lunes, 16 de enero de 2012

"Raíces"

Tras entregarme un libro azul de pastas rugosas y hojas amarillentas, mi abuelo me dejó un encargo: continuar el árbol genealógico de la familia Arnáiz.
Después de pasar hoja tras hoja y leer por encima los caracteres escritos con máquina de escribir, me entretuve en las múltiples fotos, unas sepia  otras blanco y negro, de mis antepasados. ¡Qué sorpresa encontrar mis propios rasgos en aquellos rostros, unos minutos atrás, para mí desconocidos!
La genética tiene una manía. Perpetuar líneas y formas de nariz, color de piel y cabelleras pero, más allá, hace trascender caracteres, sueños y estilos de vida en las generaciones siguientes.
Así, cuando leo de un tío abuelo que gustaba de la libertad y que fue un soñador irreparable, me nace una conexión, una simpatía por aquel ancestro algo revoltoso y lunático. Y, como en toda familia, también me topo con la joven revolucionaria que hace perder la paciencia a sus padres con sus batallas, al intentar cambiar los rígidos esquemas del mundo que quería atraparla.
Siempre me gustó la historia, aunque jamás me he detenido mucho en las fechas. Pero zambullirme en los relatos que me descubren las penurias, las celebraciones y las luchas de quienes me dieron, sin saberlo, la vida que hoy tengo, surge en mis ojos la necesidad de seguir atisbando en mi pasado. Uno que, en apenas 100 años, está llenito de historias, lágrimas, alianzas y desencantos.
Cada personaje que sale del telón, al cambiar de página, viene con un sello y una historia con la que marcó el rumbo de los suyos, su familia. Y, entonces, me pregunto: ¿qué revelará mi historia cuando, en el libro familiar, se cuente mi vida?

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