jueves, 30 de junio de 2011

"La flor"

Aunque la imagen del joven cortando un pétalo y otro, debatiéndose por la confirmación del amor correspondido, está encasillada a las parejas de enamorados, en realidad, es algo que ocurre en casi todas las relaciones humanas.
Las amigas que, por un mal entendido o una diferencia, se ven distanciadas, ¿acaso en esa distancia no están tratando de responder a la misma pregunta?: “Me quiere, no me quiere, me quiere, no me quiere. . . “. Sólo que, en lugar de pétalos, hacen el recuento de los recuerdos de todas aquellas veces en que, por su forma de actuar, la otra le demostró su cariño. Pero, igualmente, algunos de esos pétalos incluyen las heridas, los desplantes que la lastimaron y las ofensas.
Y, si me pongo en su lugar, veo que muchas veces me encuentro ante la misma disyuntiva y preguntándome si la gente a la que yo considero amada y especial en mi vida realmente me ama, sobre todo cuando me ha fallado o atacado. “¿Me quiere, no me quiere, me quiere, no me quiere?”,  me pregunto insistentemente.
Tal es el caso de esta mañana lluviosa. Alguien a quien tengo clasificada entre “mis más amadas” me hirió y, tal fue mi dolor, que no tardé en hacérselo saber. Dos horas y media en la carretera se convirtieron en el tiempo para llorar mi sentimiento. Después, en la misma proporción de mi cariño, mi ego reaccionó con planes de venganza. Para el final del día, el pétalo en turno me decía que no me amaba. Con el corazón entristecido me fui a dormir y con la mente agotada por la batalla con mis malos recuerdos.
El amanecer lluvioso era la justa representación de mi ánimo: gris, decaído y apesadumbrado. Pero, bastaron unos renglones para que la lluvia se convirtiera en el bálsamo purificante para mi corazón: “El amor es bueno, el amor es paciente, el amor no actúa con rudeza”. ¡El recordatorio que necesitaba, Señor! El estándar de Dios para amar del capítulo 13 la primera carta a los Corintios me arrancó del tortuoso ritual de la flor deshojada y me regresó a la verdad sobre el amor al prójimo, ¡quien quiera que éste sea!
A los cincuenta y uno, a pesar de haber recorrido tanta vida, de vez en cuando, aún regreso a las soluciones egoístas de los enamorados ingenuos, sólo para comprobar que ¡lejos está de ser el amor maduro, amor ágape, con el que debo vivir!

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