jueves, 25 de agosto de 2011

"Sistemas"

Atendiendo la reunión introductoria en el colegio de mi nieto, escuchamos el anuncio de que, por error, uno de los grupos tendría un total de 27 alumnos y no 25 como es la política de la escuela. Tras la disculpa, la directora notificó que para hacerse responsables de la equivocación de la administración, la institución presentaba a un segundo asistente para las maestras. De esa manera, garantizaban que los niños tendrían una atención personalizada y no afectaría la presencia de los dos alumnos adicionales.
La forma de reconocer y resolver el problema me dejó muy satisfecha. Pero, a mis espaldas, una pareja comenzó a compartir sus quejas sobre el incidente bajo el argumento de que los maestros no tendrían ni control ni atención suficientes para su hijo.
Como era inevitable escuchar la conversación estando ellos a mis espaldas, tuve que contenerme para no intervenir. Y, afortunadamente, la discreción y el dominio propio me asistieron para no voltear y hablarles del sistema en el que mi generación, todos rondando ahora los 50 años, fue educada.
Los grupos tenían un promedio de entre 40 y 50 alumnos, y sólo bastaba que la maestra levantara la vista, mientras revisaba otros materiales y nosotros trabajábamos individualmente, para que el salón quedara en total silencio.
La amenaza de ser enviados a la dirección era una pena máxima que lográbamos hacer caer sobre nuestras cabezas después de una falta muy grave. Y las sanciones intermedias iban desde un par de planas extras hasta perder derecho al recreo. Todas ellas ocurrían muy esporádicamente en el salón pues, con una queja dirigida a nuestros padres en el cuaderno de tareas, teníamos consecuencias suficientemente severas como para evitar incurrir en infracciones mayores.
Nuestra educación incluyó la memorización, la repetición escrita (entiéndase planas y planas), el esfuerzo por las tardes con las tareas y renunciar a muchos placeres en época de exámenes. Y puedo asegurar que ¡todos sobrevivimos! Además, ninguno requirió tener a la maestra sentada a nuestro lado para lograr los niveles de aprendizaje aceptable que, hoy me jacto, hasta nos enseñó buena ortografía.
A mis cincuenta y uno, y aunque empiezo a sonar como los abuelos, empiezo a creer que el sistema escolar no está mal en el diseño de las materias, sino en la ausencia de principios que son base y fundamento para toda buena educación: el respeto a las autoridades, la disciplina, el sentido de responsabilidad y del esfuerzo.

lunes, 22 de agosto de 2011

"Engaño"

¡Todos creyeron que estaba ahí y no fue así! Porque mi corazón y yo fuimos de huida.
El cielo amaneció, al igual que mi corazón, llorando o. . . al menos hasta que, sentada frente al tocador, mis ojos toparon con los tuyos en una fotografía que nos tomaron hace ya muchos años. Entonces decidí que, si hoy no podías estar  presente en “mi presente”, iría a buscarte ahí. . . donde siempre estamos juntos: en nuestros recuerdos. Porque, ¿no dicen que recordar es vivir? Y, confieso, fue más fácil de lo que pensé pues, cada rincón y cada relación de mi vida, tienen algo de ti.
Al pasar por la cocina, la botella de licor de piñón me hizo sonreír. ¡Cómo nos reímos al comprarla! Después de probar siete opciones diferentes, ¡yo elegí mi primera selección. . . de piñones! Y volví a sentir tus deseos de consentirme al recordar tu eterna frase, “lleva lo que quieras, mamacita”. No alcancé a borrar la sonrisa de mis labios cuando surgió otra al recordar el día cuando, nuestro nieto, con adorable ingenuidad te preguntó, “¿Gramma es tu mamá?”. Vaya apuro en el que te metió con su pregunta y lo difícil que fue hacerle entender tu forma cariñosa de llamarme.
El refrigerador trajo nuevos encuentros al encontrarme con las carnes frías sobrantes de nuestro fin de semana. Casi tuve la tentación de repetir en voz alta, “¡es muy temprano para comer jamón serrano, amor!”. ¿Cuántas veces buscaste mi complicidad al tratar de seducirme para que combinara el café con canela y el jamón?
Mientras recorría el camino para llevar a nuestra nieta, fue ella quien me llevó a tu encuentro al pedirme que escucháramos “la canción favorita de Momo”. Saboreo descubrir que, tu huella, también ha quedado marcado en el corazón de mi pequeñita.
Las horas han pasado y el día de nuestro aniversario está llegando a su fin. Aunque ausente, cada minuto estuve junto a ti en el interminable hilván de las memorias.
Finalmente escuché tu voz, después de varios intentos fallidos. No hay noche, desde hace muchos años, que tu despedida antes de ir a dormir, no me asegure que estás ahí, para mí, para velar mi sueño y para cuidarme con ese celo que, sólo vive, donde existe un verdadero amor.
A mis cincuenta y uno, reitero, amado mío, eres mi más grande bendición. ¡Feliz aniversario!

domingo, 21 de agosto de 2011

"Metros"


Escasos metros y minutos nos separaron de casa por dos días. El fin de semana para celebrar nuestro aniversario terminó y volvimos a las realidades del ahora. ¿Ridículo viajar 20 minutos para un viaje “express”? Tal vez, en la lógica de la mayoría, parece una locura. Para nosotros, con una vida que nos ha exigido renunciar a nuestra mutua presencia, fue la única oportunidad de rescatar un tiempo para mirarnos de frente, reír, recordar y amarnos sin tiempo.
El refugio de madera, en forma de cabaña, se convirtió en nuestra madriguera durante un par de días y ahí redescubrimos el placer de nuestra compañía. Encerrados en unos cuantos metros cuadrados, vivimos nuestros suspiros por el pasado, la sorpresa de un presente que nos asaltó demasiado pronto y el anhelo de un futuro con la comunión de nuestras almas.
Vino, manjares simples y música de fondo fueron los únicos extraños admitidos en nuestra reunión. Y entre sueños, despiertos y dormidos, renovamos lo que aún sentimos vivo y fresco: nuestro amor.
El tiempo, juntos, se agotó y abandonamos el paraíso perdido a pocos metros, escasos metros y minutos lejos de casa. Las palabras de despedida me recuerdan que, la magia, es corta. . . momentánea.
“Lo más difícil es dejarte”, dijiste y mi corazón respondió con silencio y asintiendo.
Mañana, otra vez, despertaré y la cama parecerá aún más grande. Será inútil buscar tu aroma en las sábanas pues hoy te has ido.
Aquí y a solas, Delgadillo me hace llorar. . . “Tantos siglos, tantos mundos, tanto espacio y coincidir”, entona acompañado de una guitarra que, en cada rasgar de cuerdas, saca de mi corazón un suspiro húmedo.
¿Cómo decirte ahora, amor ausente, que quiero volver a nuestra guarida? ¡Desandemos el recorrido de esos metros, esos minutos, cariño! ¡Dejemos al mundo afuera!. . .  
¡Necesito tu presencia, esposo amado! ¡Necesito tanto de ti!

"Oraciones"

Él: Gracias, Señor, por mantenernos hasta el día de hoy, juntos y con vida. Sobre todo con vida, gracias a que has aplacado nuestros instintos criminales en medio de nuestras diferencias.
Ella: Gracias, Señor, por mantenernos hasta el día de hoy, juntos y con vida. Sobre todo juntos, en especial el día que escondiste las llaves de mi auto hasta que mis deseos de cruzar la puerta para no volver se esfumaron.
Él: Gracias, Dios, porque sólo puedo pensar en mi esposa y, sobre la falta de memoria que empieza a atacarme, ayúdame a que no me ocurra cuando ella me ha encargado algo.
Ella: Gracias, Dios, porque aún disfruto de todos los lindos recuerdos que tengo de nosotros juntos, ahora sólo permite que la mala memoria la aplique a sus faltas y que no las “atesore” como armas en el presente.
Él: Gracias, Padre, porque no ha faltado en nuestra mesa Tu provisión ni un solo día, sólo te pido un poco de fuerza de voluntad para no querer consumirla en una mala sentada. . . afecta mi imagen ante mi esposa.
Ella: Gracias, Padre, porque no ha faltado Tu provisión en nuestro hogar, sólo te pido que Tu provisión siempre supere al porcentaje de devaluación y alza de precios del país.
Él y Ella: Gracias, Padre, porque a pesar de las hormonas, nuestros abrazos mantienen la flama y el calor de los primeros días, sólo te pedimos que no se añadan los bochornos en esos momentos mágicos.
Él y Ella: Gracias, Dios nuestro, por nuestros hijos a lo que sabemos, has educado mejor Tú que nosotros. Aun así te pedimos que, por gracia, nos dejes saber de vez en cuando que sus corazones van por buen camino.
Él y Ella: Gracias, Padre nuestro, por nuestros nietos que son de tanta alegría. Sólo recuerda cuidarnos la espalda, dar fuerza a nuestros brazos y sabiduría a nuestros corazones para no darles más de la cuenta y arruinar Tu labor en ellos.
Él: Gracias, Señor, por el trabajo que jamás ha faltado y, te pido, que aunque yo me equivoque, tú subsanes mis errores y no falte fruto para llevar a casa al final de la jornada.
Ella: Gracias, Señor, por el trabajo que jamás ha faltado y, por favor, sigue dando creatividad a mi esposo para encontrar las nuevas oportunidades. . . ya sabes que, en este mundo, somos desempleados  naturales después de los cincuenta.
Él y Ella: Gracias, Señor, porque aún podemos reírnos y disfrutar de las nuevas arrugas que se marcan en nuestro rostro. Que nunca nos falte el buen humor, la risa fácil y líbranos, Señor, de caer en la tentación de tomar la vida “demasiado en serio”.
Él y Ella: Gracias, Dios, Señor y Padre nuestro, por la salud y te rogamos que, si has de probar nuestra fidelidad a la parte de los votos que dice “en la salud y en la enfermedad”, de ser posible, lo dejes hasta el final de nuestras vidas. Y que, cuando decidas cambiar nuestro estatus de casados, sea al de “viudo/a”, que sea a mí a quien le toque llorar por ello y no al amor de mi vida.
AMEN

"Regalos"


Pensando y repensando concluyo que, el “habla” y el lenguaje, son regalos divinos. Porque, ¿cuántas cosas ocurren en el mundo gracias a que podemos decirlas? Sólo hay que ver el impacto en la vida de una persona que, como consecuencia de la sordera, se ve impedido en el habla. ¡Grandes maravillas son el oído y el habla!
Lo triste es que, siendo algo extraordinario, ya no lo apreciamos y, peor aún, le damos un uso irresponsable al ignorar todo lo que generan nuestras palabras en la vida de la gente.
Llamar a un hijo, descalificándolo, distorsiona la imagen que tiene de sí mismo marcando su destino. Utilizar nuestras palabras con actitud crítica hacia una persona, termina por apagar sus deseos de intentar las cosas y hasta aventurarse con arrojo.  Las bromas crueles, las palabras hirientes, las palabras altisonantes, las injurias, los chismes y muchas formas en que podemos hacer mal uso del divino regalo, van minando nuestra vida y la de los demás, de una u otra manera.
Y, ni qué decir de la mentira que quebranta las relaciones y destruye la confianza. ¿Habrá alguien que aún recuerde aquella expresión de compromiso que sellaba un trato? “Te doy mi palabra”. Hoy, parece algo sacado de la historia más remota.
Por eso es que me gusta tanto la expresión en inglés que define el uso constructivo y bondadoso del lenguaje: “Good words”. “Buenas palabras”, podría ser la traducción y, más que una connotación técnica, habla de aquellas palabras dichas con la intención de fortalecer, edificar, afirmar, alabar, agradecer, reconocer, animar  y, básicamente, dichas desde una actitud amorosa y aceptante.
Dice un versículo, “De lo que abunda el corazón, habla la boca”, y me pregunto, ¿Qué llena el corazón de nuestra sociedad entonces: odio o amor? ¿Qué regalamos a los demás a través de nuestras palabras?
A mis cincuenta y uno, reconozco que mucho me falta para convertirme en experta en “Buenas palabras” aunque me esfuerzo, día a día, en aprender de la gente que me rodea y que tanto bien me ha hecho con su maravilloso don de amor.

sábado, 20 de agosto de 2011

"Los miserables"


Cuando supe que una persona se auto clasificaba como “muerta de hambre”, inicié un recuento sobre su vida: joven, saludable, con hijos maravillosos, una familia que la ama y apoya, una profesión que avanza día a día y que además le da un lugar para servir al prójimo, un negocio que va consolidándose, una hermosa casa, tres personas para ayudarle en las actividades domésticas, viajes al extranjero y un auto de lujo en la puerta.
Entonces descubrí que los seres humanos tenemos un “chip” integrado llamado “egoísmo” y que, lejos de encargarse de lograr nuestro bienestar, nos ciega los ojos espirituales y nos abre los instintos de apetitos insaciables. Su información genética es incompatible con la del “chip” de la gratitud que se encarga básicamente de enseñarnos a vivir en contentamiento.
También entendí que “los miserables” no definen su condición por la falta o abundancia de bienes materiales sino por la manera de apreciar su propia vida. Así, revisando en mi agenda, me fui encontrando con muchos “ricos-miserables” y “muertos de hambre” que, al igual que la persona que mencioné antes, tienen una larga lista de privilegios y comodidades que el pernicioso “chip” del egoísmo no les permite apreciar y disfrutar.
Lo más triste es que, esos “miserables”, realmente creen que lo son y su corazón vive en una amargura que los va invadiendo como un cáncer. Al paso del tiempo, sin importar cuanto más lleguen a tener, jamás tienen lo suficiente para sentirse plenos y hasta felices.
A los cincuenta y uno, ruego a Dios que encienda en mí el “chip” de la sabiduría y que nunca permita que el de la gratitud deje de funcionar. Y, para ser congruente con mi petición, inicio mi lista para contar mis bendiciones.

"Recarga"


¿Qué es peor que olvidar la cámara en un viaje? Recordar llevarla y ¡olvidar cargar la batería!
Esa fue la primera evidencia de que no invertí suficiente tiempo en prepararme para el corto viaje con mi esposo. Tras admirar a la majestuosa Peña de Bernal iluminada por los primeros rayos del sol, corrí por mi cámara para conservar el recuerdo en una buena toma y. . . ¡sorpresa! Nada, ni siquiera tenía energía para una sola foto.
Con la costumbre de cargar una pequeña cámara de bolsillo para captar los momentos especiales con mis nietos, volví a la cabaña y tuve que conformarme con lo que se puede captar con ese tipo de equipos. Afortunadamente, aún conserva algo de carga para algunas imágenes más y, obviamente, tendré que pensarlas y administrar la batería para no gastarla inútilmente. Pero, ¿cómo saber qué está por venir que pueda ser mejor que lo tenga enfrente?
La frustración me llevó al rincón de las reflexiones y pensé. ¿Cuántas veces he tratado de preparar “momentos” especiales con mi marido, sólo para llegar al evento cansada y con ganas de irme a dormir? ¿En cuántas actividades triviales no he desgastado, no sólo mi energía, sino mi vida? Confieso que, más de una vez, he llegado a celebrar con la batería descargada.
Aunque es cierto que, al igual que ahora estoy viviendo la estrechez de “batería” que me obliga a ser cuidadosa con las fotografías que tomaré, la verdad es que el futuro es impredecible. Entonces, ¿cuál es la receta ideal para administrarme? Supongo que no hay respuesta ideal pero, como conclusiones básicas pondría: Disfrutar el presente sin dejar de programar con flexibilidad y, sobre todo, meter freno ante mi natural tendencia de abarcar de más y malgastar mis fuerzas.
A mis cincuenta y uno, cuando mi tiempo corre, quiero aprender a hacerlo lento y saborearlo intenso. 

"Malas palabras"


Definitivamente, ¡no me gustan las malas palabras! Aunque ante mi declaración, a veces, he escuchado de algunas personas argumentar que el contexto justifica su uso o que es parte de la cultura. De cualquier forma, mi apreciación es muy distinta.
La forma de hablar de la gente, en mucho, me revela una actitud. Y, si observo más detenidamente, me doy cuenta que esa actitud se refleja en casi toda su forma de vida.
Una personita, en especial, es mi mejor ejemplo. La forma en que habla a sus tres hijas y ahora al cuarto, un bebé recién nacido, denota un esmero. Ella, dependiendo de la edad de cada uno de sus hijos, utiliza con cuidado la forma de explicar e instruir, pero sin restarles oportunidad de que vayan aprendiendo palabras que las reten a ir incrementando su vocabulario.
Su forma de hablar es sólo la parte superficial. La manera de corregirlas, también, denota un dominio propio que la frena a gritar innecesariamente o maltratar a sus hijas por emociones descontroladas. Y, así, la he visto sobreponerse con madurez a contrariedades, desencantos y enojos, en todos los casos, sin el uso de expresiones soeces u ofensivas.
Si la comparo con la gente que usa malas palabras, mi primer pensamiento es: descuido. La actitud, nuevamente, se refleja en su lenguaje y es consistente con su vida. Viven sin control, no prestan mucha atención a lo que pueda suceder a los “otros” con sus formas y no hay una intención de ir puliéndose como personas, sin importar el área en el que trabajen o se desempeñen.
Para mí, el convivir con gente que va por la vida con un lenguaje lleno de malas palabras, es como tener un invitado que entra a mi jardín arrojando basura por doquier.
Y, si ninguno de mis argumentos me fuera suficiente para evitar las malas palabras, como creyente, uno sólo me hace temblar: “Porque darás cuenta ante Dios de cada palabra que haya salida de tu boca”. ¡Qué vergüenza pasaré por aquellas veces en que de mi boca salieron ranas y serpientes!
A mis cincuenta y uno, aún aspiro mucho de mí misma. Me gusta pensar que, cada día, puedo mejorar en algo y que, siempre puedo empezar, con mi lenguaje.

viernes, 19 de agosto de 2011

"Fechas"


“No pierdan sus fechas”, dijo mi madre, con un resonar de cristales diminutos al fondo de su voz, cuando le hablé de nuestros planes. Hablábamos de huir un fin de semana para festejar nuestro aniversario en una cabaña escondida a las afueras de un pueblo mágico, al pie de un peñasco.
Mientras ella recordaba los tiempos en que su esposo, mi padre, hacía memorables los días especiales con regalos espléndidos e invitaciones al teatro, yo hice el recuento del último año de nuestras vidas. Tiempo en que, más que perder nuestros días especiales como esposos, decidimos renunciar a ellos para atender con amor a nuestros seres queridos necesitados de cuidados y atención.
Y, como muchos sacrificios, fue doloroso dejarlos atrás en la lista de prioridades e, incluso, vivirlos separados físicamente el uno del otro. Así pasó la fecha de nuestras bodas de plata sin siquiera poder abrazarnos, al igual que nuestro sencillo ritual del mes recordando el día que hicimos votos con Dios como testigo. ¡Cuánta añoranza sentí de su compañía y cuanta falta me hicieron nuestras  celebraciones privadas!
Creo que, si la gente supiera cuanta renovación sobreviene de esas conmemoraciones, pasaría más tiempo celebrando y menos reclamando.
Hoy, preparo la maleta para escaparnos a festejar. Mi equipaje incluye amor, recuerdos juntos, una botella de vino con algunos manjares, música para visitar el pasado y, más importante, esos votos escritos en un papel para releerlos frente a la vela que nos recuerda que, Dios, es la principal de este triángulo de amor.
A mis cincuenta y uno, vivo cada vez más enamorada y, eso, es, sin duda, un gran motivo para celebrar. ¡Feliz aniversario, amor!

jueves, 18 de agosto de 2011

"Príncipe Azul"


 ¡Mi príncipe azul, jamás llegó!. . . O al menos, no de la forma como muchas lo esperan. Y no voy a describirlo como: “alto y bien formado, labios sensuales, cabellos rubios como el sol y dentadura de porcelana” porque, a decir verdad, ni me gustan los altos, ni los rubios, ni las sonrisas con dientes de comercial de dentífrico.
Y, aunque el personaje en cuestión, nunca fue parte de mi historia, la vacante dejó de estarlo hace más de 25 años.
¿El ocupante? Un hombre de mediana estatura, apenas unos cuantos centímetros más alto que yo, de ojos marrón oscuro y cabello entrecano, aclaro, canoso prematuro. A la fecha, según sus propias palabras, la manera como la gente lo identifica más rápidamente es: “el esposo de la mujer con muchos chinos”. . . esa soy yo.
Hace tiempo que trato de convencer a las mujeres jóvenes de que, pasados los años, todos los hombres comienzan a parecerse. Una barriguita cubre cualquier “lavadero” en su vientre y, hasta la cabellera más abundante da paso al cuero cabelludo reluciente como bola de billar. Así que, la selección de su príncipe, jamás debe basarse en esa imagen de figurín que muchas desean.
En mi caso y fuera de los estándares mí, ahora “rey”, me parece de lo más atractivo.
Sus ojos, siempre grandes y risueños, ahora han tomado un ángulo en declive y son enmarcados por arrugas, recuerdo de muchas, muchas carcajadas. Y, su boca, antes pequeña, luce aún más reducida entre dos mejillas que hablan del enorme placer que vive cuando come, desde un buen taco hasta el platillo internacional más refinado.
Su cuerpo, aunque algo redondeado, es paradójicamente más fuerte. No por nada ha resistido las jornadas de trabajo extenuante para proveer con generosidad a toda nuestra familia. Y su corazón, ¡ah, ese corazón! Aunque los médicos sugieren que puede no funcionar tan bien como cuando joven, yo estoy segura de lo contrario, porque: ama con más entrega que cualquier ser humano que yo conozca, se alegra hasta el límite con las cosas más pequeñas y simples, agradece intensamente cuando recibe y, renuncia, muchas veces hasta el punto del sacrificio, sin pensarlo dos veces.
Así pues, no hay príncipe azul por el cual suspirar en mi historia, lo aseguro.
A mis cincuenta y uno, me alegro de que no me gustaran ni los guapos ni los rubios y que, con la poca sabiduría de mi juventud y la mucha Gracia de Dios, encontrara a un hombre, un verdadero hombre. . . de los que ya pocos hay en estos tiempos.

"Verano"


Una vez más, madres e hijos, se les ve apurados en las papelerías comprando útiles escolares y en los folletos reaparece la plaga de ofertas de mochilas, zapatos tenis y uniformes. Es inevitable. ¡Nos llegó el fin del verano y las vacaciones familiares!
En las páginas de redes sociales, mis contactos terminan de poner las fotografías de los lugares que visitaron, que van, desde un exótico crucero hasta un verano de montaña canadiense. ¡Cuánto disfruto pasar, una tras otra, las imágenes de gente sonriendo, paisajes distintos y familias reunidas!
Miro mis archivos y, nuevamente, me doy cuenta de que el fin del verano me rebasó sin darme tiempo a tomar un respiro para escaparme y tomar una vacación familiar. De hecho, mi agenda también quedó olvidada la mayor parte del tiempo y sólo aparecen asentadas, desde enero a la fecha, citas médicas, recordatorios de análisis y una que otra fecha de pago.
Escudriño mi imagen en el espejo y confirmo que me han salido más canas, que mi piel luce bastante menos sana que hace seis meses y las bolsas bajo mis ojos dejaron de ser un rasgo extraordinario. El cansancio perpetuo se convirtió en parte de mí.
Así, cierro el capítulo del “Verano 2011”. Sin fotos de viajes familiares, sin avances profesionales y sin mucha energía. Hasta que una imagen, como foto instantánea, surge en mi mente.
En ella aparecemos, mi mami y yo, tomando café una mañana cualquiera y mi papi escuchando nuestras interminables anécdotas sobre mis nietos, sus bisnietos. Junto a esa fotografía me topo con otra donde mi hijo, mi esposo y yo, caminamos hacia el cine después de una comida con charlas divertidas y proyectos compartidos. Mi álbum sigue creciendo, esta vez, con la sonrisa de mi nieta coqueteando, mi nieto abrazándome y mi hija, despampanante, con su bata de médico.
No, mi verano no trajo parajes nuevos ni me dio mucho descanso pero, no por eso, dejó de ser maravilloso. Dios, en este tiempo veraniego, me llenó de milagros espectaculares. Los más grandes: la vida de mi madre, el amor incondicional de mi esposo y el apoyo de mis hijos y cariño de mis nietos.
A mis cincuenta y uno, estoy aprendiendo que la vida es un incesante viaje y que, si me descuido, puedo perderme de disfrutar las cosas más importantes y valiosas. ¡Adiós verano extraordinario! 

miércoles, 17 de agosto de 2011

"Sismos"


Viví el sismo del 85 y lo recuerdo con mucha claridad. Lo que viene a mi mente cuando lo pienso es mucho pero, algo en especial, atrapa mi memoria. Me veo cargando a mi hijita de casi tres años y parada frente al edificio donde vivíamos junto con todo el resto de sus habitantes.
Aun después que el movimiento cesó, nos mirábamos unos a los otros, dudosos de volver al interior de nuestros departamentos. Pasó mucho tiempo antes de que uno de los vecinos, el que habitaba el primer piso con su esposa, dubitativo, entró para tomar sus cosas en una maleta y partir.
La misma escena se repitió con varios de nosotros. Mi hija y yo, apenas llevándonos lo indispensable, nos mudamos a casa de mis padres donde se concentró toda la familia por varios días.
Mi vida, al igual que mi ciudad, está asentada en una zona sísmica. Con mucha frecuencia puedo sentir las sacudidas, unas cortas y otras muy intensas, de esas que dañan los cimientos y resquebrajan muros.
Ahora mismo estoy viviendo uno de muchos puntos en la escala de Richter. No fue prolongado pero sí devastador. ¿El daño mayor? El pilar de la confianza, sobre el que descansaba una de las relaciones más importantes en la vida de mi esposo y la mía, quedó en ruinas.
Esa estructura que creíamos firme se ha fracturado y, al igual que aquel sismo del 85, permanecemos parados fuera de la relación mirándola y con el temor de que los muros, plafones o alguna otra parte se nos caigan encima. ¡Qué difícil resulta a veces sobreponerse al miedo de salir herido en una relación dañada!
Pero, al igual que en los tiempos de reconstrucción después del terremoto, el tiempo hará su labor, supongo, y poco a poco nos atreveremos a habitar en esa relación que, seguramente, necesitará mucho tiempo y esfuerzo para volver a levantarla.
A los cincuenta y uno, todavía le temo a los temblores y, aunque sé que superaré mi miedo al dolor algún día, creo que empezaré echando mano del tiempo para armarme de valor antes de volver a creer y confiar.

miércoles, 3 de agosto de 2011

"El y ella. . . 25" (Tercera y fin)

En los últimos ocho meses, mi vida con mis planes y proyectos pasó a segundo término. Ahora escribo la fecha y me doy cuenta que más de la mitad del año ha volado y todavía no puedo palomear ningún renglón de mis metas. Por amor, he cambiado mis prioridades por las necesidades de los demás.
Y,  en un desliz del pensamiento, pude ver con claridad lo que podría decir de los 25 años junto a mi Gordo, mi marido: Él me puso en el primer lugar de su lista y, a veces y al mismo tiempo, en el segundo, tercer, cuarto y quinto lugar, dejando sus proyectos hasta el final en sus prioridades.

Podría hablar de las grandes cosas que ha hecho por mí, como dejarse despojar económicamente para rescatarme, literalmente, de una terrible extorsión que ponía en riesgo mi bienestar y mi vida. Renunció a oportunidades profesionales que implicaban mover nuestro lugar de residencia. Canceló, más de una vez, reuniones importantes para estar a mi lado en las crisis familiares o si mi salud requería atención. Dejó amigos, viajes, sueños, y todo, porque hizo de mí su prioridad.
E igualmente, si hago un recuento de las pequeñas cosas, mi lista es muy extensa: hace las compras o carga gasolina a mi auto en lugar de ver la TV; sin importar la hora, me lleva la meriendita a la cama; jamás he tenido que sacar la basura; juntos levantamos la casa al final de las reuniones; sólo dos ocasiones, por viajes ineludibles, dejó de asistir a las juntas escolares y no falló a ninguna cita con el ginecólogo; alimenta al perro en turno para que yo no interrumpa mi lectura o deje de escribir; cambió pañales, limpió narices, contó cuentos, salió decenas de madrugadas por medicamentos, recogió niños de la escuela, llevó a nuestra hija al patinaje en la madrugada y a nuestro hijo al beisbol; e incluso ahora, para mí o para ellos, cruza mares y escala montañas para ayudarnos a lograr nuestros planes. Si tuviera que escribir todo lo que mi esposo ha hecho por mí, este escrito, sería interminable.
Por eso, hoy que  Dios me da la oportunidad de hacer a un lado mi lista y mis metas, recuerdo como ese alguien, mi mejor amigo y esposo, me ha enseñado que es posible hacerlo con amor, con entrega, con renunciación y sin medida.
¡Gracias, Gordito, por enseñarme a amar y por todo lo que has hecho por mí!

martes, 2 de agosto de 2011

"El y ella. . . 25" (Segunda parte)

¿Cómo pueden estar “solos” tres viviendo en la misma casa? Mis hijos y yo tenemos la respuesta.
Una noche, con demasiada juventud y sobredosis de egocentrismo, mi marido y yo discutimos hasta que fuimos incapaces de “sobrevivirnos” bajo el mismo techo. En minutos, él preparó su equipaje y yo misma le abrí la puerta. La casa se vació en el momento en que cruzó la puerta.
Por las siguientes tres semanas, no hubo rutina que lograra reajustarse y una densa nube de tristeza se instaló en los tres corazones que aún latían en lo que quedaba de nuestro hogar.
Día a día, el motivo de la riña parecía irse marchitando. Los reclamos, al repetirlos en la soledad de nuestra alcoba, fueron perdiendo sentido y razón hasta resultar absurdos.
¿Dónde estaba mi compañero? ¿Cómo seguir con el sueño de un hogar sin su presencia? ¿Cómo había permitido que mi enojo destruyera la familia de mis hijos?
Las preguntas se acumularon y con una palabra quedaron respondidas: “Egoísmo”.
El dolor cesó una mañana, la “Mañana del perdón”.
Si desde su partida la distancia entre nosotros había crecido, la cordura me recordó que, la humildad y el perdón, son pies ligeros para recorrerla de regreso. Así que, dejando el orgullo en la gaveta y con mi vestido más bonito, lo sorprendí encontrándolo al entrar a la oficina.
Sólo me bastó ver su mirada para entender que, en la ausencia, el amor había labrado un anhelo en el corazón de mi amado: ¡Volver a mi lado y al hogar perdido!
Hoy, en mi recuento, me encontré con este pasaje de nuestra historia y, como si hubiera ocurrido ayer, aún se eriza mi piel al pensar en lo cerca que llegamos a estar del precipicio de la separación.
Y, aunque tenemos historias de pleitos y disgustos, me doy cuenta que aprendimos la lección. Una, que borró de nuestro menú de opciones: “cruzar la puerta del nido para poner distancia”. Y, dio paso a la única solución en momentos de emergencia: “Honrar el pacto hasta que las turbulentas aguas del egoísmo bajen y se renueve el amor”.
Este primer día, rumbo a los 26 años de matrimonio, vuelvo a decirte: ¡Gracias, amor, por haber vuelto para llegar a celebrar este gran día!

lunes, 1 de agosto de 2011

"El y ella. . . 25" (Primera parte)

. . .Él soñaba con los viajes que harían juntos, mientras ella pensaba en los seguros universitarios para los hijos.
Él  planeaba una familia con tres hijos, mientras ella vivía atormentada preguntándose si no sería un fracaso como madre.
Él retrasaba la hora de dormir de los niños para contar un cuento, mientras ella repasaba las citas del pediatra, dentista y el plan de alimentación diaria.
A él le gustaba dormir con la televisión encendida y a ella le producía jaquecas.
Él elegía películas con un mínimo de tres muertos y ella las historias románticas de final feliz con muchas lágrimas.
Una cena con tacos, para él, es un manjar y, para ella, sin ensalada, no hay comida.
A él le gusta reír, a ella le gusta pensar.
A él le encanta comer y ella prefiere leer.
¿Qué si es la historia de un divorcio? ¡No! Es la historia de un amor, muy extraño y fascinante. Y es tan sólo el comienzo de los 25 años que, mañana, celebraremos mi esposo y yo.
Porque, sin darnos cuenta, amanecimos con un pasado que, a hurtadillas, se hizo viejo y ahora tiene 5 lustros.
Hoy, tenemos dos hijos adultos. Contamos con orgullo que nuestra hija mayor es doctora y que nuestro pequeño, ya de 21 años, ha recorrido más mundo que nosotros mismos. Aunque a ratos nos duele la espalda, jugamos lego, carreterita y al arenero con nuestros dos nietos.
Algunas tardes cambiamos los restaurantes por una velada bajo las mantas en el sillón, bocadillos de queso y un buen vino.
La verdad es que estamos cayendo en la cuenta de que, aquella canción que adoptamos para contar nuestros sueños, “El camino de la vida”, día a día se ha ido cumpliendo y que habla de nuestro anhelo al final de la tonada: “Por eso, amado mío, le pido a Dios que, si llego a la vejez, tú estés conmigo”.