viernes, 15 de abril de 2011

"Cantando"

“Uh I U-a-a, zing-zang, bara-bara-bimba. . .”, cantaban a coro un par de vocecitas en el asiento trasero del auto mientras yo, haciendo muecas tontas y agitando mi melena de rizos, completaba el coro.
¿Cómo pude olvidar que, cantar en voz alta canciones infantiles, es uno de los mejores remedios para aligerar el corazón?
Desafortunadamente en Tequisquiapan no hay marchas, ni plantones, ni tráfico y el trayecto fue tan corto que me quedé con las ganas de cantar la canción por cuarta ocasión. Pero, al llegar a casa y ver a su mami esperándolos por la ventana, el par de chiquillos intercambiaron el canto por gritos de alegría y crónicas escandalosas sobre la fiesta de cumpleaños en la que habían recibido dulces y una pelota.
¡La joven mami, mi hija, brilló! ¿Qué regalo puede ser mejor para una mami que el entusiasmo de sus críos en el reencuentro?
La felicidad, digo con firmeza, no debe desperdiciarse. Así que, aprovechando la brisa que peinaba el jardín, un duelo de “chutes” con la pelota verde inició entre abuela y nieto.
Los saltitos de mi nieto mientras contaba “a la de tres” antes de tirar a gol se combinaban con risitas nerviosas. Y la porra incondicional, mi nieta, acompañaba el gol levantando la mano sin importar quien fuera el autor. ¿El marcador final? ¡No tengo ni idea! Pero el final del encuentro futbolístico dejó un saldo de entusiasmo desbordado.
Aunque el ánimo no se había agotado, el final de la tarde se anunció con las inevitables palabras de la mami: “Ya es hora de bañarse”.
Así es la vida, pensé, siempre celosa de no dilapidar en excesos la felicidad.
A los cincuenta, rescato el remedio antiguo contra el corazón cansado: las canciones desafinadas y los juegos de la inocencia infantil de los niños.

No hay comentarios:

Publicar un comentario