miércoles, 1 de junio de 2011

"Privilegios"

¡Inevitable! Conducir por la carretera me hace pensar y, aunque voy avanzando, la inercia de los minutos a solas me lleva hacia atrás, rumbo al pasado. Los recuerdos pasan tan rápidos como los árboles por la ventana. Las memorias terminan convirtiéndose en un interminable recuento de episodios y circunstancias.
Trato de retener el detalle de lo más que puedo, pero, ¡son tantos los privilegios que se han acumulado en mi vida!
El privilegio de nacer en una familia llena de salud; haber crecido con un techo seguro y la segura cobertura de mis padres, juntos; tener educación que fue más allá de las letras, de esa que incluye principios y valores; tener un historia llena de errores y caídas pero en donde jamás faltaron las manos para levantarme; errar dramáticamente en mi primera elección y, aun así, tener una de las más bellas bendiciones conmigo, mi hija; caminar por donde jamás debí pasar y estar ilesa; atesorar amigos que no me han dejado por más de dos décadas;  tener triunfos y muchos más fracasos que fertilizaron con experiencia las nuevas oportunidades; poder llamar a mis amigos, hermanos y a mis hermanos, amigos; vivir en tanta libertad que hasta puedo creer y adorar al Dios verdadero sin perder la vida; entrar en un edificio y ser rodeada de amor por toda una iglesia; tener una historia de juegos con mis hijos y la continuación con mis nietos; haber derramado tantas lágrimas y ver germinar sonrisas con su riego. . . es tan grande la lista que no me atrevo a seguir contando.
Sólo una me entretiene y me atrapa. . . ¡Es tan reciente!
Antes he vivido privilegios, aunque no todos los entendí cuando ocurrieron, hoy veo, igualmente existieron. Mi ceguera espiritual no me permitió verlos entonces y hasta ahora puedo comprenderlos. Mi madre, confieso, es uno de ellos. Tuve el privilegio de tenerla viva, de verla llorar cuando me vio perdida, de ser blanco de su ocupación y su preocupación e, igualmente, jamás me faltó su bendición.
Hoy, sigue teniendo a mi madre conmigo y, eso simplemente, ya es un privilegio. Ya no tiene la salud ni tampoco la energía, pero es mi madre. . . está a mi lado. Esta vez yo cuido de ella, la cobijo, la protejo y aunque parezca que yo soy su privilegio, no me engaño, pues el poder amarla y atenderla en su vejez es un regalo para mí, ¡mi privilegio!
A mis cincuenta y uno, ¡cuántos errores he cometido al no valorar mis privilegios! ¡Cuántos perdones no he pedido! pero, incluso ahora, sigo teniendo el privilegio de estar viva para hacerlo, resarcir los daños y vivir de nuevo.

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