viernes, 23 de diciembre de 2016

"Simplemente triste"

Miro un video y entonces me doy permiso. ¿Desde cuando me prohibí llorar  o sentir tristeza?
No puedo responder. Ni siquiera puedo descifrar lo que parece empujar mis lágrimas hasta atascarse en mi garganta. Tal vez por eso, me planto frente a la pantalla y dejo que haga su trabajo conmoviéndome, haciéndome llorar.
Es como si la abeja de la tristeza hubiera hecho nido en mi alma y se hubiera dedicado –en secreto–  a fabricar sus mieles de nostalgia.
Así, me esfuerzo y atisbo para entender de donde sale esa nube de pesar que no quiere escampar.
¿Será es hepatitis sorpresiva que me ha acompañado –encubierta de cansancio– por las últimas semanas o que me impide disfrutar del vigor soleado de una carrera por el parque?
Quizás sea la distancia que me hace amar a mi gente, extrañándola, sabiéndola desperdigada por el mundo; ¿o será pensar en mi familia, fracturada y con una llanura de incertidumbre tendida sobre el futuro?

Tal vez sólo esté triste por los pétalos marchitos de mi nochebuena que, en mi ausencia, decidió morir pensando que no volvía; ¿o será la añoranza por las vocecitas que me llaman Gramma?
¡Qué sé yo! Quizás es que me sigue sabiendo mal la orfandad o que añoro la compañía de mi madre y mis hermanos, así, como éramos antes.
No lo sé. Por mucho tiempo, las Navidades me costaron un esfuerzo extra para ser feliz y disfrutarlas.
Creo que mi tristeza es por todo y por nada; y que he aprendido a callar –tal vez por demasiado tiempo– para no ser señalada de ingrata pues, es cierto, el platillo con bendiciones de mi balanza sigue siendo mucho más pesado que el de las desventuras.

Me asomo a la ventana y veo a Madrid iluminada, dorada de sol. Enciendo el árbol de Navidad minimalista. Me gustan sus destellos azules. Sorbo mi té caliente y me siento a escribir esto, mi triste resumen colmado de llanto contenido. Porque, aunque tengo un mil motivos para sentirme alegre, hoy, tal vez sólo por hoy y por tan sólo unas horas más, mi corazón está triste .

lunes, 10 de octubre de 2016

"GRACIAS, PAPA: Mi primer amor"

¿Aún recuerdas la pregunta, pá? Entonces era muy joven, casi una niña.
Con un bultito entre mis brazos, entré a tu casa. Aunque un poco estropeada por la cirugía, yo no podía dejar de sonreír y creo que los rostros de todos se convirtieron en mi espejo. ¡Era tanta la felicidad que ninguno podíamos esconderla!
Con un celo recién estrenado, abrí mis brazos para que todos la vieran. ¡Mi hija era todo dulzura! Pequeñita, con un tupé de muñeca y “naricita de alverjón”, como decía mi abuelito. Mis ojos quedaron atrapados por su imagen desde el momento que la vi y, más allá, aquella niñita se apropió de mi corazón.
“¿Puedes imaginar tu vida sin ella?”, me preguntaste sin preámbulo alguno.
Volví a mirarla y la apreté un poco más contra mí. Mi mundo se cimbró con la sóla idea de no tenerla conmigo. ¡Se había convertido en mi vida, mi razón de ser y lo único importante en mi mundo!
Su carita se desdibujó tras el pánico acuoso de mis ojos.
–¡No!–te respondí con la garganta engarrotada, –y no sé cómo he podido vivir sin ella hasta ahora.
Fue en ese instante que conocí lo que era “el primer amor”. Y aprendí, sin más escuela que sus manitas con uñas minúsculas, el verdadero significado de incondicional e indestructible. Por sus sonrisas, me doblegué al yugo de la maternidad, la más dulce de las esclavitudes, y entregué mi vida a la promesa de estar siempre para ella.
Fue, tal vez, la primera vez que yo pensé en el tiempo y me surgió el secreto deseo de ser inmortal para jamás faltarle.
El tiempo ha pasado y sigo adorando su mirada; aún sonrío cuando recuerdo ese temperamento que mostró desde que aprendió a caminar y yergo mi orgullo cuando hago el recuento –más que de sus muchos logros– de sus incontables muestras de fortaleza al levantarse de los tropiezos. ¡Mi Nena es una guerrera!
Nuestra historia, a pesar de que los años han pasado, sigue siendo una de amor. Con tiempos de paz y otros de guerra; de acuerdos y diferencias; enjarciada de complicidad e independencia. Y el saldo, con todo, sigue siendo el mismo: mi amor inquebrantable y eterno.
Si hoy, 34 años después, me hicieras la misma pregunta, papi, otra vez mis brazos la envolverían como alas protectoras y te respondería lo mismo, pues: ¡Sigue siendo mi vida, mi razón de ser y lo más importante en mi mundo! ¡Mi aguerrida e incansable emprendedora! ¡Mi inspiración! ¡Mi eterno primer amor!

¡Dios contigo, mi Nena, y yo junto a ti!

¡¡¡FELIZ CUMPLEAÑOS Y MUCHOS MÁS!!!

miércoles, 5 de octubre de 2016

GRACIAS, PAPÁ: Después de vejez. . .

“Después de vejez, viruelas”, decía mi abuelito. ¿Recuerdas, pá? Pues yo he vivido con el dicho colgado en la conciencia durante semanas y justo hoy se da el caso de que ¡me ataquen las viruelas!
Es inevitable reírme de mí misma y de mi pasado. Aún puedo dibujar en mi memoria tu sonrisa orgullosa cuando en medio de las presentaciones con unos colegas tuyos, sin que viniera mucho a la conversación, les hablaste del evento de graduación al que habías asistido la noche anterior. “¡Ya madre de dos hijos, con esposo, trabajo y casa que atender, mi hija terminó su maestría el día de ayer!”.
Nunca he tenido el arte de reaccionar con gracia a los elogios pero algo sí puedo asegurarte: tu expresión de orgullo y la felicidad que sentías por mi empresa profesional, hicieron que todas esas tardes de estudio invertidas y los agobios por los exámenes tuvieran su recompensa.
Entonces, si la memoria no me falla, tenía casi veinte años menos y, cosa extraña, aún así me pensaba añosa para andar en esos trotes.
¿Qué dirías al enterar que hoy, cinco de octubre, estoy iniciando una segunda maestría? ¿Te reirías junto conmigo o te hincharías con un poco de presunción por mi osadía? 

Lo que es un hecho, pá, es que me has hecho falta para que este emocionante capítulo que inicia sea perfecto. Seguro te habría enviado fotos de los cuadernos rotulados y de mi cara de inseguridad del primer día. Tal vez, con un poco de ayuda, habrías grabado un mensaje que yo llevaría en el celular al entrar al aula.
Pero, como todo aquello que aprenderé a crear a través de las palabras, tu compañía es una fantasía.
No tengo certeza de que este mundito –ahora tan ajeno a ti– te quite el sueño; ni que mis cartas lleguen a tus ojos ni que mis planes te conmuevan. Por eso me conformo con escribirte y contarte mi nueva correría, una que, paradójicamente, será una pieza grande del legado que dejaré a mis hijos y a mis nietos.
Para variar, papi, ¡tenías razón! Me conociste pronto y mejor que nadie y fuiste tú quien me anunció que mi espíritu era uno rebelde e idealista. Y, como ves, sigue causando estragos a mi rutina, rebelándose contra el camino marcado para la gente de mi edad; no conformándose con haber recibido un don sino que se empeña en explotarlo; y que no se dejó intimidar por el escueto legajo de hojas del calendario que me resta para marcarme metas que conllevan renunciación, entrega y mucho esfuerzo.

Tal vez no lleve tu mensaje en la cartera, papi, pero te vas conmigo a clases. . . en el corazón.

sábado, 1 de octubre de 2016

"GRACIAS, PAPA: ¡Tenías razón!"

¿Cuántos consejos y opiniones habré escuchado de ti, pá? No podría cuantificarlos pero, puedes estar seguro, los voy recordando casi a diario y suman un montón. Algunas de tus apreciaciones me vinieron como anillo al dedo y otras, tú lo sabes, se convirtieron en temas intocables para que no se tornaran en debates interminables. Y siempre quedó una en la que nunca estuvimos de acuerdo y de la que me alegro tú tuvieras razón: tu opinión sobre Salvador, mi esposo.
Nuestra diferencia fue insalvable gracias a tu visión llena de gracia sobre mí pues, cada vez que yo te aseguraba que él era mucho mejor persona que yo, tú argumentabas que ambos entrábamos en tu estándar de “personas de primera”.
Aún ahora, cuando ya no estás conmigo para discutir el punto, insistiré en asegurarte lo contrario y te recordaré mis argumentos.
Él, desde que lo conocí, sólo tuvo una historia: Ser un buen hijo, dócil y sensato, el mejor alumno de su generación y merecedor al “Premio del Saber” que le otorgó el estado de Puebla por sus méritos en el estudio. Y, ¿alguna vez te dije como sus hermanas se empeñaban en convencerme de que cada una era “la hermana” favorita del Gordito y que ocupaban el lugar de honor como su confidente?
De sus amigos, ¡vaya que tiene buen crédito! No hay uno sólo de ellos que no lo tenga como valioso e importante, ¡lo quieren tanto y me hace sentir tan orgullosa!
¿Qué puedo contarte sobre su faceta de padre? Es, sin el menor asomo de dudas, el mejor padre que he conocido y no es un decir como el que leo en los muros de las redes sociales. Si tuviera que enumerar las innumerables ocasiones en las que lo he visto hacer a un lado cualquier evento, compromiso o gusto personal para atender una necesidad o hasta capricho de sus hijos, esta carta no tendría fin. ¡Este hombre ha hecho hasta lo imposible por sus hijos, para cumplir como padre!

Y de abuelo, ¡qué abuelo! Sólo hay ver la mirada de los tres pequeños, sus nietos, llamándolo cariñosamente “Momo” al verlo entrar por la puerta. La forma en que lo buscan para retozar y bromear, la dulzura con la que se acurrucan en su pecho y lo convidan a disfrutar su compañía, son muestra suficiente para asegurar que no hay mejor abuelo que Salvador.
Sé que, al igual que yo, estarías tentado en sentir furia contra una que otra persona que ha pretendido quitar mérito al valor de su entrega –mal entendiendo su control y capacidad de amar hasta la renunciación–, y lo ha llamado “falto de carácter” (en peores términos); pero antes de devolver la agresión, he recordado la broma con la que hacías un lado las necedades que escuchabas: “A chillidos de marrano, oídos de chicharronero”. Pues, ¿cómo explicar de amor al egoísta?
Así que, insisto, tú tenías razón en asegurarme que Salvador es “todo un Señor” y que es la mejor persona que llegaste a conocer; aunque, como siempre, te concederé la razón con la salvedad de que lejos estoy de merecerlo y estar a la altura de su calidad como persona, esposo, padre, abuelo, hijo y amigo.


¡Que Dios te conceda una larga vida, Gordo, y que llene tu vida del amor que te mereces y que te has ganado a fuerza de amar, renunciar y dar sin reservas!
¡Feliz cumpleaños, Salvador, Gordito, Pá, Momo!