martes, 1 de octubre de 2013

"Cuando hablaba de él"

Su nombre era Salvador. Aparentemente serio pero risueño al estar entre amigos. Fue muy buen padre y un esposo cooperativo y servicial. Me gustaba observar cómo se transformaba en un joven relajiento cuando bailaba “Sergio el bailador”, pero más me gustaba cuando hablaba de él.
Sus ojos se rasgaban y el corazón irradiaba un orgullo que le hacía brillar los ojos cuando, a la memoria, venían recuerdos de la infancia su hijo y, con una sonrisa agregaba: ¡Ese Chavas, siempre ha sido un tragón!
Entonces las anécdotas comenzaban a ventilarse. Fue así que me enteré de que, como premio por el primer lugar en la escuela, siendo aún un niño pequeño, su Chava había pedido un pollo rostizado ¡para él solito! Y se añadía el comentario sobre el libro de Macario, el primero que su hijo había leído por recomendación suya.
También supe de la rutina entre padre e hijo donde, acompañado de una pandilla de amigos, lo llevaba a las desiertas calles de Vista Hermosa para que los chicos se deslizaran en patineta y avalancha. Ahí entraba el hijo a completar la historia, recordando cómo sus amigos les preguntaban si su papá también podía ser su papá. El recuerdo le hacía surgir una satisfacción que lo hacía sonreír.
El tiempo de su cambio a Puebla, donde padre e hijo vivieron solos en la nueva ciudad, parecía ser su mayor tesoro. El hijo aún sentía gratitud por la generosidad de su padre quien, teniendo sólo un auto disponible, se lo dejaba para que fuera a la universidad mientras su padre se iba a pie. Como descubrieron el mejor lugar para comer “guajolotas” y otras delicias poblanas, redondeaban la historia.
Fue con esas anécdotas que comprendí el origen de las mejores cualidades de Chava, a quien yo llamo Gordito y que ha sido mi compañero y esposo por casi treinta años.
Hoy, es un hombre adulto. Esposo, padre de dos hijos y abuelo de tres hermosos nietos y, al igual que Salvador, su padre, yo me deleito en hablar del hombre excepcional en que se ha convertido.
Un día, cuando nuestros nietos crezcan, escucharán las historias de su abuelo, un hombre ejemplar, de mi propia voz. Sabrán de su entrega a la familia, de sus diarios sacrificios para ser el mejor proveedor; de la paciencia infinita para compartir tiempo y juegos con sus hijos y nietos, a pesar del cansancio; del optimismo inagotable y la fe en Dios que lo levantaba en los tiempos difíciles; pero sobre todo, sabrán del hombre cariñoso, fiel y servicial que ha sido para mí, su afortunada esposa.
Dios bendiga a ese hombre, mi esposo, en el día que celebramos un años más de vida.


¡FELIZ CUMPLEAÑOS, GORDITO!

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