jueves, 3 de octubre de 2013

"Diez minutos"

Llegó la hora de apagar la luz y ajustar el despertador para el día siguiente.
Repaso mentalmente los preparativos para la jornada escolar: Uniforme, lonchera, mochilas, ropa y chamarras, ingredientes para el desayuno y maleta para clase de natación. Terminado el recuento, vuelvo al despertador y repienso la hora que habré de fijar. ¡Seis y cuarto! –concluyo, presionando las teclas de los números  y. . . dudo.
Al día siguiente, en cuarenta y cinco minutos, con un poco de apuro, estaría bañada, vestida,  maquillada y el cabello arreglado; prepararía los desayunos y el lunch del día. A las siete en punto, con el fondo de la Suite no. 3 de Vivaldi, iría a la habitación a despertar a mi nieto para iniciar con el desayuno, vestirlo, peinarlo y asearse los dientes. Aun así, el tiempo no me cuadra y no me gustan, ni en el pensamiento, las prisas.
Recapitulo las escenas y resto diez minutos al horario inicial. Seis con cinco a.m.  Sonrío ante la convicción de que todo será mejor.

Retomo mis pensamientos hasta el momento de ir a la habitación a oscuras, donde mis dos nietos respiran suavemente mientras aún duermen. Tomo a mi nieto entre mis brazos y lo acuno en mi pecho. Camino hasta mi habitación, susurrándole al oído: Buenos días, mi dulce niño. Te amo con todo mi corazón. . . Dios te bendice, mi pequeño.
Me siento sobre la cama y lo arrullo. Él comienza a abrir los ojos y me sonríe cuando le pregunto cómo ha dormido. –Bien, Gramma– responde. Acaricio su cabello y lo beso. Él, como un minino, se arrebuja y cierra los ojos otra vez, sin dejar de sonreír. – ¿Estás listo para el desayuno? Y, con el gesto más dulce del mundo, asiente y se deja abrazar y besar aún más.
Acomodo las almohadas como respaldo y lo siento frente a mí. Ajusto la charola con su comida favorita cuando, al fin, sus ojos se terminan de abrir. Tomados de las manos, hacemos una pequeña oración para agradecer a Dios y, ya totalmente despierto, alterna cada bocado con mucha conversación.

Diez minutos. Es el tiempo de un ritual, calmo y gentil, con el que decido iniciar el día de mi amado nieto. Diez minutos que restaré a mi sueño para invertirlo en el mejor proyecto de mi vida: Su felicidad.

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