viernes, 31 de agosto de 2012

"Ojos verdes"


A la jugarreta de la genética, en aquel entonces, la llamé traición.
¿Cómo entender que, teniendo mi madre ojos verdes y cabello sedoso, los míos fueran pequeños y un sinfín de rizos rebosara de mi cabeza? Una respuesta me obsesionaba: ¡Aquello era una traición de mis genes y arruinarían mi vida!
Al paso de los años, se añadieron malas pasadas de los traidores. Descubrí que, ni mi cintura ni mis piernas, eran como los de ella, mi madre. Mis pantorrillas no eran torneadas y muchos centímetros rebasaban la medida ideal de mi talle. Y, comparada con las demás adolescentes, mi pecho lucía plano y sin aquellas hermosas formas que debí, por derecho genético, tener.
Durante mi primera juventud, aprendí a odiar y el blanco de ese primer ensayo fue. . . ¡Yo misma!
Tardes enteras pasé lamentando mi apariencia y vislumbrando mi futuro que, dadas mis circunstancias, sería de soledad. ¿Quién podría quererme con esos ojos pequeños, con esos indeseables rulos y un cuerpo tan recto? Mi lamento era un reclamo a la injusticia porque, por herencia, ¡yo debía ser bella!
El tiempo, dicen por ahí, lo cura todo. Aunque enfrenté la guerra contra los rizos, usando todos los métodos disponibles para lograr aquellos cabellos lacios que mis coterráneas lucían, poco a poco fui aceptando que era una batalla inútil y perdida. Y, con desesperanza, comencé a dejarlos ser, así, rebeldes y con sus testaduras espirales.
Mis ojos aprendieron a rehuir la imagen en el espejo y a posarse en libros. Decidí que esa era una opción de supervivencia ante mi trágica imagen y, como le ocurre a todos, los años pasaron. Concluí una licenciatura, después un postgrado, me casé, tuve hijos, volví a la escuela para hacer una maestría, crecí en mi vida profesional y me convertí en abuela. Y en todo ese caminar, no puedo saber cuando, me aprendí a querer.
Hoy miro mis ojos y descubro que, aquel destello de la juventud, se ha ido. Las curvas sobre mis caderas me son ajenas y con añoranza recuerdo mis líneas rectas. Al sentir dolor en las pantorrillas, una que otra vez al levantarme, me apena haberlas escondido entre las telas del pantalón. Y mis rizos, ¡ah, mis amados rizos! Son juguete de mi gato, tentación para mi hijo y deleite de mi nieta. Ahora se han amansado, al mismo ritmo que mi rebeldía. Son menos, muchos menos de los que intenté domar por tanto tiempo y, los pocos que quedan, se han convertido en el sello de quién soy.
Ellos son los que hacen memorable a la gente que recién conozco. Son la referencia “geográfica” para otra gente y, contra todo mi pronóstico, son un complemento de la personalidad que, a mis 52 años, llegué a formar.
Cuanto tiempo perdido, reconozco, en luchas y reclamos. Cuanta fortaleza desperdiciada en negarme y odiarme. Cuanta necedad se tiene cuando se es joven y cuán difícil es escuchar cuando alguien nos quiere asegurar que, cuando nos volvamos viejos, incluso eso que tanto detestamos de nosotros mismos, lo llegaremos a amar y anhelar.
“Envejecer, bien comprendido, es el arte de recolorear el pasado para saborearlo en el presente, aceptando como somos en el presente y esperando, con gratitud y gracia, el futuro”.

jueves, 30 de agosto de 2012

"Días nublados"


La amenazante sensación de la cercanía de los finales ha nublado el sol.
Tal vez no sea ésta la primera ocasión que me sobreviene un final pero, algo en el corazón, me empuja a encontrar la diferencia y, entristecida por el hallazgo, comprendo el porvenir.
Antes de hoy, lo que ha concluido finales en mi vida, ha tenido en el costado ese camino oculto por el que he podido volver al paraje de mi “siempre”. Y mientras lamento el final, he andado hacia la estancia de  lo conocido que me ha vuelto a sustentar en la esperanza.
Mi tiempo, lo que todos llamamos futuro, está muy cerca de cambiar y sé que el cambio extenderá su influencia hasta mi “siempre” porque, mi punto de partida, mi origen, el vientre que me acunó entre aguas tibias, ya no me esperará.
No soy la primera que experimenta ese final tan único y temido. Muchos, antes que yo, lo han vivido y, algunos, desde que vivían su primera infancia. Ese final ha sido tan experimentado que, aquellos que lo han sufrido, le han dado un nombre: orfandad.
Los destinos que incluyen la orfandad, siempre, recuerdan el momento en que su vida cambió. Todos, sin importar la edad, lamentan el no tener más aquella voz que, por las noches, Dios escuchaba pidiendo cuidado para sus hijos. Y, aunque haya pasado mucho tiempo de haberse convertido en un huérfano más, la sensación de vivirse incompleto le sigue acompañando de por vida.
Sí, mi madre, parece haber iniciado el caminar del último sendero y, acongojado, mi corazón, reconoce que los tiempos se agotan, los minutos de mirarla están contados y que, las oportunidades de sentir esa piel delgada y aterciopelada, cada día, son menos.
Afuera hay sol pero, en mi alma, una niebla fría me envuelve.

martes, 28 de agosto de 2012

"Nuestro legado"


Los hay de barriga redondeada, con cabello plateado o sin un solo pelo en la cabeza, también vienen con bastón o con silla de ruedas, de piel arrugadita o muchas manchitas en el dorso de la mano. Otros aún corren por las mañanas en sus Adidas y bailan vigorosamente durante las fiestas.
La presentación es tan variada, que parece que cada abuelo es único. Y, tal vez, esa sea la razón por la que, cada niño, merece uno. Pero, a fin de cuentas, he descubierto que pocos adultos comienzan por describir la imagen de sus abuelos pues, lo primero que recuerdan, son su acciones.
Así, quienes han sido bendecidos teniendo a sus abuelos cerca, hablan de: la sopa favorita que su abuela le preparaba a cada visita; como aprendió la pasión por la lectura sobre las rodillas de su abuelo, quien le leía libros de aventuras; el descubrimiento por su vocación de biólogo cuando acompañaba a su abuela para podar el jardín; reconocer la compasión de su corazón al recordar la benevolencia de sus abuelos frente a sus errores y travesuras, o el amor de Dios que los abuelos le enseñaron y que, en momentos de dificultad, rescató para retomar el camino.
Las anécdotas son interminables pero, el efecto en la vida de las personas, es uno: Un legado de amor que los enriqueció y formó para su vida de adultos.
La maravilla de los abuelos es que, lejos de los discursos, aran el corazón de sus nietos con presencia, lo siembran con acciones y ejemplos, y lo riegan generosamente con tiempo, sin prisas ni apuros.
Sin duda, los nietos son un enorme regalo pero, los abuelos, si quieren hacer un buen papel, deben prepararse desde la juventud. Su éxito se perfila cuando, a lo largo de su vida, van guardando en el cajón de su legado cosas valiosas como: un buen testimonio de vida, algo de sabiduría, mucha paciencia, una buena carga de benignidad y bondad, una dosis alta de fe en Dios y, por sobre todas las cosas, amor infinito para compartir.
Hoy es el día de los abuelos y, a diferencia de otros, no es feriado pero. . . ¡No importa! Los que somos abuelos, sabemos que cada día con nuestros nietos es una celebración de vida, especial y maravillosa.
Así que, ¡FELIZ VIDA DE ABUELOS a todos nuestros compañeros de misión!

viernes, 10 de agosto de 2012

"Oficial"


Aunque mi hija ha estado activa en su práctica profesional como médico, durante el servicio social, fue hasta hace unas horas que pudo escribir: “Ahora sí. . . es oficial”.
¿Acaso no estaba capacitada antes para actuar profesionalmente? ¿Hubo algún cambio después de recibir el documento que la acreditaba como médico? La respuesta es: No y si.
No, porque los conocimientos y experiencia han estado ahí. Y, sí, pues atrás de esa actividad, faltaban las instituciones que la respaldaran y acreditaran diciendo que ella es capaz.
Y, curiosamente, hoy me encuentro anunciando que “oficialmente” dejo la Toscana y tengo un nuevo hogar. Aunque la dejé hace algunos días, físicamente, mi corazón inició la mudanza unos días antes y pero, hoy, al firmar el contrato de nuestra nueva residencia, estamos marcando el inicio de un nuevo ciclo.
Deambulo por las reflexiones sobre la “oficialidad” de las cosas. Viene a mi los recuerdos de: haber firmado un papel de adopción, responsabilizándome de un perrito; los contratos donde, por un tiempo determinado, me comprometí a poner mis capacidades y tiempo al servicio de una empresa; la noche en que mi esposo pidió mi mano a mis padres y fui “oficialmente” su prometida; cuando puse mi huella cuando registré a mis hijos y mi firma para que, ante la sociedad y mi esposo, reconociera mi vínculo matrimonial, con todo lo que ello implicaba.
El mundo de hoy, con sus prisas y superficialidad, parece estar olvidando la importancia del compromiso “oficial” hacia muchas circunstancias y relaciones. Y, creo yo, puede ser una de las cosas que ha debilitado la permanencia de lo importante.
Hoy, que están ocurriendo tantas cosas “oficialmente” en mi vida, me pregunto: ¿Qué sería del mundo si, como hace muchas décadas, fuera nuestra palabra, con todo el valor que antes tuvo, la que nos permitiera declarar “oficiales” nuestros compromisos y relaciones?
Creo que, "oficialmente", puedo declararme anacrónica y anticuada porque, de corazón, prefiero que las cosas y proyectos sean “oficiales”.

viernes, 3 de agosto de 2012

"Metros cuadrados"


Empiezo a creer aquel dicho que reza, “lo mejor viene en pequeños envases”.
Las esencias de los más caros perfumes, las grandes revelaciones que nacen de una sola idea y, ¿no hasta dice Dios que la fe, del tamaño de un grano de mostaza, mueve montañas?
Entonces creo que, la sabiduría, también me ha llegado en la presentación de un pequeño niño, mi nieto.
Tocándole el turno de tener una “pijamada” en mi casa, habiendo sido primero el de mi nieta, una noche antes, mi querido niño fue eligiendo las actividades que entretendrían nuestro tiempo juntos durante la velada y al amanecer siguiente.
Así, sobre la cama matrimonial que tiene los menos de tres metros cuadrados reglamentarios, jugamos en la computadora con los personajes de moda, armamos rompecabezas, me vio errar en mis habilidades para conducir un carrito cibernético y, no pudo faltar, leímos el nuevo libro de “Valiente”.
Cabe aclarar que, fuera de mis rápidas visitas a la cocina para llevar la merienda a la recámara y un par de escalas técnicas al baño, él y yo permanecimos por horas enteras acostillados, uno al lado del otro, en menos de un metro cuadrado y siempre sobre la cama.
Viviendo en una casa, la casa de mis sueños, con varios cientos de metros cuadrados disponibles, nuestra convivencia requirió uno sólo de ellos y un poco más, cuando requerimos estirar las piernas.
Por la mañana, en permanente risa, miramos los “Videos más graciosos con animales” y la regla de utilización de espacio siguió cumpliéndose: menos de un metro cuadrado sobre el sillón y una mesita plegable para desayunar juntos.
El evento, por más simple que parezca, sembró una semilla de sabiduría que germinó rápidamente en las siguientes dos horas, dando como primer fruto, la decisión que había yo postergado por meses y meses: Dejar la Toscana, mi hogar por los últimos casi dos años, por decisión propia y no por resignación.
Mi nieto, entre muchas cosas maravillosas, hoy me trajo la certeza de que, cualquier espacio y en cualquier parte, siempre podremos llevarnos lo más importante. . . nuestra mutua compañía.
Cierto es que quisiera haber podido morir en esta casa tan llena de magia y ensueño pero, hoy me doy cuenta, lo valioso de ella no son sus piedras y rincones, sino aquellos seres tan especiales con quienes la comparto.
Gracias, mi niño, porque  desde que existes, has traído bajo el brazo lo mejor de mí. Echemos a andar, chiquillo, que yo te sigo y ¡Empaquemos nuestros maravillosos recuerdos para ir al encuentro del siguiente capítulo!

jueves, 2 de agosto de 2012

"De sueños y despertares"


Hasta las mujeres más cerebrales y analíticas tenemos sueños. Y, aunque muchas ahora lo nieguen, todos ellos incluyen una “media naranja”.
Los vientos de autosuficiencia de nuestra época, según las feministas, se empeñan en desterrar al “otro ser emocionalmente significativo” para convertirnos en astas, erguidas y solitarias, que niegan una necesidad que, el Creador del universo mismo, puso en nuestro corazón.
Así, mientras muchas van negando tal programación, todas vamos avanzando a la madurez soñando con el hombre que vaya llenando de palomitas y aciertos nuestra lista de necesidades como mujer.
Fue así como, después de palomear mi lista de tres columnas (indispensable, importante y opcional), yo inicié un sueño hace ya varias décadas. El candidato de mi lista se convirtió, por elección, en el hombre de mis sueños.
El tiempo, juntos, inició y más pronto de lo esperado, nuestros sueños se fueron rompiendo. Las expectativas de mi listado inicial se mantuvieron pero, por alguna extraña razón, mi vida con él no tuvo el curso que creí asegurado.
Aun siendo un esposo y padre responsable, me irritaba la toalla mojada sobre la cama o el clóset invadido de papeles de trabajo. Y, a pesar de que era puntual a nuestras citas, muchas ocasiones mis hormonas superaban mis intenciones de pasar velada en paz.
Él, seguramente, podría completar con soltura todos los desencantos que vivió por mí y sus luchas contra las rutinas diarias que lo ocuparon en horas de tráfico para llevar a alguno de los hijos a una práctica o vivir apuros para llevarlos a la escuela.
En nuestros sueños, a fin de cuentas, se colaron todas las realidades que un matrimonio debe enfrentar: quedar cortos en el presupuesto, el cansancio diario, los desacuerdos en la educación de los hijos, la familia política, las diferencias en el ritmo de nuestras hormonas y un sinfín de cosas más. Y así, ese cuento de hadas, se convirtió en la vida cotidiana que hemos compartido.
¿Es entonces válido celebrar nuestro aniversario, a pesar de que no se cumplieron nuestros sueños? Me detengo frente al espejo y observo mis arrugas, mi semblante y mi mirada. Y esas pequeñas marcas junto a mis ojos y mis labios me confirman que sí, pues tienen el ángulo de muchas sonrisas. Reconozco en mi rostro el rictus de satisfacción y, mi mirada, me dice con su humedad que han llorado lágrimas, las más, de felicidad y orgullo.
Si yo fuera la misma que hace más de veintitantos años, me quejaría y renegaría de mi suerte al creer que, “el hombre de mis sueños”, se convirtió en pesadilla. Afortunadamente, no soy la misma mujer que creyó que el mundo debía ser como mis ilusiones lo dibujaban y que, con algunas canas y muchas arrugas más, puedo declarar convencida:
¡Gracias a Dios por el hombre de mi realidad porque, más allá de los sueños, él es el mejor ser humano que conozco! ¿Mi media naranja? No lo sé pero, sí, mi mejor amigo y mi mejor opción.
¡FELIZ ANIVERSARIO!

"De finales"


Hoy es el primer día del futuro próximo y el último de un ciclo que inició, venciendo un sinfín de contratiempos, hace un año. Y, aunque mi promesa de apoyo la entregué mucho tiempo antes, fue hasta ese primer día del ciclo que cierra, que mi voluntad y mi corazón se comprometieron a cumplirlo a la manera de los alcohólicos remisos: “Un día a la vez”.
Esa odisea profesional, aun siendo parte del proyecto personal de mi hija, se convirtió en la prioridad de toda una familia. . . la mía. Porque a lo largo de 365 días, los planes giraron en torno a las necesidades de cubrir pequeñas y grandes tareas, a veces de compañía, otras de transporte y, las más silenciosas, de oraciones nocturnas.
Cumplir la promesa, ahora sé, fue el catalizador de muchas emociones y, transcurrido el plazo, puedo declarar que ninguno de nosotros es el mismo.
A los que les tocó renunciar, además de un corazón más generoso, ahora tienen la satisfacción de dulces memorias  llenas de sacrificio. Para quienes vivieron sirviendo, sin duda, pueden asegurar lo que la Palabra dice: “Porque es más bendecido el que da, que el que recibe”.
Los momentos en que tuvimos que decidir las prioridades no siempre fueron fáciles. Ese poderoso engendro dentro de nosotros llamado “ego”, muchas veces, nos quiso convencer con el argumento de “primero yo”. Pero el otro consejero, el amor, libró todas las batallas y nos alentó recordándonos la promesa de amor incondicional.


Sin lugar a dudas, puedo decir que estoy muy orgullosa de mi hija. Alabo su perseverancia, su compromiso y todas las veces que se levantó de las caídas (¡Y vaya que fueron muchas!). Y junto a ese orgullo, sumo la admiración que siento por cada miembro de mi familia porque, en amor, cerró filas y entregó su amor con acciones, cada día de esos 365 días.
El fin común concluyó y se abre una nueva etapa que, estoy segura, incluirá nuevos propósitos y razones para trabajar, luchar, reír y sufrir juntos. No es claro aún quién será el siguiente blanco de nuestro apoyo y servicio pero algo sí sabemos: Somos una familia que se ama y estaremos, en amor, junto a cualquiera de los miembros de ella que nos necesiten. . . con amor incondicional.
¡Gracias, Dios, por cada uno de ellos!
¡Muchas felicidades, Doctora! Y ¡Buen trabajo, familia!