viernes, 19 de agosto de 2016

"GRACIAS, PAPÁ: De dos en dos" (parte 2)

¡Qué valor!
Me bastó hablar con Roberto y Toñi, durante unos minutos, para reconocer la coincidencia entre tus palabras y su historia. 
En el espacio sin relojes –tal vez los visitantes no se han dado cuenta pero ¡los relojes aquí brillan por su ausencia!–desde donde ahora te escribo, es un singular hotel enclavado en el norte de España. Rodeado por la cordillera de Ordunte, el valle de Karrantza (versión vasca de "Carranza") se extiende entre colinas arboladas y caseríos que salpican el verde con sus tejados rojizos. 
La que se enseñorea sobre este pedazo de tierra ¡es la paz! Y contagiados por ese ritmo atemporal, Salvador y yo nos hemos regalado conversaciones, sin apuro, con otras parejas que pasan por el hotel y que se han sincronizado con el reposo de las horas.
Fue así como conocimos a la pareja "valiente" –pues así la he bautizado– provenientes de un pueblo de Zaragoza.
Ellos, veinte años atrás, vivían en una ciudad española y gastaban su vida como casi cualquier matrimonio que transita por los treinta: trabajando hasta que el cuerpo aguanta, criando hijos, escalando la cúspide del éxito profesional y batallando para lograr pagar las cuentas. Nada extraordinario, podría añadir, pero lo "mejor" comienza ahí.
Todo inicia con un acto de rebeldía del cuerpo de Robert. Harto de cargar con toda la presión, se pone en huelga, convenciendo a su dueño de tomar un descanso. . . en la cama de un hospital. Exámenes y médicos coincidieron: ¡debía bajar el ritmo de su tren de vida!
Con un hijo en preescolar y otro en el bachillerato, los esposos –tras recapitular–llegaron a una conclusión, simple y llana: la vida se vive una vez. Era momento de ser consistentes con esa verdad.
En unos cuantos meses, vendieron su casa y se despojaron de lo innecesario para empacar su vida con lo estrictamente necesario. Su ciudad de residencia –con su población y su ritmo apurado–,  los vieron partir hacia un pequeño poblado en Zaragoza. Y la casa con muros alisados y pisos pulidos fue cambiada por una vieja casona que sobrevivía en el abandono y amenazada con ser tragada por el tiempo.
"Hombro con hombro y mano con mano", la familia inició su aventura en la vida rural y se dio a la tarea de invertir el dinero restante en comprar materiales –hasta donde les alcanzó– para hacer resurgir la casona en su nueva versión que reflejara el cariño, dedicación, paciencia y la perseverancia.
Con sus propias manos, restauraron muros, cambiaron pisos, diseñaron muebles que ellos mismos construyeron y, al paso del tiempo. . . mucho tiempo, ¡levantaron el hogar de sus sueños!

Mientras todo eso ocurría, aprendieron a tomar tardes para conversar, fines de semana para hacer viajes por su propio país (con poca inversión y sin prisas), prepararse en el arte de vivir (él ahora hace coaching y ella disfruta cocinando) y, sobre todo, mantener una vida simple, ¿o debería llamarle "vida simplemente sabia"?
Sus rostros relajados y sus ojos amables me confirmaron que todo aquel relato que nos compartían era cierto. Con su manera de escuchar pude descubrir el hábito generoso de regalar atención y tiempo a sus acompañantes. Y por la cortesía que se prodigaban–una que jamás logra mostrar quién vive en el mal humor que surge de las presiones–, reconocí el resultado de la valerosa decisión que hicieron dos décadas atrás.
Fue como encontrarme con un par de consultantes de aquel viejo sabio sordo de la ermita –que hace poco recordamos–, años después de aplicar el único consejo que daba a quienes lo visitaban: ¡Simplifica tu vida!
Como ves, pá, ¡el consejo funciona!
P.D.: ¡Y ya hemos sido invitados a conocer su casa en Zaragoza! Un nuevo destino en nuestra lista de "amigos por visitar".

jueves, 18 de agosto de 2016

"GRACIAS, PAPA: De dos en dos" (parte 1)

¿Qué crees, pá? Seguimos de viaje, "de tal manera", que estamos logrando conjugar el placer con el deber. Ojalá pudiera hablarte de nuestra rutina pero, a decir verdad, cada día la engañamos pues vivimos alaides a la espontaneidad (su acérrima enemiga). 
Pero, a pesar de esta libertad de jazz con la que estamos manejando nuestros días, he encontrado una constante que me hace detenerme a observar, pensar y aprender: los fugaces encuentros con otras parejas. ¡La vida de dos en dos! (Dios, compruebo –como siempre–, tiene razón al decir que "no es bueno que el hombre esté sólo").
Creo que no ha habido un sólo encuentro del que no haya salido con el eco de una anécdota, experiencia o historia de vida, que no me invite a la reflexión. Mi primera conclusión, como ya he escribí arriba –y, aclaro, no es idea mía sino de Dios–, es que la vivencia compartida aporta la mitad del placer con el que se disfruta hasta lo más simple. Así que, como imaginarás, no me resulta nada sencillo elegir a la pareja con la que me gustaría empezar esta serie vivencias.
Así que empezaré con una muy singular, un matrimonio formado por una mujer cubana y un español aficionado a la caza, ambos transitando los cincuentas. ¿Qué recuerdo? Que mientras me asomaba por la ventana abierta del hotel para admirar y llenarme los pulmones de los aromas del valle de Karrantza, sin intención de ser indiscreta, escuché las risas de estos dos que retozaba en su habitación, justo arriba de donde yo estaba. ¡Y, por favor, no pienses mal! Aquellas carcajadas y las bromas me dejaron claro que no tenían nada que ver con temas de sábanas. Eran, más bien, chapuzas infantiles sobre la manera de llevar algo, tal vez un sombrero o alguna prenda que a la mujer le lucía ridícula. Ella reía con tantas ganas que no pude evitar quedarme a disfrutar de sus risotadas y de los dichos graciosos con los que él atizaba el buen humor de su mujer.
¡Así las cosas! Me convertí en la chismosa indiscreta de la ventana que se divirtió –a escondidas–a costillas y sin permiso de los otros. Para mi fortuna, no volví a verlos y la comezón de mi conciencia no tuvo que estornudar una confesión; ellos partieron del hotel mientras nosotros visitábamos el Valle de Mena (¡algo que muero por contarte!, pero ya será otra vez).

Lo que está pareja me enseñó (o tal vez sólo me recordó), es la importancia de reír y disfrutar de aquellas cosas ligeras –a veces absurdas– que nos regresan a ese estado infantil capaz de burlarse hasta de uno mismo. ¡Tengo que reírme más seguido, pá, antes de que olvide por completo como hacerlo!
Si pudiera resumir este encuentro, tal vez usaría la frase (y lamento no poder dar crédito al autor pues lo desconozco):
"Toma la vida en serio, pero no demasiado, que de todas formas. . . ¡se va a reír de ti".

jueves, 4 de agosto de 2016

"GRACIAS, PAPÁ: Mi propia muerte"

Procrastinar, tú lo sabes pá, no es mi forma natural de ser. Y, sin embargo, tengo que confesar que es hasta hoy –mi último día en México– que me decidí tuve el valor de empacar. ¡Son tantas cosas que se quedarán fuera del equipaje! Algunas por elección y otras porque, con la fuerza que a mis 56 años me queda, ya no soy capaz de cargar. ¿Puedes creer que ya puedo hablar de un cansancio que no se quita con una buena noche de sueño?
Empecé por vaciar el clóset, como si con ello pudiera ahorrarle la monserga a quienes –si por alguna vuelta del destino no volviera– les correspondiera echar fuera mi paso por la vida.
Y, junto con blusas y zapatos, empecé a sacar compañías y afectos que ya no tienen futuro. No voy a mentirte, ¡cómo duele ver que hubo quienes no entendieron el mensaje insistente de mi amor y apoyo! Pero sé que debo aligerar mi viaje y dejar atrás intentos vanos que sólo me consumen la paz que necesito para mirar el futuro con ojos limpios y llenitos de esperanza. ¡Hay tanta gente a quien puedo entregarle ese amor que me llena el alma!
Mi gatita, Amore Mío, cual sombra me sigue, como si intuyera que volveremos a separarnos. Mis nietos, ayer, en el abrazo de despedida, repitieron la pregunta que me consume el alma: ¿cuándo regresas, Gramma? Y les respondí con toda la honestidad posible: “En unos meses y haré todo para poder verlos”. Pero, ¿cómo contestar a esos ojitos expectantes que no sé si podré cumplir mi promesa? Pá,  tú sabes que nací para ser su abuela y que ¡ellos son mi vida y es lo único que me calcina el ánimo! Pero también mi ausencia es un regalo que aprenderán a entender (tal vez cuando ya ni siquiera me puedan ver).
La buena noticia es que me llevo una maleta completa (tal vez con sobrepeso) repleta de amor de amigos que nos cubrieron de cariño y que cambiaron el ritmo de sus días para encontrarnos. ¡Qué privilegio es ser amado! Estoy haciendo entrar hasta el último nuevo recuerdo de celebraciones, risas, lágrimas compartidas, y futuros aderezados de reencuentros. Y en el bolso de mano, he guardado los mensajes de mis primas, esos que me pintan la sonrisa (sé que necesitaré de su alegría para los días grises); y  como un tesoro, he empacado los abrazos de algunos de mis hermanos y mi tía más amada que, para enfrentar el reto y la necesidad, me sostienen por la espalda para mantenerme en pié (tenías razón, pá, ¡ellos estarán conmigo siempre!).
Y por más que he tratado de echarla fuera, se me ha colado en la maleta la desesperanza de ver que hay cosas que no han cambiado. El pesar de reconocer como –algunas personas que amo con toda el alma– han tomado la decisión de no usar su vida para amar, crecer, servir y ser felices. Pero es algo que no puedo cambiar y que son recuerdos que he permito que me acompañen para orar por ellos pues, ¿no es Dios el único capaz de hacer el cambio en el ser humano?
Amo a mi México, pá, y es algo que tú me enseñaste a hacer. Amo a mi gente, tan variopinta como los paisajes que tanto disfruto al andar por las carreteras de esta tierra que nos acoge con generosidad. Pero, aún así, tengo que irme.
Hay un sueño esperándome al otro lado del mar y gente que me ha abierto los brazos. Tengo que ir al lugar que nos promete el descanso que, mi marido y yo, –este par de viejos en los que nos estamos convirtiendo–, de verdad necesitamos. Pero, más importante que todo, nos espera el hijo de nuestro corazón –ese nieto tuyo al que tanto amaste– que gusta aún de la compañía de sus viejos, que se entusiasma al compartir sus planes, su vida y las emocionantes anécdotas de un día cualquiera.
¿Sabes, pá? Hoy estoy triste y acongojada por la partida pero, aunque ya no vives en este mundo, me ayuda que siempre estés conmigo y que tengamos este lugar para encontrarnos.
Papi, me llegó el día de morir a lo conocido y al pasado para poder renacer. Así que, ¡hasta pronto, México mío! ¡Hasta luego, vida y gente de mi pasado!

Y. . .¡HOLA, ESPAÑA!

martes, 2 de agosto de 2016

"GRACIAS, PAPA: ¡El loco anuncio!"

Hoy, de sólo recordarlo, ¡me desbarato en carcajadas!
Seguro tú recuerdas, papi, aquel anuncio que recibiste bajo la regadera y –si no supiera que te gustaba el agua muy caliente– seguro te cayó como balde de agua fría.
Aquella mañana, antes de ir a trabajar, pasé por tu casa a las siete de la mañana. Al escucharme tocar la puerta, mi mami se incorporó, indicándome que podía pasar.
–¿Y mi papi?– le pregunté, sin siquiera darle los buenos días, al ver que ya no estabas en tu cama.
–En la regadera– me respondió, volviéndose a acostar.
Entonces llegué hasta la puerta donde ya te duchabas.
–¡Pá!–te grité para que me escucharas, –¡me caso en agosto!
Por unos segundo, sólo escuché el caer del agua y contuve el aliento para aguzar el oído. ¡Necesitaba conocer tu respuesta!
–¡Que sea para bien!–finalmente te escuché decir.

–¡Eso espero!–agregué y, libre del pesado secreto que había cargado por tres días, salí con algo parecido a una sonrisa pues, para ser sincera, ¡me debatía en dudas y temor por haber dicho un “sí” que trajera malas consecuencias!
Aunque yo me resistía a la los convencionalismos, mi entonces prometido no aceptó otra forma de hacer las cosas. Así –tres semanas después–, cuando él volvió de su viaje a Europa, ustedes organizaron una “merienda informal” (al estilo vasto de mi mami) y él, sin reparos, se ajustó al protocolo. Tras una conversación “entre hombres” que me confinó a la cocina, bajo la excusa de ir a ver si todo estaba listo (¡cuando yo ni siquiera cocinaba!) y una cena “sencilla”, tú completaste el interrogatorio que te aseguró que el “muchacho” era buena persona. ¡Pasó la prueba!
Desde ese día, tú le tendiste la mano para darle la bienvenida a la familia. Y, al paso de los años, con sus actos y por la forma en que cuidó de nuestra familia (más de una vez te escuché llamarlo: “el mejor padre que habías conocido”), lo llegaste a querer más que a todos los miembros políticos de la familia. Algunas veces, medio en serio y medio en broma, aseguré que –de habernos divorciado– tú te habrías quedado con él y no conmigo.
Ya vez, pá, aunque en el mismísimo día dudé en llegar a la boda, me doy cuenta que a pesar de mi loca manera de anunciarte mi decisión de convertirme en la esposa de Salvador Ramírez de la Torre, todo fue como tú y yo esperábamos: ¡Para bien!
Con mil tropiezos, retos  –que a veces pensé que nos vencían–, el cansancio y los momentos de duda, tu yerno favorito y yo hoy cumplimos ¡treinta años de casados!
¿Sabes pá? Ahora entiendo la importancia de aquella cena donde tú pudiste reconocer a la maravillosa persona que aspiraba a ser mi esposo, y él pudo demostrar un respeto que tuvo hacia ti hasta el último de tus días.
Hemos formado una familia que –aunque no es perfecta– ha sido nuestra razón para hacer de la nuestra una vida de sacrificio, entrega y lealtad como padres, ¡y como abuelos de los tres niños que tanto amaste, tú también!
Sé que, junto conmigo, papi, estarás dando gracias a Dios por el hombre que hoy es mi compañero de vida y que –como ya lo dije alguna vez– ¡ES LA MEJOR PERSONA QUE HE CONOCIDO EN TODA MI VIDA!
¡FELIZ ANIVERSARIO, GORDO! ¡VAMOS POR MÁS!


P.D. “Lo que bien comienza, bien acaba”. . . ¡aunque nadie creyó que lo lograríamos!