lunes, 18 de abril de 2011

"Pisotón"

Después de diez días y en el lugar menos inesperado, mi cargador del teléfono apareció. Cuando mi esposo me anunció que lo había extraviado, mis reacciones, confieso, fueron casi desmedidas. Sin gritos, sin enfrentamientos abiertos, pero con reclamos a media voz y actitudes, no perdí oportunidad para demostrarle mi enojo por su descuido y la pérdida.
Tras el anuncio del rescate del cargador, un fuerte pisotón en la conciencia me hizo callar avergonzada. Ya en la soledad de mi habitación, recuerdos de pasajes semejantes me asaltaron, redarguyéndome hasta hacerme reflexionar.
Dice un versículo bíblico, “Cuida tu corazón porque de él mana la vida”. ¿Qué había hecho yo para cuidar el corazón de mi esposo en el episodio del cargador perdido? La respuesta, obviamente, no fue. . .”cuidarlo”. Entonces recordé las veces en que, con más emoción e impaciencia que intención de educar, había, supuestamente, corregido o disciplinado a mis hijos. Otras donde, con silencios disimulados de ocupación, hice a un lado a la gente en venganza por lo que yo creía un agravio. O, usando el arma del enojo, amedrenté a mi prójimo para quitarle el derecho de externar su opinión. ¡Triste saldo el de mi revisión! En todos los casos, confieso, descubrí que lejos había estado de cui dar el corazón de esas personas. Y, comprendí, que había sido mi egoísmo el que había dictado mi manera de responder y reaccionar. ¡Vaya que es difícil seguir el mandamiento de “ama a tu prójimo como a tí mismo”! Cosa seria es anteponer el bienestar del otro sobre mi impaciencia, mi confort, mis deseos, mis emociones, mis necesidades y, a fin de cuentas, mi yo.
A los cincuenta, aún tropiezo con mi natural egocentrismo y hiero hasta los que más amo pero, afortunadamente, a mis cincuenta, aún tengo fresca la conciencia para arrepentirme y tiempo para pedir perdón.

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