sábado, 21 de enero de 2012

"Alfombras rojas"

En la vida, como en los buenos vinos, encontramos ilusiones y anhelos que mejoran su aroma, color y calidad con los años. Y, como todo aquello que merece distinción, los vemos desfilar sobre una alfombra roja para resaltar su importancia y su belleza.
Hoy, frente a mí, disfruté de esos momentos que ameritan un pasillo especial. La novia, adornada con la naturalidad y firmeza nacida del anhelo resguardado por una década, entró caminando del brazo de su padre. Sonriente, aquel hombre recibió un regalo que no todos los padres tienen la fortuna de recibir de sus hijas: el honor de presentarse con orgullo, ante Dios, por el deber cumplido.
El novio, recibiéndola de manos de su padre, sonrió con la ilusión en los ojos para decir a su esposa, que era y seguiría siendo el amor de su vida.
La voz de dos pequeños leyendo el mensaje de la liturgia, hicieron rebosar lágrimas emocionadas en los ojos de los novios. Si aquel sueño estaba haciéndose realidad, se convirtió en la celebración perfecta al compartirlo con sus grandes amores, sus propios hijos.
El festejo continuó y, sin importar donde mirara, me asaltaban colores, adornos y detalles revelándome los meses de preparativos esmerados que la pareja invirtió. ¡Cuánto no habrán acariciado ese sueño!, uno que yo, ahora, compartía.
Cuando la música dio el turno al padre para bailar con la novia, mi corazón se estremeció. Sus miradas, tan llenas de amor y admiración, del uno para el otro, lucieron sus sentimientos sin pudor y, los aplausos, cual orquesta alborozada, se unieron con su bullicio a la cariñosa danza.
Sí, me gustan las bodas, pero no las que vienen de las rutinas y costumbres sino aquellas, como ésta, que surge del gozo auténtico de consagrar la unión más sublime entre un hombre y una mujer: el matrimonio.
¡Felicidad y mucha vida a los novios!

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