jueves, 31 de octubre de 2013

“Erase una vez. . .mi vida: Tomando té”

Hace mucho. . . ¡pero mucho tiempo! Antes de los teléfonos celulares, el Facebook y el correo electrónico, las parejas sólo contaban con tres opciones para conocerse: Por carta, por teléfono o. . . ¡Invitando a la chica a salir!
Así fue como muchos hombres se convirtieron en héroes al superar el miedo a la temida respuesta: ¡No, gracias! Ellos debían armarse de valor y preparar el terreno con pequeños detalles que fueran dando indicios a la chica sobre su interés en ella. La creatividad era parte de la relación y se llamaba “cortejo”.
He de confesar que mi chico no fue el más romántico ni creativo, pero si fue el más considerado.
Nuestra primera cita ocurrió en el último lugar que él hubiera elegido.

En una esquina de la calle de Florencia (cuando la zona Rosa aún era congruente con su nombre y no había cambiado su tono a rojo), se dio cita el primer encuentro. Era una pequeña casa donde el menú principal era el té y en el aire flotaba música suave (¿o habrá sido el revolotear de mariposas en nuestros estómagos?). Las mesas redondas, con tan sólo dos sillas cada una, sugerían que se regían por aquel dicho que asegura que “lo que se dice entre dos, no se dice entre tres”. Los asientos, dispuestos uno frente al otro, confirmaban que las miradas estaban destinadas a tenerse una frente a otra.
Así fue que, envueltos en un aroma de té de menta, comenzamos el juego de preguntar sin hacerlo y dar las pinceladas sobre el lienzo donde pintaríamos el retrato del otro en nuestra memoria. Las ganas de conocernos hicieron que el tiempo se alargara y más de una taza fue servida en nuestra mesa.
Hoy, cuando miro a las parejas que viviendo las ansias de conocerse, se saltan esos pasajes del galanteo y viven sus prisas corriendo hacia una anticipada intimidad, siento pena pues se están perdiendo de momentos mágicos y, más allá, están haciendo a un lado los tiempos clave en el verdadero arte de aprender quién es realmente el otro. La conversación pasa a ser secundaria y le dejan la labor a la piel, tan limitada en su percepción.
Cuando preparo una taza de seductores aromas, mi mente regresa  a ese rincón de la ciudad y mi piel se eriza al recordar la mano de mi amado que, aprovechando el momento para acercarme la taza, travieso, se atrevió a rozar la mía.
¿El fin de la historia? Simple y trascendental:

TE tomo como esposo hasta que la muerte nos separe"

No hay comentarios:

Publicar un comentario