viernes, 11 de octubre de 2013

"Erase una vez. . . mi vida: Cambiando mi destino"

A los 13, toda niña tiene una pasión y un hobby. En una escuela con sólo mujeres y comandada por monjas, las opciones eran un poco limitadas en lo referente al sexo opuesto. Así que muchas vertían las inquietudes juveniles en imágenes de artistas con las que decoraban sus carpetas o compartían las portadas de cantantes con las compañeras de clase. ¡Obras de arte en las que invertían sus talentos y su pasión!
En mi caso, como buen patito feo, mis alcances eran más tímidos. ¿Cómo pretender siquiera la idea de pronunciar el gusto por un joven galán, aunque fuera de papel? ¿Quién podría fijarse en alguien con cabello tan rizado, ojos tan pequeños y plana como un burro de planchar?
Pero, todos necesitan una pasión y un hobby, y no fui la excepción. Mi pasión, entonces, fue la música y mi hobby soñar en una vida llena de conciertos, yo interpretando el violín. Sí, hubo un tiempo en el que estudiaba, simultáneamente, el acordeón, el piano y el violín. Pero era el violín, por su dificultad caprichosa y su sonido melancólico el que me encendía la pasión por un futuro musical.
Lo estudiaba encerrada en la habitación y con rigurosa sordina pues, en lo que aprendía a tensar y hacer fluir el arco sobre las cuerdas, los chirridos desquiciaban la calma de mi casa. Aun así, no cejaba en el intento de dominar el complejo instrumento hasta que. . . me llené de inseguridad y cambié mi destino.
Bastaba con estar justo a mi prima, con sus uñas bien manicuradas y barnizadas, para que mi futuro se desvaneciera entre las dudas. Cuando nuestras madres nos pedían pararnos unas junto a otras, y comparaban la evolución de nuestros cuerpos, mi alma se deprimía y mi espíritu salía corriendo. ¿Cuándo dejaría de ser el pato feo? ¿Tenía caso tener un sueño de ser apreciada y amada, con semejante físico?
Así que, un día, tuve que tomar una decisión. ¿O me cortaba las uñas al ras para poder continuar mi conquista sobre el violín o las dejaba largas para comenzar a cambiar la imagen deslavada que lucía? Y mi inseguridad ganó. . . dejé el violín, de un día para otro, encerrado en el estuche negro que también guardó mi sueños de concertista.

Ayer, con uñas alargadas, esmaltadas de negro y destellando un decorado dorado, recordé esos tiempos y apliqué mi experiencia para cambiar mi destino. ¡Las corté al filo de la carne y con eso cambié mi destino!
Esa decisión tan simple, abrió el futuro inmediato, los siguientes minutos incluso, a una vida distinta. Con soltura y ligereza, mis dedos pudieron pasear por el tecleado a la velocidad de mis pensamientos y pude completar la historia que aún colgaba sólo de mi imaginación. Tal vez, a pesar del estorbo de las uñas largas, de haberlas dejado en su longitud original, hubiera podido completar la tarea pero. . . ¿cuántas ideas habrían perdido su rumbo mientras corregía el tropezar de teclas con mis dedos estorbados por las uñas? ¿Habría fluido la inspiración con el mismo ritmo de haberme tenido que volver en el camino, reescribiéndola, una y otra vez?

Después de lamentar el recuerdo de aquel sueño frustrado, creo que aprendí la lección. 
Hoy pienso que, muchas veces, son las pequeñas decisiones las que dan un rumbo totalmente distinto a nuestra vida: Un perdón no otorgado, un rencor guardado, una palabra de aliento a tiempo,  una disculpa al niño ofendido, un silencio respetando un reencuentro, una segunda mejilla para que el otro descargue la ira, una respuesta amable, unas uñas cortas, un “te quiero” o un “siempre estaré contigo”. . . todas esas pequeñas decisiones son importantes, pues sin saberlo nosotros, pueden cambiar nuestro destino.

No hay comentarios:

Publicar un comentario