miércoles, 25 de octubre de 2017

"Confiaré en las letras: Hubiera"

Como mosquito rondando, en una noche calurosa, así me atosigó el «hubiera» desde que volví de viaje y me encontré con mi padre postrado, inmerso en una ausencia callada y sin comer. Junto con los muchos kilos, había perdido el ánimo y el deseo de luchar.
Antes de partir a China, él me insistió que debía hacer ese viaje y me prometió que pondría todo su empeño en recuperarse de la cirugía en la que le habían retirado un riñón.
«Vete a tu viaje, flaca, acompaña a tu marido, yo estaré bien», me dijo, cuando le anuncié que cancelaba mis planes. Escuché su consejo y así lo hice, muy a mi pesar.
A cada llamada a México, las noticias no mejoraban. Nadie lograba hacer que probara alimento. Mi padre moría de hambre ante la mirada de todos. Un par de veces, según me enteré, mi hermana, médico de profesión, le aplicó sueros para mantenerlo con vida.
«Me regreso a México, pá», le dije en una llamada, cuando le sujetaron la bocina junto a la oreja, «no estás cumpliendo tu promesa». Con voz ronca me respondió que no, que continuara con mis planes y que mi deber era estar junto a mi esposo.
De eso son ya tres años y aún juego a los vencidas contra el «hubiera» que me tortura con la idea de que, al igual que esos dos años en los que cuidé a mi madre, pude haber tenido la misma suerte de lograr animarlo, empujarlo y sacarlo de aquel tobogán que lo llevaba a la muerte.

Aún tenía muy fresco el recuerdo de las semanas en las que mi madre, enferma y deprimida, también rehusaba hasta comer, consumiendo los días entre llantos y sueños profundos. En un duelo de obstinación, le insistí, la empujé, la amenacé y le rogué hasta que juntas rompimos esa inercia. Dos veces salvó la vida en el hospital y, tras decenas de citas médicas, terapias y cuidados, y contra todo pronóstico, ella se recuperó. Más de dos años de esfuerzo y un empeño, que sólo el amor es capaz de sostener, la sacaron adelante.
Si aquella historia con mi madre había tenido un final feliz, ¿porqué no iba a esperar lo mismo con mi pá? «Porque te fuiste a China», respondía la voz del remordimiento, que hizo alianza con el «hubiera», robándome la paz.

Cuando el fantasma de su muerte aparece, siempre viene acompañado con las dudas, de esas que la razón no es capaz de atajar y que siembran esperanzas estériles sobre un pasado que ya nadie es capaz de cambiar; y llegan aguijoneándome, una y otra vez, con el pernicioso «si no te hubieras ido».

domingo, 22 de octubre de 2017

"CONFIARÉ EN LAS LETRAS: Lejos del diván"

Dos cosas tengo en mente ahora: que mi andar por el duelo tras la muerte de mi padre, en realidad, ha sido una huida y que, como escritora, la única forma de sanar de esa pérdida está en las letras.

Así que, dos años, siete meses y doce días después, jalo aire y me dispongo a caminar sobre las espinas, para que mi alma se haga una con la realidad.

No me apetece el diván y, aunque tengo un par de amigas muy sabias y que creo en la psicoterapia, reconozco que mi lengua es torpe y que mis dedos son los más fieles voceros de mis pensamientos. Por eso elijo escribir para recordar, llorar, reclamar o hacer lo que he de hacer para convivir con la verdad de que mi padre ha muerto, y no continuar con la mentira de que aún vive, allá, lejos, en México.

En este intento, confieso, se trenzan tres sentimientos. El miedo al juicio, pues parece que todos los adultos que conozco han llegado a la aceptación de la muerte de sus padres transitando la línea recta que les marcó la madurez. La duda de ser incapaz de vencer el pudor y no llegar a desnudar la experiencia de lo vivido. Y el peor de todos: terror de que en el proceso de aceptación, la muerte de mi padre sea definitiva, que no lo sienta más junto a mí y que lo pierda para siempre.

Si me he alejado del diván, es porque no quiero que la fecha de una cita me empuje para avanzar en este peregrinaje. Andaré a mi ritmo. Respetaré el fluir natural de los recuerdos. Me detendré cuando sea tiempo de que las emociones fermenten hasta convertirse en sentimientos que pueda digerir.


No impondré plazos a mi alma, a quien hoy le hago una promesa: "seré paciente, te cuidaré las heridas y me convertiré en tu aliada, sin juzgarte y aceptando todo lo que de ti salga, hasta que encuentres una forma de ser en tu nuevo estado de orfandad asumida".