domingo, 5 de junio de 2011

"Di-versiones"

¿Una eterna luna de miel? ¡No, gracias! Hasta donde recuerdo, yo ya pasé por ahí. 
Aunque de apariencia vibrante, la miel me quema la garganta y me empalaga. Su dulzura, a mí parecer, sólo es digerible con un té, sobre esponjosos hot cakes o en pequeñas cantidades, sobre una manzana al horno.
El enamoramiento es como la miel, atractiva, brillantes y simula un oro líquido pero. . . ¡nada como el chocolate!
Si he de volver a vivir una luna, la prefiero de chocolate. Y no hay tanto que pensarle: el matrimonio es como una luna de chocolate. A veces es dulce y, con el calor de la juventud,  cremoso o líquido, pero ¡siempre delicioso! El chocolate, sólo o combinado, es un manjar. . . igual que el matrimonio. Cuando pasamos una cena de matrimonios o una tarde de tele con los hijos, es como una buena trufa con chispas encima. Y, vaya, no voy a ignorar que también el chocolate, como entre los esposos, tenemos chocolate amargo. Pero, incluso entonces, ese sabor recio y de toque más intenso es sabroso si se le sabe paladear.
También, el chocolate, si se le combina con hojuelas de maíz tostado, se vuelve divertido al morder: ruidoso y chispeante. ¿Acaso no son así las vacaciones y las locuras nocturnas?
Y, para cuando nos duelen los dientes y la vejez nos alcanza, ¿quién puede resistirse a un humeante chocolate caliente?
A mis cincuenta y uno, declaro, me resisto a vivir otra vez la luna de miel y decreto que, mientras viva y esté casada, ¡quiero una eterna luna de CHOCOLATE!  

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