viernes, 9 de noviembre de 2012

"Viejo, mi querido viejo"


¿De qué se trata ser viejo?
Es algo que voy aprendiendo y que, a pesar de la cercanía con mis maestros, sé que jamás comprenderé hasta que mis huesos se hayan vuelto livianos y mi carne se torne casi transparente. A pesar de todo y aunque no lo entienda por completo, muchas cosas se van quedando en mi corazón para tratar de entender la vejez.
A veces, ser anciano, me parece como el desandar del ser humano que baja de la cúspide de la plenitud. Lo veo como un caminante que, a cada paso en la bajada, va dejando atrás hasta las habilidades mejor aprendidas.
Caminar, en esa etapa final, se convierte en un acto no sólo del cuerpo, sino de discernimiento de la mente que decide cuando, donde y para qué llevarlo a cabo. Lentamente, esa movilidad y destreza que desarrollamos desde que dejamos el gateo, se toma como una opción que compite, a cada paso, con la resistencia natural de nuestro cuerpo a padecer el dolor que el simple hecho de andar produce.
El tiempo, siempre tan escaso en la juventud y la vida adulta, tiende a sobrar al colmo del hastío. Esa época en donde vivía saturado de actividad y compañía es, entonces, sólo un recuerdo que puede ser usado, cuando alguien está dispuesto a escuchar, para compartir el relato de un cacho de su historia.
La vejez, a quien ahora disfrazan con el título largo de “adulto mayor”, es el pasaje donde el dolor es el compañero constante y cuando todo lo que atesoramos a fuerza de aprendizaje, debe ser devuelto.

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