divino que, tarde o temprano, todos nos convirtamos en un recuerdo.
Nuestras huellas, entonces, se convierten en el único vestigio de nuestro caminar entre los otros pues las oportunidades de cambiar lo que forjamos terminan con nuestra última respiración.
Hoy, abrí los ojos y me di cuenta de que mi labor en la forja no termina y, de todo corazón, oré por convertirme en un recuerdo que pinte una sonrisa en el rostro de aquellos que queden atrás de mí.
Quisiera que, al pensarme, piensen en una hija que honró a sus padres y una hermana que extendió la mano a sus hermanos; una esposa que apoyó en las épocas difíciles y amo a su compañero con amor ágape; una madre que nunca se rindió ni abandonó su puesto en el intento de serlo; una abuela que sembró dulzura y un amor verdadero a Dios, en el corazón de sus nietos; una amiga que celebró con sus amigos y lloró con ellos; una hermana de la fe que trabajó duro por las causas comunes y oró con compromiso; una desconocida que fue generosa en las palabras amables, indulgente en los errores y respetuosa en las diferencias; una sierva del prójimo, tenaz y compasiva; una persona que, por encima de las circunstancias, se aferró a la verdad, que no se dejó arrastrar por el pasado y que defendió la semilla de esperanza en el futuro.
Pero, por sobre todas las cosas, quiero que aquellos que me piensen, traigan a su memoria mi amor, obediencia y devoción a Dios.
Muchos errores he cometido y he pronunciado infinidad de confesiones pero, si aún respiro, reclamo la oportunidad para enmendarlos, cubriéndolos con obras nuevas que transformen mi recuerdo, en uno bueno.
Sigo respirando, sigo andando un día más y mi meta de labrar mi recuerdo está viva conmigo. Mi ambición es alta pero, estoy segura, que la Gracia de quien al final evaluará mi paso por esta tierra, cubrirá los faltantes de lo que mi corazón aspira.
Cuando muera, quiero ser un recuerdo.  . .uno bueno y, si no es así, que mejor me olviden.