lunes, 29 de abril de 2013

“¿Quién?” Dedicado a mi querido amigo Guillermo Eddy (Q.E.P.D.)


Un mensaje, apenas un par de renglones para anunciar que se ha ido, y centenares de personas quedamos desconectadas, desvinculadas, tal vez por siempre. . .
Guillemo Eddy, a quien muchos llamaban El Ñero, con la misma forma original que usó para vivir su vida y como en el acto de magia en la chistera, simplemente partió, sin anuncio ni despedida. Mi corazón llora y se acongoja. Sólo han pasado unas cuantas horas y su ausencia empieza a pesarme. ¿Quién me escribirá esas palabras alegres y leerá, siempre el primero, mis escritos?
Sé que el número de sus amigos es incontable y, sin embargo, sólo puedo recordar esa forma de lograr hacerme sentir “especial” en sus afectos. Pero el egoísmo no me ciega y reconozco que, uno de sus tantos dones, era el de hacer amigos y abrir un camino para convertirlos en únicos.
Y si tuviera que completar la lista de sus cualidades, la capacidad de sembrar amistades tendría que aparecer junto a la generosidad porque, ¿quién no recibió de él un consejo, una foto, un regalo o un tiempo memorable? Cada vida que Guillermo tocó, hoy muestra una huella y eso lo hará inmortal en nuestro recuerdo.
Mi amigo, mi “colega”, ¿por qué te llegaron las prisas por partir, habiendo aún tanto mundo que unir? ¿Quién andará por las calles de nuestro pueblito, robándole instantes irrepetibles? ¿Quién paseará a la cámara vaga? ¿Dónde encontraré la inspiración para continuar con nuestros cuentos? ¿Quién será el heraldo de las buenas nuevas de nuestro pueblito, Tequis, y quién me hará reír con mensajes achispados?
Hoy escribo entre lágrimas y risas. Perdí a un entrañable amigo y lloro; pero no puedo evitar sonreír con los recuerdos de nuestras conversaciones y bromas.
Se nos  están quedando muchas cosas pendientes, querido amigo. En unos días, tendré que brindar por tu cumpleaños y no chocaremos las copas. Me quedaste  deber el abrazo de “post-cumpleaños”. Nuestro proyecto de cuentos mágicos quedará en un eterno momento de gestación y, aquella clase de fotografía, tantas veces pospuesta, aparecerá sin palomear en la lista de cosas por compartir.

Ya no me enseñarás a tomar fotografías, colega, pero me alegro de haber aprendido muchas otras cosas de ti: El ilimitado amor a tu familia, el cuidado por tus amigos, la generosidad sin historia, la ayuda solícita e incondicional, el espíritu aventurero, el optimismo en la adversidad, la capacidad de sembrar el futuro de planes y, sobre todo, la alegría de vivir.
Abundante es tu legado, amado amigo, y tu recuerdo será siempre motivo de sonrisas.
¡Te extraño desde ya, querido Guillermo, mi colega en la bohemia de la vida y mi amigo especial!

viernes, 19 de abril de 2013

"Tres. . . dos. . . uno"


Varios días atrás, perdí la cuenta o, ¿realmente quería seguir contando?
En el tintero se quedaron atrapadas mis reflexiones del recuento: Mis pérdidas, mis miedos y. . . mi porvenir.
Sobre las pérdidas, ¿por qué perder el tiempo en algo que ya doy por perdido? Si acaso hubiera algo que rescatar, ¿no tendría que cambiar de página y escribirlo en el renglón del porvenir?
Y los miedos, sólo me hacen pensar en algo que escuché y es que “Sólo hay dos tipos de personas: las que tienen miedo y las que no lo dicen”. Así que, reconociendo que me siguen asaltando los miedos, sólo puedo agregar que tengo un antídoto y es algo que habré de recordar en cada asalto: “El perfecto Amor, echa fuera el temor”.
Pero hoy, justo hoy, abro un capítulo nuevo, con la oportunidad de una nítida página en blanco.
Preparando un poco su entrada, la noche anterior configuré la alarma y dispuse que lo primero que mis 53 escucharían fuera mi canción favorita: “Who am I” (Quien soy yo, de Casting Crowns). La letra de la canción resume en mucho mi sentir, al preguntar a Dios, ¿quién soy yo para que me ames y hagas tanto, Tú, siendo Dios? Y es que, los 52 y sus experiencias, me redimensionaron con toda mi vulnerabilidad. Cada cosa ocurrida en esos 365 días, me recordaron mi pequeñez y me necesidad de confiar, depender y esperar, más que de mí, de un Dios que todo lo puede.
Hoy abrí la puerta al futuro llamado 53. Puedo anticipar un poco lo que viene: Una pequeña personita que apenas me está dando tiempo a preparar su llegada; la aventura de mi hijo en el extranjero; proyectos y retos que enfrentaremos, mi esposo y yo, de la mano; el deleite de ser parte de la nueva oportunidad que mi hija, en la bendición de la maternidad; sumar centímetros a mis nietos y anécdotas juntos; sueños de nieve, libros por nacer, gente por servir y amar, la Verdad por compartir. . . ¡Es tanto! que, hoy que todo está por comenzar, me pregunto si me alcanzarán 365 amaneceres para disfrutarlo.

Me detengo un instante y, a pesar de los dolores que el año que termina me trajeron, siento un poco de nostalgia. Me dispongo a echar el puñado de tierra sobre su féretro y un sentimiento me salta en el pecho, moviéndome a pronunciar un discurso en su honor:
“Queridos 52: Serás memorable por todas las cicatrices que me has dejado. Debo reconocer que fuiste un año lleno de sorpresas y, también es de mencionar, que no todas fueron buenas. Y es por aquellas que no lo fueron que quiero darte las gracias. Gracias por destruir las falsas ideas de autosuficiencia; gracias por no concederme todo lo que quise y gracias, porque al convertirme en polvo, me abriste a la oportunidad de volver a ser moldeada por la Mano del que originalmente me formó en el vientre de mi madre. Nos despedimos en paz, querido año. Ve a reposar en el pasado con la conciencia de que fuiste un importante ciclo de mi vida,uno, muy aleccionador”.

ESQUELA
Ayer, a la media noche, murieron los 52 años de Nuria. Ella lo despidió con palabras de gratitud y, al bajar el ataúd al fondo del pasado, justo en ese momento. . . nacieron los 53.

¡Los 52 han muerto. . . larga vida a los 53!

¡TRES! ¡DOS! ¡UNO!. . .  ¡¡¡COMENZAMOS!!!

lunes, 15 de abril de 2013

"Cinco y contando: Mis esperanzas"


Podría iniciar, escribiendo una lista interminable de cosas que quiero confiar en que ocurrirán. Mis deseos, aunque algunos han sido frustrados, una y mil veces, debo confesar, siguen vivos. Entonces, ¿no habré aprendido nada? ¿Acaso no he leído que “Es más feliz, no aquel que tiene lo que desea, sino el que menos necesita”? La frase me hace sentido y, aun así, algo no encaja.
Me detengo un momento y algo viene a mí memoria: “La fe es la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve”, así está escrito en el libro de Hebreos. Al dar con la clave, me animo por el diagnóstico que puedo hacer de mí propia esperanza.
Si aún espero” que cosas buenas ocurran en el futuro, y que ahora se me presenta incierto, quiere decir que no he perdido la esperanza; y aunque ahora mi circunstancia no de visos de ninguna de las realidades que deseo, comprendo que, lo único puede regalarme la convicción necesaria para saber esperar, sin desesperar, es. . . la fe.
Vuelvo a emocionarme al toparme con una importante coincidencia: Mi petición a Dios, día tras día, es que haga crecer y madurar mi fe; así que, si de Él y sólo de Él depende que así ocurra, y si recuerdo que Él escucha mis solicitudes y es fiel para cumplir Sus promesas, entonces ¡mi vida tendrá el final que espero!
Cierto es, que todo es cuestión de tiempo pero, si he llegado hasta los 52, persiguiendo mis anhelos, entonces ¿no están mis esperanzas más cerca de verse cumplidas? La espera, estoy convencida, cada vez es más corta.

¡Casi siento ganas de sacudirme como los perros lanudos, tras un chapuzón, y así deshacerme de cualquier vestigio de desesperanza!
Parece que hoy, con algo más de tino, estoy aprendiendo a poner las esperanzas en las Manos correctas y ya no en aquellas personas que, de tan amadas, a veces he cargado de más “expectativas” de las que debiera.
La cuenta hasta el final se me está haciendo larga pero, como aún me queda algo que decir. . . seguiré contando.

“Deléitate en el Señor, y Él te concederá los deseos de tu corazón”.

domingo, 14 de abril de 2013

"Seis y contando: Mis respuestas"


Como alguna vez oí decir, “Cuando tenía todas las respuestas, me cambiaron las preguntas”, así me ocurrió, este año.
Tal vez, este recuento, sea lo más difícil de escribir y compartir porque, ¿a quién le gusta sentirse sin la certidumbre que algunas respuestas pueden dar? Al menos, las más elementales, siempre sirven de fundamento para que la vida no parezca la revuelta de un loco torbellino sobre el pajar a cielo abierto.
Cuando me quedé sin respuestas, entonces comprendí que había cometido un grave error: Comencé a usarlas para fundamentar mi vida y, que todas ellas, habían sido mías, sólo mías y por ende, falibles y perenes. ¿Dónde había dejado las que no cambian ni jamás cambiarán? ¿Qué pasaje de felicidad me extasió hasta dejarme sin memoria a la Verdad?
En mi mente, y embelesada con las fantasías de un futuro brillante, me aseguré las respuestas que perpetraran mi estado de anhelo por el amor y la paz en mi días.

¿Cómo terminaría mis días?, me preguntaban. Y sin dudas, respondía: De la mano de mí amado y rodeada de hijos, nietos y amigos. No me detuve entonces a pensar que, ni las relaciones ni los afectos son perpetuos, ni obligados, y que a la vuelta de cualquier viento, el amor y las presencias amadas podían hacerse espuma hasta disolverse en la gran ausencia.
¿Qué cosechas si entregas tu vida con amor y sacrificio? La contestación armada en mi mente, con anacrónica inocencia, sólo imaginaba que segaría cariño, respeto, amor y compañía. Luego recordé que, el amor ágape, el amor de la mejor sepa, no siempre recibe con reciprocidad matemática pero que, sin desaliento, igual sigue amando.
Muchas preguntas, como éstas, vivían en mi mente con la respuesta lista y firme. Pero este año, tiempo de mi desengaño, me obligó a replantear las preguntas y contestarlas con la Verdad empuñada en la mano. ¡Cuánto dolor trajo a mi corazón, reconocer cuan erradamente había dibujado el futuro con mis propias conclusiones!
Hoy por hoy, con respuestas nuevas e inamovibles, mi futuro no tiene más el sendero marcado y abandero mi caminar con un lábaro nuevo, el del amor y el perdón, ondeando frescos vientos. Ya no cargo sueños de casas llenas de risas y juegos, ya no hay velos ni oraciones en altares y no busco engaños que me aseguren que me seguirán miradas humanas, de amor y bendición.
Ahora, con la libertad frágil de la incertidumbre, voy andando con los ojos y las manos abiertas para que, de llegar algún regalo, me encuentre lista para abrazarlo, aunque nada me asegure que no serán efímeras y se volverá quimeras.
Ya los seis días no alcanzan ni para llamarle “semana”, a la espera del comienzo, así que, sin apuro y si me quieres acompañar hasta el final. . . yo te seguiré contando.

“Y si tuviera el don de profecía, 
y entendiera todos los misterios 
y todo el conocimiento,
y si tuviera toda la fe para trasladar montañas, 
pero no tengo amor, nada soy” (1 Corintios 13:2)

sábado, 13 de abril de 2013

"Siete y contando: Mi corazón"


Si tuviera que dar alguna mención especial, en este último año de mi vida, sin dudarlo un minuto, la otorgaría a mi corazón. Pues ha sido éste el gran héroe de mi experiencia de vida, el que ha resistido, el que me ha entregado respuestas en momentos clave, el que ha debido aprender a fuerza de dolor y el que, incluso en su función física, se ha tenido que sobreponer al cansancio de latir.
Los que saben de anatomía, tratarán de recordarme cómo el corazón, con sus dos aurículas y sus dos ventrículos, lleva a cabo el bombeo de hacer circular la sangre y así cumplir su función de llevar, a todas las células del cuerpo, oxígeno y nutrición. Y sin negar su función elemental, yo estoy segura que, en alguno de esos compartimentos, el corazón reserva espacio para almacenar los sentimientos y sabiduría para responder a lo que en la vida importa.
El mío, este año, experimento una enorme dosis de rechazo y, al ir guardando ese sentimiento tan maligno, se fue quedando paralizado en su incapacidad de responder. La tristeza, como sarro en tubería, le fue impidiendo dejar correr libremente las emociones y, un buen día, engarrotado por el dolor de ir sintiendo el mazo del repudio, casi desfalleció y quedó sin vida.
Pero mi corazón fue fiel y, antes de renunciar a su labor de mantenerme con vida, con valor envió una alerta de ayuda, lo que algunos llamarían “corazonada”, anunciando que había llegado al límite de sus fuerzas. El dolor permanente a mitad del pecho me hizo reaccionar y, junto con su andar a trompicones, me convenció de que entrábamos a un momento de peligro y con el riesgo de alcanzar un punto sin retorno.

Con desasosiego y alarma llegamos, mi corazón y yo, hasta los médicos y, haciendo equipo con mi mente para desazolvar los residuos que las penas habían dejado en sus arterias, nos dejamos atender con cuidados intensivos. Fueron semanas de tensión hasta que los estudios confirmaron que el peligro había pasado y que, gracias a Dios, no quedó en él daño permanente.
Pasada la emergencia y los tiempos de cuidados para mantenerlo con vida, he puesto un gran empeño en devolverle la salud. Con meticulosa conciencia, he repasado cada uno de sus espacios para limpiarlo de resentimientos; untándolo de esperanza, he suavizado las zonas endurecidas por las cicatrices de las heridas, recientes y pasadas; en el día a día, juntos hacemos un entrenamiento de amor para perdonar y echar fuera los residuos que puedan volver a enfermarlo.
Mi corazón “casi” ha sido dado de alta.  Poco a poco, está recuperando  su capacidad de amar, fluyendo con la misma naturalidad con que impulsa la sangre por mi cuerpo, sin esperar que vuelva a él gratitud o cariño.
Aunque mi viejo corazón casi pierde la batalla, con heroica tenacidad se ha levantado de entre las cenizas y, un poquito más sabio que antes de la guerra, espera la oportunidad de latir emocionado a las experiencias que nos traerá el futuro.
¡Sobreviviste, corazón mío! Y con entusiasmo te digo que, después de lo que has hecho, te viviré agradecida por alargar mis días.
En siete días, encenderé las velas y si tú, mi corazón, lates conmigo. . .juntos las seguiremos contando.

“Y, por sobre todas las cosas, guarda tu corazón pues de él mana la vida”.

viernes, 12 de abril de 2013

"Ocho y contando: Mi mundo"


Para los que vienen atrás de mí, creo que es momento de sacarlos del error.
Cuando escuchen que, “a los cincuentas”, ya sabes de “qué se trata vivir” y que tienes la certeza de “hacia dónde vas”, sólo relean este resumen y verán que no hay nada más lejos de la verdad.
En un rápido recuento, para explicar la existencia a los cincuentas, puedo mencionar lo que sucede en mi mundo: Sobrevives la menopausia, un estado alterado de la conciencia y un enloquecer del cuerpo; continúa el aprendizaje sobre cómo ser padres de hijos adultos (entre el ensayo y el error, y con muchos más errores que aciertos) y, en casos como el mío, sigo entrenándome para  desempeñar “sabiamente” el rol de abuela; comienza el preludio de la despedida de nuestros padres ancianos y nos convertimos en su apoyo durante el proceso de la enfermedad y la vejez; resurgen inquietudes y sueños que quedaron en pausa durante la crianza de los hijos; para muchas, como yo, la rutina laboral del esposo ha sido re-direccionada y, con ello, la personal sale trastocada; entramos, como familia, a la recta final para consolidarnos financieramente y, aunque tenemos más tiempo y experiencia, la energía, a ratos, merma.
Mi entorno, mi circunstancia y mis relaciones, a estas alturas, son novedades con las que tengo que ensayar para aprender a sobrevivirlas vivirlas.

Sólo una ventaja tengo sobre todo este panorama y es que. . . ¡Me gusta el cambio y me engolosina el reto!
Así que, en este nuevo mundo en el que hoy me encuentro y que recién estreno, a diario baila conmigo un deleitoso caos que, como testaruda lengua, se opone a las rutinas viejas y me pasa por la vista, cual confetis de vida al vuelo, las nuevas opciones y oportunidades.
Mi viejo mundo yace bajo los escombros, tras el cataclismo del cambio, y como brote frágil de yerba fresca, surge de entre los recuerdos mi nuevo mundo.
A sólo ocho días del día de estreno, me preparo para verlo aparecer y. . . ¡Sigo contando!

jueves, 11 de abril de 2013

"Nueve y contando: Mi mente"


Dice la Biblia que “todo comienza en la mente” y, después de todo lo que experimenté este año, sólo puedo agregar que es ahí donde, también, “todo termina”.
Mi mente, entenebrecida por las tristezas, se fue convirtiendo en una buhardilla estrecha y de paredes húmedas. Atrapada en la oscuridad de los temores, mis viejos fantasmas cobraron vida: La niña que guardó en secreta culpa el abuso sexual, la joven madre abandonada, la mujer traicionada y al borde de escapar a la vida. Todas y cada una de ellas, por las noches, me visitaban. ¿Qué aliento maligno las había revivido a mi presente?
Aunque tardé en descubrirlo, una tarde de oración, el Señor lo reveló: ¡Había perdido la visión!

Sintiendo el acecho del futuro, con sus posibilidades de enfermedad, pérdidas e incertidumbre, mi mirada fue quedando clavada en el piso del presente bajo mis pies y, al no encontrar salidas o soluciones, mi mente comenzó a rebotar hacia la fatalidad pasada. ¿Y dónde está Dios en todo esto, me preguntaba?
-Porque yo sé los planes que tengo para ti –me susurraba –planes de bienestar y no de calamidad. Pero era su voz tan queda, que los gemidos de mi mente la distorsionaban, dejándola extraviada y muda.
Hasta que ese día de silencio, cuando mi mente se rindió al cansancio de buscar respuestas que acallaran mis terrores, pude escucharlo y, levantando la vista, vi lo que Dios quería mostrarme: La visión de un futuro guiado y planeado por Él.
Al igual que se cuela una sutil brisa por debajo de la puerta, poco a poco, mi mente se fue llenando de promesas de esperanza, rostros de futuros sonrientes de oportunidades, y de voces, tiernas voces de niños, ¡eterno canto de buenos presagios!
Mi fe abrió el paso para que yo recobrara mi visión y, mi mente, comenzó el regreso creyendo que, mi futuro, me hablaba de nuevas oportunidades. En lento éxodo, mis pensamientos fueron liberados de la esclavitud de mi prisión e iniciaron su andar hacia mi tierra prometida: La visión de Dios para mi propia vida.
Para quienes no han escuchado la callada voz de  Dios, seguramente, mi confesión les parecerá un buen cuento. Aun así, sé que eso ocurrió en mi mente cuando enfermé de depresión y, a nueve días del final. . . yo seguiré contando. 

miércoles, 10 de abril de 2013

"Diez y contando: Mi cuerpo"


Si alguna vez tomé conciencia del paso del tiempo sobre mi cuerpo, ocurrió este año.
Con las aspiraciones, sueños, expectativas y relaciones rotas, mi cuerpo, al igual que todas ellas, se quebrantó.
Como el reflejo de un espejo, enfermedades y achaques se revelaron como producto de la forma en que viví estos doce meses de mi vida, etapa que concluirá en diez días. Y, así como decía mi abuelo que, “las carreras que el burro pega, en el cuerpo se le quedan”, todos mis afanes, desvelos y tristezas pasaron su factura, dejándome el cuerpo tieso y agotado.
Cuando más abatida estuve, mi corazón, magullado por el dolor, se debatía entre la decisión de parar o continuar latiendo, y así pasé meses respirando entre lo que los médicos llamaron “arritmias” (aunque bien yo sabía que era mi alma, quien le aconsejaba dejar de latir).
El sueño se convirtió en mi compañero permanente, las ojeras en mi maquillaje y la tristeza en mi vestido. Y a todos este deambular, cansado y gris, con atinada experiencia, el médico le puso nombre: Depresión. Aunque tal nombre parece familiar a todos, para mí fue novedad vivirla y mucho más difícil me resultó entenderla. Cualquier tristeza que podía recordar, se convirtió en pequeña junto  mi nueva acompañante y no me alcanzaba ningún esfuerzo para lograr vencerla.
Así, con el espíritu empequeñecido y el cuerpo roto, llegué al momento de gritar por auxilio.
La ventaja de ser parte de una familia es que, cuando estamos por sucumbir, una sola llamada basta y, como boyas en la tormenta, aparecen los que te aman para ir en tu ayuda.
Fueron ellos: Mi esposo, mi hijo, mis padres, mis hermanos y mis amigos quienes, como enorme red de cariño, me tomaron en sus brazos para cuidarme y, con infinita paciencia, esperaron junto a mí hasta que mi cuerpo recobró la salud y mi alma se sosegó en la esperanza.

Fue el conjuro del amor lo que, con cuidados y ternura, disolvió la enfermedad que la tristeza trajo.
Hoy mi piel ya tiene color, mis ojos han vuelto a sonreír, el corazón ha aprendido un nuevo ritmo y, en el fondo de mi conciencia, se ha sembrado el verdadero sentido del tiempo y su finitud.
El transitar por el valle del dolor, confieso, me hizo desear huir y, aunque espero no volver ahí por mucho tiempo, hoy me alegro de haber pasado por el estrecho y oscuro camino de la depresión pues, ha sido ahí y sólo ahí, donde he podido sentir la más íntima compañía de quien habita en todos lados: Dios.
¡Qué les cuento del paso de mi cuerpo por los 52! Difícil, azaroso e intenso pero, a toro pasado, maravilloso como el mejor porque. . . ¡Estoy de pie! 

lunes, 8 de abril de 2013

"Corregido y aumentado"


Cuando naces, siendo el octavo hijo, abres los ojos enquistado en un organigrama que, de un plumazo, te deja con tres madres y cuatro padres de todas las edades, ¡además del par de progenitores originales!
Para cuando apareces en escena, tu bagaje histórico está repleto de anécdotas familiares que aprendes, festejas y repites como si fueran propias; historias que se tejen en tu memoria junto con las clases de geografía, español y música.
Con una tropa de hermanos por delante, desarrollas la sana costumbre de la codorniz y, casi por instinto, sigues la fila que te precede, a veces sin preguntarse si te encaminas a una nueva travesura o a una junta familiar.
Como silencioso oyente o risueño participante, brevas bromas y manías de todos tus antecesores. Nada queda oculto a tu vivaz mirada y, ante la falta de censura, crece el don de picardía con la naturalidad de la hiedra y sin que nadie se dé cuenta.
Como en el juego de “dónde quedó la bolita”, tus faltas y pecadillos quedan encubiertos por siete aliados que las hacen “perdedizas” a los ojos de maestros, prefectos y papás. Cualquier denuncia escolar ha de pasar por un tamiz interminable de cómplices que, justificados por el amor, retardan una posible sanción hasta convertirla, de infracción, a insignificante travesura.
Y, si eres pescado con las manos en la masa, escucharás, como maestra pasando lista, los nombres de todos sus antecesores antes de que a tu madre se le de pronunciar el tuyo: “Edgar, Carlo, César. . . ¡tú, Rubén Darío!
Así, justo así, es como se forma un hijo, el octavo y último de una enorme familia; creciendo bajo el cobijo de la manada y hasta ganarse el honroso título de: “Corregido y aumentado”.
Pero como es destino de todo bienaventurado, los años pasan y el niño deja de serlo; el adolescente es traspasado por el tiempo y nace el hombre. Y es de ese hombre del que hoy quisiera hablar.
Muchos frutos se ven en la vida del Benjamín de la familia, mi hermano pequeño, Rubén Darío.
De entre toda aquella loca infancia, repleta de sucesos divertidos, como inexplicable alquimia, surgió la sabiduría. Hombre de rostro joven es mi hermano, pero de corazón maduro de reposada sapiencia. Con la madurez lenta de los frutos dulces, se ha llenado de palabras amables de esperanza, el corazón y, con generosidad pausada, las regala a los que ama, siempre entre risas y sonrisas.
Con diques forjados de carácter, aprendió a contener las tempestades del temperamento hasta convertirlas en la entereza de la noria y los molinos de viento. Aquel chico impetuoso de la infancia, a fuerza de convicción, ha domado sus indisciplinados vientos y ahora los usa para empujar, con atinada dirección, sus velas.
Fue él, Rubén Darío, quien enseñó a mi familia a traspasar fronteras. Cual pionero antiguo, sembró en la generación siguiente la semilla de la formación en el extranjero. Fue mi hermano, R.D., quien llevó las oraciones de los otros nueve hasta los confines de Francia y levantó el orgullo familiar al cielo cuando conquistó sus metas.
Mostrando un juicio prematuro, eligió a la mejor esposa y, con tino fiel, marcó en su vida las prioridades, esas, que nuestra sociedad está dejando atrás: Primero Dios, segundo el matrimonio, después familia y al final, trabajo.
Como en fotografía de tonalidades sepia, adorna la imagen de nuestra generación con su hermosa familia y hace rebosar el corazón de nuestros padres con justificado orgullo.
Muchas son las virtudes de mi hermano pero, una en especial, según mis ojos, da particular belleza a su existencia: La integridad. Una que, para mantener como pilar en su cotidiano vivir, le ha exigido: Responder con verdad, aunque el mundo levante las cejas; aferrarse a la fidelidad, cuando ha de defender sus principios y, con un valor poco frecuente, pronunciar el nombre de Dios, incluso cuando los demás no lo reconocen.
Hoy estamos celebrando tu vida, hermano, y no hay aquí quien no lo haga con legítima alegría. Tu paso por nuestras vidas ha dejado la huella del buen ejemplo y, más de una vez, has sido referencia para demostrar que, a la mitad de un mundo caído, aún viven hombres como tú, que aman a Dios y se levantan, cada día, para honrarlo.
Que ese Dios nuestro al que obedeces, te siga bendiciendo cada día, Ruben Dario. Que te siga nutriendo de Su sabiduría para que continúes tu tarea como sacerdote y guardián de tu familia. Que Él te sostenga firme en las sabias convicciones que dan cause a tu vida y te siga llenando de valor para que jamás te dejes vencer y convencer por un mundo que se opone a preservar lo que es tu gran tesoro: Tu fe, tus valores y tu buen testimonio.
Sea siempre nuestro Dios contigo, querido hermano y le doy gracias por regalarme el privilegio de ser tu hermana.
Te amo, te admiro y te bendigo eternamente.