lunes, 11 de abril de 2011

"Lorenzo"

El maestro sigue en acción. Lorenzo, a pesar del dolor y del cansancio, ha comenzado a salir de su reposo para dar algunos pasos. Y, aunque su cuerpo reclama, sigue agradeciendo una palabra de cariño o una caricia moviendo la punta de la cola. Sus ojos azules son una fuente de ternura cuando se detiene al comer para mirarme y asegurarse que le seguiré haciendo compañía.
Su futuro sigue siendo incierto, incluso después de la visita al especialista y, sin embargo, puedo asegurar que el noble perro ha decidido participar de su destino.
Lo que parecía un reto magno, se convirtió en el primer obstáculo que vencimos juntos. Yo, preocupada por no saber como subiría al animal de más de 50 kilos, terminé conmovida al verlo subir entre aullidos a la cajuela y sin mi ayuda. ¡Un nuevo acto de heroísmo! Y con su ejemplo, inicio la jornada a pesar de mi fatiga.
¿Qué le da a ese grandulón tanto valor y tanta fuerza? A poco de pensarlo me viene una respuesta: en realidad, no tiene expectativas y vive aceptando. . . simplemente vive como le toca vivir.
Mi reflexión destapa mi lista interminable de expectativas frustradas: felicidad constante para mis hijos, salud para todos los míos, estabilidad financiera, integridad y justicia, etc. Y la “realidad” esperada, comparada con mi circunstancia, es sólo un producto de mi imaginación que se arruga en frustración.
¿No fue acaso el mismo Dios el que dijo en Su Palabra “El corazón del hombre medita su camino, pero es el Señor quien asegura sus pasos“? ¿Cuándo y cómo me enseñaron a creer que tengo el control total de mi vida y mi destino?
La conclusión, más que enfadarme, me hace sonreír. Lorenzo, aunque no puede aprender de Dios, vive conforme al código que su Creador depositó en él y vive, disfruta, agradece, sufre y acepta. Yo, que ahora entiendo cuan lejos estoy de tener poder sobre mi porvenir, debería comenzar a hacer lo mismo.
A los cincuenta, aún tengo muchos motivos que descubrir para reírme de mi misma.

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