viernes, 27 de septiembre de 2013

"Prejuicios"

Aunque he sido calificada, en ocasiones, de ser demasiado conservadora, mocha y hasta obsoleta en mis formas y creencias, pocos saben de mi gusto por los tatuajes. Tal vez no al extremo de recubrir el cuerpo con un montón de ellos pero, un detalle o un símbolo significativo y bien diseñado, siempre jalan mi atención.
Hoy, mientras subía una chica en el ascensor del hospital, noté que llevaba uno en la muñeca, con letras que me parecieron de caligrafía árabe y un sello en tonos azul pálido. Era pequeño y muy bien delineado. Atraída por su diseño, después decirle que me parecía muy lindo, me atreví a preguntar el significado.
-Mi hermano ha estado secuestrado cuatro meses –respondió, y sus ojos grandes se cubrieron con un espejo de lágrimas– por eso me lo puse. Su garganta se tensó y no pudo articular una palabra más.

Su respuesta me dejó sin habla y mi corazón se llenó de compasión. No es la primera ocasión que, haciendo una pregunta inocente, recibo por respuesta algo que me paraliza.
Conmovida, le dije que lo sentía y ofrecí orar por que su hermano apareciera pronto, antes de que saliera del ascensor. Ella me sonrió, aún con los ojos llorosos y dijo un “gracias” en voz baja.
Fue inevitable que mi mente revoloteara sobre el incidente las siguientes horas. Llegué al recuerdo de gente que, con mucha determinación, juzga a quienes deciden portar un tatuaje o un piercing, colocándolos de inmediato bajo etiquetas de “indeseables”, “malvivientes”, “inadaptados” o “hippies”. Tal vez, si alguna de esas personas se hubiese cruzado con esa jovencita, ella habría entrado en esa clasificación y hubiera recibido una mirada de desaprobación. Pocos podrían imaginarse la razón de ese símbolo: Un vínculo personal y permanente que decidió conservar con y por su hermano.

De ahí pasé a las críticas que he escuchado por el vestir, el peso, el color del cabello, hasta que una fue mi conclusión: Nacidos desde la ignorancia, los prejuicios, ¡cuánto daño hacen a la humanidad!

jueves, 26 de septiembre de 2013

"La verdad"

Una de las notas que abundan en los muros de las redes sociales, es la denuncia contra la hipocresía. Puedo percibir el dolor y la frustración de la gente que se siente defraudada al descubrir la máscara de falsedad en aquel en quien confió. El enojo es obvio, pues las expectativas, de lo que el “otro” debía ser, se ven rotas.
¿Será que no podemos ser honestos y vivir con la verdad en la frente?
Entonces trato de entender a ese “otro” y me surgen muchas preguntas. ¿Qué haces con la verdad cuando la conoces? ¿Hacia dónde te impulsas cuando alguien te revela sus flaquezas, defectos e impotencias? ¿Surge el juicio al conocer un pasado de decisiones desatinadas o extiendes gracia para quienes han cometido errores incomprensibles para ti?
El corazón se me encoge ante el hallazgo y confieso que no siempre he extendido gracia. Muchas veces, al encontrar la peor faceta de la gente, arrugo la nariz y hasta llego a mostrarle mi disgusto.

Si la gente percibe mi desaprobación y mi juicio, ¿por qué entonces tengo la ocurrencia de esperar que se muestren, sin pudor ni recato, con todo su pasado, sus errores o sus miedos?
Ahora que entiendo el temor al juicio, comprendo la presencia de las máscaras que transitan a mi alrededor y olvido la queja contra la hipocresía.
A pesar de tan triste conclusión, una frase me llena de esperanza, pues sé que encierra la respuesta a ese danzar de gente que se oculta y desconfía. Si tan sólo hiciéramos lo que ella dice, ¡que mundo tan distinto viviríamos!

“Amarás a tu prójimo como a ti mismo”

martes, 24 de septiembre de 2013

"Como niños"

Después de un día extenuante, con la frustración acumulada ante un cuerpo que no termina de responder, un incidente me enfrentó y perdiendo el control ¡exploté!
En otro momento, eso no hubiera sido más que un momento de exasperación. Lo malo es que, justo en ese instante, mi nieto asomó la carita para preguntarme algo.
-¡Por favor, estoy muy enojada! –le respondí sin tacto– espérame en la recámara.
Como un ratoncito, mi pequeño se escabulló seguido de su hermana a la otra habitación.
Segundos después, lo único que podía ver en mi memoria eran cuatro ojitos asombrados y, con asombro, reaccioné. ¡Nunca había hablado así a mis nietos!
Me apresuré a la recámara, donde los encontré sentados en el sillón.
–¡Perdóname, mi niño! Estaba muy enojada y no debía haberte habla así, amor. ¡Discúlpame, por favor! – le dije, mientras lo envolvía entre mis brazos.
Separándose de mí, se paró sobre el sillón. Sus ojitos quedaron justo frente a los míos.
– No te preocupes, Gramma –me dijo, y su rostro tenía linda sonrisa con dos ventanitas al frente–. Yo he escuchado palabras horribles y esas personas no se disculpan.
 Yo también se asusté –agregó mi nieta, que nos miraba sentada junto a nosotros.
–¡Perdóname, princesa! –me disculpé con ella –no quise asustarte, cariño.
De un salto, se levantó y me abrazó por el otro costado.
Así, envuelta en el abrazo más sincero que he recibido, mis ojos se inundaron de arrepentimiento y mi corazón rebosó de gratitud por el perdón recibido.
Después de ese momento, en que mi conciencia quedó magullada y a estas alturas de mi vida, comprendí lo que Jesús dijo en su paso por la tierra: Sed como niños.

Que gran aprendizaje tuve a través de mis nietos y que sincero recordatorio a la invitación de "ser simples y pronta para perdonar".

jueves, 19 de septiembre de 2013

"Vida sin ideales"

A veces, los mensajes de sabiduría me llegan de labios jóvenes que, libres de la jactancia de la experiencia, llegan con más claridad y fuerza.
Me gusta que encaren los problemas con las soluciones que se tienen en el momento, en vez de postergarlos hasta que se presenten los planes o las situaciones "ideales" (si es que alguna vez llegan) – decía la carta, refiriéndose a los múltiples contratiempos que habían sorteado él y sus jóvenes compañeros de viaje.
Entonces revisé las situaciones “no ideales” que me rodean.
Separaciones, pérdidas económicas, enfermedades imprevistas, nacimientos no planeados y la lista creció hasta que tuve que detenerme para entender la conclusión: Mi vida, tal y como hoy está, es como un caleidoscopio hecho de circunstancias, cual cristales, irregulares, imperfectas y de aristas, algunas, filosas y punzantes. Una vida lejos de los ideales y planes iniciales.
¿Cómo es que, aun así, vivo con un sentido de plenitud y hasta felicidad?
Tal vez, como reza el dicho popular, aprendí “como el burro que tocó la flauta”, a vivir como señalaba la carta, encarando los problemas con las soluciones del momento y no me he sentado a esperar a que los ideales, con su perfección, sean parte de mi realidad.
Hoy, con la nueva mirada que da el entendimiento, vuelvo a revisar el mundo a mi alrededor. Entonces leo con agrado lo breves mensajes de mujeres que, tras perder el hogar y la familia ideales, continúan el camino reconstruyendo futuros con los trozos de sus planes y se esfuerzan por ser felices. Veo imágenes de quienes, con el proyecto de una vacación de tres días, soleada y tranquila, luchan por encontrar un buen uso a los días de encierro por las tormentas e inundaciones. Cuento las ocasiones en que una abuela, de un nieto que aún no ha tenido en sus brazos, ha dado un “Me gusta” sobre las fotos del que conocerá algún día.


Y me doy cuenta de que, allá afuera, vive gente como yo, con sus vidas sin “ideales”. Mi corazón crece en admiración y tengo ganas de aplaudir la entereza de los que siempre encuentran un motivo de esperanza que los fortalezca, para sacar partido de sus mundos imperfectos y a veces rotos.

viernes, 6 de septiembre de 2013

"Enferma"

Bajar el pie para habitar en el mundo que me ha tocado vivir, hoy, se convirtió en el gran reto. 
Mi cuerpo, sintonizado a mi alma, se reveló clamando por permanecer en el mundo del sueño para refugiarse de la realidad.
Me siento enferma, del cuerpo, del corazón y del alma.
La náusea sube a mi garganta cuando observo la destrucción entre los seres humanos que, no hace mucho tiempo, se hablaban de amor entre caricias. ¿Cómo soportar verlos ahora, atacándose con saña y famélicos de venganza?

Con saltos sin ritmo, mi corazón se conmociona cuando mira el daño de otros corazones. Corazones de niños que son usados como arma y carnada en la batalla entre sus padres. Como indefensos rehenes, degradados cual mercancías, viven para que ellos logren sus egoístas y ambiciosos deseos. Dinero y bienestar son la bandera con la que los adultos se justifican, y olvidan que sus hijos son un regalo precioso que deberían cuidar por sobre todo bien.
Esos amores impetuosos e irreflexivos, que dan luz a hijos indefensos, quebrantan mi fe en la humanidad. Sus promesas y sueños impregnados de autocomplacencia son tan efímeros y ruidosos como el correr de agua en un riachuelo. Pasan, se olvidan y cuando llega el sol de las pruebas, se seca sin dejar huella.
Por más que me esfuerzo, la espalda se me encorva y miro al suelo. Mejor mirar a un piso plano que a la naturaleza humana con su más miserable faz.
Sólo mi espíritu se aferra a una última esperanza. Esos niños de corazones maltrechos por el veneno vertido por sus padres, encaprichados en ganar su guerra, algún día, crecerán y no vivirán más en la prisión de la mentira de las malversadas razones. Al paso del tiempo, se convertirán en buscadores de su propia verdad y abrirán la oportunidad de restaurar su alma, la relación perdida y rescatarán su derecho a un presente más sincero.
Cuando pienso en que los niños son el deleite de Dios, sus hijos favoritos, toda yo ardo en la necesidad de la única justicia que reconozco perfecta y me prometo esperar con paciencia a que Él, que todo lo ve y todo lo sabe, muestre Su Justicia a favor de los niños indefensos.
Hoy levanto la voz por los que no la tienen. Hablo a cuenta de los niños que son maltratados por sus propios padres cuándo éstos inician una guerra, el uno contra el otro, usando a los pequeños indefensos. Denuncio los labios que vierten rencor y odio en el corazón de sus hijos. Y señalo su conducta como infamia y egoísmo.


“Más le valdría ser arrojado al mar con una piedra de molino atada al cuello, que servir de tropiezo a uno solo de estos pequeños” –dijo el Maestro. Lucas 17:2