lunes, 31 de diciembre de 2012

"Regalos"


A tan sólo unas horas de que el año se termine, me llega un paréntesis de paz. Parece el momento perfecto para iniciar el recuento y, sin darme tiempo a ordenarlas, una avalancha de buenas memorias se agolpan en mi mente.
Como la entrada a un espectáculo, el tumulto de hermosos recuerdos se atropellan unos a otros y no me queda más que sonreír. ¿Por dónde empiezo? ¡Han sido tantas las bendiciones! Algunos han sido instantes, pequeños regalos de Dios (y lamento no poder complacer a mis amigos ateos, llamándolos “regalos de la vida”, pero pecaría de ingrata si lo hiciera); otros, de tan largamente anhelados, se convirtieron en paquetes enormes de felicidad cuando los recibí. Al final, con el mismo predicamento de siempre sobre la extensión de mi reflexión escrita, me detengo para rescatar los más importantes (¿Será realmente justo de mi parte clasificarlos así?).
Paradójicamente, al buscar lo más relevante, tengo que reconocer que, las bendiciones más comunes, han sido las que han permitido que las demás existan: La salud y las necesidades más básicas cubiertas; una familia, una casa, comida en el plato cada día, ropa, proyectos, trabajo, afecto y la presencia de los míos. Todas esas cosas que, de tan cotidianas, pareciera que no son motivo de la más profunda gratitud.
Entonces comienza el desfile de las cosas extra-ordinarias (extraño, otra vez, siento que no estoy haciendo honor a lo “habitual”, aun siendo extraordinario):
Este año, nuestra familia celebro que mi hija logró la meta profesional que defendió y por la que luchó largamente para convertirse en médico; mi esposo, por su parte, fincó los cimientos para el proyecto que soñó por muchos años y que será la plataforma que consolide sus esfuerzos para cristalizar su sueño; mi hijo, tras noches y días de trabajo, pudo descubrir sus capacidades intelectuales, recibir el reconocimiento a sus talentos con elogios y las más altas notas escolares, y vislumbró el camino que seguirá como vocación; mi hija adoptiva, al volver a casa, demostró lo aprendido en el hogar y nos convidó con orgullo una vida independiente, honesta y esforzada.
Nuestra familia, con un sinfín de sorpresas inesperadas, creció en número y el proyecto de un futuro bueno se abrió con la llegada del que será pilar en la vida de mi hija mayor y sus hijos.
Y mis nietos, pequeños héroes de sus propias vidas, volvieron a florecer después de las tormentas tempranas que  los embistieron y son la muestra de que, para Dios, son importantes y muy amados.
A pesar de las altas y bajas, mis padres sobrevivieron a todos los retos de salud y, junto a ellos, Dios me dio grandes lecciones, enseñándome a confiar y fortalecerme en Él.
Y, ¡nada escapó al cuidado de mi Buen Dios! Cuando mi ánimo parecía ir en picada, el premio a mi creación literaria, tan largamente esperado, llegó para sumergirme en un mar de regocijo.
Muchos han sido, como dije al iniciar, los regalos y bendiciones recibidos pero existe uno, el que ha mantenido a mi corazón sonriendo y que hará memorable el 2012 por el resto de mi vida: La certeza de que mi hijo, junto con mi esposo y yo, viviremos juntos eternamente en la gloria del Señor. ¡Nada ha sido más emocionante que esto! ¡Nada supera la alegría que nos trajo! Y ¡nada será más valioso e importante para nosotros, sus padres!
Dios ha sido bueno.  Dios ha sido generoso conmigo y con mi familia. Dios ha dado más allá de lo que merecíamos y, eso, es la mejor muestra de que su Amor y su Gracia son infinitos.
Gracias, Padre mío, por cada bendición, por cada lección, por cada prueba y por haber hecho florecer la fe de nuestro hijo. ¡Gracias, mi Dios, por dejarnos vivir este año inolvidable!
Adiós, 2012 y. . . ¡Bienvenido el 2013!

sábado, 29 de diciembre de 2012

"Soñé que soñaba"


En mitad de la noche, el insomnio, entre ensoñaciones y penumbra, me trajo un cúmulo de ideas y pensamientos.
A mi mente, llegaron imágenes de parajes con mantos de arenas blancas, colindando con las aguas azules, que sólo el Egeo atesora, como fondo de un amor recién estrenado. Él y ella, aún con el resonar de las bendiciones en sus mentes, comenzando a vivir el sueño del futuro en comunión. Mi hijo, ya un hombre, ha seguido la instrucción del Señor: “Y dejará el varón a su padre y a su madre. . .”
Soñé con caritas risueñas enmarcadas de rizos castaños, manitas suaves revoloteando entre mis cabellos y voces llamándome, ¡Gramma! Su padre, acunándolos para llevarlos a mis brazos, respira un amor calmo e infinito. Su hogar, tantas veces anhelado, vive posado sobre la única certeza de paz en la tierra: Dios.
Mi corazón somnoliento despertó con las risas de mis amados al jugar. Abuelo, hijo y nietos en un mismo tono de carcajadas retozando, y la música de la felicidad resuena por toda mi casa.
Abro los ojos, recuerdo y releo la invitación que mi hijo ha extendido sobre nuestro futuro: “Los quiero conmigo cuando vuelva de mi luna de miel en Grecia; quiero que mi papá juegue con mis hijos y que tú les cuentes sobre el amor a Jesús para que sepan que siempre estará con ellos”.
No, eso no fue un sueño sino la realidad más hermosa que un hijo puede regalar a su madre, y yo, soy esa afortunada madre.
Hoy, al despertar, sueño despierta a lo largo de la mañana y deseos de vivir me crecen en el alma como espuma. ¡Sí!, quiero ser eternamente joven para jugar con los hijos de mi hijo, mis desde ahora anhelados nietos; quiero grabarme cada paisaje de las islas griegas y recrear la felicidad que espera a esa pareja maravillosa; y quiero sentir como florece en mí espíritu, día a día, el amor al Dios que tendré el privilegio de presentar a mis nietos.
Mi vida tiene un sueño, tan real, que me hace soñar despierta.

sábado, 22 de diciembre de 2012

"Resúmenes" (Final)


Y, viviendo y andando, también aprendí. . .

Que para llevar a la realidad los sueños, necesitamos trabajar y construirles una plataforma o, tarde o temprano, se convierten en pesadillas que, al perder la magia, nos reclaman pagar el precio de la irresponsabilidad.

Que amar es una experiencia agridulce pero siempre vale la pena vivirla.

Que debo elegir mis batallas y, si elijo participar en una, nunca ir al frente sino como soldado y con Dios por general al mando.

Que aquel que tiene una gran memoria, un buen árbol genealógico o una original colección de objetos valiosos, siempre tiene mucho menos que el ignorante, desheredado y desamparado pero que finca su vida sobre una fe incondicional en Dios.

Que, sin dar y servir, no vale la pena vivir.

Que no tiene sentido tratar de hacer las cosas que me faltaron de vivir, en las etapas pasadas, o correré el riesgo de convertirme en anacrónica y absurda en mi propio presente.

Que mi deseo de dar y servir no tienen nada que ver con recibir algo a cambio o esperar la gratitud del otro.

Que aunque el que reciba algo de mí no descubra los motivos de amor y buena voluntad en el regalo, eso no los vuelve inexistentes y que la bendición de hacerlo seguirá siendo mía.

Que puedo llorar en el hombro de quien me ama sin que por ello le esté fallando.

Que todo lo que tengo son regalos del único y verdadero dueño del universo; y que si los pierdo, es porque Él decidió tenerlos de vuelta o porque ya no me hacen falta.

Que si mis anhelos atropellan la vida de quienes dependen de mí, nunca son buenos.

Que la prisión más oscura, solitaria y destructiva es la que levanta sus muros con el egoísmo.

Que cualquier esfuerzo por preservar la niñez, la inocencia, la seguridad y la felicidad de un niño, nunca es inútil ni considerado en vano.

Que la ira es una avalancha que arrasa con las relaciones a su paso y sólo deja destrucción.

Que el corazón, como una esponja, necesita ser exprimido de vez en cuando para sacar sus lágrimas o ponerlo a secar bajo la calidez del amor de los que nos aman.

Que mi corazón, roto tantas veces en mil pedazos, es una obra de arte de Dios, el único con la paciencia suficiente para reconstruirlo de nuevo y pegar los trozos con Su Gracia.

Que aunque el agotamiento me grite que no vuelva a levantarme, debo escuchar a la esperanza cuando me susurra que lo haga, porque vale la pena seguir.

Que las arrugas de mí rostro son el mapa de mi historia, a veces formado por surcos hechos por mis lágrimas y otras por los hilos de felicidad que tensaron mi boca en una sonrisa.

Que, hasta el último de mis días, seguiré aprendiendo y, cuando deje de hacerlo, es tiempo de morir a este mundo.

Y aunque las experiencias me han hecho derramar lágrimas, sentir dolor, vivir frustración y hasta me han tentado a despedirme de la esperanza, doy gracias a Dios por ellas porque sigo creyendo que son todas estas lecciones, las que Él ha usado para seguirme modelando el alma.

¿Qué si el 2012 ha sido un buen año? Sin duda, ¡el mejor, porque aprendí y crecí!

viernes, 21 de diciembre de 2012

"Resúmenes" (Segunda parte)


También aprendí. . .

Que quien no incluye la gratitud, tampoco es capaz de añadir amor en sus relaciones.

Que hasta el mejor esfuerzo humano por ocultar lo que Dios sabe que me atañe, Él lo pone a la luz por mi bien. . . aunque el hallazgo traiga un dolor inmenso.

Que el conocimiento humano es útil pero, la sabiduría de Dios, es indispensable para llevar una buena vida.

Que la edad y la sabiduría vienen en combinaciones inexplicables.

Que puedo aprender de la gente menos escuchada.

Que ser madre no me vuelve responsable eterna de las acciones de mis hijos.

Que, sin Dios, soy incapaz de volver a levantarme de los embates de la vida.

Que las pequeñeces cotidianas se convierten en las montañas de felicidad sobre las que puedo cimentar mi vida presente y mis recuerdos futuros.

Que puedo ser feliz en el contentamiento y la fe en Dios, aunque el presupuesto merme.

Que mi mejor camino puede ser la vejez pero sólo si la acompaño de buenas obras y no de remordimientos.

Que la edad puede ser mí aliada si la voy viviendo, añadiendo amor y no rencores.

Que la justificación es la más peligrosa de las trampas y que nos impide arrepentirnos y cambiar, atrapándonos en la repetición del error y su destrucción.

Que el perdón diario es lo único que acaba con la maleza del rencor y el resentimiento  porque, ambas, crecen demasiado rápido si las dejamos echar raíces.

Que, todos los días, debo prepararme y estar lista para morir a mí misma. 

miércoles, 19 de diciembre de 2012

"Resúmenes" (Primera parte)


Durante este año, viendo y viviendo, aprendí que. . .

Los amores pagados con favores o dádivas son sólo una copia mala del verdadero amor.

Aunque una mentira me afectó, el veneno de la ponzoña se quedó en el alma del autor de la mentira.

Que no hay un buen final cuando se finca en el dolor de otros o el engaño.

Que nadie puede huir de sus errores y que lo perseguirán hasta el último de sus días.

Que lo que se quiere arrebatar a la vida, por las prisas de vivir en el placer no ganado y la renuencia a esperar, no se vive con deleite y, tarde o temprano, se pierde.

Que las heridas más profundas pueden ser infringidas por quienes más amamos.

Que las batallas que perdí encontraron su derrota porque no comprendí a tiempo que no eran guerras que me correspondieran librar.

Que uno puede desear con vehemencia que otros sean buenos y hagan lo correcto, por su propio bien, pero sólo a ellos les corresponde decidir serlo y hacerlo.

Que quienes más atacan la fe que vive en mí, son los que más necesitados están de ella.

Que la prisa de los otros y sus motivos, no tienen por qué alterar el ritmo de mi vida.

Que la tristeza no tiene que ser siempre acompañada por la desesperanza.

Que, aunque los otros no entiendan mis motivos, siguen siendo válidos.

Que no debo confiar en quien es capaz de olvidar sus promesas en aras de sus propias justificaciones y, aun así, puedo seguir amándolos.

Que el temor al final de una relación, a veces, acelera su agonía.

Que quien flota por la vida en sus propios méritos, sus esfuerzos y sus capacidades, difícilmente reconocerá y entenderá lo que por Gracia recibe.

sábado, 8 de diciembre de 2012

"Tendiendo la cama"


Después de tres semanas, hoy tendí la cama a conciencia. La funda del cubrecama, tras días de prisas, lucía retorcida. Por la habitación, aquí y allá, descubrí pequeños objetos que añoraban su lugar original. En las dos horas que Momo (el mejor esposo-padre-abuelo-yerno-hijo que conozco) salió con nuestros nietos, emprendí una jornada de limpieza a detalle.
Para cuando llegué a mi tocador, una sonrisa me asaltó el rostro. ¿Cómo habían hecho tantas cositas para llegar ahí? La respuesta fue simple: ¡Trabajo en equipo! Los peques aportaron lo suyo y yo. . . tomé decisiones.
Sí, en lugar de tender la ropa de cama, decidí arropar de besos y oraciones a mis nietos cada mañana al partir al cole; en vez de correr al momento de desayunar, decidí alternar con juegos y tomarnos mucho tiempo para disfrutar cada bocado; las tardes de tareas, actividades y pendientes, formaron parte de una rutina (que no dejé que se instalara por más de un día) y, dejando atrás los tiempos de arreglar a detalle, decidí que todos la pasáramos contentos y relajados.
Hoy es el último día de la tercera semana de visita en casa de “Gramma” y “Momo”. El ambiente comienza a tornarse algo melancólico al pensar en la despedida. Sé que añoraré los pequeños desórdenes, los juegos, las risas, el baño y sus juegos, las tareas, las oraciones antes de dormir, nuestras lecturas, las historias bíblicas, los videos y conversaciones sobre Dios y Jesús, y. . . ¡Siento ganas de llorar y aún no parten!
Mientras más pasa el tiempo de ser abuela, me doy cuenta de que Dios nos ha hecho como “padres” con una visión más sabia de lo que es importante y nos regala, sólo por Gracia, una segunda oportunidad de amar mejor.

martes, 27 de noviembre de 2012

“Viejo, mi querido viejo: Salidas”


Los fríos, cuando los huesos son viejos, invitan y, a veces, confinan al encierro prolongado de nuestros ancianos. En una secreta complicidad, se guardan al parejo que el sol y sus calores. ¡Mejor la soledad de los muros que sentir la piel destemplada!
Pero algunos otros, como en el caso de mi mami, se ven empujados para no quedarse atrás y atascados en el olvido. Obligada por el reto de la rehabilitación, tiene que dejar las sábanas calientes para entrar a una piscina y mover, sin la inclemencia de la gravedad, todo el cuerpo.
¿Quejas? ¡Todas! ¿Resistencia? ¡Sin duda! O, al menos, así fue hasta hoy.
Después de dejar la tibieza de su casa, entre gruñidos y lamentos, con resignación se zambulló en la pileta, acompañada de otros dos compañeros de infortunio. Las historias que se cuentan  los que comparten un fin común, comenzaron a escucharse entre los que se aplicaban en los ejercicios bajo el agua y los que esperábamos junto a la piscina.
La una, tras una caída dentro de una alberca vacía de más de dos metros de profundidad, habló de las múltiples cirugías, dolores y placas que pusieron, lo mejor posible, sus huesos en disposición original. ¿El resultado? Una pierna irremediablemente más corta que le impidió caminar por más de año y medio.
El otro, con más recato, no tuvo que pronunciar palabras para compartir su historia. Una pierna, ajena a la tensión del resto del cuerpo, colgaba sin cooperar para dejarlo andar. Sobre una silla de ruedas dejó el lugar con un discreto “buenos días”, provocando que las respiraciones se contuvieran.
-¡Estoy en la gloria! –dijo mi mami, cuando dejamos el lugar. Y, pensativas, recorrimos las siguientes cuadras. –No debería quejarme –agregó y, asintiendo, comprendí el origen de su reflexión.
Esta mañana, en una salida obligada hacia la piscina de rehabilitación, mi madre y yo partimos juntas de casa, pero fue a solas que ella salió de la burbuja de la auto-compasión que estaba nublando una realidad que, casi por casualidad, descubrió es digna de una enorme gratitud.
Voy aprendiendo que, aun cuando se es viejo, tenemos siempre una razón de ser felices y agradecidos.

viernes, 23 de noviembre de 2012

"Un tal Zacarías: El final"


En la lucha por salvar su pierna, Zacarías, logró la victoria. Hombre ajeno al mestizaje, dio la batalla con esa voluntad que la piel color cacao añade en el indígena. Pues, la convalecencia, no es costumbre de su raza y, en cuanto logró obligar a sus piernas a sostenerlo, lo vimos deambular entre nosotros, unas veces brocha en mano y otras con las tijeras de jardín.
Puertas de madera sintieron su mano acariciándolas con la herramienta y, las flores, agradecidas por el riego y los cuidados de aquel hombre, florecieron con entusiasmos de colores. Porque, Zacarías, fue hombre de paciencia ensayada en los cultivos de maíz y de naranjos. La ociosidad la curaba con laboriosidad aplicada, igual en afilar cuchillos que lustrar cristales. La limpieza, un gusto que llegaba a ser pasión, lo llevaba de un rincón a otro para hacerla lucir.
Muy pocos años se sentó ante un pupitre pero, los escasos que fueron, le dieron una caligrafía de armoniosa simetría y la oportunidad de ser guía para su esposa, entre los letreros de la ciudad; ahí, entre banquetas y pavimentos, ese hombre del campo buscó un mejor destino para los que se quedaron en su pueblo que pocas oportunidades de trabajo le ofrecían.
Hace treinta años, la naranja, aunque dulce y saludable, no pagaba ni siquiera el precio de su transporte para dejar el pueblo y llegar a la venta. Fue entonces que Zacarías recorrió el camino entre la sierra para hacer lo que todo hombre de bien hace: Proveer para los suyos.
Esposa, hijos y nietos vivieron  de los frutos de sus manos. Retando a la pobreza del entorno que dejó, él fincó casas para las familias que lo vieron hasta el último de sus días como el patriarca.
A partir de hoy, su esposa no encontrará la mano de la que, con docilidad y confianza, se sujetó por más de cincuenta años. Ella se ha quedado atrás para enfrentar su vejez con la dolorosa carga de la viudez y, los que conocimos a Zacarías, nos quedamos con su ejemplo de responsabilidad, sabiduría empírica, lealtad y contentamiento.
Nuestro buen Zacarías, ejemplo de mi gente y de mi origen, te recordaré cada vez que riegue una flor o disfrute una cucharada de miel con sabores de naranjo. Hoy te lloro y te escribo esta despedida.
Descansa en paz, amigo mío.

jueves, 22 de noviembre de 2012

"Viejo, mi querido viejo: Agua"


Es curioso. Nuestra vida inicia en un medio acuoso que nos protege y nutre. Nuestro cuerpo es un alto porcentaje de agua y, sin ella, somos incapaces de sobrevivir por muchos días. Cuando nuestras emociones se desbordan, agua sale por nuestros lagrimales y, cuando nos gana el antojo, la boca se nos hace agua. Nuestra esencia y origen, parece ser, tiene que ver con el agua.
Y esta mañana, vi que el agua sigue siendo nuestra aliada. Cuando los huesos se cansan, lo músculos se tensan y nuestro peso va perdiendo frente a la gravedad, el agua, si la hacemos parte de nuestra existencia, se vincula a nuestro favor. Por eso, misteriosamente, la hidroterapia resulta el medio más amigable y efectivo para la rehabilitación y rescate de un anciano.
Es el noble líquido, a la temperatura adecuada, quien relaja la tirantez que el tiempo produce. También, en su vaivén imperceptible, convence a nuestro cuerpo de que puede confiarle su peso, asegurándole que se hará cargo de él. Regala a los miembros la elasticidad y movimiento que tanto anhelan y, hasta en un descuido, acuna al anciano para que se deje abrazar y no añore más los abrazos de los suyos, tan lejanos, tan perdidos.
Mientras miraba a mi mami, entregándose al cuidado del tibio fluido, mis ojos se inundaron de emoción. Sus esperanzas, y las mías, se pusieron a flote junto con sus brazos y piernas en movimiento. La humedad de su piel imitaba a la que mis lágrimas dieron a mis mejillas. ¿Dónde se fue aquella vida de mi madre, aquella juventud que tanto tiempo la acompañó?
No puedo responderlo. Sólo sé que, hoy, esa mujer añosa se convirtió en sirena y, con su cadencia elegante bajo el agua, me hizo recordar que alguna vez fue joven, niña, bella. . . una pequeña sirenita en el vientre de su madre que, con aleteos de colibrí, reventó las aguas para salir a vivir.

sábado, 17 de noviembre de 2012

"7003"


¿Qué hay dentro del número 7003?
Coincidencia, diría yo, de más de 10 países: México, Estados Unidos, Panamá, Canadá, Colombia, Arabia Saudí, Rusia, Andorra, Venezuela, Argentina, Alemania, España, Italia, Francia y algunos otros lugares del mundo, cuyos lectores de pensamientos eventuales, los llevaron a presionar una tecla y ocupar su tiempo en leerme 7003 veces.
Sí, la distancia entre ellos y yo, al accionar de un teclado, permitió que las reflexiones, vivencias, dudas y descubrimientos que han pasado por mi breve y continua existencia, al cruzar la vereda de los cincuentas, fueran recogidas en esos momentos de lectura y atención.
¿Qué si ha cambiado alguna vida? No lo sé y no es la cosecha del escritor saberlo pero, sí puedo asegurar, ha hecho una diferencia en la mía.
Ser parte de otros, unida a una humanidad tan ajena y a la vez tan íntima, no es una fantasía sino una experiencia tan real como lo que he volcado entre mis letras.
¿Que por qué elegí este número?. . .¿Por qué no?
Gracias por acercarse, conocerme y ser parte de mí.

viernes, 16 de noviembre de 2012

"Viejo, mi querido viejo: Aliados y delatores"


La vejez es, como dirían algunos, “la hora de la verdad”. Nuestro pasado se hace presente, casi irremediablemente, a través de los aliados y los delatores que nos recuerdan cada una de nuestras decisiones pasadas.
Los aliados, en honor a su esencia, se esfuerzan por dar la batalla contra una guerra que, de antemano, saben está perdida. Todo lo que el tiempo nos va arrebatando, incluyendo la salud, belleza y capacidades, es defendido por los aliados para preservarlos el mayor tiempo posible. A veces, esos incansables amigos, son tan simples como una buena alimentación que no lleve la manecilla de la báscula a los números rojos, siestas, platillos llenos de hojas, frecuentes carcajadas o caminatas que ponen al cuerpo a sudar. Algunas personas los llaman “buenos hábitos”.
Pero todos, en algún tiempo de nuestra vida, dejamos entrar a los delatores que irán mostrando su labor, con los estragos que habremos de padecer en ese último tramo del camino. Ellos, con gran memoria y celo, conservarán las evidencias de cosas como cigarros, alcohol, excesos en la rutina laboral, horas ausentes en la almohada y. . . ¡Todo lo usarán para mostrar y hacernos pagar por nuestras resoluciones del pasado!
Hago un arqueo y puedo espiar a los aliados y delatores. Puedo vislumbrar mi futuro y, un poco adivinar, lo que ellos me deparan.
¡Es inevitable! Para cuando yo sea una anciana, ellos me estarán esperando para definir como viviré, cada momento, en cada uno de mis días en la vejez. O, ¿será que aún estoy a tiempo de echar algunos delatores fuera?

sábado, 10 de noviembre de 2012

"Viejo, mi querido viejo" (Segunda parte: Los puentes)


Cuando se llega a esa parte final del camino, he descubierto, existen dos puentes por los que se pueden continuar.
Uno, obvio a los ojos y muy transitado, se forma de una la secuencia de recuerdos, recapitulados como los maderos de los puentes colgantes, con toda su realidad. Algunos travesaños parecen como nuevos y seguros de pisar. Son aquellos formados de los aciertos y los éxitos. Su apariencia es firme y lustrosa y, los ancianos, pisan y se estacionan en ellos por largos ratos. Pero otros, de apariencia mugrosa y podrida, también forman parte de la larga estructura. Esos, como amenaza de trampa para osos con dientes afilados, tienen su origen en los errores, las faltas y todos aquellos fracasos que muchos de nosotros vamos acumulando en nuestra actuación humana, siempre falible e imperfecta.
Por alguna extraña razón, cuando la soledad recrudece, ésta empuja a los viejos hacia esos peligrosos peldaños, inquietando su corazón. En medio de los perniciosos recuerdos, las culpas y arrepentimientos tardíos, los atacan como mosquitos letales, robándoles la calma y el reposo del alma. ¡Que triste es ver a un viejito consumiéndose a la mitad de ese puente!
El otro, un espejo del primer puente, es idéntico al primero excepto por el primer tablón a los que algunos de nosotros llamamos “Gracia”. El efecto de la Gracia es simple pero tiene un origen divino y lleva en su esencia algo que, aunque todos reconocemos, pocos llegamos a usar para nosotros mismos: el “Perdón”.
Para que la Gracia no se confunda con la auto-indulgencia o el cinismo, el primer paso que da el anciano, antes de cruzar el puente, debe ser motivado por el arrepentimiento auténtico. Entonces el trayecto por el puente, que cuelga sobre el vacío del tiempo de la reflexión, está libre de las plagas de culpas, nubarrones de depresión y miedos por el castigo. El caminar del viejito, lento y seguro, es entonces uno placentero y amable.
Ese puente, lo digo con tristeza, es recorrido por muy pocos pues, sólo los que conocen a Aquel que lo sostiene, buscan caminar por el puente de la Gracia.
Pero algo más alienta al anciano a cruzar por el puente llamado Gracia y es lo que le espera al otro lado. Algo de lo que, tal vez, en otro momento, también hable.

viernes, 9 de noviembre de 2012

"Viejo, mi querido viejo"


¿De qué se trata ser viejo?
Es algo que voy aprendiendo y que, a pesar de la cercanía con mis maestros, sé que jamás comprenderé hasta que mis huesos se hayan vuelto livianos y mi carne se torne casi transparente. A pesar de todo y aunque no lo entienda por completo, muchas cosas se van quedando en mi corazón para tratar de entender la vejez.
A veces, ser anciano, me parece como el desandar del ser humano que baja de la cúspide de la plenitud. Lo veo como un caminante que, a cada paso en la bajada, va dejando atrás hasta las habilidades mejor aprendidas.
Caminar, en esa etapa final, se convierte en un acto no sólo del cuerpo, sino de discernimiento de la mente que decide cuando, donde y para qué llevarlo a cabo. Lentamente, esa movilidad y destreza que desarrollamos desde que dejamos el gateo, se toma como una opción que compite, a cada paso, con la resistencia natural de nuestro cuerpo a padecer el dolor que el simple hecho de andar produce.
El tiempo, siempre tan escaso en la juventud y la vida adulta, tiende a sobrar al colmo del hastío. Esa época en donde vivía saturado de actividad y compañía es, entonces, sólo un recuerdo que puede ser usado, cuando alguien está dispuesto a escuchar, para compartir el relato de un cacho de su historia.
La vejez, a quien ahora disfrazan con el título largo de “adulto mayor”, es el pasaje donde el dolor es el compañero constante y cuando todo lo que atesoramos a fuerza de aprendizaje, debe ser devuelto.

miércoles, 7 de noviembre de 2012

"Quiero ser un recuerdo"


Es plan divino que, tarde o temprano, todos nos convirtamos en un recuerdo.
Nuestras huellas, entonces, se convierten en el único vestigio de nuestro caminar entre los otros pues las oportunidades de cambiar lo que forjamos terminan con nuestra última respiración.
Hoy, abrí los ojos y me di cuenta de que mi labor en la forja no termina y, de todo corazón, oré por convertirme en un recuerdo que pinte una sonrisa en el rostro de aquellos que queden atrás de mí.
Quisiera que, al pensarme, piensen en una hija que honró a sus padres y una hermana que extendió la mano a sus hermanos; una esposa que apoyó en las épocas difíciles y amo a su compañero con amor ágape; una madre que nunca se rindió ni abandonó su puesto en el intento de serlo; una abuela que sembró dulzura y un amor verdadero a Dios, en el corazón de sus nietos; una amiga que celebró con sus amigos y lloró con ellos; una hermana de la fe que trabajó duro por las causas comunes y oró con compromiso; una desconocida que fue generosa en las palabras amables, indulgente en los errores y respetuosa en las diferencias; una sierva del prójimo, tenaz y compasiva; una persona que, por encima de las circunstancias, se aferró a la verdad, que no se dejó arrastrar por el pasado y que defendió la semilla de esperanza en el futuro.
Pero, por sobre todas las cosas, quiero que aquellos que me piensen, traigan a su memoria mi amor, obediencia y devoción a Dios.
Muchos errores he cometido y he pronunciado infinidad de confesiones pero, si aún respiro, reclamo la oportunidad para enmendarlos, cubriéndolos con obras nuevas que transformen mi recuerdo, en uno bueno.
Sigo respirando, sigo andando un día más y mi meta de labrar mi recuerdo está viva conmigo. Mi ambición es alta pero, estoy segura, que la Gracia de quien al final evaluará mi paso por esta tierra, cubrirá los faltantes de lo que mi corazón aspira.
Cuando muera, quiero ser un recuerdo.  . .uno bueno y, si no es así, que mejor me olviden.

lunes, 15 de octubre de 2012

"Si hoy pudiera"


Si, como un milagro, la enorme Mano borrara el nombre del día en el calendario, hoy me escabulliría en un capullo para urdir fantasías.
Pondría alas a mi mente para dibujar anhelos en el aire y, con minucioso descuido, puntearía mis ilusiones en los vientos del futuro.
Si hoy pudiera evitar la realidad, me refugiaría bajo las sábanas con una lámpara de mano para formar con sombras mi propia realidad; esa con la que me gustaría cubrir, como disfraz de mascarada, aquello que me es difícil de aceptar.
Pero el sol persigue el cenit en el cielo y, mi reloj, me apura para cumplir con la exigente agenda. ¡A vivir, perezosa!, me repite en su tic-tac.
Aún así, al menos por este instante, burlé el chasquido de su látigo y jugué en mi mente con la idea de que, la enorme Mano, había borrado el nombre del día en el calendario y me escabullía en un capullo para urdir mis fantasías.

sábado, 13 de octubre de 2012

"¡Presente!"


De una familia de cuatro, tres partieron y uno sólo sobrevivió.
Cada uno de los que se fueron, extrañamente, tenían ya un destino marcado en el futuro. O, al menos. . . eso creímos todos.
El de manto rubio y entrepelado blanco era esperado en una casa donde, una joven, se convertiría en su protectora. Manchitas, con sus motas negras sobre el pelaje blanco, fue adoptado por nuestra familia para ser el compañero de juegos del que, más evidentemente, llevaba en sus manchas color canela como muestra de algún gen de angora, Niebla. Los tres, desde su llegada, tenían asegurada una casa y un amo.
Pero el pequeño negrito con manitas blancas, por ser el más común en el tono del pelito, aún vivía con la duda de encontrarse un hogar.
Sin darnos tiempo a reaccionar, el rubiecito murió en unas cuantas horas. Después, Manchitas mostró el daño de un defecto genético y no hubo salvación posible para él. Y,  con una lenta agonía, Niebla no alcanzó a librar la anemia producida por el hambre que vivió casi desde que nació ni la enfermedad que se aprovechó de su debilidad.
Así, sólo quedó el negrito que, aunque también tuvo de librar algunas batallas, ahora parece gozar de una salud espléndida y un ánimo inmejorable.
Lo miro complacida. Sus juegos simples me divierten y, su presencia, me hace comprender que él, con su futuro incierto y sin ser el elegido, es la imagen viva del “PRESENTE”.
Aunque sobre los otros se fincaron planes, ninguno de ellos alcanzó una rebanada de futuro y, ahora, el que trepa por el pantalón de mi hijo, duerme acunado sobre su pecho y ronronea tras devorar la comida de su plato, es el negrito.
Su nombre es Iñigo, que significa “Mi hijito” en el idioma Vasco, pero en mi conciencia lleva otro nombre que es, a la vez, un recordatorio del regalo, incierto y maravilloso, que debemos disfrutar: El presente.

miércoles, 10 de octubre de 2012

"Sorpresas"


¿Fui una hija deseada?, me preguntó mi hija, un día.
Por primera vez noté la diferencia generacional.
Cuando yo me casé, la planeación familiar era muy incipiente y, casarse, era sinónimo de iniciar una familia sin mucha espera. Así que, a los veintiuno, recibí la sorpresa de que sería mamá.
¿Deseada? La pregunta me hizo sonreír de sólo recordar aquel desayuno con mi hermana menor y su amiga. Cual ametralladora, les hablaba de todas las cosas que haría con mi bebé. Cursos, clases, paseos, viajes, y mil cosas más.  Así, me gané su sentencia: ¡Has planeado su vida hasta los 21!
Mi entusiasmo por su existencia se desbordaba en mis conversaciones. Le leía cuentos, le hablaba todo el tiempo y no me hartaba de ver mi barriga cambiar de forma cuando ella cambiaba de posición dentro de mí. Aquello de ser mamá era como un sueño.
La realidad me hizo reaccionar cuando, antes de los seis meses, estuve en riesgo de perderla. Durante los eternos días en cama, comencé a pensar en la vida sin ella. ¿Cómo había vivido sin tenerla? La vida sin mi bebé, desde entonces, me pareció imposible de sobrevivir.
Entonces, una avalancha de temores me sobrecogió: ¿Sería yo una buena madre? ¿Cómo estar segura de hacer lo correcto? ¿Podría protegerla el resto de su vida? ¿Tendría todas las respuestas a sus preguntas?
Ese día, sin duda, me convertí en mamá.
Los meses pasaron, el día anhelado no llegaba y, con una asegunda amenaza, el médico optó por la cesárea.
¿El gran día? Octubre 10 de 1982. La gran sorpresa ocurrió el día más maravilloso del mundo. En lugar de un niñito que, según el ultrasonido, el médico me había anunciado, en el quirófano escuché a mi hermano gritar: ¡Es una nena! ¡Es una nena! ¡Es una nena!
Ese día, a pesar del largo nombre que aparece en su acta de nacimiento, ella fue nombrada y, a la fecha, los que más la amamos la llamamos “Nena”.
Han pasado treinta años desde esa madrugada atiborrada de emociones y, aun así, me basta con cerrar los ojos para revivir cada una de ellas: Expectación, miedo, felicidad, dudas, sorpresa y, amalgamando a todas ellas, el más inmenso amor que jamás había sentido en mis 22 años de vida.
Hoy, antes de que el sol alumbrara, nos escurrimos por la puerta de su casa para llevar a cabo nuestro pequeño complot. Mis dos nietos, mi esposo y yo, con una vela alumbrando en un pastel improvisado y bolsas con regalos, entramos a su habitación para cantar el “Happy birthday”. Con ojos risueños, nos recibió para llenarla de abrazos y, al verla abrazar a sus hijos, mi corazón se llenó de ternura y gratitud. Aquella diminuta niña que acuné en mis brazos, hace 30 años, sigue siendo la criatura más hermosa del mundo y, ahora, ella es mamá.
Una oración brota desde lo más sincero de mi alma: ¡Gracias, mi Dios, porque aunque no he sido la mejor madre y me equivocado un sinfín de veces, aunque no he tenido todas las respuestas ni la he podido proteger en todos los embates, hoy puedo celebrar la vida con “mi Pequeña Sorpresa”!
¡Gracias, Señor, por mi hija! ¡Larga y dichosa vida a mi Nena!

lunes, 8 de octubre de 2012

"Sin nombre"


"Un país, una civilización se puede juzgar 
por la forma en que trata a sus animales." Gandhi

Su diminuto cuerpo parece evaporarse con sus inspiraciones rápidas y cortas.
Las horas, en la oscuridad, se alargan al ver a esta pequeña criatura debatiéndose para lograr la siguiente inspiración y, al verla tan frágil, mis preguntas y reclamos se alborotan.
Nadie sabe su origen ni su edad. Su historia, para el mundo, inicia en el momento en que, una conciencia, endurecida e indiferente a su futuro, lo abandona.
¿Qué pensaría su dueño si viera su cuerpecito agitado y débil? ¿Sería su corazón capaz de sentir ternura o compasión al ver su sufrimiento?
Lo arropo y me sobra tela al envolverlo. Lo recuesto sobre mi pecho para que, su pequeño corazón, siga el latir del mío y luche por su vida. Su pelaje algodonado se esponja al sentir la caricia de mi dedo. ¿Recordará los breves días en que su madre lo limpió y acunó entre sus patitas?
Te acaricio, una y otra vez, con obsesivo cariño. Casi como un intento de borrar, con cada roce, el recuerdo de tu abandono. Si has de morir conmigo, minino, te sentirás, hasta el último momento, amado.
La vida se te va escapando. Te separo de mi lecho y, aún a rastras, vuelves para sentirme de nuevo. ¿Imaginará aquel que te arrojó al desamparo que te gustan las caricias? ¿Pensará, por un momento, que necesitabas cobijos y cuidados? ¿Llegarán a su mente las imágenes de dolor que yo tengo ante mis ojos?
Pequeñito de bigotes blancos, sé que tus ojitos verdes se están durmiendo. Sé que la batalla está por terminar y la estamos perdiendo. Aun así, chiquitito, te mantengo a mi lado y espero pues, ¿no es siempre en el último instante que ocurren los milagros?
 La medicina me es ajena y de gatitos poco entiendo. Pero, igual, yo tengo un diagnóstico que hacer. En tu acta de defunción, de mi puño y letra escribiré: Este gatito sin nombre ha muerto por la crueldad, la irresponsabilidad y la negligencia de quienes lo abandonaron. Sobre ellos quede el saldo de su dolor y de su muerte.

“Y Dios dijo: Que tenga dominio sobre los peces del mar. . . sobre los animales domésticos. . .” Génesis 1:26b (¿Y es así como lo hacemos?)

domingo, 7 de octubre de 2012

"Valiente"


¿A quiénes podemos llamar valientes? ¿Quién es realmente valiente?
Dirán alguno que son aquellos que se atreven, por arrojo, a lo que otros no están dispuestos a hacer. Pero, ¿Qué diferencia hay con una persona temeraria?
La esencia de la temeridad, según el diccionario, es la imprudencia. Es un arrojo que no piensa en las consecuencias y que lo hace sin fundamento.
El valiente, según esto, debe iniciar su acción reconociendo los hechos que la lógica le dice que le sobrevendrán. ¿Acaso no, la prudencia, debería desalentar a la persona a no intentar lo que tiene pocas posibilidades de llegar a un buen final?
Entonces entiendo que, el verdadero valiente, es aquel que entra con osadía a las situaciones difíciles y hasta a las causas perdidas. Su valor lo hace fuerte pero no insensible.
Mi admiración nace de esa combinación. El valor para intentarlo, incluso, cuando sus experiencias anteriores le recuerdan de pocas posibilidades de éxito. La sensibilidad porque, en muchos casos, lo hacen por otros y una remota esperanza de bienestar para ellos. Y la fe que, según yo, es la única que puede sostenerlos para iniciar las empresas casi imposibles.
Fijándome un poco, descubro que caminan a mi alrededor personas muy valientes.
Esa esposa que, tras 30 años de ir cuesta arriba, se lanza a la lucha para salvar su matrimonio. El muchacho que, teniendo fresco el recuerdo de dolor y pérdida, se compromete a cuidar de una camada de gatitos enfermos. El hombre al que, los números y las realidades, le gritan que no saldrá avante con su empresa. La mujer que, tras el fracaso de una relación, decide ir tras la felicidad y arriesgar su corazón de nuevo. Y todos, aunque son a veces asaltados por el miedo, se sobreponen echando mano de la fe y el valor.
Si la valentía es uno de los rasgos importantes en los héroes, me doy cuenta de que, yo, estoy rodeada de muchos de ellos.

viernes, 5 de octubre de 2012

"Sin presupuesto"


De tanto dar en el camino, el día de hoy, nos sorprendió sin presupuesto.
Aunque es una fecha memorable, no hay dinero para disfrutar de exóticas viandas en un buen restaurante. El presupuesto, celoso, nos recuerda de las familias que de él dependen.
Aunque mi esposo, la persona a festejar, merece el mejor de los regalos, hoy resulta que su corazón generoso se ha gastado lo ganado en dar y dar de más.
Aunque mi amor por él es inmenso, no corresponde mi capital disponible al amor que quisiera demostrar con un obsequio.
A punto estoy de dejarme invadir por la tristeza cuando, una mirada de reojo, me revela el secreto de un día especialmente feliz: ¡Él reposa y respira recostado a mi lado!
El ingenio se combina con ánimos recobrados y escarbo hasta el fondo del refrigerador. Mezclo el entusiasmo con los víveres disponibles. Mando un mensaje a nuestro hijo para que llegue a tiempo a casa porque, hoy, es un día especial. ¿Y el regalo? Sonrío por el recuerdo. Todo lo que él anhela, lo llevo puesto: La sonrisa húmeda, el corazón inquieto, la caricia lenta y la voz de aliento.
Mi corazón se alegra, mi alma se emociona, mis manos se alborotan a mitad de la cocina y  espero ansiosa el sonar de platos para alistar una gran celebración donde hoy se servirá, como platillo principal, “El amor”.
Suena un timbre, mis ensoñaciones y prisas se interrumpen. Risas se escuchan en la bocina del teléfono y una invitación inesperada llega. ¡Gracias a Dios por los amigos que tiene su mesa puesta para celebrar con nosotros!
¡Todo listo para la fiesta en casa de nuestros queridos amigos! Todos listos para ir con ellos y ser felices con una felicidad. . . ¡Sin presupuesto!
(La historia que ocurrió el 1° de octubre, cumpleaños de mi marido)

"¿De qué me sirve?"


Cuando leo los encarnizados mensajes de algunos amigos ateos o agnósticos, me detengo y, yo misma, cuestiono mi fe: ¿De qué me sirve creer en Dios?
Cuando se me agotan las opciones y me rebasan las circunstancias, tengo a Quien pedir consejo.
Cuando la tentación de opinar o dar un consejo quiere seducirme, tengo a Quien pedirle sabiduría para callar.
Cuando otros me pisotean o me lastiman, tengo a Alguien que me entiende y me alienta a perdonar.
Cuando ya no encuentro el camino, tengo a Quien promete ser luz para mis pasos.
Cuando la fatiga es mucha, tengo a Quien toma mis cargas y las lleva en hombros.
Cuando los tiempos de desengaño me llegan, tengo a Quien me recuerda que sólo es bueno confiar en Él.
Cuando la incertidumbre me paraliza, tengo a Quien me asegura que todo, en Sus manos, lo usará para mi bien.
Cuando mi intelecto, en mis aciertos, quiere encumbrarme como el centro del universo, tengo a Quien me muestra mi verdadera dimensión con tan sólo mirar las estrellas.
Cuando miro la naturaleza y sus maravillas, tengo Quien me susurra al oído que todo lo ha preparado para mí.
Cuando me rechazan y me aseguran que soy una fracasada, tengo Quien me recuerda lo que valgo y soy para Él.
Y, cuando me angustio por sentir que  mi tiempo se agota, Él me recuerda que, por Su Hijo, mi tiempo es eterno.
Tal vez jamás logre hacer comprender a mis amigos, los que no creen en Dios, que Él los ama pero, por más que se esfuercen, jamás me convencerán de que deje de creer que Él es Dios y que me ama.

lunes, 1 de octubre de 2012

"Llamadas y llamados"


Por más de cincuenta años, el día primero de octubre, el teléfono sonó y la voz de Elenita se escuchó con un “¡Feliz cumpleaños, Gordo!”. Podía ocurrir cualquier cosa ese día pero, la llamada, sin falta, llegó. Pero hoy, en el teléfono, no se escuchará la alegre risa de la mejor amiga de mi suegra pues, este año, ella partió dejándonos sólo su recuerdo.
Esas ausencias nos abren los ojos al futuro y a la conciencia. Nosotros, la generación siguiente, nos encaminamos a un lugar en donde nos convertiremos en la referencia del pasado y algún tipo de modelo para el futuro. Y, a nuestra generación, le está llegando su hora.
Cuando esas llamadas infalibles, como las de Elenita, comienzan a desaparecer, nuestro llamado se cerca. Entonces es momento de preguntarnos, ¿Qué tipo de ejemplo y testimonio seremos?
Elenita dejó uno de optimismo y alegría, compromiso y cariño. Sin duda un buen modelo.
Ahora, justo hoy, cuando comprendo el compromiso que pronto reclamará nuestra presencia, analizo al hombre con el que he compartido mi vida y, entonces, con la certeza de que es alguien excepcional, me propongo honrar el día de su cumpleaños.
Cuando la verdadera hombría parece desvanecerse, cuando la paternidad responsable se ha convertido en opcional, cuando el matrimonio es declarado anacrónico y las parejas rehúsan darle valor al compromiso firmado, cuando el sentido del deber como proveedor parece haberse erradicado del género masculino, cuando la lealtad en las relaciones se ha vuelto obsoleta  y, cuando la fe en Dios es considerada debilidad en el varón, las cualidades de mi hombre, se levantan y brillan con mucha más fuerza aún.
Hoy, el hombre que escuchó de mí “Sí, acepto. . . hasta que la muerte nos separe”, celebra un cumpleaños más y, aunque ya ha festejado 56 ocasiones antes, conforme pasan los años, su vida cada vez es más digna de festejar pues se consolida como un modelo de hombría, lamentablemente, en vías de extinción.
Dicta una ley de la economía: el valor de las cosas es mayor cuando el bien es escaso. Y, por esa razón, mi amado cumpleañero, cada día, se va convirtiendo en una persona más y más valiosa.
¡Muchas felicidades, Gordito! Que Dios siga forjando al gran hombre de fe y fortaleza en que te has ido convirtiendo. ¡Un verdadero varón! ¡Gracias a Dios por tu vida, tu ejemplo y tu testimonio de fe!

domingo, 30 de septiembre de 2012

"Decisiones difíciles"


Leí, hace ya algún tiempo, un par de artículos sobre la vida de las águilas.
La primera, y que me ha hecho reflexionar mucho en estos días, es sobre la crianza de las águilas y la forma en que la madre prepara a sus crías para convertirse en esas aves de vuelos intrépidos que tanto me asombran.
El tiempo en que permanecen en el nido es, en resumen, muy semejante al de cualquier otra ave. La madre, por un tiempo, es la encargada de cubrirlos bajo sus alas de las inclemencias del tiempo y es también la responsable de alimentar a los polluelos después de la cacería para proveerlos de alimento. Del pico de la madre, reciben su provisión diaria y de su plumaje, la protección.
Siendo las alturas el lugar que las madres eligen para empollar los huevos y cuidar de los aguiluchos, son pocos los depredadores que logran llegar hasta sus nidos así que, mientras la madre esté a la mano, cobijo y sustento están asegurados durante los meses que están bajo su cuidado.
Las cosas cambian cuando llega el momento, uno que, al menos como especie humana, querríamos ignorar: el momento en que las crías deben dejar el nido.
Lo singular de esta especie es que, para que sus hijos emprendan el vuelo. . . ¡los echan del nido! Por terrible que parezca, la sabiduría de este animal radica en reconocer cuando es tiempo y, con su propio pico,  los empuja al vacío para que aprendan a usar sus propias alas.
Me bastó una filmación para entender el horror del polluelo mientras recorre, en caída libre, los metros que lo separan de un aterrizaje que parece catastrófico. Pero, antes de que éste se estrelle contra el piso, pueden ocurrir dos cosas: que la madre vuele en picada y lo rescate o que, finalmente, la joven ave bata sus alas y emprenda el vuelo. ¿Qué es un aprendizaje sencillo? ¡Por supuesto que no! La angustia y el horror son parte de la enseñanza pero, ¿no es acaso eso lo que permite después, al águila novata, remontar los aires que no están permitidos a todas las demás aves?
Cuando nos convertimos en padres de hijos adultos, muchas veces, nos damos cuenta de que no les hemos dado suficientes oportunidades para probar y ensayar sus alas. Nuestra necesidad de protegerlos los convierten en palomas domésticas y frágiles a las tempestades. Y entonces me pregunto, ¿será demasiado tarde o aún estamos a tiempo de arrojarlos al vacío? No lo sé. Tal vez, si nos atrevemos, nos podríamos llevar la fantástica sorpresa de que, sus alas, los elevarán en vuelos altos, ¡muy altos!
Ahora. . . ¿quién tiene el valor?