miércoles, 28 de septiembre de 2011

"Añoranzas y suspiros"

La fotografía de una pareja que, jugando a ser adultos, posaba para la cámara seguros de que lograrían vencer al mundo, me hizo suspirar. ¿Acaso imaginaron que las tentaciones, el cansancio y el tedio los alcanzarían? ¿Sospecharon, siquiera, que serían derrotados y que su familia y su matrimonio se desvanecerían a la mitad del camino?
Su historia despierta en mí la añoranza, ese sentimiento que surge de la pérdida y que paladeamos con su sabor agridulce.
Me miro en el espejo y recuerdo vagamente que mi piel era luminosa y lisa. Vienen a mi memoria los tiempos en los que, sumir el vientre o alargar el cuello, nunca fueron una preocupación. Y repaso los años cuando, ni las distancias ni el número de escalones, me hicieron detenerme o desacelerar mis pasos.
En cada memoria reviso y no encuentro la conciencia de la realidad. Dando todo por sentado, me dediqué a vivir sin apreciar, sin temer, sin darme cuenta. Y es hasta ahora, cuando la lozanía, la silueta y la inconciencia se han ido, que puedo notar la presencia de todo aquello que era mío.
¿Cómo explicar a los que vienen atrás que es importante vivir despiertos para valorar cada parte de su realidad? Como recordarles que, su cuerpo, su juventud, sus capacidades, su energía, sus sueños, sus amores y compañías, todo, son un regalo especial que deben disfrutar porque, antes de que alcancen a darse cuenta, los años lo habrán consumido y sólo les quedará el recuerdo.
Vuelvo a mirar a la pareja de la fotografía y un largo suspiro se escapa de mi pecho. Sus miradas vivas se han esfumado y sus sueños agonizan después de tantos años.
Hoy es noche de añoranza y, aunque su sabor es algo amargo, degusto con placer los viejos recuerdos porque, a mis cincuenta y uno, ya aprendí que también hay que re-vivirlos, esta vez, con la conciencia de que también son míos.

"Felicidad" (Segunda parte)

Así inició el maratón.
La boda, además de su elegante sencillez, fue un acontecimiento lleno de alegría y emociones encontradas. Mi discurso, algo estorbado por las lágrimas, me regaló el momento especial e íntimo con mi amiga que tanto anhelaba. Y, tras una comida deliciosa y charla con los amigos, partimos.
Los paisajes de la carretera, a pesar del dolor de espalda por tantas horas en el auto, hicieron los trayectos placenteros y entretuvieron las palomas de mi estómago. Y, a la llegada a la fiesta. . . ¡Qué recibimiento! Aplausos, abrazos y bravos abrieron nuestra entrada a la celebración. Sin saberlo, fuimos parte de una apuesta que anticipaba o descartaba nuestra presencia en la fiesta de cumpleaños. Mi hermano favorito, haciendo alarde de conocerme mejor, fue el ganador pues aseguraba que volvería a tiempo.
Mi mami, con la cara de sorpresa y lágrimas arruinándole el maquillaje, nos abrió los brazos sin ocultar la felicidad por la locura de nuestro regreso. Y saludando a los invitados, uno por uno, agradecimos el recibimiento inesperado.
En ese momento comprendí que, aunque no lo queramos, tenemos un lugar especial en el corazón de mi mami. Y aunque fuéramos más de los que somos, todos y cada uno seguiríamos siendo únicos para ella, porque, aunque los ocho ya somos adultos y con familia, nuestra presencia siempre será necesaria para que ella se goce al estar rodeada de la suya, nosotros, su familia.
La tarde, llena de bullicio, bailes, risas por los improvisados espectáculos de los nietos y bisnietos, presentaciones y cantos, nos dejó a todos con pies doloridos y corazones rebosantes.
Así que, después de más de doce horas y 800 kilómetros de carretera, estoy convencida que, por una sonrisa de mi madre, la ovación de mis hermanos y el gusto de mi amiguita al escuchar mis discurso durante su boda, volvería a correr y perseguir la tan preciada felicidad.
A mis cincuenta y uno, me gustan las fiestas sorpresas, pero más me gusta el sorprendente poder del amor de la familia y los amigos.

"Felicidad" (Primera parte)

Dicen por ahí que “La felicidad toca a la puerta” y es posible que tengan razón. Pero, unos días atrás, comprobé que no siempre es así. En ocasiones es necesario levantarse y correr tras ella. Y no porque sepamos que vamos tras de la felicidad, sino por escuchar esos brinquitos de la conciencia que no dejan en paz a nuestro corazón.
Las implicaciones de hacerlo, al menos en mi caso, fueron el renunciar e improvisar, dejando de lado los planes configurados conforme a las conveniencias y la razón. ¿El resultado? Que, sin esperarlo, todo se convirtió en la felicidad más espontánea y, como fue compartida, la mar de sabrosa.
Todo comenzó con la fiesta de cumpleaños sorpresa para mi mami cuya notificación me sorprendió, primero a mí, con los renglones de la agenda completa y compromisos confirmados, encabezando el fin de semana la boda de una joven amiga querida-querida, muy querida. ¿Cómo no compartir con ella uno de los momentos cumbre en su vida?  Así, entonces, comenzó el juego de reintentar ajustar los tiempos y los eventos.
Después de una semana de ausencia, la promesa de un fin de semana en familia hecha a mi hijo también cobró importancia. ¿Cómo cancelarle cuando ya se habían sumado planes para disfrutar el tiempo juntos?
Tampoco era sencillo borrar la reunión con el grupo de la iglesia y los reencuentros con los amigos el domingo. Y ni hablar de la escapada con las parejas que, vez tras vez, nos invitan sólo para escuchar un nuevo cambio de planes.
Cuanto más me empeñaba en aferrarme a la agenda convenciéndome de que, además, la economía familiar requería cuidado adicional, menos paz tenía. Así que, abriendo la conversación con un “Oye, Gordo” (frase que hace temblar a mi esposo cada vez que la escucha), le pregunté si podíamos correr a la boda, decir mi discurso y tomar carretera de regreso para llegar a la fiesta sorpresa. Con una sonrisa y su eterna paciencia, aceptó el plan que implicaba horas en carretera, muchas prisas, estrés en la carrera contra el reloj y, obviamente, olvidarnos de los planes familiares. . . (continúa)

viernes, 23 de septiembre de 2011

"SER"

Mi mente y mi corazón amanecieron, muy temprano, con un solo pensamiento: hoy es cumpleaños de un ser muy especial. . . mi mami.
Ella, cuando me di cuenta de que existía, ya llevaba 8 meses de llevarme dentro de su ser.
Cuando fui creciendo, junto con mis siete hermanos, dejó de ser ella misma para convertirse en “mamá”.
Inició múltiples carreras para ir forjando su hogar y su familia. Tuvo que ser doctora y curar: chipotes, fiebres, sarampión, descalabradas, cortadas y rodillas raspadas. También aprendió a ser decoradora para hacer de una casa, un hermoso hogar para sus ocho hijos.
Ser economista y administradora fue indispensable, aunque ser “malabarista” le ayudo para controlar los ajustados presupuestos.
Tal vez ya no pudo ser la artista que soñó ser cuando pequeña, ni ser la viajera trota mundos que también se le antojaba. Pero, en vez de eso, aprendió a ser una artista en la cocina, ¡la mejor! Y una constante viajera recorriendo interminables distancias para llevarnos al colegio, la clase de música, de natación, gimnasia, inglés, pintura y. . .bueno, ¡Tuvo que ser, entonces, chofer incansable!
Cuando adolescentes, aprendió a ser paciente, perdonando nuestros desplantes y rebeldías. Y ser, a su pesar, la única en siempre confrontarnos con la verdad.
Desde que crecimos y dejamos la casa, ha tenido que ser guerrera. Luchar por nuestras causas, ayudarnos en nuestras dificultades y, al menos para mí, volver a ser la enfermera para cuidarme, de día y de noche, hasta verme recuperada de las heridas cuando he caído en la batalla.
No deja de ser, para toda la familia, bateadora emergente que sale en nuestro auxilio para cuidar un nieto, preparar una fiesta sorpresa, hacer la compra de última hora o recibir invitados inesperados.
En los tiempos de cambio, aprendió a ser abuela y, 23 nietos opinan, ¡la mejor! Y, como Dios la quiere tanto, le ha permitido ser, ahora, bisabuela de mis dos nietos.
Ella no deja de ser el calor del nido al que todos corremos cuando nos entra el hambre de cariño. Le gusta ser remanso y descanso para cada uno de los suyos.
Lo increíble es que, en todos estos años de ser madre, abuela y bisabuela, jamás ha dejado de ser una sorprendente y fiel esposa.
Hoy, creo que ya escribí, es un día memorable. El día en que, 41 corazones, se unen para dar gracias a Dios y celebrar a un SER maravilloso. . . MI MADRE.
Y si alguien quiere sumarse a nuestra gran celebración, únase a nosotros en esta oración:
¡Que Dios guarde y bendiga a mi mami por muchos, muchos años más! AMEN.

jueves, 22 de septiembre de 2011

"Escalafones"

Cuando pienso en el tiempo, vienen a mi mente los peldaños que he subido. Sin darme cuenta, ahora pasan de cincuenta y mi saldo, casi en todo, es bastante satisfactorio. E imagino que ese recuento, casi en todos, ocurre con más frecuencia al final del año, en los cumpleaños que cierran las décadas o cuando alguien querido nos deja.
De alguna forma hemos ido avanzando, a nuestro ritmo y hacia nuestras metas. Muchos de nosotros hemos iniciado desde abajo, mucho más que algunos que han gozado de plataformas, ya sean profesionales o financieras. La aventura ha sido más intensa y mucho más gratificante. Al tener que despegar sin esas ayudas, aunque en el momento parecía injusto o frustrante, al paso del tiempo cargó de sano orgullo el cumplimiento de los sueños.
Pero, no siempre fue fácil, ni siquiera agradable. A veces recibí palabras de aliento y apoyo, pero otras, se convirtieron en piedras que cargaron más mi espalda o fueron espinas de duda que amenazaron mi ánimo.
Muchas veces me he preguntado, ¿cuál pudo ser la motivación de aquellos que me desacreditaron, infundieron desconfianza o pronosticaron en mi contra frente a otros?
Cuántas historias maravillosas se han escrito a pesar de esas críticas y, cuántas fueron torcidas por las palabras mal intencionadas. Nunca lo sabré.
Lo que sí puedo asegurar es que, después de escuchar cuando alguien pretende hacer naufragar a los que intentan nuevas cosas para subir un peldaño en el escalafón de su propia vida, surge en mí el deseo de hablarle al que es blanco de la ponzoña y recordarle: ¡Sigue con tus planes, sigue con tu esfuerzo a pesar de esos que quieren desalentarte, que al paso del tiempo, estarás cada vez más lejos de ellas al llegar más alto!
A mis cincuenta y uno, no sólo quiero disfrutar mis logros. Quier convertirme en animadora y apoyo de aquellos que se esfuerzan y que lo intentan. . .a pesar de las malas palabras que reciben.

miércoles, 21 de septiembre de 2011

"Aromas y secretos"

Abro la puerta después de casi 10 días y, como guardando una bienvenida, las piedras llenitas de rocío de amanecer disparan el olor de su tierrita húmeda. El viejo árbol, ahora hecho puerta, me saluda con su aroma de recuerdo de bosque y me susurra, ¡Estás en casa!
Cierro los ojos agobiada por el cariño que me envuelve. Empujo la perilla y, como columpiando el péndulo de un reloj, el tiempo reinicia su andar en las cuatro paredes de la Toscana.
Un olor a encierro me golpea en esa primera inhalación y como callado reclamo me pregunta, ¿Dónde has estado?
Si supieras, refugio mío. . . tantas cosas han pasado en tan pocos días. Algunas como probadita de cacao y otras con sabor a hierbabuena.
Dejando a los aires del patio entrar por la puerta, el reclamo se esfuma y los olores de dentro y de fuera se mezclan, se confunden. Mis recuerdos fuera de estos muros y los de mi ausencia los imitan.
Tomando tiempo, todo el tiempo del mundo, camino hasta el salón donde perfumes de paja tejida reinan y siembran en mi corazón la idea de compañía. ¡Trae a los niños! ¡Trae a los niños!, me susurran. Y su sueño aromático entra por mi olfato y se instala en mi mente.
El limón, algo enfadado, deja que sus hijos perdidos, limones resecándose en la tierra a su alrededor liberen su mensaje, ¡no estuviste aquí para que los pequeños nos tomaran en sus manos! Me conduelo en su pérdida y acaricio su piel reseca.
Bajo el hueco de la bóveda, garita ambarina de los rayos del amanecer, me dejo envolver de la fragancia de sol, ladrillos viejos y piedras húmedas. Respiro y me embriago de las esencias de mi ermita secreta.
Sonrío. ¡Amo estar entre tus esencias y tus muros y, aunque no esté aquí, mi corazón jamás se va!, le digo a la Toscana, con el alma rebosando gratitud.
Una lágrima se escapa y me apresuro a taparla con mis dedos. ¡No quiero que se entere! Es un secreto que ella aún no debe conocer.
Por favor, amigos míos, ¡aún no le digan! ¡Aún no es tiempo!
Yo misma, tal vez durante un baño de luna que nos acaricie a las dos, le confesaré que, quizás, en unas semanas, saldré por su puerta y  para jamás volver.

"Dolores"

Mientras trabajo en el material de un concurso que incluye una parte de mi vida, descubro que, como aquellas moronas de pan duro usadas por Hansel y Gretel en el cuento, yo he dejado a mi paso “dolorcitos” de corazón en el camino.
Al igual que aquellas migajas, algunas han sido comidas por los pájaros de la felicidad y ni siquiera puedo recordar cómo se veían para volver a buscarlas.
Esta semana, por ejemplo, he vivido el dolor físico tras una mordida de mi nueva mascota y, seguramente, dejará una huella en mi piel que me recordará el evento cuando el dolor se haya ido. También sufrí el dolor de la separación que espero, muy pronto, desaparezca cuando llegue la alegría del reencuentro.
El dolor de ser ignorada, de la desilusión por la mentira descubierta, de ver acercarse el día del final y, han sido tantos los dolores, que es ocioso enumerarlos.
Pero ayer por la noche, con mi nieta sobre las rodillas, un dolorcillo me prendió en el centro del pecho y se fue corriendo como un calambre muy tenue por cada parte de mi cuerpo. Así, suavecito, me cubrió un calorcito combinado con un escalofrío agridulce.
Sin entender la sensación, la abracé más fuerte. Temo decir que, esta vez, ella fue la que vivió el dolor del apretón y volteó a mirarme con el hoyuelo de su mejilla bien marcado por la sonrisa.
¡Ahí está la clave! El amor, cuando es muy intenso, también duele.
Recorrí mis memorias y pude rescatar muchos, muchos dolorcitos como ése. Aquella noche cuando, en un somnoliento abrazo, se me reveló la dimensión del amor que siento por mi esposo. ¡Qué sorpresa descubrir que yo era capaz de sentir algo tan grande!
Un par de veces, en el quirófano, cuando me mostraron dos caritas coloradas, el corazón me dolió de tanto amor que, instantáneamente, se esponjó hasta llenarme toda, toda. ¡Cómo amé, en un instante, a mis dos hijos!
Y ese dolor cuando conocí a cada uno de mis nietos, ¿cómo olvidar que me golpeó como un mazazo de felicidad que me dejó noqueada? Y, sí, hubo secuelas de aquel golpazo de amor pues, a la fecha, el sólo verlos atonta mi razón y mi voluntad.
A mis cincuenta y uno, llena de migajas de dolores pasados, disfruto de volver al sendero del pasado para recoger, uno por uno, mis recuerdos.

martes, 20 de septiembre de 2011

"NO MOLESTAR"

Recostada –intentando que nada me distraiga–, medito y pienso hasta encontrar una respuesta que se acerque a algo que me deje, si no convencida, más tranquila.
¿Por qué observo en la puerta de tantas vidas el mismo letrero de “No molestar”?
Los padres que, antes de escuchar quejas o recomendaciones de la maestra de sus hijos, cuelgan el mensaje impidiendo que la opinión de aquella extraña les cambie de la conclusión de que él –su niño–, es perfecto y que ellos han hecho un buen trabajo.
Entre esposos, ¿dónde quedó el amor que también confronta? Antes de llegar a tal extremo, discuten defensivos para, al final, mejor salir de la relación sin retirar el mensaje que les sirve de barrera: “¡NO MOLESTAR”!
Y, ¿los amigos? ¿Será que ya no existe el valor entre ellos para tomar la cabeza del otro y orientarla para obligarlo a mirar hacia el camino correcto? En vez de eso –aunque se llaman entrañables– cuelgan su el letrero que recuerde que sólo los cariños de apoyo en la espalda son bienvenidos.
Ni hablar de los hermanos que –de niños– se atrevían a molestar al hermano para que hiciera la tarea o no mintiera. Eso, cuando adultos, parece estar prohibido y quien traspasa el límite del anuncio de “No molestar” corre el riesgo de ser arrumbado en el ostracismo y convertirse en el hermano incómodo.
¿Qué tal el caso de los padres de hijos adultos? En la exigencia de "respeto" son dejados fuera de la vida de sus hijos y deben atragantarse el consejo y el reclamo mientras los observan correr a la destrucción de sus relaciones y de sus vidas. ¡Experiencia tirada a la basura!
Llego a la conclusión de que la confrontación y la corrección son regalos pocas veces apreciados cuando se entregan. Las más de las veces, nos damos la vuelta recibiendo un descolón, un “No molestar” con letras aún más grandes.
Y recuerdo a Pepe Grillo –aquella conciencia asignada por el hada azul a Pinocho– que de vivir en nuestra época, estoy segura, sería un consejero desempleado y mal querido.
A mis cincuenta y uno, ¡vaya que si soy afortunada! Casi una pieza de museo pues –gracias a Dios–, de mis amigos, alguno que otro hermano, de mis padres, mi esposo y hasta mis hijos, de vez en cuando recibo su regalo de “confrontación”. 
No hay duda, ¡que amada soy!

lunes, 19 de septiembre de 2011

"Invierno"

El invierno tiene su encanto. Las bajas temperaturas nos antojan un buen vino y nada como disfrutarlo junto a una hoguera rodeada de los que amamos. Es el tiempo de la magia del amor al prójimo y las celebraciones. Pero, ¡Qué distinto al invierno de los humanos!
Entre más miro a quienes están en esa última etapa de la vida, me doy cuenta de que ni la magia ni el calor están incluidos en su vida y si lo están las pérdidas, los miedos y una soledad que hace aún más real el frío en el alma.
Con un poco de tiempo observo como los temores de la infancia son desplazados por unos nuevos. El miedo de escuchar que las anheladas visitas diarias, ahora, sólo serán de un solo día. Y, con todo el tiempo disponible se empeñan en convencerse de que así es la vida y es su deber no estorbar los planes de los hijos.
Verlos dudar al pie de la escalera, amenaza constante de una caída que los convierta, aún en más, en los “estorbos” a riesgo de ser relegados a espacios aún más pequeños, más olvidados.
Con cuanta duda salen, de ven en cuando, a pedir ayuda para sortear los retos de una tecnología que no es la suya. No sin antes prepararse a una respuesta impaciente de: Ahora no puedo, tengo prisa.
Cuanto espanto les producen esos “agujeros negros” que van minando su memoria y, con ansiedad, buscan y rebuscan las piezas del recuerdo que les devuelva la certeza de que siguen unidos al mundo de los suyos, aun cuando los suyos, no hay reservado un espacio para ellos.
Sí, ¡qué dura es la vejez! Qué difícil es verlos desgastados por el cuidado a los hijos y, después, ellos vayan tan aprisa que ya no puedan alcanzarlos.
¿Sabrán los hijos el tesoro que para los ancianos es el anuncio de su visita o la llamada diaria? ¿Sospecharán que cada palabra pronunciada para compartirles su vida es el aderezo con el que hacen apetecibles sus días amargos de vejez y soledad? En un momento de quietud, ¿lograrán imaginar la monotonía del zumbar de la televisión, el aparato del oxígeno y el silencio?
Por la noche, mientras oro,  le pregunto a Él si realmente esa es la ley de la vida. ¿Estás seguro que así lo tenías planeado?, le pregunto, intrigada, al Señor Dios.  Y, ayer cuando volví a buscar su respuesta, me encontré con la clave que niega esa “moderna” propuesta para nuestros viejos: “Amarás al prójimo como a ti mismo y, trata a los otros como quieras ser tratado”.
No, no es cierto que Dios avale nuestro egoísmo alentada por una época inyectada de él y nuestro olvido hacia quienes nos han amado desde antes de nacer. Cuidar el tiempo en familia, en su esquema, los incluye a ellos, raíz y sostén de nuestra familia.

A los cincuenta y uno, pienso con alivio que, antes que yo encontrara la respuesta del Señor, mi esposo me ha enseñado a amar a mis ancianos padres al adoptarlos como propios. Y mi corazón grita de contento: ¡Gracias por dejarme a mis viejos, Señor!

viernes, 16 de septiembre de 2011

"Ventajas"

Sesenta así que, si los números no mienten, nos tomará. . . ¡Tres horas!, pensé al ver el velocímetro de la segunda grúa que nos devolvería a casa con el auto estropeado a cuestas. La verdad ya no estaba resultando tan divertido pero, no habiendo opción, me acomodé en el asiento del enorme vehículo de plataforma y suspiré.
A los pocos minutos me di cuenta de ¡cuán distinto se ve todo desde arriba y con el tiempo para mirarlo!
Los paisajes comenzaron a cobrar relieve y, no teniendo aire acondicionado a bordo, los aromas comenzaron a colarse con la ventanilla medio abierta.
Como escobetillas, con un verde intenso, vi pasar los árboles de los bosques que rodeaban laderas con pastos húmedos. El olor de los pinos que se mezclaban resultaba tan fresco. Y, pequeñas invasiones de familias disfrutando un día de campo terminaban de inyectar vida al lugar.
Rompiendo la monotonía de los bosques, rocas de aristas afiladas perdían terreno al ser recubiertas por insistentes musgos aferrados a la superficie lisa y una que otra rama, casi con heroísmo, nacía de entre la delgada unión de los bloques.
Iglesias de muros medio derruidos por el viento, el agua y el tiempo, comenzaron a aparecen en mitad de poblados desperdigados, con sus torrecillas levantadas como punteros sobre el mapa verdoso.
Poco a poco, los verdes y cafés fueron desplazados por grises manchados de grafitti.  Y las casitas de muros de adobe redondeado cambiadas por maltrechas casuchas inconclusas con techos de láminas sostenidas por infinidad de objetos de metal retorcido y desechos arrumbados.
Sin pensarlo, cerré los ojos ante la decadente imagen. ¿No es lo que casi todos hacemos? Ignorar la pobreza con la remota esperanza de que, si no la vemos, deja de existir.
A mis cincuenta y uno, aún descubro que hay siempre oportunidades de ver las cosas de un ángulo distinto y que, al bajar la velocidad de nuestra vida y con un poco de suerte, podemos encontrar nuevos paisajes y recordatorios de que los menos afortunados, siguen existiendo. 

jueves, 15 de septiembre de 2011

"Samaritanos"

Hace cuarenta y cinco minutos ocurrió algo que me hizo pensar que, en estos tiempos modernos, los samaritanos modernos circulan entre nosotros.
Después de dos horas de tráfico para salir de la ciudad, ¡lo logramos sin perder el buen humor! El paisaje verde en las laderas matizado por un sol generoso acompañaba la conversación animada entre mi esposo y yo. El recorrer carreteras es un gusto que ambos disfrutamos.
Nuevamente la congestión por la multitud de vehículos esperando su oportunidad para pasar la caseta de cobro nos obligó a bajar la velocidad hasta, prácticamente, quedar detenidos.
Más conversación y música en el interior de nuestro auto. Cambio de velocidad y ¡fum! El ronroneó del motor cesó. Un primer intento para reiniciarla, fallido. Un segundo raspar de la marcha y ¡nada!
Miro por la venta y los ojos de los conductores de los autos a los que ahora retrasábamos nos fulminan. Veo por el retrovisor y la imagen de una camioneta blanca haciendo el intento de pasar desde el carril de baja hasta donde nosotros seguíamos parados, obstruyendo la vía, aparece.
Sonriendo, un ángel en camiseta azul corre hasta el motor de nuestro auto y, mientras mi esposo intenta ponerlo en marcha, maniobra con algo en su interior logra que arranque. ¡Qué alivio!
Acompañado de malas palabras desde otros autos y miradas reclamando, el ángel azulado corrió de vuelta a su camioneta. Y, al iniciar el avance, ¡zaz! Muerte súbita y definitiva. El tono de piel de mi marido sube a color solferino y, con los hombros levantados, buscamos mentalmente un plan B.
Vuelvo a mirar por la ventana. Esta vez el ángel viene en camisa arremangada color rosa. Y, sin mucho preámbulo, ofrece una grúa a la que puede contactar de inmediato ya que es funcionario de CAPUFE, empresa encargada del servicio de carreteras.
Esta vez alcanzamos a preguntar su nombre: Eduardo.
¿Por qué, aquel solícito joven, había salido de la camioneta que conducía y que lo esperaba 100 metros más delante de donde seguíamos estancados? La tentación de pensar que, al ser parte de la organización, se sintiera obligado a prestarnos ayuda quedó declinada al tratar de imaginar a un empleado de la empresa de llantas bajándose para ayudarme a cambiar una llanta ponchada. ¡No, no era esa la razón! Y, ¿Qué decir de mis amigos de la red social traduciendo y ayudando a distancia? ¡Más ayudas! ¡Más samaritanos dispuestos!
Mi respuesta, mientras escribo esto y esperamos pacientemente por la grúa, tiene dos partes:
Dios, dueño de nuestro tiempo y destino, decidió dilatar nuestro tránsito para evitarnos algún verdadero contratiempo y, segundo, él sigue usando a los “samaritanos” modernos para hacer el bien al caído en los caminos. ¿Por qué? Porque siempre habrá corazones buenos dispuestos a ayudarle en Sus Planes.
¡Gracias, Señor Dios! ¡Gracias por tus ángeles samaritanos y por Tu permanente compañía! (Sin edición desde la orilla de una carretera)

"Aquí entre nos. . ."

Maletas, llamadas de confirmación, menú mexicano y deseos para pasar un divertido puente, van y vienen en prácticamente todas las casas de mi país, México.
Y, una amiguita de las redes sociales escribe: “Unos niñitos están cantando una canción de amor a la bandera atrás de mi casa”. Y, más que risa, me causó alegría. Sí, alegría porque no hay alma más hermosa que la de un niño y más abierta a aprender que ella. ¿Acaso no dicen que, por sobre todas las cosas, el amor es lo importante? ¿No dijo alguien que era lo que debíamos hacer, amar a todos?
Pues, amar a nuestro prójimo que comparte una misma nación es una más de las opciones para cumplir ese mandamiento.
Si así lo hacemos, no estorbaremos los lugares especiales para la gente discapacitada en un estacionamiento; ni adelantaremos el auto sobre el paso peatonal para que los transeúntes caminen con seguridad; tampoco entregaremos un soborno al corrupto para que el cáncer que está desintegrando la moral de nuestra sociedad crezca; así como no ignoraremos el llamado a cumplir nuestras obligaciones en todos los sentidos. Yo, creo y sostengo, todo eso es un acto de amor. Y, finalmente, lo estamos prodigando a todos aquellos que forman y son mi patria, mi México.
Y, aquí entre nos, quiero enseñar a mis nietos a sentir el deseo de levantarse cuando suene el himno nacional, que su piel se erice cuando lo escuchen y su garganta se llene de lágrimas de emoción. Que atesoren sus costumbres y tradiciones, que aprecien a sus raíces indígenas y su mestizaje; que aprecien a sus héroes y, por qué no, que aprendan a echar un grito muy sentido al “Son de la Negra” y un ¡VIVA MEXICO! Que surja de lo más profundo de su corazón. ¿Será mucho pedir por una nación como la mía?
¡VIVA MEXICO! ¡VIVA ESTA TIERRA HERMOSA! ¡VIVAN EN NUESTRA MEMORIA LOS QUE ENTREGARON SU VIDA PARA QUE, TU Y YO, HOY, ESCRIBAMOS, HABLEMOS Y VIVAMOS EN LIBERTAD!

"Alianzas"

En la conciencia de ejercer mi nueva función tutorial con Tlacoyo Ariel, decidí que era importante establecer límites sanos en esta nueva relación, siempre pensando en el bienestar del nuevo miembro de la familia.
Con un proceso de recuperación en su salud, la alimentación se convirtió en un punto de especial atención. Así, con firmeza, ahora me encargo personalmente de alimentarlo sólo para encontrarme que el pequeño Ariel ha decidido que, las croquetas, no le gustan.
Segura de que es el alimento que le ayudará a subir sus defensas y mejorar la cicatrización, me propongo el aguantar la tentación de ceder a su postura, ahora testaruda, rehusando comer el menú que he elegido para su dieta diaria.
Así, pasa una mañana, una tarde y una noche. Intento seducirlo quedándome junto a él para que coma, hablándole y haciendo apetecible el platillo. Pero, ¡nada! El chiquitín, testarudo, desdeñó una y otra vez mi propuesta.
Confiando en que el hambre sería la aliada que traería la victoria a mi estrategia, persisto en mi empeño aunque, confieso, ya con cierta preocupación por Ariel. Ya sé que no es un danés y que ha sobrevivido en condiciones que en nada se acercan a su nueva circunstancia pero. . . ¿Dejar de comer día y medio?. . . comencé a inquietarme.
Al subir por la escalera meditando sobre las opciones para lograr romper su empecinamiento, me topé con mi asistente, una joven mujer sonriente y bondadosa. Con algo en la mano, escuchó mi preocupación por Ariel y, con la cara colorada, me confesó.
-¡Ay! Es que, cuando vi que el peque no estaba comiendo, le traje consomé y carnita. . .-dijo, mostrándome un recipiente con el menú del día,-y ayer le traje arrocito con pollo, porque, ¡pobrecito, no le gustan las croquetas!
Atento a nuestra conversación, Tlacoyo Ariel pareció entender y echó las orejas hacia atrás. Tal vez pensando en que, su manjar, estaba en riesgo de jamás ser servido.
¡Eché la carcajada! Entonces comprendí que una alianza secreta boicoteaba mis planes de alimentación y que, este pequeñito, había logrado cautivar el cariño de su cómplice.
A mis cincuenta y uno, aún vivo la fantasía de que puedo tener todo bajo control pero, confieso, me encanta toparme con estos amorosos boicots. . . de vez en cuando.

miércoles, 14 de septiembre de 2011

"Adopción"

Decía mi suegra, “Papelito habla”. Y hoy, con una firma avalando mi palabra, se oficializó la adopción.
Muchas cosas están implícitas en esa aceptación. Como no saber aún si físicamente tendrá una recuperación total de sus heridas. Incluso hasta pueda mostrar alguna forma distinta al andar. También viene incluido un pasado desconocido. Su origen y sus experiencias de vida marcan sus reacciones y sus emociones, algunas no tan predecibles.
A diferencia de quienes conocemos su genética, en este caso llega con su propio bagaje. Y, lo más extraño, es que la elección no ha tenido su razón por su apariencia.
Ahora, es parte de nuestra familia.
Confieso, antes de tomar la decisión, revisé el futuro. Nuevos límites a mi libertad serían fincados considerando sus necesidades. Con su inclusión al seno familiar, el resto de los miembros tendrían que comprender que llegaba con los mismos derechos que los demás. Que su lugar, de reciente creación, no era un extra sino uno legítimo y único. Todos, a su forma y tiempo, tendrían la tarea de aprender a amar a este pequeñito.  Y, recordando los antiguos romanos, sabía que la opción de “devolverlo” no tenía cabida. La decisión, entonces, debía ser pensada y repensada.
El pensamiento que favoreció la decisión fue simple pero decisivo: No todas las decisiones deben ser mi bienestar y el recibir. Y vino a mi mente algo que Jesús dijo: “Porque es más bendecido aquel que da, que el que recibe”.
Así, convencida, envié la solicitud adopción, consciente de todo lo que venía detrás. Y, ayer 13 de septiembre, recibí el documento oficial que me otorga el nuevo rol.
Tlacoyo Ariel Volador, bienvenido a este hogar, pequeño. Bienvenidas tus heridas y tu mestizaje. Bienvenidos tus miedos, temperamento y pasado. Bienvenida la bendición, que sé, traes debajo de esa piel que se recupera día a día, esas patitas fracturadas y tus orejas gachas.
¡Bienvenido a casa!

martes, 13 de septiembre de 2011

"Lo correcto"

Hacer lo correcto no es lo mismo que hacer lo “socialmente correcto”. De hecho, hacer lo correcto puede ser doloroso y muy ingrato pues, muy a menudo, la gente más que agradecer, agrede.
Dar el paso hacia lo correcto, a mí, me toma mucho, mucho tiempo de oración y reflexión. Y mi principal razón para postergar es, lejos de recibir un descolón, lo que un día escuche de una persona cercana: “Aunque le digan y la prevengan, no va a escuchar. . . no quiere oír todavía”.
Y por lo que sigo experimentando y observando, tiene razón. Pero, ¡qué difícil es dejar que esa persona, significativa e importante para nosotros, siga directo al despeñadero en donde se le romperá el corazón, las relaciones, las esperanzas y hasta los sueños!
Alertar, confrontar, advertir y hasta aconsejar a los que están en la autodestrucción, es casi una pérdida de tiempo, una empresa fracasada.
Entonces, ¿debemos esperar a que pida nuestra ayuda o consejo? ¿El tiempo llega hasta que es tragada por la consecuencia de sus malas decisiones? En teoría, supongo que sí.
Aun así, reconozco que no domino del todo mi impulso protector y que, a veces, termino escribiendo a esa personita cartas que jamás envío. Después, espero y mientras ocurre todo, oro por ella.
A mis cincuenta y uno, me es difícil aplacar la ansiedad que me produce ver a mis seres queridos corriendo hacia consecuencias dolorosas a pesar de que sé que, al final, a eso se le llama crecer.

lunes, 12 de septiembre de 2011

"¡Sorpresa!"

Apenas hace cinco minutos que di el “click” que echó a volar mi última entrada en el blog titulado “Mal y de malas”. Y ¡ya estoy feliz!
La historia es simple.
Cuando estoy de malas suelo tener malos modos, es decir, hago las cosas pero con movimientos bruscos. Así que al ir a conectar uno de los teléfonos a punto de descargarse, ¡pum! Tiré el que estaba conectado, o al menos eso intuí, cuando escuché el golpe macizo sobre la duela y ya no estaba sobre el porta celulares.
Mi primera intención fue asumir que era el iPhone y mi segunda, ¡que no estaba de humor para ponerme a buscarlo! Ya que a primera vista no logré ubicarlo.
Volví a la computadora decida a continuar mi proyecto pero, recordando mi falta de memoria de los últimos días, cambié de opinión y me propuse resolver la incógnita del objeto caído, aparentemente, detrás del mueble.
Para obviarme trabajo y aprovechando que el celular estaba totalmente cargado de batería, marqué y esperé para ubicar el origen del timbre. Efectivamente, lo que azotó, fue el celular, concluí. Al mandar la llamada al buzón de mensajes perdí la pista sonora y no tuve más remedio que ponerme de rodillas para localizarlo en el área probable. ¡Nada! Fuera de empolvarme las rodillas porque, ¿mencioné que una de las razones de mi fastidio es que no tengo agua en casa? Y, obviamente, no se hizo la limpieza.
Habiendo llegado tan lejos en mi esfuerzo (porque es un gran esfuerzo, considerando mi mal humor), continué con mi búsqueda. . . ¡Nada! ¡El teléfono parecía haber desaparecido!
Sumando mal humor, al acumulado por las últimas diez horas, comencé a jalar el mueble y nada que aparecía el aparato. Polvo y pelusas fueron todo mi hallazgo hasta que. . . ¡Apareció mi anillo!
Sí, mi anillo de matrimonio extraviado por varias semanas y recientemente declarado como “oficialmente perdido y para siempre”, echó un destello a través de una voluta de pelusita blanca. Y, jalando un poco más el tocador, apareció el afortunado teléfono junto con el alhajero con una pulsera, también regalo de mi esposo y un arete (el otro, por el momento y hasta nuevo aviso, sigue perdido).
Así que, hoy me alegro, me alegro muchísimo de haber estado de tan mal humor. De no haber sido así, seguramente viviría el resto de mi vida preguntándome "¿dónde habré podido perder mi anillo de bodas?".
A mis cincuenta y uno, por más bipolar que pueda parecer, estar enojada y pasar a un estado de profundo contento, también es parte de mi forma de vivir.

"Mal y de malas"

Me pregunto si deberían implementar una ley que prohibiera que los escritores escriban cuando están de malas. Porque, a decir verdad, muchas cosas se revelan solamente bajo ese arbitrario e incómodo estado de ánimo.
Por ejemplo. Cada vez que me veo atrapada en el mal humor, descubro, me aíslo. “Para evitar un roce”, podría decir para justificarme, “o para no incomodar con mi mal talante”. Cuando en realidad, confieso, mi tolerancia hacia la inconsistencia es casi nula.
Si en un estado de mediano equilibrio emocional la mentira me enfada, cuando estoy de malas, ¡puede arder Troya! Irremediablemente surge de mi estómago un deseo claridoso de ajustar cuentas con:
El padre que corrige a su hijo a gritos para exigirle que no le levante la voz a su hermano; la maestra que pide compromiso de sus alumnos y llega tarde a clases; la madre que se queja de que su hijo no puede cuidar los colores y sus cuadernos, llamándolo desordenado y ella no es capaz de levantar ni su pijama; la mujer que participa en las campañas anti-tabaquismo en la preparatoria de sus hijos y fuma a escondidas al terminar su rutina de gimnasio; aquel que habla de Dios y vive en adulterio; el que predica honestidad y no tiene empacho en pasar un billete por la ventana para evitar una multa; la mamá que exige que sus hijos convivan en paz en sus juegos y maltrate a cuanta empleada de almacén se le cruza enfrente.
¿Juicio? Tal vez. Pero la inconsistencia erosiona mi deseo de convivir con la gente. A pesar de no siempre estar de acuerdo con la opinión de otros que me rodean, prefiero aquel que se declara abiertamente en una postura con convicción, a aquel que dice una cosa y vive otra.
Tal vez por eso escribo esta nota, porque elijo escribir también en estos momentos de profundo malestar con honestidad, a engañar a los lectores haciendo parecer que mi corazón ha encontrado un estado de beatitud permanente que, yo sé, no existe.
A mis cincuenta y uno, y hoy particularmente, estoy de mal humor. No encuentro la paz en los rincones de mi casa ni bajo el cielo abierto fuera de ello. Y, también esto, lo quiero compartir.

domingo, 11 de septiembre de 2011

"Bendiciones"

-¿Me haces un regalo?- pregunté a mi esposo, un poco obsesionada con la idea de comprar la mesa ideal para el “rincón perfecto para escribir” en la Toscana.
-¡Te regalo mi vida!- escuché su voz por el auricular.
-¡En serio!- reclamé, riéndome, -¿no quieres hacerme un regalo?
Su respuesta fue inmediata, -en serio, te regalo mi vida. . .
Un escalofrío me recorrió de la espalda hasta la nuca. Su tono era firme y, sin dudarlo esta vez, le creí. Con un nudo a mitad de mi garganta, apenas y alcancé a articular un “gracias”.
Huyendo de la emocionalidad, llevé la conversación a otros asuntos. Pensar en aceptar la oferta de la vida de mi amado me llenó de una mezcla de gratitud y temor.
Después de cortar la comunicación, sus palabras seguían resonando en mi cabeza y el efecto, un poco de espanto, no cesaba.
¡Cuánta responsabilidad acarrea el amor incondicional de alguien!, pensé.
Si aquel que nos pone su corazón en las manos reconoce que, como todo ser humano, somos falibles y jamás faltos de egoísmo, ¡qué valiente es su amor!
Tal vez esté más habituada a pensar en esa aceptación y fidelidad en el clásico ejemplo de un perro, pero. . . ¿Otro ser humano?
El compromiso y aceptación de un amor tan grande y consagrado me agobiaron. ¿Soy capaz de cuidarlo y protegerlo, incluso, de mis propios egoísmos?, me examiné.
Mi respuesta más sincera fue que no y, partiendo de esa conclusión, pude apreciar, en su total magnitud, el regalo de amor de mi esposo.
A mis cincuenta y uno, aún se me continúan revelando las bendiciones que, por la mucha inconsciencia, antes no reconocí ni aprecié. Y, un de las más grandes, el amor incondicional de mi amado.

jueves, 8 de septiembre de 2011

"Visitas"

Las visitas indeseables no cesan en la Toscana. De vez en vez, siguen apareciendo escorpiones en algún muro o rincón de la casa, a pesar las fumigaciones. Pero, aunque ya no tienen el impacto que tuvo aquel primer intruso sobre la mesa del comedor, confieso que aún me producen un temor algo irracional.
A pesar de eso, estoy encontrando ventajas por el factor sorpresa que agregan a mi vida en la Toscana. Hasta en los momentos de más somnolencia me mantiene alerta. Aprendí a revisar los zapatos, la ropa y hasta las toallas antes de usarlos. No permito que se acumulen objetos fuera de su lugar o por los rincones. Y he desarrollado una rutina de fumigación que ha evitado que las moscas y mosquitos hagan hogar en mi hábitat personal.
Pero lo mejor de todo es que, ahora, el estado de alerta no sólo lo aplico en la lucha por evitar alguna picadura de alacrán. Me ha abierto la conciencia a la presencia de mil cosas que me rodean y que habían pasado inadvertidas. Y lo mismo ha ocurrido con pequeñas experiencias cotidianas y con la gente en sus reacciones.
Y me pregunto, ¿no viviríamos más plena e intensamente todo si aplicáramos ese nivel de atención a todo lo que nos rodea?
Por más extraño que parezca, creo que tengo algo que agradecer a esas criaturas que, en un principio, casi me matan del susto.
A mis cincuenta y uno, voy encontrando que las lecciones de vida vienen en todo tipo de formas y colores, incluso. . . en la forma de un pequeño escorpión.

miércoles, 7 de septiembre de 2011

"Encontrados"

En el revoltijo que genera el torbellino de la vida, casi siempre, se nos pierden gente, cosas, lugares y recuerdos. Lo que nos es del todo cotidiano, sin que nos demos cuenta, termina apartado o refundido en el cajón del pasado junto con otros tiliches.
Nuestro caleidoscopio configura nuestro presente incluyendo colores, relaciones, gente, trabajo y un tapetillo de realidad nuevo cada día. Pero, de vez en cuando, encontramos una fichita casi incógnita de un tiempo pasado.
¡Qué divertido resulta mirar aquellos tiempos viejos con los ojos un poquito más gastados!
Hoy, en mi segundo receso del día, me di el tiempo de platicar, redescubrir e intercambiar un cachito de mi vida con alguien de mis tiempos adolescentes. Mi “hallazgo” tiene mi misma edad, vivió el capítulo escolar en el mismo colegio y, sí, también tiene una historia personal que contar. Además del placer de las remembranzas, el episodio me hizo pensar, ¿qué hay de aquellas personas que no quieren ser “encontradas”?
Entre las cosas buenas de las redes sociales están los buscadores que nos reconectan con gente del pasado. Y eso trajo a mi memoria algunos nombres que, por su resumen de vida, prefieren esconderse en el olvido pues no tienen, a sus ojos, un presente del cual sentirse satisfechos y orgullosos.
¡Qué trágica conclusión! Si habiendo rebasado la línea imaginaria de la mitad de nuestra vida, estadísticamente hablando, nuestro libro es como un cuaderno en blanco. . . ¡Qué desperdicio ha sido nuestro existir!
Afortunadamente, en mi última experiencia, me topé con una persona contenta con su vida y enamorada de su circunstancia. Pero, fue inevitable, hacer una oración por aquellos coterráneos que viven con las manos vacías.
A mis cincuenta y uno, aún me sorprendo con la variedad y riqueza de las experiencias que he acumulado, muchas de las cuales, confieso, han sido un regalo de Gracia y no mérito mío. 

"Costumbre"

La brisa entrando por la ventana me despierta y, me doy cuenta de que, no me acostumbro a estar viva.
Enredada entre las sábanas estiro la mano y no alcanzo el cuerpo de mi amado y, me doy cuenta de que, no me acostumbro a su ausencia.
Abro los ojos y la llamarada que cuelga en la terraza aflige mis ojos con el naranja intenso de sus pétalos y, me doy cuenta de que, no me acostumbro a la belleza.
Camino por la estancia y un eco calladito rebota de las bóvedas de la Toscana acompañando a mis pasos y, me doy cuenta de que, no me acostumbro a la libertad del movimiento.
Jalo las hojas de la puerta y el aroma de limones, guayabas y tierra húmeda se cuela al interior de mis pulmones y, me doy cuenta de que, no me acostumbro al roce de la esencias en el fondo de mi cuerpo.
Me abrazo y cierro los ojos. Con la voz de mi corazón Te saludos y mi mente Te dice una oración y, me doy cuenta de que, no me acostumbro a Tu amor, Tu cuidado y Tu bendición, Padre Dios.

martes, 6 de septiembre de 2011

"Día uno"

Con la resaca del insomnio que me asaltó a las tres de la madrugada, finalmente desperté pasadas las nueve aunque, por el tinte oscuro en el reflejo de la ventana, mi corazón se sobresaltó al pensar que había pasado el día entero durmiendo.
Tras unos minutos de orientación mental, atiné a pensar en un café para rescatar mi conciencia y mi espíritu. ¿Qué le pasa a mi espíritu, por cierto?
En la esperanza de encontrar el buen ánimo perdido, retomé la escasa rutina con la que sobrevivo los amaneceres, sólo para confirmar que seguía extraviada en la incertidumbre. ¿Qué le pasa a mi ánimo, por cierto?
Ni el café, ni la música cambiaron mi semblante. Buscando cambiar el curso de mi despertar me volví a la cama como para rebobinar los 50 minutos transcurridos y engendrar un nuevo comienzo. Lejos de eso, las preguntas, como telaraña pegajosa, me paralizaron en mitad de la habitación y no tuve más remedio que escuchar sus inquietudes.
Poco avanzaba la conversación conmigo misma cuando descubrí el motivo de mi ánimo empantanado: el año se acaba y, por primera vez en todos sus meses, mi agenda no tiene escrito nada en el primer renglón.
He participado en el proyecto de vida de los míos y, en algunos, en su lucha por sobrevivir. Funcionando como enfermera, consejera, punching bag, financiera, administradora y mil cosas más, dejé a un lado el protagonismo de mi propia vida. Y, sin darme cuenta, me encuentro a solas, sin contexto ni libreto personal.
El elefante de la intranquilidad se sienta sobre mi pecho. Es el primer día, en el 2011, en que debo echarme a andar y retomar mi propia existencia con sus planes y proyectos. La ansiedad me envuelve al pensar que, tal vez, estoy llegando tarde a mi propia vida.
Me apuro a la cocina buscando más café. Tal vez el milagroso efecto de la cafeína y una abierta conversación con Dios despeje mis agobios y pueda pensar claramente.
A mis cincuenta y uno, cuando parece que el trazo de mi vida está marcado, amanezco sin rumbo y con los mismos miedos que me atajaban el paso en el primer día de escuela.

lunes, 5 de septiembre de 2011

"Prisas, principios y princesas" (Parte 2)

"La princesa Mia"
Érase una vez una niñita que, además de ser bonita, también era princesita. Cierto día, por la tarde, su mami le enseñó un aviso que seguramente venía de algún castillo. Y, el anuncio, así decía: “Mi hija es una princesa”.

¡Los ojitos de la princesa no podían ser ya más grandes! Con las manitas en el rostro y jalando sus mejillas, emocionada exclamó: ¡Aaay, pod-yiooooooos!
La mamá de la princesa pensó entonces, que el mundo sabía de Ariel pero, ¿cómo sabrían de Mia, su princesa, si ella no se los decía? Aunque, Ariel y ella, eran tan parecidas, Mia tenía su propio cuento. Así que, pluma en mano escribió esta carta que, de vuelta, voló al castillo.

La mañana en la vida de Mia inicia no muy temprano y, a decir verdad, se despereza sin prisas, porque, ¿qué princesa puede despertar con apuros?
Una sonrisa asoma entre sábanas rosadas y, su naricita fruncida, responde al saludo de buenos días mientras jala su mantita a la mejilla para arrebujarse un ratito más. El ánimo para salir de la camita le viene en el biberón con leche tibia porque, ¿qué princesa no toma el desayuno en la cama?
El reloj ni los tiempos son los mismos en el mundo “real” de mi princesa. Mamita podrá estallar en relámpagos como el rey Tritón, que ella no aplazará su tiempo para embellecerse y jugar. Aunque sus cabellos rebeldes delatan su temperamento, las pequeñas liguitas ensortijadas y coronadas con moñitos multicolores son parte de su imagen de ensueño porque, ¿qué princesa no luce un peinado especial cada mañana?
Abrir su cajón o el ropero, es como entrar a un jardín de alhelíes rosas, lilas, blancos y morados porque, ¿qué princesa no prefiere los colores rosados en su guardarropa?
La habitación de mi princesa retiembla cuando de elegir se trata. Aunque la voluntad de mamá luche por convencerla de que al cole no se lleva el vestido de faldón amplio y listones, estallarán tempestades pero ella terminará luciendo hermosa con su atuendo de volados al entrar al salón de clase, porque ¿qué princesa puede renunciar a sus vestidos reales?
Al llegar a cualquier lugar, Mia se detiene antes de entrar y espera hasta que las miradas capten su presencia. Los dientecitos asomados entre una sonrisa y ladeando la cabeza, ella sabe, siempre logran la atención. Con una rápida mirada se asegura de haber cautivado a su corte formada por abuelos, tíos, primos y hasta bisabuelos, porque ¿qué princesa no tiene una corte para mimarla?
Tal vez, cuando pequeña, no podía dar muchos pasos, pero eso no le impidió subirse a las zapatillas porque, ¿qué princesa no se deleita con el “click-clock” de los tacones al andar?
A esta pequeña princesa, el mundo de pronto le queda pequeño. Su insaciable curiosidad y sus aventuras incesantes la llevan a hurgar cajones o jalar banquitos para abrir puertitas y, si ni de puntitas alcanza, con su lengua a trompicones convencerá al hermanito mayor, su cómplice personal porque, ¿qué princesa no tiene un lacayo para completar sus travesuras?
Las palabras tampoco son un problema para ella pues, con su lengüita de trapo, se hace entender y, aún con su media lengua, igual recorre un jardín que se pinta las uñas cantando a toda voz porque, ¿qué princesa no sabe entonar una canción?
Y, aunque Mia no tiene aletitas como la princesa Ariel, puedo asegurar que desde que salió del mar del vientre de mami, ha dejado sus huellitas grabadas en el corazón de todo aquel que la conoce.

Así es la princesa Mia:
Bella es ella  y a la vez desbaratada.
Dulce, juguetona y un torbellino que todo lo alborota.
Las palabras le van de sobra pues, con sus ojitos brillantes y la sonrisa coqueta, a los corazones subyuga.
Las fronteras no son lo suyo ni tampoco conoce horarios.
Y a mamita vuelve loca cuando hace suya una idea, pues ni mil tempestades juntas, logran hacer desistir, a la testaruda princesa.