lunes, 10 de septiembre de 2012

"Pisos sucios"


Quienes me conocen mejor, sabe que a pesar de mis tendencias intelectuales y espirituales, ¡los pisos sucios me generan tensión!
Y, hoy domingo, a pesar de llevar entrecerrados los ojos mientras transito por el pasillo rumbo a la cocina para prepararme el primer café, siento la tierra en la planta de los pies y alcanzo a percibir las pecas terrosas sobre la loseta.
¿Mi primera reacción? Un suspiro y la resistencia ante la posibilidad de tener que trapear en el “día del Señor”.
Escucho el caer del agua caliente dentro del interior de la taza y me esfuerzo por echar los hombros hacia atrás, tenso el vientre y aliso mi cabello, entreteniendo así mi mente que lucha con la idea de los salpicones de suciedad que empañan el brillo natural del piso.
Doy el primer sorbo y me quemo la lengua. Agrego malestar a mis “sucios” pensamientos. Casi digo una maldición. Mis ojos topan con la zona más dañada por el lodo seco, el pasillo entre la cocina y el cuarto de juegos de mis nietos y, sin alcanzar a evitarlo, una sonrisa se instala entre mis mejillas.
Deshago mis pasos al caminar por el corredor, de vuelta a la habitación, y fluyen en mi mente los recuerdos del día anterior.
Se revive el aroma del guisado al sacarlo del horno; vuelvo a sentir la piel de las manos que sujeté al dar gracias, con amigos y familia, por los alimentos; recuerdo las bromas y me deleito en las buenas noticias de mi amigo; resbalan en mi memoria las gotas que me mojaron el rostro al sujetar a mi nieta pataleando en la piscina; me estremezco, al ver en mi recuerdo, la sonrisa nerviosa de mi nieto cuando intentaba nadar solito; la ternura me trastorna al evocar esa mirada enamorada de mi hija y el rostro sonrojado de su amado; las risas, las voces y el corretear de niños por la casa me emocionan y, los trastes sucios me llevan a mi esposo, pues ha sido él quien me ha mostrado su amor en la versión más apreciada: ¡Haciéndose cargo de ellos!
Miro al suelo y, en mi corazón, revolotea el recuerdo de la fiesta despertando mi fe.
¡Gracias, Señor, por mi familia, por mis amigos, por los niños y, también, por las manchas de tierra en el piso que me recuerdan cada bendición!

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