miércoles, 12 de septiembre de 2012

"Certidumbre"


“La gente está desmotivada, se siente triste y nosotros, los medios, como parte de la sociedad, queremos darle a la gente lo que necesitan para volver a sentirse felices: ¡Certidumbre!”, escuché en la radio, durante una entrevista.
El ofrecimiento, aunque muy generoso, me sugirió un engaño y una forma de remediar la depresión colectiva que veo a mi alrededor más dañina que la enfermedad misma. Porque, ¿quién puede ofrecerte la certeza del porvenir?
La idea quedó rondando y, un par de días después, escuché a un joven haciéndose la pregunta que le ha quitado el sueño: ¿Cómo sé que funciona? ¿Cómo sé que no me están timando?
Nuevamente, la falta de certidumbre, estaba haciendo estragos y afectando el ánimo de una persona.
Echando mano de mi memoria, recolecté todas aquellas interrogantes que no han permitido disfrutar el presente a gente a mi alrededor: ¿Quién me va a querer con este físico?, ¿Llegaré a encontrar una pareja con el estándar tan alto que implica mi fe?, ¿Tiene caso estudiar si ni siquiera sé si podré encontrar empleo?, ¿Es lógico traer hijos a un mundo que se desmorona día a día?, ¿Vale la pena luchar cuando no sé si el riñón que necesito llegará a tiempo?
Las dudas sobre el futuro aparecieron sembradas en el presente de tantos y en modalidades tan distintas que, la lista, era interminable.
¿Qué responder a preocupaciones legítimas de los desanimados?
Entonces revisé mi propia vida para descubrir el elemento común a mis momentos felices y así encontrar alguna respuesta.
Arenas movedizas
Para mi sorpresa, encontré que, en todos esos momentos, las dificultades seguían presentes. Ninguno de ellos estaba exento de problemas, retos o situaciones inciertas. Entonces, ¿cómo llegaron a ser “memorias felices”?
Pude ver que, un poco por casualidad, aprendí a fijar mis ojos en lo bueno para bebérmelo a grandes tragos y no desperdiciar nada de ello. Los años me hicieron entender que, el presente, es efímero y que no hay tiempo para perderlo. También, y no sé como ocurrió, desarrollé la habilidad de acomodar las cosas en función a su importancia. “Arriba lo que es importante, abajo lo que no es”. Priorizar, dirían algunos.
Pero, ¿y qué hay de la “certidumbre” que inició toda mi reflexión? ¡Nada! No la encontré por ningún lado y, comprobé que, en la vida, no tenemos nada seguro. . . excepto la muerte. Y que, con la fe del tamaño de un grano de mostaza, podemos ir disfrutando el presente, tomando lo bueno que contiene y clasificando, con sabiduría, lo que es verdaderamente importante.
Al final, parece que la única forma de vivir la vida, con gozo y plenamente, es. . .viviendo.
Pero, “seguro”, esta no es la única respuesta.

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